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Washington mirándose en el espejo

Con el internamiento del presidente Trump por el COVID-19, medios de comunicación como The Guardian sostienen que nada hace prever que lo que sigue será más tranquilo en torno a la situación política en los Estados Unidos.

Estados Unidos, Brasil, India, tres países que encabezan una lista trágica: casi medio millón de muertos por el COVID-19. 36 millones de casos en todo el mundo, más de un millón de muertos.

Detrás de las cifras, la incertidumbre y las tragedias. Cerca de 13 mil nuevos casos en Inglaterra el viernes pasado. Gran crecimiento de casos en Italia. Récord de infecciones en Francia, con cerca de 17 mil en un día.

España adopta nuevas medidas de cierre. Según el Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC), registra el más alto índice de casos y de muertes en la Unión Europea en las últimas dos semanas, seguida de lejos por la República Checa y Francia. Los hospitales han empezado a priorizar camas de cuidados intensivos.

A partir del sábado —anunciaron las autoridades españolas— habrá controles de entrada y salida en ciudades que tengan una tasa de contagios de más de 500 casos por cada cien mil habitantes. La más importante, Madrid, donde la tasa de contagios supera los 700 casos.

 “Por el bien del país, cancelen los debates pendientes”, George F. Will, columnista del Washington Post.

Con la capital en manos de la conservadora Isabel Díaz Ayuso, presidente de la Comunidad de Madrid, no hay acuerdo para aplicar las nuevas restricciones impuestas por el gobierno del socialista Pedro Sánchez.

“Es difícil definir lo que está ocurriendo estos días entre el Gobierno de España y el de Madrid. Un dantesco espectáculo más de la política pero con el componente añadido de que está en juego la vida de los ciudadanos. En este momento, con Madrid como epicentro del coronavirus en Europa, ni hay acuerdo, ni diálogo, ni colaboración y las palabras dadas parecen no valer nada”, publicó la periodista Celeste López en el diario La Vanguardia, el pasado jueves 1 de octubre.

Al impasse político se suma el económico. El ministerio de Hacienda decidió suspender la aplicación de las reglas fiscales, autorizando a los ayuntamientos a utilizar —cuando las tengan— sus reservas, tanto este año como el próximo. Reservas que el ministerio estima en 16,7 mil millones de euros.

Las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI) para España son de un crecimiento negativo de un 12,8% este año. Las actuales circunstancias, con el necesario aumento del gasto, harán que la deuda pública supere el 120% del Producto Interno Bruto (PIB), pero propone un ajuste gradual para enfrentarlas.

El FMI hace una estimación optimista para el 2021 de un crecimiento de la economía española de 7,2%, para luego agregar que la previsión está condicionada a limitar nuevas infecciones (algo del todo incierto, como lo muestra la situación) y advierte que llevará muchos años para recuperar su condición de antes de la pandemia. Pero que será una economía muy diferente, con nuevos sectores productivos, inversiones en infraestructuras y reformas laborales y fiscales. Reformas cuyos contenidos son difíciles de prever y que despiertan inevitables tensiones políticas.

Partidarios y opositores a Trump frente al hospital Walter Reed, donde el presidente se encuentra hospitalizado, luego de ser diagnosticado con Covid-19. (Foto: AFP).
Ahora… Trump

Naturalmente, la noticia del internamiento del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, tras ser afectados —él y su esposa— por el coronavirus, a solo un mes de las elecciones del próximo 3 de noviembre, acapara la atención.

Han sido 24 horas extraordinarias y nada hace prever que lo que sigue será más tranquilo, se podía leer el sábado pasado en el británico The Guardian, en referencia a la situación política en los Estados Unidos.

Acababa de conocerse el internamiento de Trump en el hospital Walter Reed, en las cercanías de Washington.

Horas después hablaría desde el hospital a todo el país. Un breve discurso de cuatro minutos, con los ojos hinchados, algo pálido, pero con buen ritmo al hablar; nada que indicase falta de aire. Estaré de vuelta pronto, aseguró.

Su enfermedad despertó todo tipo de consideraciones. Primero, sobre la veracidad de la información; luego, sobre su gravedad (o no), seguidas de las más variadas especulaciones sobre la situación institucional creada por la hospitalización del presidente y una eventual sucesión, y sobre las repercusiones de ese hecho en la campaña electoral.

Confinado en el hospital, el discurso de Trump en la noche del sábado no puede ser visto fuera del contexto electoral. En un escenario cuidadosamente preparado, no dejaba de ser una apuesta riesgosa.

