“Ha quedado claramente demostrado que nuestra capacidad de derrocar rápidamente a Allende es muy limitada”, dijo Henry Kissinger, entonces consejero de Seguridad Nacional del presidente Richard Nixon, en un memorando secreto que le envió el 18 de octubre.
Solo una semana después, grupos de extrema derecha asesinaban al comandante en jefe del ejército chileno, general René Schneider. Era el primer intento de provocar un alzamiento militar, para impedir que Allende asumiera el poder, el 3 de noviembre de 1970.
Un año después del golpe militar encabezado por el general Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, este ordenó asesinar a su examigo y antecesor en el comando del ejército, el general Carlos Prats. El crimen lo cometió, en Buenos Aires, la Dirección de Inteligencia Chilena (DINA) el 30 de septiembre de 1974, donde se había exiliado Prats, un militar antigolpista. Una bomba, colocada debajo de su carro, lo mató a él y a su esposa, Sofía Cuthbert.
“Los Estados Unidos están fundamentalmente divididos. Divididos entre explotadores y explotados, opresores y oprimidos. No hay unidad posible entre cleptócratas y oligarcas”, George Mombiot
Los detalles de la conspiración del gobierno norteamericano quedaron de nuevo en evidencia con la publicación de una serie de documentos que revelan la trama para derrocar al gobierno chileno encabezado por Salvador Allende.
“Derrocar a Allende” es el título de un conjunto de informes desclasificados que forman parte de un estudio de seguridad nacional, publicados la semana pasada por el Centro National Security Archive.
Seis días después de la toma de posesión de Allende, Kissinger entregó a los jefes de la CIA, del Departamento de Defensa y de la Secretaría de Estado un memorando ultra secreto titulado “Política hacia Chile”. Ahí resumía las orientaciones emanadas de una reunión del Consejo de Seguridad Nacional (NSC) con Nixon sobre el tema. El documento resumía la posición adoptada por el presidente, a sugerencia del propio Kissinger:
- La posición pública de los Estados Unidos será correcta pero fría, para evitar dar al gobierno de Allende una base que le permita lograr apoyo nacional e internacional para consolidar el régimen; pero…
- Los Estados Unidos tratarán de maximizar las presiones sobre el gobierno de Allende para evitar su consolidación y limitar sus capacidades de promover políticas contrarias a los intereses de los Estados Unidos y del hemisferio.
“Decididamente me parece que esta política es importante considerando sus efectos sobre otras personas en el mundo”, dijo Nixon, haciendo eco de los argumentos que Kissinger le había presentado cuatro días antes sobre los posibles efectos del “modelo Allende”.
El efecto del “modelo Allende” puede ser insidioso, puede tener efectos en otras partes, especialmente en Italia; si se reproduce podría tener un efecto significativo en el balance mundial y en nuestra posición en el mundo, dijo Kissinger.
“Si Allende muestra que puede poner en práctica una política marxista antinorteamericana, otros pensarán que ellos también lo pueden hacer”, esa era su evaluación.
La directiva autorizaba a los funcionarios norteamericanos a colaborar con otros gobiernos de la región, especialmente las dictaduras militares que gobernaban en Brasil y Argentina, para coordinar esfuerzos contra Allende; para discretamente bloquear préstamos de bancos multilaterales a Chile y poner fin a los créditos de exportación y préstamos de los Estados Unidos; para estimular las corporaciones norteamericanas a dejar Chile, y manipular los valores en el mercado internacional del principal producto de exportación chileno, el cobre, para causar el mayor daño posible a la economía chilena.
La CIA fue autorizada a preparar planes relativos a esto para su futura implementación. “Helms (el director de la CIA, Richard Helms) tiene que acabar con esa gente”, dijo Nixon a Kissinger, refiriéndose a las operaciones encubiertas que se programaban. “Lo hemos dejado bien claro”, contestó Kissinger.
Las consecuencias de ese golpe de Estado son hoy evidentes. Los efectos de la iniciativa de Washington son bien conocidos y han sido recordados cuando se cumplieron los 50 años de la elección de Allende, en septiembre pasado. Fortaleció los regímenes militares, dio origen a la “Operación Cóndor”, una coordinación entre las dictaduras del Cono Sur para el secuestro, desaparición o asesinato de opositores en toda la región y, sobre todo, abrió la avenida para un modelo neoliberal de la economía cuyos efectos están hoy bajo crítica en todo el mundo. Efectos evidenciados, además, por la tragedia del COVID-19.
En Chile se ha abierto un proceso para la convocatoria de una constituyente, aprobado en un plebiscito el mes pasado, para sustituir la que dejó Pinochet. Sus integrantes serán elegidos en abril próximo, en medio de protestas públicas que estallaron en el país en octubre del año pasado y no han cesado.
