Opinión

Abrazando derribamos los muros del odio

El abrazo es una de las expresiones corporales distintivas de nuestra cultura afro-indo-latina. Un gesto de amistad, cariño y afecto

Hoy es día de  amarrar a todos los países

en una sola amarra de manos y de brazos.

Jorge Debravo

El abrazo es una de las expresiones corporales distintivas de nuestra cultura afro-indo-latina. Un gesto de amistad, cariño y afecto que manifiesta la generosidad y bondad humanas. Otras culturas tienen diversas formas de expresar los mismos sentimientos: el gesto reverencial, el beso, entre otros, que son “equivalentes” en su significado esencial.

Nuestro poeta, Jorge Debravo, en su poema Carta circular de abrazo, más allá de las diferencias ideológicas, socioculturales y políticas, con esa visión tan sentidamente humanista que lo caracterizó, concibió solo dos tipos de seres humanos: “[…] el grupo de los hombres abrazados y el grupo de los hombres que no quieren abrazo ni siquiera a la fuerza”. El abrazo solidario como antídoto para el odio y la injusticia humanos; el camino hacia la hermandad entre los pueblos de la Tierra. Asimismo, percibió, con esperanza y optimismo, “[…] que el grupo de los hombres abrazados será tan poderoso como un  terremoto”. Y “que el grupo del odio […] será como un aborto de la tierra”.

El símil, al que apela el poeta Debravo, para caracterizar a ambos grupos, es muy sugerente. Por una parte, el “terremoto”: la fuerza incontenible y  el poder que sacude y despierta; todo lo transforma desde los cimientos  del mar y de la tierra. Así es la fuerza y el poder de quienes han optado por el abrazo que acerca y acoge; es decir, que derriba los muros de la separación y del distanciamiento. Por otra, la “tierra” que expulsa, a la manera de un aborto, a quienes rechazaron el abrazo y optaron por levantar los muros del odio; es decir, de la segregación, la discriminación y la exclusión.

El terremoto no es la fuerza destructiva y devastadora, sino la fuerza vitalizadora de quienes optaron por el abrazo para hermanar a los seres humanos y a los pueblos.  La tierra no es la madre que genera la vida, la acoge y la cuida, sino la que expulsa y destruye a sus criaturas por haber rechazado el abrazo.

Recientemente, un joven migrante africano levantó la voz con indignación para reclamar el derecho a cruzar la frontera costarricense: “No soy un terrorista, ni un criminal; soy un migrante”. Las voces del odio, de quienes se resisten al abrazo, apelan hoy a los estereotipos de “terrorista” y “criminal”, entre otros, para legitimar la construcción de muros y cerrar fronteras; otra de las tantas formas de una violencia simbólica que cobra víctimas y legitima la discriminación y la exclusión.

Las fronteras se han transformado en muros para una creciente ola de migrantes: la diáspora de los “desechables” en un mundo que privilegia a un pequeño grupo de poder, protegiendo sus grandes capitales en los “paraísos fiscales” que se ofrecen de norte a  sur del planeta. Para esos capitales no hay fronteras.

Abrazando –también, a la Tierra– construimos la paz, y derribamos los muros del odio.

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