Mundo La cumbre de Biden

Las muchas caras de la democracia

El debate sobre la democracia se ha transformado en un terreno de batalla en el que el presidente Joe Biden quiere encerrar a sus rivales chinos y rusos, y amenaza con llevar el mundo a un vasto y grave conflicto, como advierten analistas norteamericanos.

¡”Eeeee vamos a volver, a volver a volver. Vamos a volver!”, gritaban miles de personas el pasado 10 de diciembre en la Plaza de Mayo, celebrando en Buenos Aires otro aniversario del fin de la dictadura que gobernó el país entre 1976 y 1983.

Mientras se celebraba la Cumbre por la Democracia, el periodista Julian Assange enfrentaba, en una cárcel de alta seguridad en Gran Bretaña, el acoso de Estados Unidos, empeñado en lograr su extradición. (Foto: AFP).

En el palco, el presidente Alberto Fernández y los expresidentes Lula, de Brasil; Mujica, de Uruguay, y Cristina Fernández, hoy vicepresidenta argentina, celebraban el retorno a la democracia.

La democracia es la mejor manera que tenemos en la sociedad para poder convivir, pero democracia sin justicia y sin igualdad no es democracia, dijo Alberto Fernández.

Para Mujica, la democracia es la mejor manera que los seres humanos han inventado para convivir. Con muchos defectos, que atribuyó a “defectos humanos”, no a la democracia. Un sistema que, en su opinión, nunca está terminado, está siempre en perfeccionamiento.

“Entonces, de repente, boom”, continuó. “Se han ido, señor. Cortando”, contó el presidente Trump sobre aquel momento en que un dron asesinó al comandante iraní Qasem Soleimani, en enero del 2020.

Por su parte, Lula estimó que la democracia es “la mejor y la más importante forma de gobierno”. Permite pluralidad, divergencia y diversidad.

La democracia –agregó– “no es un pacto de silencio, sino un proceso efervescente por el cual la sociedad busca la construcción de un mundo justo, más solidario, fraterno y humanista”. Pero la élite económica y política se adueñó de la democracia, torciendo la justicia en defensa de los intereses de los ricos, más que de los de los pobres.

Cada uno reivindicó su propia democracia. No son los únicos. Hace 57 años, en plena Guerra Fría, había “una amenaza real para la paz y la democracia”, estimó el general Walter Braga Netto, designado ministro de Defensa en Brasil por el presidente Jair Bolsonaro (y que aspira a ser su vicepresidente en las elecciones de noviembre de este año), en un “Orden del día” alusivo al golpe de Estado que llevó a los militares al poder en Brasil, el 31 de marzo de 1964.

“Las Fuerzas Armadas asumieron la responsabilidad de pacificar el país, enfrentando los desgastes de reorganizarlo y de garantizar las libertades democráticas que hoy gozamos”, estimó Braga Netto. Es su democracia.

Fue Bolsonaro, un excapitán del Ejército, el que se ha empeñado en rescatar el golpe militar, que Fernando Azevedo e Silva, antecesor de Braga Netto en el cargo, había asegurado que era “un marco para la democracia brasileña”. Es, seguramente, la misma democracia de Braga Netto.

El golpe de 1964, que derrocó al presidente João Goulart, instauró un régimen militar que duró hasta 1985. Documentos estadounidenses desclasificados en 2018 revelaron que en ese período la prisión, tortura, muerte o desaparición de disidentes se decidía, con frecuencia, en el palacio presidencial. La democracia desplegaba entonces todas sus armas.

“Gregorio Bezerra, negro, comunista, de Pernambuco, fue detenido y arrastrado por las calles de Recife (la capital del Estado) atado con una soga a un Jeep. Era una forma de mostrar lo que el nuevo régimen estaba dispuesto a hacer con cualquiera que resistiera a la dictadura”, recordó el politólogo brasileño Emir Sader en artículo publicado en el último aniversario del golpe, el 31 de marzo pasado.

“Brasil vivió, durante la dictadura militar, el peor momento de su historia” afirmó. El golpe de 1964, al contrario de lo que aseguran Braga Netto y Bolsonaro, “interrumpió la democracia y fue un hecho que divide la historia brasileña. Después de solo 19 años de haber reanudado la democracia, en 1945, las fuerzas armadas tomaron el poder, destruyeron la democracia brasileña y permanecieron en el poder durante 21 años”. El Estado brasileño fue militarizado.

