Ariel González Levaggi, co-coordinador del Departamento de Eurasia en el Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de La Plata, Argentina, viene a Costa Rica a impartir un curso sobre “La Geopolítica en el siglo XXI: la emergencia de la gran Eurasia en el Cáucaso, Medio Oriente y Asia Central”, en la escuela de Relaciones Internacionales de la UNA. UNIVERSIDAD conversó con él sobre la actual situación política en Turquía y el papel que el país desempeña en esa vasta región.
Turquía ocupa un espacio estratégico, que articula Asia, Europa y Medio Oriente, que la hace una pieza clave en el escenario regional e internacional. Miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), aspirante a ingresar a la Unión Europea, hoy parece más cerca de Rusia que de Occidente. ¿Cuáles son los factores que explican esta situación?
–Es una pregunta fundamental para entender la Turquía contemporánea. Durante la Guerra Fría fue un país clave en la estrategia de OTAN, con frontera con la URSS, pero terminada la Guerra Fría este rol en la alianza declinó. La amenaza principal a la alianza occidental, la URSS, se desintegró. Turquía empieza entonces a cumplir otro rol. Proyectó su influencia con socio de Occidente en aquellas regiones escindidas de la URSS, en el Cáucaso, en Asia Central, con todo los países de raigambre túrquica (todos los que terminan en tán), menos Tayikistán, en Asia central.
Las cosas cambiaron cuando EEUU decidió intervenir militarmente en la segunda guerra contra Irak, en 2003.
Hasta entonces, Estados Unidos no tenía asiento militar en el terreno. Al invadir Irak, la situación cambia; deja de ser un país que sostenía una alianza con Turquía, con una proyección estratégica, y despliega sus tropas en Irak. Con la invasión cambia la percepción de los funcionarios turcos sobre Estados Unidos. Turquía no autorizó entonces la utilización de sus bases para atacar Irak. Hay que tener presente que en Turquía hay una base de la OTAN con cerca de 90 bombas nucleares.
Para el Estado turco su principal amenaza son los kurdos, su aspiración independista, y la invasión norteamericana a Irak incrementó la posibilidad de una actividad kurda independiente.
¿Cuándo empezaron a cambiar esas relaciones?
–El presidente Recep Tayip Erdogan es un líder muy pragmático. Sus relaciones con Estados Unidos han tenido altos y bajos. Durante la primavera árabe (2010-2013) fue muy cercana. El entonces presidente Obama prácticamente sugirió que Turquía era un estado modelo para Egipto, Túnez o Siria y Turquía cumplió un papel del interlocutor entre Estados Unidos y estos países. Pero el momento en que Obama mostraba a Turquía como país modelo finalizó con la guerra civil en Siria.
Al principio Turquía era favorable a una intervención militar contra Assad y presionó a Estados Unidos para llevar a cabo acciones punitivas. Erdogan quería la caída de Assad para también mantener a raya a los curdos de Siria. Pero Obama decidió no intervenir militarmente.
Con el desmadre de la primavera árabe y el “no” de la UE a la rápida incorporación de Turquía, anunciada por la canciller alemana Angela Merkel y el entonces presidente francés Nicolás Sarkozy, Turquía empieza a mejorar sus relaciones con Rusia y con China.
Turquía alberga cerca de 3,5 millones de refugiados sirios, llegados desde el comienzo de la guerra en ese país. Con una larga frontera sur con Siria, ¿qué papel juega actualmente Erdogan en ese conflicto y en el escenario regional, en Irak e Irán?
–Turquía ha modificado su posición que, originalmente, era derrocar a Assad. Ahora acepta, gracias a su acercamiento con Rusia, que Assad debe mantenerse en el poder, que no es bueno para Siria que Assad se retire. Eso ha sido condicionado por la intervención rusa en Siria y por los altos costos que ha tenido que pagar Erdogan por la crisis con ese país, cuando derribó un avión ruso, en noviembre del 2015. Erdogan tuvo que retractarse y pedir disculpas.
Hoy en día Siria e Irak son cuasi Estados. Grandes sectores de sus territorios están bajo dominio de diferentes grupos armados. Eso da lugar a que, del lado turco, se perciba a estos lugares como amenaza a su seguridad nacional.
En el interior del país, partir de 2014 hay un cambio en las alianzas de Erdogan. Se conforma una alianza con los nacionalistas. Su prioridad número uno es evitar un derrame de la crisis siria en territorio turco. En 2014 comienza operaciones para recuperar el control en zonas curdas de Turquía y a hacer incursiones aéreas en el norte de Irak y de Siria, incursiones que hoy son terrestres. El objetivo de Turquía es evitar la conformación de un Estado curdo independiente. Sectores acotados del territorio sirio están hoy bajo control del ejército turco.
