Opinión

A propósito del 8M

En las últimas semanas he recibido y he visto circular una cantidad alarmante de videos, audios, fotografías y mensajes sobre intentos de secuestros a mujeres jóvenes y niñas.

“¡Señor, señora, no sea indiferente, se matan a las mujeres en la cara de la gente!

En las últimas semanas he recibido y he visto circular una cantidad alarmante de videos, audios, fotografías y mensajes sobre intentos de secuestros a mujeres jóvenes y niñas. En los videos y en los audios las mujeres cuentan cómo fue, en dónde estaban y cómo hicieron para escapar; mientras que en las fotografías se ven los signos de violencia: rasguños, moretones y heridas. Aunado a estas pruebas, aparecen medidas y recomendaciones sobre qué hacer ante estos sucesos: nos llaman a armarnos, comprar gas pimienta, manoplas, instalar aplicaciones SOS en los celulares, pagar clases de defensa personal, no aceptar confites en el Uber, no andar solas, finalmente, a no “exponernos” en el espacio público.

La cantidad de información propagada por medios digitales acerca de los casos de secuestros a mujeres ha logrado hacer ver a algunas personas que la violencia contra las mujeres es real, y que nos mata, sin importar si somos niñas, trabajadoras, estudiantes, hermanas, hijas, esposas, “buenas” o “malas”. Si bien, se debe resaltar que el contenido circulado ha incidido en ciertas esferas sociales reacias al movimiento feminista, como por ejemplo: el tío que afirma “ni feminismo, ni machismo” prohibió que sus hijas se regresen solas del colegio; el compa que comparte “fotos de güilas ricas”, en WhatsApp, compartió consejos para decirle a la novia o hermana cómo defenderse ante un posible secuestro; y las vecinas provida cambiaron sus fotos de perfil por la imagen: “Nos queremos vivas, libres y sin miedo”. Dichos cambios de comportamiento responden a una inmediatez cuyo origen es el miedo y, por lo tanto, no responden a actos de conciencia reflexivos.

Me preocupa la poca reflexión y cantidad de información que solo alarma sin comunicar; me preocupa el miedo que se genera, ese miedo que nos llama a armarnos y que nos condena y nos devuelve al espacio de la casa, de lo privado, al no salir solas, al no andar de noche y mucho menos sin un hombre; me preocupa que no se diga que nos matan por ser mujeres ni por qué nos matan los hombres; me preocupa que no se posicione este tema como un problema de lo público y lo colectivo, y que se aborde desde lo individual; me preocupa que desconozcamos los procesos legales y que no denunciemos por estar cansadas de que la denuncia no proceda, de que nos falten pruebas, de que nos victimicen, de que no nos crean; me preocupa que sigamos siendo las culpables y que para contrarrestar la violencia contra las mujeres se nos impongan una serie de regulaciones que terminan ejerciendo control sobre nuestros cuerpos y decisiones; me preocupa que esa información mediática no haga cuestionar que los comportamientos socioculturales que se siguen reproduciendo son violentos.

La marcha del pasado domingo 8M hizo que la Avenida Segunda se viera y sintiera hermosa, éramos[1] muchas en el espacio público cantando, bailando y sintiéndonos seguras. Yo quiero que sigamos tomando el espacio público, que sigamos organizándonos y cuestionándonos, que sigamos insistiendo en que esto un problema colectivo que nos afecta a todas, todos y todes. Quiero que salgamos y no tengamos miedo. Quiero que mis amigas no sean las únicas que me cuidan.

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