Opinión Frente al brutalismo político

Al respecto del Campus Centroamérica por la Libertad de Cátedra

Hace algunos meses, varios colegas universitarios, conocimos la historia de un joven nicaragüense que había salido de su país por razones políticas. Según nos comentó, antes de salir de Nicaragua estaba a punto de terminar su carrera y, desde su llegada a Costa Rica, no había podido conseguir sus papeles para continuar con sus estudios. Esa historia conmovedora nos terminó de convencer sobre la necesidad de tomar algunas acciones frente a ese exilio político masivo que hemos atestiguado y que ha afectado particularmente a numerosas personas de las comunidades académicas centroamericanas.

Esa persecución política es, por supuesto, parte de una tendencia global de populismo autoritario. Se ataca directamente a las instituciones derivadas de la Ilustración y la racionalidad moderna, aquellas en las que el conocimiento es la base de su razón de ser. Esta arremetida violenta contra la episteme se explica por la simple razón de que el líder populista no acepta otra verdad que no sea la suya.

Por supuesto, que las universidades son y deberían ser la institución insigne de generación de conocimiento, de proyección de ese conocimiento a las sociedades y, de alguna manera, en esa lógica tremenda de populismo autoritario, las universidades son un blanco lógico.

Ese ataque tiene por lo menos tres dimensiones: el primero y más directo es a la autonomía universitaria, a la herencia de la Reforma de Córdoba del siglo pasado y pasa por socavar la libertad de cátedra y la libertad de expresión. En segundo lugar, se afecta el financiamiento de las universidades, porque esa es la manera en que se puede debilitar directamente su quehacer y se puede enmascarar bajo razones de austeridad. El tercer ataque es más indirecto, pero igual de peligroso, pues se cuestiona la identidad universitaria, su razón de ser, ¿para qué existen las universidades y, particularmente, las universidades públicas?

Estos tres frentes deberían obligarnos a trabajar con más ahínco para defender el valor público de las universidades y recordar que estas instituciones son un lugar de generación del conocimiento así como de protección de la autonomía como una salvaguarda de su servicio a la sociedad, independiente de las presiones políticas del momento.

Otra característica de este tiempo es lo que en un editorial reciente del diario español El País han llamado el “brutalismo político”, que se refiere a utilizar la polarización como manera de hacer política y la mentira como arma de destrucción masiva a través de las redes sociales y las cadenas de “WhatsApp”.

Desde el brutalismo político se entiende al otro como un enemigo al que se debe destruir a toda costa, ya sea a través de denuncias falsas, fakes news o ataques directos. Esa comprensión del otro como enemigo borra la intersubjetividad, que es la base de la convivencia social y tiene la consecuencia de que, al aceptar esa forma de hacer política, no solo se destruye al enemigo, sino que se destruye la propia humanidad y ello termina carcomiendo las bases de las relaciones políticas democráticas.

La iniciativa de “Campus Centroamérica para la Libertad de Cátedra”, recientemente anunciada por la Rectoría de la Universidad de Costa Rica, se ha concebido, ante todo, como un lugar seguro y de refugio. Nuestra universidad pública abrirá sus puertas para acoger a personas académicas centroamericanas que han tenido que huir de sus países perseguidas por sus ideas o por el ejercicio de su libertad de expresión y de cátedra. Estas personas podrán trabajar en la Universidad de Costa Rica por un tiempo limitado y aportar desde sus saberes y experiencias en una academia libre y diversa. Este campus centroamericano será un espacio para proteger las libertades, especialmente la libertad de cátedra. Sin embargo, es también una forma de proteger a las personas de ese brutalismo político que distintos regímenes de Centroamérica han estado ejerciendo con dureza.

Creo que esta iniciativa es también un ejemplo de acción afirmativa, porque estamos defendiendo que el poder también sirve para construir, para hacer el bien. Hay una concepción del poder siempre como algo oscuro y nefasto; sin embargo, me parece importante destacar que el poder es también una herramienta para construir y para hacer el bien. Esta iniciativa también permite reafirmar que la política debe tener un fin ético y que debemos ponerle límites éticos a la política. Lo contrario, hacer cualquier cosa con tal de mantenerse en el poder o cualquier cosa por alcanzar el poder, deja una estela de sufrimiento humano que nos afecta a todos y todas y deja a la democracia como una reliquia de los tiempos en los que sí importaba la autonomía universitaria.

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