Con Irán es diferente, hay una rivalidad geopolítica entre los dos países por la influencia en Irak y Siria. Las milicias chiíes, apoyadas por Irán, se enfrentan a las sunís, apoyadas por Turquía. Pero, al mismo tiempo, los dos países tienen instancias de cooperación en el ámbito económico. Irán es el principal suministrador de petróleo y gas a Turquía, un país que fue siempre muy renuente a aplicar sanciones a Irán, como exige Estados Unidos. A Turquía no le conviene que la economía iraní sufra más de lo que ya está sufriendo como consecuencia de las sanciones norteamericanas.
¿El acercamiento de Erdogan a Rusia representa una amenaza para la OTAN?
–Yo creo que Erdogan ha encontrado en Rusia un socio para compensar sus relaciones tensas con la OTAN y con Estados Unidos. Rusia se ha convertido en su socio fundamental para la provisión de energía, porque Turquía ha sido integrado en un proyecto que vincula la producción de gas natural en Rusia con los mercados occidentales. Uno de los últimos grandes acontecimientos en esta materia fue la autorización de Rusia para que Turquía pueda reexportar el gas ruso a la Unión Europea.
Además, Rusia tiene una serie de proyectos en Turquía, entre ellos a construcción de la primera central nuclear en suelo turco. En cuatro o cinco años estará lista.
Del lado ruso es muy importante que Turquía no esté en las mejores relaciones con la OTAN. Eso genera que una potencial amenaza se convierta en socio estratégico. Sin embargo, estas relaciones tienen un límite. No son una amenaza, sino un desafío para occidente, para obligarlo a tratar de lidiar con una Turquía más autónoma.
Hace más de una década que Turquía negocia su adhesión a la Unión Europea, un proceso que es visto hoy con un creciente escepticismo. ¿En su opinión, esa tendencia es irreversible o, una vez más, se volverá a un acercamiento?
–En relaciones internacionales nada es irreversible, pero hoy en día hay un punto muerto en las negociaciones para el acceso de Turqía a la UE y eso tiene varios elementos.
En primer lugar, la negativa provino de la misma UE, con Sarkozy y Merkel, como ya lo señalamos, cuando Turquía estaba cumpliendo con todos sus deberes. Esto generó mucho resentimiento.
En segundo lugar, desde la óptica europea las instituciones democráticas de Turquía se han visto fragilizadas en los últimos años, por lo que hay muchas presiones no solamente para frenar el acceso de Turquía a la UE, sino para cortarlo definitivamente.
Desde el intento de golpe de Estado de julio del 2016 la situación política interna del país ha cambiado mucho, incluyendo el plebiscito que reforzó el régimen presidencial en el país. Un régimen que entrará a regir a partir del año que viene. ¿Qué representa eso para Turquía? ¿Se vive un ambiente de represión en el país?
–En los últimos años Erdogan ha tratado de establecer un control vertical sobre diferentes instituciones, algo parecido al sistema presidencialista ruso (o francés). Esta tendencia se profundizó en el marco de la inestabilidad política a partir del intento de golpe y fue continuada con una serie de medidas extraordinarias que incluyeron la detención de los miembros del movimiento liderado por el clérigo Fethullah Gülen, considerado como organización terrorista por el Estado turco.
En todo este período hubo una situación de zozobra social, debido a la magnitud de los hechos relacionados con el golpe y la respuesta posterior del Estado. A partir del intento de golpe se implementó un estado de emergencia, vigente hasta unas semanas pero se puso en vigencia una ley antiterrorista que lo reemplazó.
Sometida a presiones políticas y comerciales por parte de Estados Unidos, a lo que algunos califican de una verdadera guerra entre Trump y Erdogan, la lira turca se ha depreciado. La situación ha tenido efectos no solo en los mercados sino en las relaciones entre ambos países, que se han tensado. ¿Cuánto puede resistir Turquía esas presiones?
–Hoy hay una crisis de confianza sobre la administración macroeconómica del país, sobre la independencia del Banco Central. Erdogan no acepta frenar la economía aumentando la tasa de interés, presiona para que no la suban y eso debilita a la lira.
Nombró también a su yerno como ministro de Economía. Esto generó una mala señal y la situación económica del país, que estaba relativamente bien hasta hace algunos meses, se ha deteriorado. Hay una crisis que no se daba desde la invasión de Chipre, en 1974.
Hay que considerar, además, que Turquía se ha puesto en la vereda del frente a Trump. Estados Unidos le ha impuesto sanciones personales a los ministros de Interior y Justicia, exigiendo la liberación de un pastor norteamericano detenido en Turquía, y luego, la semana pasada, duplicó los aranceles al aluminio y al acero turcos, dos productos muy importantes para el país.
La lira turca estaba en cinco y algo por dólar, antes del anuncio, y llegó a 7,24 la semana pasada. Hace dos meses estaba en 3,80. Hoy tenemos un devaluación de más de 70% anual, sin que se sepa muy bien hasta dónde puede llegar la crisis. El país tiene también un déficit comercial de $80 mil millones al año que se suplía con préstamos e inversiones. Pero estas también pueden verse afectadas.