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Nicaragua, la insurrección inconclusa

No es casualidad que todo empiece en Monimbó.

Managua. No es casualidad que todo empiece en Monimbó. Es el lunes 7 de mayo y apenas pocas horas antes había aterrizado en el aeropuerto Augusto César Sandino y poco había podido percibir de la efervescencia con que se viven los últimos días en Nicaragua. Esa noche ni siquiera noté la serenata de explosiones de morteros con que se arrullan los barrios en Managua.

Pero todo empieza en Monimbó, porque, al menos para los nicaragüenses, “Monimbó es el corazón de Masaya, es el corazón de Nicaragua”. Eso me lo aseguró uno de los manifestantes, quien se encontraba en las puertas del atrio de la iglesia San Sebastián y que –por temor– cubría su rostro con un pañuelo negro.

En ese sitio habían convocado a una conferencia, en los predios de la iglesia, frente a la icónica placita local. La noche anterior se había producido un enfrentamiento entre pobladores y policías.

A la mañana, y aún muy trasnochados, los voceros del Movimiento 19 de Abril de Masaya denunciaron, ante los pocos medios nicaragüenses, que la policía redactó una lista negra en un cuaderno y que ahora tenían los manifestantes, ya que fue robado a los antimotines.

En las páginas de ese cuaderno se incluían nombres como los del emprendedor nicaragüense Freddy Guevara e, incluso, al mismo auxiliar de Managua, Silvio Báez, del cual venía hasta la dirección de su vivienda.

En esa conferencia improvisada se exigía el cese a la represión en contra del pueblo nicaragüense. Pero ya era muy tarde, ya el corazón de Nicaragua había explotado, generando una reacción en el resto del cuerpo. Eso sucedió en abril.

Precisamente, la memoria reciente en Nicaragua empieza entre el 18 y 19 del mes cuarto del año, cuando grupos de ciudadanos se “autoconvocaron” para protestar en contra de la entrada en vigencia de las reformas al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS).

“Pensé que estaba asistiendo a un plantón más de los cientos a los que he ido en los últimos once años; nosotros nunca hemos dejado de protestar, de salir, de exigir en las calles”, denunció la activista por los derechos humanos y de las mujeres, Ana Quirós, quien es costarricense, pero tiene más de cuatro décadas de vivir en Nicaragua.

Ana fue atraída por el sueño revolucionario que se gestó a finales de la década de los setenta y desde esa fecha se asume como una nicaragüense más.

La activista participó de aquellas manifestaciones iniciales y aseguró que “nunca imaginamos lo que nos esperaba. No había ninguna señal que nos dijera que esto va a ser diferente”. Quirós incluso resultó herida en su brazo derecho luego de ser golpeada por una turba.

“Yo estaba tratando de ayudar a una muchacha que estaba siendo atacada. Un hombre se vino directo hacia mí con un tubo metálico, me da dos golpes en la cabeza, uno en el hombro y uno en la mano, pero además recibo otros golpes de parte del resto de hombres”, describió Ana.

 Ana se refugió en un local comercial ante la amenaza y no fue hasta casi dos horas después que pudo salir. “Si hubiera sido una herida letal, estaría muerta”, añadió. Pero la activista no fue la única herida durante los cuatro días más sangrientos de la historia reciente de Nicaragua.

 Para ese momento, ya muchas ciudades de Nicaragua estaban volcadas en las calles, entre ellas Managua y las anteriormente fieles al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), León y Masaya. Sin embargo, también en la región Caribe de Nicaragua, los movimientos espontáneos se propagaron rápidamente, impulsados por el ímpetu de los muy hasta ese instante “ninguneados” millennials.

Hay dictadores que llegan al poder mediante el uso de fuerzas represivas y hay otros que no las ocupan, que con los votos les basta.

En Masaya, capital del municipio al que pertenece Monimbó, la población fue reprimida y las protestas dejaron un fallecido en localidad, Jairo Hernández de 24 años.

Pero, como si eso ya no fuera suficiente, la madrugada del sábado 20 de abril se reportó el fallecimiento de Álvaro Gómez, hijo del profesor monimboseño del mismo nombre y excombatiente sandinista durante la guerra civil de los ochenta. Ahí fue donde el corazón de Nicaragua dejó de latir por unos momentos para luego explotar.

El problema es que toquen a un hijo de Monimbó, a un legítimo monimboseño, y tocaron al hijo del profesor Álvaro; entonces, sí hay sangre, el resto vamos hasta morir”, justificó Ricardo Vivas, un colaborador histórico del Frente Sandinista del FSLN durante la época de la revolución en contra de la dictadura somocista.

Vivas habló del origen de la lucha sandinista, de los ideales revolucionarios, de la solidaridad del pueblo y, además, contó cómo esa misma casa en la que nos encontrábamos sirvió de refugio a Camilo Ortega, hermano menor del presidente Daniel y a otros excombatientes del Frente como Hilario Sánchez, tan solo un día antes del inicio de la insurrección Sandinista, el 26 de febrero de 1978.