Sin embargo, la política, promovida entonces por Washington, acabó teniendo un efecto también en Estados Unidos, como era inevitable. Finalmente, también ahí el gobierno puso en duda la voluntad popular expresada en las urnas, haciendo que la experiencia habitual de intervenir en las elecciones en América Latina se revierta y se instaure en su propio país.
De cuchillos y pistolas
En esta guerra los republicanos no conceden nada. Pelean a tiros una guerra que los demócratas quieren ganar a cuchillo, dice David Sirota, columnista del diario The Guardian en Estados Unidos, redactor de discursos de Bernie Sanders en la disputa por la candidatura demócrata. Sirota acude a los recuerdos de la campaña del 2000, cuando el candidato demócrata, Al Gore, aceptó una decisión judicial que impidió el conteo total de votos en Florida, lo que le dio la victoria, por un puñado de votos, a su rival republicano George W. Bush.
Su artículo fue publicado el jueves 12 de noviembre, cuando Trump recurría a los tribunales para impugnar los resultados electorales en diversos estados.
“Los demócratas se niegan a ver el atraco en cámara lenta con el que los republicanos pretenden robarse la elección”, afirmó.
Lo de Trump no es solo una pataleta infantil, “es parte de un plan criminal”, asegura.
En su visión, Trump y sus partidarios desarrollan una campaña para crear un ambiente que convenza a parte importante de la opinión pública de que ha habido fraude, de modo que pueda acudir a los tribunales e impugnar los resultados. En todo caso, los intentos de demandas judiciales contra el proceso han ido perdiendo fuerza en la medida en que las autoridades electorales de cada estado han confirmado la limpieza del proceso.
Sirota recuerda, sin embargo, que en la Corte Suprema de los Estados Unidos están ahora tres jueces, indicados por los republicanos, que tuvieron participación directa en “el caso Bush vs. Gore que en el 2000 le robó las elecciones a favor de los republicanos”.
El mismo 12 de noviembre, Maggie Haberman, corresponsal en la Casa Blanca, escribía en el New York Times que el presidente se había reunido el día anterior con un grupo de asesores para discutir sus posibilidades de revertir el resultado electoral.
Para Haberman, en todo caso, se trata simplemente de una estrategia para mantener en vilo a sus partidarios, para caer peleando, con la esperanza “de mantener a sus millones de partidarios entusiasmados y comprometidos con lo que sigue, sea eso lo que sea”. Y recordó que Trump ya ha anunciado su intención de aspirar nuevamente al cargo en 2024. Lo haga o no –agrega– “eso mantendrá congelados a un ya abarrotado campo de posibles candidatos republicanos”.
Puede ser. Para Zeynep Tufekci, no obstante, el liderazgo republicano es optimista. Saben que Trump “está listo” y se alegran. ¿Por qué no?, se pregunta, en un artículo publicado en The Atlantic.
Los republicanos no tienen de qué quejarse: controlan sólidamente la Corte Suprema; controlarán probablemente el senado, donde habrá un segundo turno para elegir a los dos senadores de Georgia el próximo 5 de enero. Los demócratas tienen que ganar las dos elecciones si quieren conquistar la mayoría en el Senado, lo que parece improbable. Si no logra el control del Senado –afirma– Biden sería el primer presidente desde 1989 que asume el cargo sin controlar ambas cámaras del congreso. En la cámara baja, aunque siguen en minoría, los republicanos conquistaron más puestos de los que esperaban; mantuvieron sus posiciones en los estados; “diversificaron su propia coalición, triunfando con más mujeres candidatas y mayor apoyo de votantes no blancos”.
Está todo listo –aseguró Tufekci– para que un político más talentoso se haga cargo de la herencia del trumpismo en 2014.
¿Trampa republicana?
Biden, por su parte, piensa que puede trabajar con sus rivales para lograr sus objetivos, pero se equivoca. “La era del bipartidismo está terminada”, asegura el corresponsal de The Guardian en Washington, David Smith.
Senador durante 37 años (de 1973 a 2009), Biden sueña con sus “buenos viejos tiempos en el Senado”, dice Smith. “Esto es más que ingenuo, es una ilusión. Él está viviendo en un pasado que fue destruido hace mucho tiempo y cuyos remanentes terminaron de ser incinerados por Donald Trump”, afirma.
Una ingenuidad que lamenta también George Mombiot, otro columnista de The Guardian. Me salió una lágrima de los ojos, puse una mano en el corazón. En su discurso de aceptación de la victoria, Biden llamó a la unidad y a la reconciliación. Espero estar equivocado, señaló Mombiot.
“Los Estados Unidos están fundamentalmente divididos. Divididos entre explotadores y explotados, opresores y oprimidos. No hay unidad posible entre cleptócratas y oligarcas”.
Mombiot es implacable con la herencia que dejó el antecesor de Trump, Barack Obama y que, en su opinión, abrió las puertas de la presidencia al actual mandatario.