“Hubo una represión generalizada del movimiento popular, de los partidos y movimientos sociales, del sindicalismo, de los intelectuales de izquierda, de las universidades y de la militancia de izquierda en general.

“Miles de brasileños fueron arrestados, torturados (la tortura se convirtió en la forma sistemática de interrogatorio), asesinados, exiliados. Miles han desaparecido”.

Wladimir Herzog, militante comunista y director del área de periodismo de la TV Cultura, en octubre de 1975 decidió presentarse a uno de los centros de represión más reconocidos en São Paulo. Quería aclarar su situación y poner fin a un hostigamiento al que estaba sometido. No salió vivo de ahí.

“Acabaron con él al día siguiente. Los nombres que siempre se han barajado entre sus ejecutores son los de Pedro Antônio Mira Grancieri, inspector de la policía, que confesó en una entrevista a la revista IstoÉ a principio de los noventa, y el coronel Audir Santos Maciel, uno de los coordinadores de los interrogatorios. El primero acuñó la frase ‘los comunistas tienen que mear y cagar sangre’, mientras pateaba los riñones de los detenidos. El segundo ordenaba suministrarles las mismas inyecciones con las que se sacrificaba a los caballos”, según el relato del periodista Víctor David López, publicado en El Diario, de España, el 5 de agosto del 2018.

Asesinado, los militares escenificaron un falso suicidio por ahorcamiento, que la justicia de entonces validó. La Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó a Brasil por ese crimen y todavía espera la reapertura de la investigación sobre el caso.

Para Braga Netto y el gobierno brasileño actual se trató, sin embargo, de un movimiento de “pacificación” del país.

Bolsonaro recibió en el palacio de gobierno a la esposa del coronel Brilllhante Ustra, reconocido torturador, fallecido en octubre del 2015, cuyo nombre evocó al emitir su voto como diputado, en el procedimiento del golpe contra la entonces presidenta Dilma Rousseff. Ustra la había torturado en los años 70. Era práctica suya llevar a los hijos a ver a sus madres ser torturadas.

Para la Orden de los Abogados de Brasil (OAB) “conmemorar la instalación de una dictadura que cerró instituciones democráticas y censuró a la prensa es querer conducir mirando por el retrovisor una carretera tenebrosa”.

En América Latina, luego de un par de décadas de dictaduras militares en la segunda mitad del siglo pasado, democracia fue el término con que se calificó los regímenes que las reemplazaron.

En 1973, el gobierno norteamericano decidió que la democracia estaba en peligro en Chile. Casi 50 años después, la historia de la democracia acaba de escribir otra página en ese país.

“¿A quién puede interesar celebrar un régimen que mutiló a personas, que hizo desaparecer a sus enemigos, que separó familias, que torturó a tantos brasileños y brasileñas, incluso a mujeres embarazadas?”, se preguntó la OAB.

La historia nos da la respuesta: para quienes estiman que así se construye una democracia; pateando el riñón de los “comunistas”.

Entonces, de repente, ¡boom!

Más recientemente, la lucha por la democracia sumió en el mundo diferentes conflictos.

En noviembre del 2006 el entonces presidente de los Estados Unidos, George Bush hijo, estimó que la condena a muerte del presidente iraquí Saddan Hussein era “un importante logro para la joven democracia de Irak”. Cuando lo ejecutaron emitió un comunicado en el que afirmaba que se trataba de “un hito importante en el rumbo seguido por Irak para convertirse en una democracia”.

El relato sobre el asesinato del comandante iraní Qasem Soleimani, el 3 de enero del 2020, hecho por el presidente Trump en una cena privada de recaudación de fondos, es otro ejemplo de la democracia en pleno funcionamiento.

La historia se cuenta así: –”Están juntos, señor”, le dijeron los militares a cargo de la misión, que observaban todo a kilómetros de distancia.

“Señor, tienen dos minutos y 11 segundos. Sin emoción. ‘2 minutos y 11 segundos de vida, señor. Están en el auto, están en un vehículo blindado. Señor, tienen aproximadamente un minuto de vida, señor. 30 segundos. 10, 9, 8 … ‘”, narró Trump durante la cena.

–”Entonces, de repente, ¡boom!”. ‘Se han ido, señor. Cortando”, contó el presidente sobre aquel momento”.

Las jaulas de los presos en la base de Guantánamo, las historias de torturas, todo esto es parte de las muchas caras de la democracia.

Para evaluar hoy la democracia no hace falta volver a textos que tienen ya más de 300 años, ni comparar los regímenes políticos de hoy con los modelos elaborados por think thank norteamericanos conservadores.

