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Crónicas desde Santiago (II): La desaparición del hombre feliz

Amanece y suena un silencio atronador en la ciudad. Hace tres días no se oye al general Javier Iturriaga, comandante de la zona de Emergencia.

(Santiago, Chile). Amaneció temprano. Hoy el toque de queda terminó a las cuatro de la mañana. La ciudad todavía dormía.

Luego amaneció con carreteras colapsadas. Los camioneros protestan contra los cobros en las carreteras privatizadas. Una protesta polémica, que Felipe Berríos, un sacerdote muy identificado con los sectores populares, denuncia.

Son los dueños de los camiones, los mismos que contribuyeron al colapso del gobierno de la Unidad Popular en los años 70, los que impiden el desarrollo del ferrocarril, los que contaminan con un diésel subsidiado y que ahora se aprovechan para pedir más privilegios.

Las protestas de estos días en Chile –dice Berríos– ¡debe ser de los discriminados, no de los privilegiados!

“Si no tenemos cuidado terminan ganando los de siempre” , advierte.

La gente sigue reunida en la plaza Italia, donde ayer tomé la foto que encabeza esta nota.

Pican los ojos y la garganta. Son los restos de los gases que se resisten a disolverse aunque, de madrugada, bajo toque de queda, los funcionarios municipales le renuevan la cara a la plaza.

Un silencio atronador
Amanece y suena un silencio atronador en la ciudad. Hace tres días no se oye al general Javier Iturriaga, comandante de la zona de Emergencia.

Piñera había dicho que Chile estaba en guerra. El general discrepó: –yo soy un hombre feliz. ¡No estoy en guerra con nadie!

Piñera habla de guerra. No es su especialidad. Él es solo un empresario y presidente del país. Pero no sabe de guerra, ni la tiene que librar.

El experto en el tema es Iturriaga. Él sabe de lo que habla y sabe también que, si fuera cierto, es al él a quien le toca pelearla.

Pero no ha vuelto a hablar. El silencio suena atronador. Pero tampoco ha hablado el presidente.

Tenía razón el general. El habla del presidente coincide con la de su esposa que atribuye la guerra a una invasión de alienígenas. Muchos se han burlado de esta frase, pero no tienen razón. Es cierto lo que dice la esposa del presidente: los alienígenas han invadido su mundo. Es una guerra.

Un diálogo absurdo, en un escenario vacío, con autores ausentes, mientras en las calles, y en las plazas, la obra se sigue desarrollando con un ruido ensordecedor. Como un desesperado asalto al cielo.

En los cabildos
Ayer fui a los cabildos. Es una vieja idea, de los tiempos de la colonia.

Autoconvocados, asistí al de La Reina.
Caía la tarde. Al pie de la cordillera, lo gris, lo café de la montaña contrasta con un azul desmayado de un cielo que se apaga. La montaña adquiere relieves mientras se mueven las sombras. Abajo, 300, 400 personas, conversan. Refresca.

–Este estallido me ha hecho ver que no estoy solo. Es ocasión para reconstruirnos, para repensarnos. Estamos cansados de los abusos. Nos van a tener que escuchar. No se si tenemos claro lo que queremos- dicen.

Hay enojo. Frustración. Sienten que Chile fue un laboratorio para un modelo que se ha agotado. “Como las AFP –el sistema privatizado de pensiones– que solo se sostenía porque aparecíamos como una sociedad dormida”.
–Somos mucho más de lo que se imaginan, aseguran. Ojalá. Habrá que verlo.
Hablan. Escuchan. Aplauden. ¡Hay que reconstruir el tejido social! Desatar el sistema neoliberal “bien atado por Pinochet en una constitución”.
¿Una nueva constitución? Es una de las demandas más aplaudidas.

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