La población de esta comunidad desciende de bravos indígenas y fue bastión de la revolución Sandinista, por lo cual es heredera del título de Heroica. No es casualidad que, cada año, Daniel Ortega visita Monimbó para rendirle un tributo a los caídos durante el inicio de la Revolución, pero ahora el pueblo se encuentra sublevada en contra del Gobierno Sandinista.

El papá de Álvaro vive cerca de la iglesia de Monimbó y es profesor en el liceo local. Hace 30 años, un 20 de abril de 1987, cumpliendo el servicio militar, perdió su pierna derecha luego de una mala manipulación de un lanza cohetes RPG7.

Ahora, el 21 de abril por la mañana, recibió la llamada de una de sus cuñadas. “Es que dicen que Alvarito está muerto”, le dijeron. No hubo reacción, “yo solo me siento mal y me voy para la casa a ver”, comentó. Ahí es donde Álvaro conoce lo que le sucedió a su hijo.

“Fue un balazo letal lo que le pegaron. Hay rumores de que los mismos antimotines arrastraron el cuerpo y se lo entregaron a la juventud danielista para que lo golpearan cuando ya casi estaba muerto”, acotó.

Tan solo unas pocas horas antes, Álvaro le había advertido a su hijo del riesgo de estar en las manifestaciones. El joven se fue a trabajar por la noche pero pidió un permiso alegando sentirse enfermo, aunque la intención real era unirse una vez más a las protestas.

“Da rabia, da vergüenza que alguna gente apoye a este gobierno. Fue mi hijo, pero pudo haber sido el hijo de cualquier maestro, de cualquier persona. No tenía por qué haber sangre”, aseveró Gómez.

Autoridades locales y del Gobierno central han visitado a Álvaro, como a muchas familias nicaragüenses heridas por el conflicto.

“Yo no reclamé cuando perdí mi pierna y ahora yo no voy a vender la sangre de mi hijo, no quiero nada de nadie”, concluyó Álvaro mientras se despide desde el portal de su casa.

Ese es el sentir de muchos padres y madres de los jóvenes asesinados en las últimas semanas en Nicaragua.

En Managua, las madres de los “caídos” se organizan para crear un movimiento que respalde la exigencia de justicia ante los asesinatos. Así me lo dijo Ruth Herrera, la tarde del jueves mientras asistía a una marcha de las denominadas “Madres de Abril”.

Ese día hablé con Cela Urbina, mamá de Jason Chavarría Urbina, quien murió de un disparo en Ticuantepe, un municipio de Managua densamente poblado y cuyo nombre quiere decir “cerro con fieras”.

“El 21 de abril, mi hijo cae en manos de la policía y la juventud sandinista, con un disparo en la cara. Él llegó fallecido al hospital”, explicó la mujer. Jason cumplió 24 años seis días antes de recibir el mortal disparo. Era cadete de mototaxi y se había unido a las manifestaciones en protesta al rebajo que quería hacer el Gobierno a las pensiones nicaragüenses, “para apoyar a sus abuelos”, dijo su madre.

“Él me dijo: ‘No se preocupe yo ya voy a irme, porque esto se está poniendo feo”, esa fue la última conversación de Cela con su hijo. 10 minutos después, llegaron a su casa a decirle que Jason estaba en el hospital herido. Posteriormente, le relataron que su hijo murió en una emboscada de la policía, junto a la juventud sandinista.

Y así fue, lo que puedo ser una protesta más en contra del gobierno de Ortega se convirtió en una onda expansiva que se propagó a la velocidad de la luz y con una fuerza imparable.

La muerte de Álvaro, de 23 años, provocó un malestar no solo en Monimbó, sino también en otras localidades cercanas, como Catarinas y Niquinohomo, donde la población protegía, la mañana de ese lunes 7 de mayo, una estatua de Augusto César Sandino que se ubica en la entrada del pueblo.

El memorial a Sandino estaba pintado rojo y negro, los colores del FSLN, y los habitantes de ese poblado decidieron cambiarlos por el azul y blanco de la bandera de Nicaragua.

“Los Ortega usurparon el nombre de Sandino. Sandino luchó por una Nicaragua libre y por los pobres, y los que están apoyando a ellos ahora son Orteguistas, no son Sandinistas”, me aseguró un vecino de Niquinohomo, quien se tapa el rostro con una bandera de Nicaragua. “Es el momento de sacar a esa gente, ya no queremos ver banderas rojo y negras”, agregó.

Así me recibe Nicaragua, 20 días exactos del inicio de la represión en contra de manifestantes, por las reformas aprobadas, y anuladas casi de inmediato, al Instituto Nicaragüense de Seguridad Social y cometidas por el Gobierno sandinista de Ortega.

A la fecha se contabilizan 47 muertos, según los datos verificados por el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH).

*David Chavarría es periodista del programa Interferencia, que se transmite en las Radioemisoras de la Universidad de Costa Rica, y estuvo en Nicaragua entre el 6 y el 13 de mayo.

 

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