Mundo Relación Fidel - Obama:

El último acto del verdadero destino del dirigente cubano

La frase fue recordada dos meses antes de que cumpliera los 90 años; escrita en una carta breve que Fidel Castro dirigió a Celia Sánchez

 

La frase fue recordada dos meses antes de que cumpliera los 90 años; escrita en una carta breve que Fidel Castro dirigió a Celia Sánchez, quien fue una de sus colaboradoras más cercanas desde el desembarco del Granma, en diciembre de 1956, hasta su muerte producto de un cáncer de pulmón en 1980.

m-61-carta-de-fidel-a-celiaEscrita en junio de 1958, en medio de la última gran ofensiva del ejército de Fulgencio Batista contra la guerrilla en la Sierra Maestra, en la nota –muy breve y manuscrita– Fidel le decía a Celia: “Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los americanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que este va a ser mi destino verdadero”.

La casa era la del campesino Mario Sariol, colaborador del ejército rebelde, destruida por la bombas de la aviación de Batista suministradas por las fuerza aérea norteamericana.

Para Castro era la misma lucha sugerida ya por Martí en otra carta siempre recordada y escrita en mayo de 1895 a su amigo Manuel Mercado:

“…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber —puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo— de impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. … Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas;— y mi honda es la de David”.

No es posible entender la grandeza del personaje sin claridad sobre la grandeza del objetivo. ¿Qué otra cosa explica las miles de páginas, la expectativa sobre la vida, su enfermedad y su muerte, escritas desde que hace tan solo unos días su hermano y actual presidente de Cuba, Raúl Castro, la anunció?

El 26 de septiembre de 1960 Fidel Castro pronunció su primer discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas. Hacía apenas 20 meses las fuerzas rebeldes habían entrado triunfantes a La Habana.

En ese foro anunció “la línea del Gobierno revolucionario cubano”: “El derecho de los campesinos a la tierra; el derecho del obrero al fruto de su trabajo; el derecho de los niños a la educación; el derecho de los enfermos a la asistencia médica y hospitalaria; el derecho de los jóvenes al trabajo; el derecho de los estudiantes a la enseñanza libre, experimental y científica; el derecho de los negros y los indios a la ‘dignidad plena del hombre’; el derecho de la mujer a la igualdad civil, social y política; el derecho del anciano a una vejez segura; el derecho de los intelectuales, artistas y científicos a luchar, con sus obras, por un mundo mejor; el derecho de los Estados a la nacionalización de los monopolios imperialistas, rescatando así las riquezas y recursos nacionales; el derecho de los países al comercio libre con todos los pueblos del mundo; el derecho de las naciones a su plena soberanía, el derecho de los pueblos a convertir sus fortalezas militares en escuelas, y armar a sus obreros”.

Está escrito, y cada uno podrá evaluar, según su propio criterio, hasta dónde la revolución cubana ha avanzado en el cumplimiento de su
programa.

Castro volvería en diversas ocasiones a la Asamblea General de Naciones Unidas, como en septiembre de 1979, con otro discurso que provocaría también enormes expectativas.

Lo cierto es que ninguna de sus participaciones en ese escenario encajaría en la imagen tradicional de un salón medio vacío, donde se suceden todos los años los discursos de los líderes de los países del mundo.

En la sala, oyéndolo, estaban siempre sus aliados y sus enemigos. Su grandeza estaba en sus aciertos, pero también en sus errores.

¿Por qué su presencia despertaba tantas emociones? Es imposible responder a esa pregunta sin volver –de nuevo– a destacar la grandeza de los objetivos, pero también su éxito en lograrlo.

El último acto

Desde entonces, sin embargo, –como lo muestra la historia¬– todo intento similar fue aplastado, ya sea por la intervención militar o por la presión política y económica. Al triunfo revolucionario en Cuba se sucedieron décadas de dictaduras militares en América Latina.

Aplastadas las fuerzas rebeldes en la región –en el caso del Chile de la Unidad Popular en septiembre de 1973, fue quizás la más dolorosa–, desarticulada toda oposición, las dictaduras eran trocadas por un sistema de elecciones periódicas que han terminado por crear una creciente perplejidad ante resultados recientes, como los de los referendos de Inglaterra o Colombia, o la elección norteamericana.

El acto más reciente de esta obra está en pleno desarrollo. Comenzó hace apenas un par de años, cuando el presidente Barack Obama decidió cambiar de táctica y restablecer las relaciones diplomáticas con
La Habana, rotas hacía más de 50 años.

Para el conservador diario francés Le Figaro, “toda la vida de Fidel Castro estuvo orientada por su oposición a los Estados Unidos, por lo que el diario estimó que “la primera muerte” del líder cubano ocurrió en diciembre del 2014, cuando Raúl Castro y Obama anunciaron las primeras iniciativas para restablecer relaciones.

Estados Unidos había quedado absolutamente solo en las votaciones que todos los años se repetían en Naciones Unidas, condenando el bloqueo económico al que Washington tiene sometida a la isla.

¿Tendrá razón Le Figaro? Nadie puede dudar de que la apuesta, tanto de
Obama como de Raúl Castro es alta. Pero, ¿cambian los objetivos que han presidido las relaciones (o la falta de relaciones) entre ambos gobiernos? Probablemente muy poco, o nada.

Las relaciones de América Latina con Washington son probablemente el éxito mayor de la administración Obama, que ha visto cómo gobiernos poco alineados con sus políticas son derrocados, como el de Brasil; o derrotados en las urnas, como en Argentina; mientras los esfuerzos por arrinconar los de Venezuela, Bolivia o Ecuador están en diferentes fases de desarrollo.

Pero la puesta mayor sigue siendo, naturalmente, Cuba. Por lo que la visión de Le Figaro puede estar completamente equivocada: lejos de haber muerto con el acercamiento entre Obama y Raúl, Fidel y los suyos siguen librando la misma batalla.

El comunicado de Obama sobre la muerte del líder cubano es muy cuidadoso. Ante la evidencia de que se acercaba el final, Obama quiso estar presente en la isla en un momento en que la muerte de Castro puede despertar nuevas esperanzas entre los que nunca lo pudieron derrotar.

Entre ellos los cubano-americanos a quienes el presidente norteamericano se refiere en su comunicado al afirmar que “han hecho mucho por nuestro país” y que se “preocupan profundamente por sus seres queridos en Cuba”.

En los días venideros –agregó– “ellos recordarán el pasado y también mirarán al futuro. Mientras lo hacen, el pueblo cubano debe saber que tiene un amigo y un socio en los Estados Unidos de América”.

¿Un amigo y un socio para qué? En todo caso, esa tarea ya no la desempeñará la administración Obama. Una retórica más acorde con el tono de políticas anteriores suena ahora en Washington, mientras Donald Trump se prepara para asumir al presidencia.

“Para que el presidente Trump pueda abrir nuevas conversaciones, Cuba tendrá que ser un país muy diferente”, dijo la que fue su administradora de campaña, Kellyanne Conway.

El Miami Herald, diario vinculado a los sectores más radicales de la oposición cubana, destacaba que Trump “ha aprendido el lenguaje de la comunidad del exilio y prometió luchar con una Cuba libre”. Aunque, como reconoce el diario, no ha dado muchos detalles de cómo lo piensa hacer.

Quizás las esperanzas de esos sectores nunca fueron tan grandes desde que la caída de la Unión Soviética pareció anunciar el derrumbe de la revolución cubana. Como sabemos, no ocurrió así.

En todo caso, tampoco las cosas siguen simplemente como antes. Si Cuba enfrenta dificultades, no son menores las de Estados Unidos y el “mundo occidental”, sumidos no solo en larga y profunda recesión, sino en la crisis social en la que los han hundido las políticas neoliberales.

Y, pese a sus esfuerzos de décadas, en Cuba han sufrido más derrotas que victoria.

La alegría por la muerte del enemigo que nunca pudieron vencer –expresada en calles de Miami– solo muestra la dimensión de esas derrotas.

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