El 6 de agosto, más de mil soldados ucranianos, respaldados por bombarderos y aviación invadieron el territorio ruso tras la desprotegida frontera en la región de Kursk, donde capturaron gran cantidad de soldados, controlan desde hace más de dos semanas cerca de mil kilómetros cuadrados y amenazan con tomar la central nuclear.
El presidente ucraniano Volodimir Zelenski vio que el panorama para el futuro de la guerra le era adverso: los avances rusos en el frente del este no se detenían, la ayuda occidental parece haber pasado de lo estratégico a lo burocrático, el tablero de intereses de sus aliados se transformaba.
En un ejercicio audaz, se propuso utilizar las más recientes ayudas para un operación que al menos supusiera alguna capacidad de respuesta militar, como no lo fue la fallida aunque muy cacareada contraofensiva de hace un año.
“El concepto ingenuo e ilusorio de las llamadas ‘líneas rojas’ de Rusia se ha derrumbado estos días”, Volodimir Zelenski.
Concentró tropas cerca de la frontera, aplicó un sistema de estudio profundo del territorio con los recursos tecnológicos de alta precisión facilitados por sus aliados occidentales y se lanzó en la aventura de invadir Rusia.
Con la sorpresa como principal recurso, Ucrania fue mejor atacando Rusia que defendiendo su propio territorio.
El efecto fue inmediato, pese a que continúan sus derrotas en el frente este, logró un pico en la moral de sus tropas al infligir un humillante control de más de mil kilómetros cuadrados dentro de territorio ruso, que, pese a su furia contenida, en más de dos semanas Putin no ha podido recuperar.
Según lo explica Zelenski, se trata de una especie de “estrategia de desviación tratando de lograr tablas” como se diría en ajedrez. Una forma de presión para lograr una ventaja con la cual obligar a Rusia a negociar un arreglo de paz en condiciones más favorables.

No obstante, aunque el efecto político es obvio, militarmente obliga a Rusia a abrir dos frentes, lo cual no significa automáticamente debilitar ninguno de los dos y puede revertirse en consecuencias nefastas para Ucrania hacia un final obligado en condiciones aun peores.
Pero la toma de ese territorio no se limita a avergonzar las flaquezas en la defensa rusa, sino que Rusia cometió un error grave y fue dejar sin la debida protección un punto estratégico que es la central nuclear de Kursk.
El concepto ingenuo e ilusorio de las llamadas “líneas rojas” de Rusia, se ha derrumbado estos días en los alrededores de Sudzha (Kursk, Rusia), dijo Zelenski desafiante.
Los ataques en Bélgorod, y algunas acciones terroristas ya sugerían el posible recurso de la desviación, pero parece que los rusos, confiados en sus triunfos, no se lo tomaron muy en serio.
Zelenski explicó durante múltiples reuniones a sus aliados que necesitaba armas de largo alcance para poder atacar territorio en Rusia desde una distancia menos detectable.
Asimismo, insistió en la necesidad de apoyo aéreo, que finalmente recibió.
Los aliados se resistieron inicialmente, pues esas armas ya no serían defensivas, sino de ataque, con lo cual se involucrarían en la guerra de manera directa, pero según se puede deducir de los hechos recientes, ante la inminencia de una vergonzosa derrota que los ponía en evidencia también a ellos, optaron por permitir a Zelenski hacer su jugada.
En su reciente cumbre en EE. UU., la OTAN concluyó que se podría utilizar ese tipo de armas para atacar algunos territorios en Rusia desde donde se pudieran dirigir acciones contra Ucrania. Esta explicación justificó la entrega de ese armamento y la tolerancia de su uso para atacar Rusia.

