Mundo Baltimore:

“La desesperanza es aquí una forma de vida”

Hay que ver las imágenes para formarse una idea de la dimensión de la tragedia.

Hay que ver las imágenes para formarse una idea de la dimensión de la tragedia. “Los pobres viven en casas destartaladas, infestadas de ratas, en la ciudad de Baltimore, están infestadas, no importa lo que hagas viviendo allí, de cucarachas, ratones, chinches… Los barrios se están cayendo a pedazos. No porque la gente sea mala. Estamos mal pagados, mal educados y muchos de nosotros hemos estado viviendo así por dos o tres generaciones y ni siquiera sabemos cómo cambiar. La desesperación en una forma de vida”.
En un reportaje de la BBC, habla Marcus, un hombre negro, quizás de unos 55 años. Va manejando su carro, mientras la imagen muestra el estado desastroso de los barrios pobres de Baltimore, en Maryland.
El reportaje es desolador. ¡Vea el mapa!
Son 70 km al norte de Washington D.C., camino a Nueva York, que está a unos 300 km al noreste de Baltimore, en la costa este, entre dos de las ciudades más emblemáticas del país. Pero Baltimore es una de las ciudades más pobres de Estados Unidos.
Quizás tener un oído aquí y otro en el congreso, donde el presidente Donald Trump acaba de pronunciar, la semana pasada, su primer discurso sobre el estado de la nación, ayude a comprender lo que está ocurriendo en la política de los Estados Unidos.
–Necesitamos ayuda, dice un habitante de Baltimore, mientras una familia, con dos hijos, tiene que vivir en una casa abandonada, sin calefacción. Los 30 dólares diarios de que disponen no alcanzan para otro estilo de vida.
–¡Duele!, afirman, con lágrimas en los ojos.

Renovar el espíritu americano

¿Cómo les sonará el llamado de Trump a “renovar el espíritu americano”? ¿O su mensaje de fortaleza y unidad? Quizás ahí suene bien la oferta de “América primero” y los anuncios de muros y controles contra los inmigrantes despierte esperanzas renovadas de que tendrán una nueva oportunidad.
Pese al tono optimista del discurso, la tensión política crece en los Estados Unidos. El pasado fin de semana, partidarios y opositores a Trump se enfrentaron en diversas ciudades del país.
“Entre los seguidores de Trump hubo un buen número de hispanos, en especial cubano-estadounidenses, quienes con carteles, algunos en español, expresaron su respaldo a la agenda del mandatario, en la que se incluye la aceleración de deportaciones de indocumentados y la construcción de un muro en la frontera con México”, decía la agencia alemana DW.
“La antorcha está ahora en nuestras manos”, dijo Trump al Congreso, y la “usaremos para iluminar al mundo. Estoy aquí esta noche para entregar un mensaje de unidad y fuerza”.
¿Cómo se hará eso? Nadie sabe todavía muy bien. El nuevo presidente de los Estados Unidos, en opinión de Jordi Barbeta, corresponsal en Washington del diario catalán La Vanguardia “no es muy partidario de entrar en detalles”. Su discurso ¬agregó– “fue la enésima reiteración de su agenda antiglobalización, sin aclarar cómo va hacer para acabar con la inmigración ilegal, reconstruir las infraestructuras del país, rearmar al Ejército y bajar drásticamente los impuestos, y, por supuesto, desmantelar el Obamacare”, el sistema de salud pública promovido por su antecesor, Barack Obama, que Trump critica y prometió cambiar.
Pero eso no parece preocupar a la mayoría de sus conciudadanos. Una encuesta divulgada por CNN luego del discurso reveló que 78% de los televidentes lo consideró positivo; solo un 21%, negativo. El 69% de la audiencia, en su mayoría republicanos, estima que las propuestas del presidente enrumban el país por el buen camino, un 11% más de los que opinaban así antes del discurso.
“Una ruinosa infraestructura será reemplazada por nuevas carreteras, puentes, túneles, aeropuertos, vías férreas relucientes a través de nuestro bello territorio”, prometió Trump.
Hemos gastado seis millones de millones en las guerras de Irak y Afganistán; con eso podríamos reconstruir dos veces nuestro país, arguyó Trump.
Robert Reich, un permanente crítico del presidente, pudo en duda la cifra.
Los gastos en esas guerras –afirmó– fueron de 1,6 millones de millones. Los seis millones de millones incluyen los gastos futuros, que el mismo Trump está planeando, dijo Reich.

Gastos militares

Lo cierto es que días antes del discurso ante el Congreso ya Trump había anunciado sus planes de incrementar los gastos militares en 54 mil millones de dólares. Un salto como no se veía desde el 2008 cuando, en el gobierno de Bush, estaban en pleno desarrollo las guerras de Irak y Afganistán, como recuerda otro corresponsal extranjero en Washington.
Es el sueño de mantener la mayor ventaja militar posible sobre sus enemigos, de estar “a la cabeza de la manada”, como dice Trump, como si hoy todavía fuera posible ganar una guerra mundial.
Para Trump “reforzar el sector militar es barato. Estamos comprando paz y afianzando nuestra seguridad nacional. Además es un buen negocio. ¿Quién construirá los aviones y barcos? Trabajadores americanos”.
Solo que con la economía prácticamente estancada, con un déficit fiscal imparable y una deuda pública que casi se duplicó durante los ocho años de Obama, pasando de 10,6 a 19,8 millones de millones de dólares, equivalente a 77% del Producto Interno Bruto, esos ya elevadísimos gastos militares podrían ser ruinosos para la economía norteamericana.
Como destacó Maya MacGuineas, presidente del Comité por un Presupuesto Federal Responsable, una organización no partidaria, “el presidente ha señalado que nuestra deuda nacional es un indicador importante de la salud del país, pero no ha adelantado un plan para lidiar con eso”.
Con gastos militares de unos 610.000 millones de dólares en 2015, Estados Unidos ya encabezaba desde hace varios años ese rubro en el mundo, superando el gasto sumado de los ocho países que lo siguen.
China, que ocupa el segundo lugar, gastó 216.000 millones de dólares, según la misma fuente, mientras que Rusia alcanzó los 84.000 millones de dólares. Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (Sipri) los gastos militares de China representaron el 1,9% de su Producto Interior Bruto (PIB), mientras que los de Estados Unidos llegan a 3,3%.
Será difícil compatibilizar ese nivel de gastos con los planes de inversión en infraestructura anunciados por Trump. El aumento de 54 mil millones en el presupuesto de este año se compensaría con recortes en otros programas, principalmente en el área de política exterior.
Pero la iniciativa ha despertado preocupación en un sector que, en principio, podría resultar inesperado: el de los militares.
Se trata de un grupo de 120 generales retirados, entre ellos algunos que ocuparon los más altos cargos en el Departamento de Defensa, que, en carta a los líderes del Congreso, expresan su preocupación por ese giro en el presupuesto. Entre los firmantes está John R. Allen, un general retirado de cuatro estrellas del cuerpo de marines que comandó las fuerzas estadounidenses en Afganistán; y los generales Keith Alexander, exjefe de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), y William Casey, que ocupó el cargo de Chief of Staff del ejército.
Nosotros sabemos –agrega la carta– “que muchas de las crisis que enfrenta nuestra nación no tienen solo soluciones militares”.
Citando al nuevo Secretario de Defensa, el general James Mattis, los firmantes de la carta recuerdan que la diplomacia y la defensa son partes igualmente relevantes de la política exterior norteamericana. Mattis habría dicho, cuando era jefe del Comando Central de los Estados Unidos, que si no se financiaba adecuadamente el Departamento de Estado, él necesitaría más municiones.
Si el presidente quiere erradicar el terrorismo islámico –agregaron– la única manera de hacerlo no es mediante una interminable guerra contra el Islam. Es financiando aquellas cosas en el Departamento de Estado que nos dan la capacidad de trabajar con otros países y ayudar, en el contexto del desarrollo, a cambiar la condición humana allí donde hombres y mujeres jóvenes se radicalizan gracias al entorno social en que viven”.
Una propuesta que parece lejos de la aspiración del presidente de crear unas fuerzas armadas capaces de ganar una guerra de carácter mundial que, como lo saben bien los generales, no tendrá ganadores.

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