Opinión

¿Qué afecta el comportamiento electoral de los millenials en Costa Rica?

Reflexiones en torno a la política de los recién llegados a las urnas

Un aspecto de la política costarricense que debemos analizar es el recambio generacional y sus nuevas formas de comprender y asumir un proyecto político. En las últimas elecciones de 2014, cerca de un tercio de los electores se encontraba entre los 18 y los 35 años de edad. Si este grupo se calculara nuevamente al día de hoy, se ajustaría perfectamente al segmento poblacional que ha sido denominado como los millenials, pues son los jóvenes que nacieron a partir de 1981 y que, en esta parte del mundo, vivieron su adolescencia en plena ola democratizadora al final de los principales episodios dictatoriales de la región latinoamericana.

En el caso de Costa Rica, esta generación llegó a las urnas electorales con el fin del bipartismo, pues iniciaron su vida como ciudadanos sufragantes en las elecciones de 2002, cuando por primera vez desde la década de 1980, un tercer partido consiguió retar a los dos titanes de la política tradicional y obligó a ir a una segunda ronda electoral.

Valga mencionar que esta elección abrió el contexto de la profundización del modelo económico actual, pues fue en ese período presidencial cuando se iniciaron las negociaciones del TLC entre Centroamérica y Estados Unidos. Este proceso definió nuevos derroteros en la organización social y económica de nuestro país. Este artículo, sin embargo, no tiene como objetivo repasar lo que tanto se ha dicho de ese proceso o de las características de la subespecie de los millenials de manera directa, solo pretende referirse a algunos rasgos de su comportamiento electoral.

La ciencia política ha puesto la alerta sobre la pérdida de compromiso de los jóvenes con la política tradicional, lo cual se traduce en aspectos como el envejecimiento de los miembros de los partidos políticos y en mayores tasas de abstención. En Costa Rica, esto es sintomático, pues los partidos tradicionales no han mostrado suficiente capacidad para hacer recambios generacionales; al respecto, véase al PLN colocar entre sus principales candidatos a dos expresidentes cuyos primeros mandatos son anteriores incluso a que este segmento poblacional pudiera ejercer el voto y al PUSC repitiendo precandidaturas. A la vez, en cuanto a la segunda idea, la abstención disminuyó desde la elección de 1998 y no ha logrado repuntar desde ese momento; algunos abstencionistas representan un segmento “duro”, es decir no se les ha logrado convencer para salir a votar en ninguna de las elecciones.

Este comportamiento podría llevar a que las sociedades democráticas pongan en tela de juicio la supervivencia política de sus organizaciones tradicionales al estancarse el dinamismo del relevo generacional por la vía convencional de la política democrática.

Una coincidencia entre los estudios de la ciencia política es que, en las últimas décadas, las transformaciones sociales han implicado un debilitamiento en los mecanismos que fijan los vínculos de identificación partidista en la mayoría de las democracias, tales como los clivajes sociales y el compromiso con los partidos. Debido a que estos aspectos ligan psicológicamente de manera perdurable a los individuos, se considera que el grupo más afectado por el cambio en la afiliación política son precisamente los de menor edad.

Esta idea es importante porque se refleja en una notable volatilidad electoral entre este grupo de votantes. Paralelamente, los estudios de opinión pública del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) reflejan que un porcentaje de alrededor del 53% de los jóvenes decidieron su voto entre el período de la campaña electoral y la última semana de los comicios en la primera ronda 2014. Un porcentaje del 20% de este grupo decidió su voto en función de la personalidad del candidato y un 27% se vio motivado por la idea de un “cambio”. Estos datos ponen de manifiesto por qué no se ha reinstitucionalizado el sistema de partidos y las ventajas relativas para los grupos emergentes y para las candidaturas de corte “populista”. Independientemente de todo el discurso que se ha construido en torno a si ha habido algo que pueda denominarse como un cambio en la política nacional, el sentido sociológico de esta búsqueda de transformación en la sociedad es una aspiración real de las personas jóvenes, cuyos presentes están comprometidos por condiciones sociales que ponen en entredicho su condición de vida actual.

Por citar algunas cifras, el coeficiente de Gini se ubicó en 2014 en un 0,516, lo que marca una clara polarización entre las personas con acceso al bienestar y las que tienen que hacer enormes esfuerzos para administrar su condición de subsistencia. La persistencia de la desigualdad en los últimos años, es una vivencia cotidiana de los más jóvenes que han crecido en la lógica del consumo como forma de percibir el bienestar y el acceso a las oportunidades, esto con el agravante de la mala reputación que algunos de nuestros políticos se han encargado de acarrearle a la educación pública y la seguridad social, bienes encargados de generalizar e igualar las condiciones de mejora.

La pobreza aumentó en 1,7 puntos porcentuales en 2014, lo que ubica a más de un cuarto de los hogares del país en condición de exclusión social si se le suma el porcentaje de pobreza extrema. Dos décadas ha persistido este porcentaje de pobreza. Ahora es más lógico hablar de qué cambio pueden estar pidiendo los más jóvenes.

Si aun así esto parece una extrapolación, otro hallazgo que permite reflexionar en esta dirección es el siguiente: la mayoría  de las personas que son críticos con la democracia (apoyan menos el régimen político, se sienten poco satisfechos con la democracia y expresan menores niveles de confianza en las instituciones), de acuerdo con los datos de Lapop de 2014, son los jóvenes. A su vez, el grupo de los jóvenes costarricenses se divide según los ingresos, pues entre los jóvenes cuyos ingresos familiares alcanzan, el nivel de apoyo es mayor que entre quienes no les alcanzan. En pocas palabras, la edad y el ingreso resultan ser las características más relevantes para saber quiénes apoyan más y menos al sistema político.

Por lo tanto, las tendencias demográficas construirán una Costa Rica cada vez más crítica de la política, gracias al aumento de los jóvenes en el electorado, pero que conviven aún con los hijos del bipartidismo, quienes cuentan con mayores esperanzas de vida que sus propios padres, por lo que permanecerán un buen rato incluidos en el padrón electoral. Esta polarización no es ni una premonición ni una conjetura, es una realidad que se vive hoy en el plenario, en las escuelas, en las calles, en resumen, en la vida política del país.

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