El 6 de febrero de 2022, en las elecciones presidenciales, los costarricenses nos llevamos varias sorpresas y una enorme decepción: la altísima tasa de abstención. Según datos oficiales (preliminares) del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), dos quintas partes de los electores no se presentaron a votar. Si a eso le sumamos los votos nulos y blancos (26.676), vemos que el 41,73% de los electores inscritos no votó por un partido. A los análisis de los expertos sobre las causas de este fenómeno, quisiera añadir mi perspectiva como ciudadano.
Los datos muestran que un porcentaje muy alto de personas no quieren arriesgar, han decidido no decidir. Ni en política, ni en religión. Prefieren ver los toros desde la barrera, sin comprometerse. Son como aficionados al fútbol sin equipo, que se han malacostumbrado a ser simples espectadores: criticando las jugadas, la alineación, los cambios, las estrategias y, por supuesto, las decisiones arbitrales… No arriesgan nada (que se arriesguen los fanáticos o los toreros improvisados), pero tampoco aportan nada.
Mencioné la religión porque el porcentaje de personas que se declaran agnósticas (que declaran ser incapaces de decidir racionalmente si Dios existe o no, o que prefieren no intentar hacerlo) es también alarmantemente alto. En un estudio publicado por Tapia, Rojas y Villalobos en la Revista de Ciencias Sociales en 2013, el 18,7% de los 184 estudiantes universitarios encuestados eran agnósticos. Otra encuesta, esta vez con 150 estudiantes de primer año de la Universidad de Costa Rica, identificó a 20,7% como agnósticos; además, 49% del total declaró no participar en ninguna actividad religiosa organizada (https://www.kerwa.ucr.ac.cr/handle/10669/83179). Este último dato es similar al reportado por la encuesta Percepción de la población costarricense sobre valores y prácticas religiosas, publicada en el año 2019: 48,2% de 1002 personas adultas que “no participan de manera activa en alguna actividad de su iglesia, congregación o comunidad espiritual”. Pareciera ser más sencillo no comprometerse, no arriesgar. Y desde la comodidad de sus casas, criticar.
¿Estamos ante dos expresiones del mismo fenómeno? Es importante señalar que respeto profundamente a las personas que, a pesar de una seria y profunda reflexión —ya sea política o religiosa— no han logrado aún salir de su confusión: su abstención o su agnosticismo, en tanto que etapas de una búsqueda sincera, son legítimas y serán recompensadas. Respeto a esas personas, pero me temo que hay muchas otras que sencillamente decidieron no decidir. Así, están cómodas en su posición, como el estribillo de aquella canción protesta de hace unos cincuenta años: “Usté no es ná, ni chicha ni limoná, se lo pasa manoseando, caramba, zamba su dignidad…” (Jara, Víctor. Ni chicha ni limoná, https://www.youtube.com/watch?v=rX_NFOLYxb8).
En fin, tanto el abstencionismo como el agnosticismo son posiciones egoístamente cómodas y a la vez claramente irresponsables. Costa Rica necesita más hombres y mujeres que decidan y se comprometan, más hombres y mujeres que, como decía T. Roosevelt en su clásico Los que fallan en el intento, se esfuercen por sus metas, sepan lo que es devoción, se gasten por una causa que valga la pena, conozcan el gran logro del triunfo en las buenas y, si fracasan en el intento de algo grandioso, sepan que su lugar nunca estará entre las almas tímidas y frías que no conocieron la victoria ni la derrota (parafraseado de https://www.goodreads.com/quotes/7-it-is-not-the-critic-who-counts-not-the-man).