Aun en un escenario benigno —estimó The Economist— la situación no es políticamente buena para el presidente. Aunque las simpatías se manifiesten en las encuestas, probablemente no serán muchas y Trump está todavía siete puntos por debajo de su rival demócrata, Joe Biden, dijo la revista. Lo que le da —afirman— “solo una oportunidad entre diez de ganar las elecciones”.

Un escenario completamente imprevisible de cara a las elecciones. Un factor imposible de prever para cualquier director de campaña, a menos de que sea realmente un acto más —imaginativo, pero particularmente arriesgado— de la estrategia de campaña. Difícil de imaginar, con tantas personas involucradas, incluyendo posiblemente algunas alejadas del entorno político del mandatario y de una prensa que será implacable en la búsqueda de cualquier falsa información.

Pero también Biden tendrá que revisar su campaña, sin descartar la posibilidad de que también se revele contagiado, lo que agregaría otro factor de incertidumbre a un escenario ya del todo inimaginado.

Washington mirándose en el espejo

Los propios estadounidenses están ahora preocupados por el calificativo de “caudillo” que Trump ha logrado durante su presidencia, afirmó Tim Padgett, editor de la emisora WLRN de Miami.

Caudillo —explicó— “es un dictatorial hombre fuerte latinoamericano”, un modelo al que ahora, en su opinión, se suma Trump. El mes pasado, dice Padgett, me frotaba los ojos frente a la TV, peguntándome: —Corazón, ¿este es Donald Trump o Manuel Noriega?

Para Padgett, una de las razones de la invasión de Estados Unidos a Panamá, en 1989, fue terminar con el caos provocado por bandas armadas que sembraban el terror y apoyaban a Noriega, al que los norteamericanos apresaron y metieron en la cárcel en Miami, luego de invadir el país y dejar miles de muertos. Las mismas bandas, como los Proud Boys, a las que Trump pidió quedarse “stand back and stand by” —aguanten y esperen— porque podrían hacer falta para enfrentar a los Antifa y a la izquierda, según afirmó.

No es posible asegurar que Padgett sea de los norteamericanos capaces de distinguir entre Belice y Bolivia. Su lista de caudillos latinoamericanos es una curiosa mezcla que incluye Hugo Chávez, Anastasio Somoza, Fidel Castro, Juan Perón y el panameño Noriega. No lo considera a Trump “tirano homicida” como Pinochet, pero se sorprende de que ponga en duda los resultados electorales y se niegue a condenar a grupos de extrema derecha que lo apoyan, como los Proud Boys.

Lo cierto es que —aunque no lo reconozca Padgett— tanto Noriega como Pinochet son productos de la política norteamericana en los que se refleja ahora la imagen de su presidente, que se niega a reconocer de antemano los resultados electorales de noviembre.

Como lo desconocían los viejos golpes militares que Washington promovía en América Latina, adaptados ahora a las nuevas condiciones políticas, se han repetido recientemente en Brasil, Ecuador y Bolivia, basados en el uso de masivas redes de informaciones falsas y de instrumentos judiciales para inhabilitar gobiernos adversos a sus intereses.

Estados Unidos se asusta ahora que ve en casa el resultado de las políticas que ha promovido siempre en América Latina.

Cancelar los debates

Dos días antes de ser hospitalizado Trump se trenzó, el martes 29 de septiembre, en Cleveland, Ohio, en el primer debate con su principal rival en las elecciones de noviembre, Joe Biden.

“Durante 90 minutos ambos rivales intercambiaron acusaciones y ataques personales que reflejaron el gran momento de división que vive el país”, en un intercambio que el servicio latinoamericano de la BBC calificó de “feroz” y “caótico”.

La hospitalización de Trump terminó por ahogar los comentarios sobre ese primer encuentro, pero no alcanzó a evitar los que, desde la noche del mismo martes, inundaron los medios de comunicación.

“Con interrupciones, mentiras y burlas, Trump acaba con el decoro en el debate con Biden”, tituló el New York Times. Menos crítico, el Wall St. Journal se limitó a señalar: “Trump, Biden chocan en polémico primer debate.

Desde América Latina, David Brooks, corresponsal del diario mexicano La Jornada en Estados Unidos, estimó que en un caótico fuego cruzado, “nadie ganó”.

En una coyuntura electoral que calificó como “sin precedentes”, enmarcada por la peor crisis de salud pública en un siglo, por la crisis económica más severa desde la Gran Depresión, por estallidos sociales de protesta contra el racismo sistémico y por una crisis política y constitucional provocada por Trump “al declarar que no respetará los resultados ni el traslado pacífico del poder si pierde las elecciones del 3 de noviembre”.