En su intento de reconciliar fuerzas irreconciliables, Obama prefirió no enfrentarse a la codicia de la banca. Permitió a su Secretario del Tesoro, Timothy Geithner, pavimentar el camino para que diez millones de familias perdieran sus casas luego de la crisis financiera del 2008; su Departamento de Justicia bloqueó esfuerzos para perseguir supuestos fraudes financieros; promovió acuerdos comerciales que deterioraron derechos de los trabajadores y el ambiente; gobernó en medio de un aumento de la desigualdad y la concentración de la riqueza, de la precarización del trabajo y de un récord de fusiones y adquisiciones.
Si Biden renuncia también a romper ese consenso podría abrir las puertas de las elecciones del 2024 a un autócrata competente, concluye Mombiot. Como había advertido ya Tufekci en su artículo.
Crisis global
Biden encontrará un mundo con una crisis que no es solo coyuntural, un mundo donde otros poderes –como los de China, Rusia, India, Irán o Turquía– le disputan a Estados Unidos el poder a nivel global o regional, opinó José Dirceu, ministro de la Casa Civil durante el primer gobierno de Lula, en Brasil.
“Como para el resto del mundo, tengo mucho miedo de los neoconservadores que rodean a Biden y que volverán al Pentágono y al Departamento de Estado, dijo, por su parte, el exministro de Economía griego, Yanis Varoufakis, que hoy integra, con el senador Bernie Sanders, una Internacional Progresista. Varoufakis tampoco se hace muchas ilusiones. Me estaría lamentando si Trump hubiese ganado las elecciones –dijo–, pero hemos ayudado a poner en la Casa Blanca a un presidente que actuará en representación de los grandes intereses. “Solo espero que no comprometa lo único bueno que hizo Trump a nivel internacional, que fue no empezar ninguna nueva guerra”.
“Si Biden se rodea de gente que, contra toda evidencia de décadas pasadas, todavía cree en la amenaza ilegal y en el uso de la fuerza militar como base de la política exterior norteamericana, entonces la cooperación internacional que el mundo necesita tan desesperadamente se verá saboteada por otros cuatro años de guerras, hostilidades y tensiones internacionales, sin que nuestros más serios problemas puedan ser resueltos”, concluyen Medea Benjamin, activista política norteamericana y fundadora de la ONG Code Pink y el periodista británico Nicholas Davies.
Se disparan los casos y los muertos
Gilberto Lopes
Se dispararon de nuevo el número de casos y de muertos en el mundo a consecuencia de la COVID-19. La curva se había ido acercando a los 600 mil nuevos casos diarios. El 30 de octubre, había llegado a casi 573 mil, hasta que, el 5 de noviembre, dio el salto: superó los 613 mil. Y siguió creciendo hasta los más de 660 mil, el 13 de noviembre.
También, ha crecido el número de muertes diarias. El mayor número habían sido las 8.534 del 17 de abril, en la primera ola de la pandemia. Luego, la ola remitió y durante mayo y junio el número de muertos bajó a alrededor de 5 mil diarios, para subir nuevamente hasta las 7.312, el 22 de julio. Entonces, empezó el verano europeo y la cifra de muertes descendió nuevamente hasta cifras inferiores a las 5 mil a principios de octubre. Una tercera ola, a principios de noviembre, ya superó las cifras de abril, hasta llegar a más de 10 mil muertes diarias.
Cinco países europeos han ocupado nuevamente un lugar entre los diez con mayor número de casos en el mundo. Francia, Inglaterra, Italia vieron crecer a alrededor de 35 mil los nuevos casos diarios la semana pasada. Las próximas dos semanas serán claves para el control de la pandemia en Inglaterra, afirman las autoridades. Las cifras de internamiento se acercan rápidamente a los picos de abril.
Alemania, España y Rusia tuvieron poco más de 20 mil casos diarios. Según el centro de control de enfermedades de Alemania, el viernes pasado el país tuvo el mayor número de casos de nuevas infecciones, 23.542, por encima del récord anterior, de 23.399 casos, y se acercaba al punto intermedio para la adopción de medidas de cierre.
Los países de Europa Central, miembros del grupo de Visegrad –República Checa, Polonia, Hungría y Eslovaquia– habían tenido un buen desempeño en el control de la pandemia, pero eso cambió. Los casos han aumentado rápidamente y las autoridades temen que los servicios de salud estén cerca del colapso. Los cuatro países están considerando alguna forma de cierre para controlar el contagio.
No obstante, la lista de contagios y muertes sigue encabezada, por mucho, por Estados Unidos, que se aproxima a los 190 mil casos diarios, seguida por la India, con más de 45 mil, y Brasil, con cerca de 35 mil.
Los tres suman casi la mitad de casos y muertes en el mundo. La semana pasada, Estados Unidos superó los 250 mil muertos por la pandemia, seguido por Brasil, que se acerca a las 170 mil, y la India, con 130 mil. Al ritmo actual, cuando deje el cargo, habrá, en las cuentas del gobierno Trump, más de 300 mil muertos a causa de la pandemia.