La advertencia fue hecha por el presidente chino Xi Jinping y su canciller Wang Yi, en abril pasado, cuando Pionyang y Washington parecían a punto de irse a las manos: “No vamos a tolerar que exista ni un 1% de posibilidades de una posible guerra. Corea del Norte no es Medio Oriente. En caso de que se dé, habrá consecuencias”, dijo Xi. Una advertencia que Corea del Sur no puede mirar sin preocupación, pues se vería inevitablemente atrapada por el conflicto.
No es fácil imaginar exactamente cuáles podrían ser esas consecuencias. Sin embargo, desde entonces la tensión desescaló paulatinamente. La primera movida fue el sorprendente encuentro entre los líderes de las dos Coreas, el 27 de abril, en la línea de armisticio que las separa. Algo inimaginable hasta ese momento y difícil de explicar sin la participación china.
Un segundo encuentro se dio un mes después, el 26 de mayo, y un tercero está previsto para esta semana, en la capital norcoreana. Por ahora, las dos Coreas inauguraron, la semana pasada, una oficina de enlace conjunta en la ciudad de Kaesong, al norte de la frontera entre ambas, con el objetivo de mantener un canal de comunicación permanente y reforzar lazos entre dos países que permanecen técnicamente en guerra todavía, según informó el Ministerio de Unificación de Corea del Sur.
Luego de esos encuentros se dio otro, todavía más inesperado: el del dirigente norcoreano Kim Jong-un con el presidente norteamericano Donald Trump, en Singapur, el 12 de junio. Con el fin de construir “un régimen de paz duradera y robusta en la península coreana”, Trump “se comprometió a proveer garantías de seguridad a la República Popular Democrática de Corea, y el líder Kim Jong-un reafirmó su firme e inquebrantable compromiso para la desnuclearización completa de la península coreana”.
Una declaración breve, de solo cuatro puntos, prometía el desarrollo de nuevas relaciones entre ambos países, pero no suspendía las sanciones aprobadas por unanimidad en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y aún vigentes sobre Corea del Norte.
EEUU levanta la voz
En sus declaraciones de abril, el presidente chino había destacado que su país cumplía “al pie de la letra” las resoluciones del Consejo de Seguridad relacionadas con Corea del Norte y recordó que su país había votado en Naciones Unidas por la desnuclearización de la Península de Corea.
Pero este proceso, que parecía bien encauzado, está nuevamente soportando presiones. La semana pasada Estados Unidos convocó una reunión urgente del Consejo de Seguridad para analizar lo que calificó como esfuerzos de algunos países para debilitar la aplicación de las sanciones contra Corea del Norte.
Las sanciones empezaron después de la primera prueba nuclear de Corea, en 2006, y fueron reforzadas luego de nuevos ensayos tanto de bombas como de misiles balísticos. Se fueron haciendo cada vez más drásticas, hasta limitar a extremos agobiantes cualquier comercio de Pionyang con el exterior.
La acusación de Estados Unidos de que había países que estaban violando esas sanciones, analizada en una reunión del Consejo de Seguridad el lunes 17, se dio en el marco de la filtración de un informe de expertos, divulgado por la agencia norteamericana de noticias AP, que señalaba que Corea del Norte no habría suspendido sus programas de desarrollo de armas nucleares y de misiles, y que estaría violando el programa de sanciones en su contra de embargo de armas, las sanciones financieras y exportando carbón.
La representante permanente de Estados Unidos en la ONU, Nikki Haley, acusó a Rusia de tratar de evitar la publicación del informe de la Comisión de sanciones de la ONU y el Secretario de Estado, Mike Pompeo, exigió la publicación del documento original con las supuestas violaciones a las sanciones.
Pompeo había dicho, el viernes pasado, que el diálogo entre Washington y Piongyang para poner en práctica lo acordado por los dos países en la cita de Singapur de junio pasado continuaba; a pesar de que, en apariencia, estaba estancado.