Lo que no se sabe ahora es si habrá otros. “Por el bien del país, cancelen los debates pendientes”, reclamó George F. Will, columnista del Washington Post.

“La putrefacción de la vida pública de Estados Unidos se mostró despiadadamente el martes cuando, durante 98 minutos, lo que quedaba de la confianza doméstica en la nación y de su reconocimiento internacional se marchitó como una frágil hoja de otoño”, dijo Will.

La mayoría de las declaraciones de Trump parecen arroyos turbios que se escurren por el barro. El presidente podría terminar su mandato sin pronunciar una sola oración completa, con su sujeto, objeto y predicado, agregó.

Pero Will dijo algo más para justificar su demanda: los debates presidenciales no examinan casi nada de lo que una persona necesita para desempeñar el cargo de presidente. Los medios destacaron también el reducido porcentaje de electores que aún no ha decidido su voto, lo que los haría poco relevantes para la toma de decisión.

Pompeo contra China

Mientras los acontecimientos descarrilaban la campaña electoral, el Secretario de Estado, Mike Pompeo, realizó una gira por Grecia e Italia. El miércoles 30 llegó a Roma, para un encuentro con el primer ministro Giuseppe Conte y el ministro de Relaciones Exteriores, Luigi Di Maio.

Con ambos quería hablar de las relaciones con China y advertirles que el apoyo que han prestado a la Ruta de la Seda, la ambiciosa propuesta del presidente Xi Xiping, era “peligroso”.

Pompeo llevaba un mensaje parecido al Vaticano, al que había solicitado una entrevista con el Papa Francisco. Quería advertirle de lo inconveniente que era renovar el acuerdo con Beijing —uno de los más complejos logrado por la diplomacia vaticana, después de negociaciones llevadas a cabo por los tres últimos papas— para poner fin a una práctica inaceptable para la Iglesia, de que el gobierno chino nombrara a obispos sin el aval de la Santa Sede.

Su relación es tan compleja que el Vaticano no tiene siquiera relaciones diplomáticas con Beijing. Al parecer, tampoco planea establecerlas pronto. Por ahora, es de los pocos Estados que todavía la mantienen con Taiwán.

Un cambio en esta materia tendría enorme repercusión, precisamente cuando Washington ha enviado a altos funcionarios a Taiwán, en una actitud que Beijing considera como intervención en sus asuntos internos, contrarios a los acuerdos políticos que reconocen una sola China, de la que Taiwán es una provincia rebelde.

“Muchos cristianos evangélicos en los Estados Unidos han creído desde siempre que su país tiene la misión divina de salvar el mundo”, publicó, en agosto pasado, el director del Centro de Economía Sustentable de la Universidad de Columbia, Jeffrey Sachs.

“Bajo la influencia de esa mentalidad de cruzada la política exterior de los Estados Unidos ha oscilado con frecuencia de la diplomacia a la guerra. Está en peligro de volver a hacerlo”. Sachs se refería a un discurso del Secretario de Estado con respecto a China que calificó de “extremista, simplista y peligroso”.

Todo lo contrario de la diplomacia vaticana, cuya sutileza y paciencia no podría contrastar de manera más radical con la del Departamento de Estado. Poco antes de su viaje a Italia Pompeo afirmó, en un tuit, que hacía dos años la Santa Sede había logrado un acuerdo con el Partido Comunista Chino “esperando ayudar a los católicos. Pero el abuso del PCC sobre los fieles ha empeorado. El Vaticano pondría en peligro su autoridad moral si renovase el acuerdo”.

Con el gobierno norteamericano tensando las relaciones con China en el particularmente delicado tema de Taiwán y en los más diversos escenarios —desde el mar del Sur de China a Hong Kong, desde las acusaciones de que son los responsables de la pandemia de el COVID-19 hasta la guerra comercial—, Francisco rechazó reunirse con Pompeo.

Pompeo fue recibido por el Secretario de Estado, Pietro Parolini, y por el secretario para las relaciones con los Estados, Paul Richard Gallagher. En una larga reunión, le explicaron los puntos de vista del Vaticano sobre las relaciones con China, en las que no necesitan la interferencia de Washington. Y justificaron la negativa del Papa de recibirlo con el argumento de que, ante la proximidad de las elecciones en ese país, quería evitar cualquier actitud que pudiera ser usada como expresión de apoyo partidario.

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