Mundo Guerra en Ucrania

La moneda está en el aire

La incertidumbre flota sobre las aguas del mar Negro. Una poderosa contraofensiva anunciada, dos contrincantes de posturas inconciliables, una inyección desmesurada de recursos y pertrechos de muerte. El final de una guerra que se recuerda con la prolongación de otra.

El ostentoso desfile militar con que Rusia conmemoró este 9 de mayo el tradicional Día de la Victoria, cuando derrotaron a los nazis en la que los rusos llaman la “gran guerra patria”, sirvió al presidente Vladimir Putin para definir la posición del Kremlin en el actual conflicto con Occidente.

“La civilización se encuentra de nuevo en un punto de inflexión. Se inició una guerra contra nuestra patria”, dijo en la plaza Roja de Moscú, ante miles de soldados, políticos rusos y varios dirigentes de exrepúblicas soviéticas.

La reacción europea vino nada menos que de uno de los más militaristas líderes europeos actuales: el canciller alemán Olaf Scholz.

“A 2.200 kilómetros al noreste de aquí, en Moscú, Putin hace desfilar soldados, tanques y misiles. No nos dejaremos intimidar por tal demostración de fuerza. Seguimos unidos en el apoyo a Ucrania”, dijo el martes 9 de mayo Scholz, ante la plenaria del Parlamento Europeo en Estrasburgo, Francia, donde presentó la propuesta de una reforma a la Unión Europea.

Con el apoyo de países como Bélgica, Finlandia, Francia, Italia y España, Alemania defiende la adopción de un proceso de toma de decisión mediante voto de mayoría calificada, en lugar de la unanimidad actualmente vigente.

Rusia

El profundo sentido nacionalista que impulsa y define el ejercicio político de Vladimir Putin posiblemente provenga de sus 16 años como oficial de la KGB, la agencia de inteligencia soviética, donde ingresó, tras su formación como abogado, a la edad de 23 años. Luego, ante la crisis política que culminó con la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Putin decidió hacer carrera política desde una postura nacionalista de centro derecha, y se unió al presidente Boris Yeltsin, quien lo nombró secretario del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, cargo que desempeñó por varios años hasta ser designado primer ministro, en agosto de 1999. Después de la renuncia de Yeltsin, fue nombrado presidente interino y unos meses después ratificado.

Aunque se formó en la antigua URSS, Putin es, en realidad, un nacionalista, desprendido del internacionalismo comunista y del imperio soviético. Su objetivo es hacer grande a Rusia, impulsarla como la potencia que, según él, considera es el lugar que le da la historia.

Aun con una clara inclinación hacia Europa, los ciudadanos ucranianos querían mantener una buena relación con Rusia.

La herencia de la URSS dejó una fuerte presencia e influencia rusa en las exrepúblicas de la unión. El ligamen cultural, social y económico entre Rusia y esas exrepúblicas requería un proceso de transición y acuerdos bilaterales y multilaterales para evitar la ruina de los países que integraban ese sistema político, principalmente, Rusia, que era el país territorialmente más extenso. Pero eso no sucedió así.

El desmembramiento de la URSS fue visto por otras potencias en 1990, y en la década del impulso de la globalización, como una oportunidad de hacerse con un socio debilitado, pero con enormes posibilidades. Ese pensamiento fue fundamentalmente de sus vecinos europeos y occidentales, puesto que China y otros países asiáticos apenas empezaban a despegar sus economías al amparo del proyecto de la globalización.

Desde la revolución soviética y a lo largo del siglo XX, las repúblicas de Bielorrusia y Ucrania fueron puntos estratégicos del desarrollo soviético hacia Occidente. Consideradas repúblicas hermanas, Ucrania y Bielorrusia resultan vitales para Rusia.

La entente con esas repúblicas hermanas funcionaba bien hasta el golpe de Estado en Ucrania en 2014. El giro prooccidental y antirruso que impuso el gobierno golpista disparó la alarma en Moscú. La población rusa en Crimea y otras regiones del este de Ucrania y los mismos ucranianos que vivían en esos territorios no veían bien una inclinación hacia Europa si significaba un alejamiento de Rusia.

Según las encuestas, antes del golpe de Estado de 2014, la mayoría de la población ucraniana apostaba por una relación cordial y equilibrada con Rusia. Solo el 32% de ucranianos preferían integrarse en la UE en septiembre de 2012.

Tras el golpe de estado, mediante un referendo, Crimea decide anexarse a la Federación Rusa y Donetsk y Luhansk, en el Donbás, inician una guerra de resistencia reclamando un estatus de autonomía a los gobiernos de Kiev, que responden con represión militar.