Alexis de Tocqueville, pensador francés, político y diplomático, para describir la democracia fue a ver la que nacía en su propia cuna, hace casi 200 años: los Estados Unidos, donde nació sin la herencia de un pasado feudal.

Hoy no tenemos más que volver la mirada a esa historia, ya larga de más de tres siglos, para evaluar las muchas caras de la democracia. Enseña mucho más que leer a Locke. Estamos hablando de la democracia real.

La democracia como sistema

El debate sobre la democracia puede ir un poco más allá y profundizar en la naturaleza del concepto. Un debate que plantearon tanto Rusia como China, en respuesta a la convocatoria de Biden.

Días antes de la inauguración de la cumbre el ministerio de Relaciones Exteriores de China divulgó dos informes. El primero –sobre “El estado de la democracia en los Estados Unidos”–, comenzaba con un capítulo sobre “qué es la democracia”.

“La democracia es un valor común compartido por toda la humanidad”, dice el documento. “Es un derecho de todas las naciones, no la prerrogativa de unos pocos. Tiene diferentes formas, no hay un solo modelo que sirva para todos”.

La de los Estados Unidos –agrega– “está plagada de problemas profundamente arraigados”, de prácticas caóticas, con consecuencias desastrosas cada vez que trata de exportar su visión de la democracia.

Ya en 2006 Thomas Carothers, entonces director del proyecto sobre Democracia y Estado de Derecho del Carnegie Endowment for International Peace, había señalado que Estados Unidos iría a invertir más de mil millones de dólares ese año, en más de 50 países, en programas para promover la democracia. Eran las llamadas “revoluciones de colores” que estallaron sobre todo en el norte de África y en Asia, un modelo que ahora tratan de aplicar también en América Latina.

Solo para financiar la “prensa independiente”, Biden anunció más de 400 millones de dólares. Carothers ya hablaba entonces del apoyo a “grupos civiles independientes que, con frecuencia, incluyen dinámicas organizaciones estudiantiles”. Apoyo para la participación electoral de esos grupos de oposición, a los que, además, entrenaban y, algunas veces, otorgaban equipos u otra asistencia material “para ayudarlos a hacer una campaña efectiva”.

En un segundo documento, más extenso –“Una democracia que funciona” (China: Democracy that Works)–, el gobierno chino analizó su propio sistema político y la naturaleza de su democracia.

La democracia “no es un adorno decorativo, sino un instrumento para enfrentar los problemas que preocupan a la gente. Un país es democrático cuando el pueblo es el verdadero dueño del país”. Tema sobre el que, luego, se extienden largamente.

“Los Estados Unidos reivindican su derecho a decidir lo que puede calificarse de democracia y lo que no. Esto es cínico, patético, dado el estado de la democracia y los derechos humanos en los Estados Unidos y en Occidente, en general”, dijo la portavoz de la cancillería, Maria Zakharova.

Expertos en política exterior, los más visionarios, diría Ted Piccone, investigador del Programa de Política Exterior de la Brookings Institution, han querido siempre conformar una gran alianza de democracias, que facilite reacomodar el orden internacional a favor de las democracias liberales y ofrecer al mundo una alternativa convincente a lo que califica de “modelo autoritario chino”.

En opinión de Piccone, Estados Unidos y Europa han sido ejemplos relativamente exitosos de ese modelo de democracia. Pero, en realidad, es ese modelo de democracia el que se funda en el orden económico y político de Estados Unidos y la Unión Europea, como señalan Alexander Cooley y Daniel H. Nexon en su artículo en la edición de enero/febrero de “Foreign Affairs”, “The real crisis of global order”.

Aunque ambos reconocen que “la defensa de la democracia liberal ha producido terribles excesos en el pasado, incluyendo fea represión y horrible violencia”.

En todo caso, Branko Milanovic, un economista serbio-estadounidense, exjefe del Departamento de Investigaciones del Banco Mundial, advirtió que la Cumbre por la Democracia era “una idea equivocada”.

“Todos los grandes conflictos comienzan con una gran justificación ideológica”. “Lo que están haciendo es lo contrario a un enfoque cosmopolita de búsqueda de la paz, de construcción de compromisos, que requiere buscar un área de entendimiento común entre sistemas y países”, afirmó.

Este nuevo grandioso proyecto, si sobrevive –agregó Milanovic– terminará desnudando sus objetivos: servir apenas como una delgada cobertura para lograr objetivos mucho más mundanos.

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