Opinión No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte: 

80 años de UCR

Sus avances y logros son como el ejemplo bíblico de la ciudad situada en lo más alto de una montaña: difícil es, cuando no imposible, poder ocultarlos. ¡Gracias UCR por tanto! 

Un trabajo innegable

En los últimos meses de pandemia, la Universidad de Costa Rica ha mostrado a la nación costarricense que, como institución pública, hija del Estado Social de Derecho, posee una capacidad de servicio excelsa en favor de los costarricenses. Antes bien, demostrar esa capacidad, que a la postre es efecto natural de su trabajo, no se le impone cual condición sine qua non se tratara. Su boga ha sido probada a lo largo de sus 80 años de vida.     

En su interior, se aprecia, se evidencia el tesón de trabajo y dedicación de sus miembros, los cuales, muchos, al trabajar directamente en la investigación científica, han logrado materializar valiosos resultados para combatir el COVID-19. Su labor no ha pasado desapercibida para nadie. El esfuerzo es tangible, ha dado –sigue surtiendo– frutos. 

Dígase que, incluso, los más enconados opositores de la Universidad han reconocido ese esfuerzo. Y es que claro, los frutos salen a relucir por su propio valor. Ya lo dijo Machado: “la verdad es lo que es, y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés”. El aporte de la Universidad al país es invaluable. Es grandioso. Es monumental. Es universal.  

La capacidad de servicio como imperativo categórico  

La UCR, como se le conoce de cariño, está llamada a servir. Es su deber, de inexorable cumplimiento en todo tiempo. No es una opción, es decir, no es que pueda hacerlo. O que a lo mejor se lo plantee como posibilidad. Tiene que hacerlo. Y, ello es así por una simple o sencilla razón: la institución no es obra de intereses corporativos, individualistas, que busque como norte único y exclusivo el afán de lucro desmedido por encima de cualquier valor humanístico. Al contrario, la Universidad se debe a todos sus habitantes. 

Su nombre es: “Universidad de Costa Rica”. En este sentido es del pueblo y para él. Su génesis halla raíz en aquella década de los 40 del siglo pasado, en la que, la confluencia social, de pensamiento solidario, buscó la forma de dotar al país de una institución de cultura superior al alcance de sus ciudadanos para, con la venia de una importante visión estadista, garantizar a las futuras generaciones una capacidad instalada en su beneficio. 

Dicha capacidad instalada, a la sazón, ha permitido formar con alto grado de excelencia académica una enorme cantidad de personas a lo largo de su historia, logrando garantizar, también, al país, en los distintos momentos de la historia nacional, por ello, –la coyuntura actual no es la excepción– un lugar, un espacio, una comunidad universitaria dedicada a la búsqueda de la verdad, la cual, como lo reza su Marcha Universitaria, la encuentra en el arte, la ciencia y el bien.   

Por sus actos le conocerán 

La frase de nuestros abuelos de “dar tiempo al tiempo” hoy se hace valor presente en el aporte de la Universidad de Costa Rica en la mitigación del COVID-19. Meses atrás, en los días pre, incluso, in pandemia, se alzaron voces de egoísmo desde –algunos, muy pocos– frentes político-económicos que atacaron a la Universidad malintencionadamente; sin embargo, los resultados de esta gloriosa institución en el combate COVID-19 les ha hecho entrar en razón poco a poco de lo mucho que hace por la sociedad costarricense.   

Para debilitar a la universidad pública en general, saltaron voces de reforma constitucional que propendían quebrantar su presupuesto y autonomía universitaria. Hubo ataques que hincaron su estrategia en la fibra sensible del vox populi, evocando en el ciudadano una actitud de rencor hacia la Universidad. Se le hizo creer, a este ciudadano que, en el interior de la Universidad, pulula una suerte de millonarismo salarial a merced del funcionariado. Nada más alejado de la realidad. Nada más vil y exagerado. Los que laboramos para esta querida institución sabemos que la realidad es otra. Ese ardid lanzado no fue más que una imagen cargada de fantasía y cinismo que, como lastre rastrero, buscó minar su imagen.     

Ya lo advertía Jean-Jacques Rousseau en su famosa obra El Contrato Social: “Al pueblo no se le corrompe nunca, pero con frecuencia se le engaña, y es solo entonces cuando parece que quiere lo que está mal”. Pero no, el pueblo sabe lo que quiere, quiere a la UCR porque, por su intermedio, el país avanza y progresa en humanismo y altura.  

Pero, volviendo a la frase de nuestros abuelos, sucede que a aquellos que tiraron enormes piedras de odio y desidia contra la Universidad, no les queda más que adoptar la postura de los apedreadores de la adúltera: volver sobre sus pasos en actitud reflexiva por juzgar, sin antes advertir sus propios errores. O, como la del perrito faldero que, ante una pifia de evidente talante, se enconcha con el rabo enrollado en actitud de pena, para no decir ya que de arrepentimiento y disculpa.  

Todos los frutos que la Universidad de Costa Rica rinde a diario los pone al servicio del Estado, del país y la nación costarricenses. No menos importantes son los logros que la UCR ha rendido en tiempos de COVID-19; los cuales, son también los logros de un país que, confiando en su mística y capacidad de servicio, espera paciente no los abandone.  

Sus avances y logros son como el ejemplo bíblico de la ciudad situada en lo más alto de una montaña: difícil es, cuando no imposible, poder ocultarlos. ¡Gracias UCR por tanto! 

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