En el apoyo y asistencia militar a Ucrania, la Unión Europea ha aportado un 24% y sus Estados miembros un 14% de forma bilateral, aunque, a diferencia de Washington, que ha basado la mayor parte de su apoyo en armas, el bloque comunitario ha preferido elegir la vía económica. Reino Unido ha contribuido con otro 6% y el resto de Europa, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y varios países asiáticos con el 5% restante.

Durante ocho años, Rusia mantiene negociaciones con Alemania, Francia y Ucrania mediante el llamado Cuarteto de Normandía, que desde 2015 alcanza los acuerdos de Minsk, los cuales fueron irrespetados constantemente, con lo que el estatus de la región del Donbás no se terminaba de definir y respetar. Hasta que, con la llegada al poder de Volodímir Zelenski, Kiev introduce una variable que cambiaría todo: la voluntad de que Ucrania forme parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Putin, quien había logrado importantes avances en las negociaciones con Alemania para el abastecimiento de energía a Europa mediante los gasoductos en el mar Báltico Nord Stream 1 y Nord Stream 2 (este por entrar a funcionar en noviembre 2021), advierte que la adhesión de Ucrania a la OTAN constituía una amenaza intolerable para la seguridad territorial rusa.

Desde el momento en que se diera la adhesión, el organismo militar tendría derecho a colocar bases y armamento en territorio de Ucrania, lo cual amenazaría directamente el acceso ruso al mar Negro.

Putin advirtió que no era posible tolerar esa amenaza y que, de continuar con ese propósito, lo obligaría a tomar medidas. Empezó desde noviembre 2021 a desplazar tropas y armamento hacia la frontera, pidió, en conversaciones con sus contrapartes en Francia y Alemania, que disuadieran a la OTAN de ese propósito, pero, sin reconocer otros argumentos, EE. UU. y Zelenski sostuvieron que tenían derecho a tal asociación.

La respuesta rusa se concretó en febrero de 2022. Las tropas entraron en el Donbás, rodearon Kiev, bombardearon y destruyeron instalaciones estratégicas en distintas partes de Ucrania.

Desde un punto de vista militar, el objetivo de Rusia en su anunciada “operación militar especial” no era una guerra con Ucrania, ni tomar Kiev, ni ocupar el país, sino asegurar los territorios del Donbás y, con ello, su salida al mar Negro, que es y siempre ha sido vital para Rusia.

Quizás quepa pensar que Putin calculó ese ejercicio como una especie de reprimenda a su hermana menor para que entrara en razón y las relaciones entre ambos países volvieran a su entendimiento histórico de más de un siglo.

Pero para Occidente lo que se estaba jugando en Ucrania era mucho más. Se trataba del primer paso en un ejercicio de reordenamiento mundial que le permitiera sostener su hegemonía. La inyección extralimitada de recursos económicos y militares a Ucrania, mientras se sancionaba indiscriminadamente a Rusia, debía dar como resultado que Putin se olvidara de sus sueños de grandeza rusa. Con un enemigo cohesionador, Occidente podría mostrar su fortaleza y plantarle cara a su mayor amenaza, la creciente China. Pero calcular una jugada de tan grandes dimensiones con una mirada del siglo XX provocó resultados muy distintos.

Las economías occidentales maltrechas por la pandemia sufrieron el impacto inmediato de sus propias medidas contra Rusia, que se les devolvieron como una búmeran cuando otros países no se unieron a su cruzada.

La dependencia energética de Europa con Rusia empezó a asfixiarla mientras las mismas sanciones le impedían algún acuerdo para garantizar el abastecimiento.

Otros países, que no se sumaron a las sanciones, como India, se prestaron para ser intermediarios, pero los costos se dispararon.

Como un balance político de la guerra en este momento, puede decirse que Occidente sacrificó a Ucrania, que terminó perdiendo el 20% y una de las áreas más ricas y estratégicas de su territorio; Europa, golpeada por la crisis económica y la inflación, empezó a mostrar fisuras en su integración y el ascenso del malestar social y de la extrema derecha; la OTAN renovó su armamento, mucho del cual le vende EE. UU.; Washington no logró consolidarse como el gran líder de Occidente y parece haber engatusado a sus socios; la Federación de Rusia padece una guerra que le resultó más grande de lo que esperaba, pero que finalmente logró justificar como necesaria, capeó lo mejor que pudo las sanciones, logró la anexión de los territorios del Donbás y, en palabras de Putin, el mar de Azov volvió a ser ruso, pero se comprometió con China más allá de una relación de socios.