“Guerra comercial”
Si la denuncia sobre la violación de las medidas de embargo contra Corea del Norte parecían apuntar a Rusia, también se tensaron los intercambios verbales con China. Trump acusó a Beijing, a fines de agosto, de no colaborar en el tema de Corea del Norte y la responsabilizó por la suspensión de una visita de Pompeo prevista a la capital norcoreana para continuar con las negociaciones.
En unos tweets difundidos el miércoles 29 de agosto Trump sugirió que China estaba presionando a Corea del Norte para no avanzar en un acuerdo de desarme con Washington y la acusó de haber comenzado a cooperar menos en esta materia desde que el presidente norteamericano decidió imponer aranceles a las importaciones chinas, con lo que se desató una guerra comercial entre los dos países.
También la acusó de estar suministrando a Corea del Norte considerable ayuda, tanto financiera como en combustible, fertilizantes y otros productos.
La decisión de Trump, al involucrar a China en el desarrollo de las negociaciones entre Washington y Corea del norte introduce un nuevo factor el en proceso de consecuencias aún difíciles de evaluar. Una nueva gestión para el viaje de Pompeo a Piongyang se llevaría a cabo una vez resueltos los problemas comerciales entre los dos países.
Al mismo tiempo, Trump anunció, en sus tweets, que “no había razones en este momento para gastar grandes sumas de dinero” en lo que calificó de “juegos de guerra” con Corea del Sur. Se estaba refiriendo así a los ejercicios militares conjuntos que Corea del Norte ha considerado siempre como provocaciones que solo contribuyen a aumentar las tensiones.
En todo caso, agregó, si fuera necesario podría reanudar esos ejercicios y anunció que, en ese caso, serían los mayores jamás realizados.
Ejercicios de esa envergadura tampoco contribuirían a mejorar las relaciones con China.
¿Nueva guerra fría?
China calificó, por su parte, de “irresponsables” las afirmaciones de Trump y rechazó cualquier responsabilidad en la cancelación del viaje de Pompeo de Piongyang. Pero no faltan quienes estiman que una etapa de “nueva guerra fría” se estaría viviendo entre Estados Unidos y China.
En un artículo publicado la semana pasada, Minxin Pei, profesor de Gobierno en el Claremont McKenna College, una universidad privada de California, se refirió a lo que llamó de “nueva guerra fría” entre Washington y Beijing, un proceso en pleno desarrollo.
En su opinión se trata de una confrontación que le exige a China un buen desempeño económico, si quiere enfrentarla con éxito, algo que, desde su punto de vista, no será posible si China entra en una escalada de gastos militares para mantenerse a la altura de los Estados Unidos.
El presupuesto militar chino oficial es de $175 mil millones, aunque el Stockholm International Peace Research Institute, una prestigiosa institución que estudia los gastos militares internacionales, estima que los de China serían algo superiores, pues llegan a los $228 mil millones. Si bien aun así quedarían muy lejos de los $700 mil millones que gastan los Estados Unidos, sería algo que, para Pei, está más allá de las capacidades del país.
Lo que Pei no percibe, sin embargo, es que, por el contrario, es el gasto muy superior de los Estados Unidos el que está minando la economía de ese país, que desde hace años enfrenta déficits tanto en sus cuentas nacionales como en su comercio internacional; mientras su infraestructura se deteriora y la revista Time muestra como sus maestros de escuelas no ganan lo suficiente para poder vivir de su trabajo.
La política exterior de Estados Unidos hacia China –estimó Tom Harper, investigador en la Universidad de Surrey, en el sur de Inglaterra– desde las belicosas palabras utilizadas por Trump como la descripción de China como un “poder revisionista”, o la reciente guerra comercial desatada por Washington contra Beijing, “ha sido criticada como una fanfarronada inefectiva, principalmente de cara a la creciente incertidumbre en torno al compromiso de Washington con sus aliados”.