La mejor defensa es el ataque
Tras la fallida contraofensiva el año pasado en el Donbass, Ucrania presentó a sus aliados un plan más viable militarmente: atacar territorio ruso para forzar una negociación en mejores términos.
Si se analiza con atención, la salida para el conflicto no estaba fácil. Ucrania y sus aliados de la OTAN tendrían que reconocer una tremenda derrota en una guerra que se pudo haber evitado, que tuvo un gran costo de vidas y económico y que dejó muy mal parada la hegemonía de las potencias occidentales, aún con su poderoso ejército y el recurso de sus baterías de sanciones económicas.
Ucrania reconcentró sus ayudas más recientes, que fueron enormes, en un solo plan más que militar, político.
Pero darle esa decisión a un líder como Zelenski, que se encuentra derrotado, humillado y acorralado por presiones incluso internas en su país, quizás no fue lo más sensato.
Además del uso de estrategias terroristas, para hacer sentir a los civiles rusos los dolores de la guerra, la incursión en Kursk lleva un contenido de revancha y venganza.
Tres días después del inicio de la invasión, Zelenski dijo que Rusia debía “sentir” las consecuencias de la guerra que ella misma desató y admitió que buscaba “trasladar la guerra” a Rusia.
“Ucrania solo puede frenar el avance del ejército ruso en el frente gracias a una única decisión, que esperamos que tomen nuestro socios: la decisión sobre las capacidades de largo alcance”, declaró el mandatario ucraniano.
Así espera continuar con bombardeos profundos en territorio ruso.
El fin de semana, Zelenski afirmó que sus fuerzas controlan más de 1.250 km² y 92 localidades en territorio ruso. “Debemos forzar a Rusia, con todas nuestras fuerzas y nuestros socios, a hacer la paz”, señaló.
Dos vías claves de abastecimiento ruso fueron destruidas por las fuerzas ucranianas: un puente sobre el río Seim, a unos 15 km al norte de la frontera y otro puente estratégico para las fuerzas del Kremlin en el distrito de Glushovski.
“Los pilotos ucranianos llevan a cabo ataques de precisión sobre los bastiones enemigos, el equipo, así como sobre los centros logísticos y las vías de suministro del enemigo”, indicó el comandante de la fuerza aérea ucraniana, Mikola Oleshchuk.
También se hicieron con el control de la ciudad rusa de Sudzha, ubicada a unos 10 kilómetros de la frontera ucraniana, que alberga un importante centro de distribución del gigante ruso Gazprom, que permite seguir suministrando gas a Europa a través de Ucrania.
Moscú sigue suministrando al continente a través de estas infraestructuras en el marco de un acuerdo de cinco años que firmó con Kiev a finales de 2019.
Las tropas ucranianas ocupan al menos la parte occidental de Sudzha, mientras que las partes oriental y central son “zonas grises” en disputa, según afirmó el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) el lunes.
Pero, en el frente del este, el ejército ruso continúa su avance y tomó el control de 69 km² adicionales desde esa fecha y 111 km² en total desde principios de agosto, a los que se suman los 201 km² tomados en julio.

La respuesta de Putin
Por su parte, el presidente ruso Vladimir Putin, que veía su “operación militar especial” coronada con un éxito palpable, es sorprendido en su “zona de confort” con una acción militar donde parece evidenciar las debilidades de seguridad, de forma similar a como le ocurrió a Israel con el ataque del 9 de octubre de Hamás en su territorio.
Putin debe lidiar con la presión de sectores dentro de su Gobierno y las fuerzas armadas que insisten en poner solución al conflicto mediante una guerra total que someta definitivamente al ejército ucraniano.
El mandatario ruso ha planteado desde el inicio que ese no es su objetivo ni lo conveniente para el futuro de Rusia, sino que la prosperidad se logra con buenas relaciones con sus amigos y neutralizando a sus adversarios.
El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, dijo querer elaborar un plan antes de noviembre, fecha de las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos, que sirviera de base para una futura cumbre de paz en la que el Kremlin estaría invitado.
Ucrania intenta evitar perder Odessa y su salida al mar Negro que, aunque el Kremlin no ha expresado nunca ese interés, los avances sin prisa, pero sin pausa de los rusos en el frente así lo sugieren.
Sin embargo, Moscú acusó a Ucrania de llevar a cabo la operación en Kursk para “mejorar su posición en negociaciones futuras” y aseguró que, dadas las condiciones actuales, no iría a ninguna conversación con Kiev.

Hacia una batalla final
Lo que sí puede pasar es que la guerra se prolongue, para desventaja de Ucrania, cuya llave de ingresos tiende a cerrarse. Tanto por un eventual cambio de Gobierno en EE. UU., como en la misma UE, en la que ya algunos miembros empiezan a reconsiderar el apoyo militar.
Alemania ya anunció su clara reducción: el segundo mayor apoyo de Ucrania, tras Estados Unidos, planea reducir a la mitad su ayuda militar a Kiev en 2025, informó este sábado una fuente parlamentaria a AFP.
Berlín no prevé ninguna “ayuda adicional” a los 4.000 millones de euros [$4.400 millones] inscritos en el presupuesto del próximo año para Ucrania; este año fue de 8.000 millones de euros.
Para compensar esta reducción, Alemania cuenta con conceder un préstamo de $50.000 millones garantizado por los futuros intereses generados por los activos rusos congelados.
Frankfurter Allgemeine Sonntagszeitung, en su edición del fin de semana, afirmó que la medida formaba parte de un acuerdo entre el jefe del Gobierno, que pertenece al partido socialdemócrata de centro-izquierda, y el ministro liberal de Finanzas, Christian Lindner.
El ministro de Finanzas afirmó el sábado que estaba abierto a considerar un gasto adicional para Ucrania caso por caso.
Pero “la seguridad de Europa depende de la voluntad política de Alemania de seguir desempeñando un papel de primera línea en el apoyo a Ucrania”, dijo Oleksei Makeiev, embajador ucraniano en Alemania.
La crisis política en Francia igualmente amenaza la sostenibilidad del apoyo.
Pero las cosas pueden dar un giro más dramático si Putin se plantea ahora que toda su frontera con Ucrania, debido al armamento de mayor alcance recientemente otorgado por occidente, lo convierte en amenaza para su seguridad territorial, como lo hizo ver Zelenski con la operación en Kursk.
Ucrania se podría quedar prácticamente sola en una guerra prolongada tras la cual no obtendría ventajas ni garantías con un vecino hostil y poderoso por un lado y a merced de sus antiguos aliados por el otro.