Precisamente, China parece como el gran ganador de la torpe política belicista de Occidente en su intento de sostener su hegemonía.

La paz urgente

El triste balance de la guerra, que tan mala cuenta da de la capacidad de los líderes occidentales, evidencia que la paz no solo es necesaria, sino urgente.

Algunas figuras políticas importantes que abogan por la paz, como el papa Francisco o los presidentes de Brasil y Colombia, han criticado la política de Occidente de “echar más leña al fuego” en la guerra en Ucrania, y la mayoría de países que condenan la invasión se manifiestan neutrales respecto de la guerra.

  1. UU. ha salido a reprender a quienes no se suman a su postura y a defender el envió de más ayuda militar a Kiev. Washington anunció este martes un nuevo paquete de asistencia militar para Ucrania por $1.200 millones destinado a mejorar sus defensas aéreas y proporcionarle munición adicional para su artillería.

Con estos nuevos fondos, el paquete de ayuda militar de Estados Unidos a Ucrania totaliza más de $36.000 millones.

“En lugar de balas, necesitamos arsenales diplomáticos”, decía este martes el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, con lo que parecía darle la razón a la postura china.

“Así lo establece la Carta de las Naciones Unidas: negociación, mediación, conciliación, arbitraje… debemos intentarlo todo para resolver pacíficamente nuestros desencuentros”, expresó el diplomático al recibir el premio Europeo Carlos V, por parte del rey de España.

“Desafortunadamente, creo que en este momento no es posible una negociación para la paz. Las dos partes están convencidas de que pueden ganar” y “están completamente involucradas en la guerra”, indicó Guterres en una entrevista con el diario El País.

Mientras se espera la fuerte contraofensiva ucraniana, Rusia se prepara para defender los estados anexados durante el conflicto que representan casi un 20% del territorio de Ucrania antes del golpe de Estado de 2014.

China

Mientras su gran rival, EE. UU., acude a “guerras proxy”, sanciones, alianzas militares, provocaciones, movilizaciones, derribo de globos y campañas de desprestigio, China lanzó una ofensiva diplomática sustentada por su gran músculo económico y ofreciendo una visión multilateral de la globalización.

Uno de sus sorprendentes aciertos fue como mediador en Oriente Medio, donde logró en marzo una conciliación que parecía imposible entre Irán y Arabia Saudita.

El reordenamiento mundial, con el que Occidente creía que recuperaría su hegemonía, aceleró una crisis en el sistema político, en la cual, China parece cosechar mejores resultados.

Mediante acuerdos con Rusia, Pekín se aseguró un abastecimiento energético clave para el salto que calcula en los próximos años; en política internacional, se presenta como una potencia líder que busca la paz y los negocios para todos los países asegurando prosperidad; además, los amagos de EE. UU. y las provocaciones con la situación de Taiwán le permitieron justificar un desarrollo militar que de otra manera habría generado sospechas y, finalmente, amenaza la hegemonía del dólar.

El presidente chino, Xi Jinping, dijo el mes pasado a su homólogo ucraniano, Volodimir Zelenski, que el “diálogo y la negociación” son el único camino para la paz, en la primera conversación entre ambos desde el inicio de la ofensiva rusa en Ucrania.

 Vladimir Putin denunció el espíritu antirruso de las aspiraciones de Occidente en el desfile del 9 de mayo.

Aunque China no condenó la ofensiva rusa en Ucrania e intensificó en los últimos meses su cooperación política y económica con su vecino ruso. El Gobierno afirma, sin embargo, tener una posición neutral en el conflicto.

China no reconoció la anexión rusa a finales de septiembre de cuatro regiones ucranianas, entre ellas Donetsk y Lugansk en el este, y Jersón y Zaporiyia en el sur. Tampoco reconoció la anexión en 2014 de la península de Crimea.

Zelenski anunció el nombramiento de un embajador en el gigante asiático, un puesto vacante desde febrero de 2021. El cargo será ocupado por el exministro de Industrias Estratégicas, Pavlo Riabikin, de 57 años.

El ministro de Relaciones Exteriores de China, Qin Gang, realiza esta semana una gira por Europa que lo llevará a Alemania, Francia y Noruega, que algunos analistas consideran una gestión estratégica que tiene como telón de fondo la anhelada paz.

Mientras la tensión se mantiene a la espera de la gran contraofensiva ucraniana tras el poderoso abastecimiento militar que la Europa y EE. UU. le han dado a Ucrania en los últimos meses con asistencia y equipo muy moderno, la jugada que parece promover China es abrir una mesa de negociación.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido