Opinión

Adiós, Mauricio Leandro

¡Esta es la creación más maravillosa de Dios! Fue lo que poco más o menos dijo Mauricio, con un cerebro en la mano

¡Esta es la creación más maravillosa de Dios! Fue lo que poco más o menos dijo Mauricio, con un cerebro en la mano, en un laboratorio de la Facultad de Medicina mientras nos explicaba algunos elementos de neuroanatomía hace unos treinta años. El curso de una vida se ve matizado por las múltiples facetas de nuestro estar siendo, que solo puede detenerse ante la finitud infinita.

Después, ya en el Instituto, trabajamos juntos en un proyecto de investigación durante un corto tiempo, el cual fue suficiente para constatar sus dones de liderazgo y su entusiasmo a toda prueba. Prescindió de aquel proyecto para satisfacer alguna de sus muchas obligaciones en la empresa, mundo que habría de dejar después cuando, pienso yo, logró cubrir las necesidades materiales básicas de su familia. Luego, se vino a la Universidad, donde lo acogimos con cariño y sed de escuchar al nuevo Mauricio que empezó a construirse. El luchador por el ambiente surge entonces y comienza a transmitirnos una energía novedosa sobre conceptos ya conocidos. Fue él quien empezó a facilitar dentro de nuestra psicología de una manera nueva, la causa por el ambiente y la conservación de la naturaleza en una relación sustantiva con la promoción de la salud. Siendo Mauricio un hombre poblado de aspiraciones y desafíos y ávido de saber, al poco tiempo partió hacia Nueva York para realizar sus estudios doctorales en psicología ambiental. Entonces, el entusiasmo se unió al conocimiento. Abrió una ventana por la cual han pasado ráfagas de viento fresco: sí, nuevos saberes, lo cual acompañó especialmente con una suerte de “presencia Leandro”en el aula y más allá, tan inspiradora como aleccionadora, una acción social en la vida cotidiana, la cooperación interdisciplinaria en la investigación, en fin, una apertura constante a lo nuevo con un gran talento y liderazgo.

Aunque no pude ir a jugar póker con él, disfruté mucho su remolque para  bicicletas por mucho tiempo. A este amigo de sus amigos, no le faltaron oportunidades para mostrar su talante solidario. Hay quienes podrían contarlo con innumerables testimonios.

Cuando se enfrentó él mismo y nos enfrentó a todos con la condición de lo irremediable, con la vulnerabilidad fundamental que nos habita, a mí me dejó atónito con su capacidad para reinventarse. Un nuevo giro en el curso de una vida realizada. Con su perseverancia de siempre y decidido ofreció una batalla en cada momento hasta el último momento, sin dejar nunca de ser realista, humilde y honesto. No es que lo haya conocido en su intimidad, la cual gustaba proteger con sumo cuidado. Al contrario, siento la ventaja de una cierta distancia y una cierta cercanía para poner mi mirada en sus atributos que conocí a partir de experiencias personales, para ya rendirme admirado ante los gestos de este compañero magnífico.

Hace poco nos puso a conversar a mí y a otro amigo común, con una periodista, sobre la realidad de la religión y la religiosidad en nuestro país. Era imposible negarse a sus iniciativas interesantes. Lo recuerdo en mi oficina, escuchando con profundo respeto, como aprendiendo, como descubriendo. En una de nuestras últimas conversaciones esperando a sus hijas y a mis hijos, que comparten colegio y donde nos encontramos algunas veces, fui yo quien descubrí su faceta como padre en la cual mostraba la gran satisfacción por los logros de sus hijas.

La amistad es un bálsamo cuyo lazo con y por el otro es un auxilio para vivir. Si tuviese que destilar la esencia de mis encuentros con Mauricio extraigo su entusiasmo y su humildad. El último Mauricio ha cautivado con un estilo de vida ejemplarizante, que inevitablemente lo convirtió en un maestro para muchas personas. Inolvidables serán para mí su generosidad, el abrazo alegre con sus amigos y amigas, ese trenzarse suyo con la vida, obsequiar felicidad, y amar. Ahora su ser vive envuelto por las caricias del silencio y siento  gratitud, hoy, después de su partida, la que sentimos tantas personas, quizás como el dintel para entrar a un horizonte en el cual pueda mantenerse su andadura.

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