Mundo Las ciudades desiertas IV

Crisis del COVID-19 “podría prender fuego el mundo”

El exsecretario de Estado, Henry Kissinger, analiza como las consecuencias que genera la pandemia del nuevo coronavirus en las economías del mundo están a punto de hacer prender al mundo.

Llega una hora en la que los periodistas deberían callar. Una hora en la que la gente habla mejor y más claro. Es esta hora. Los ejemplos se multiplican y no hay más opción que elegir, casi al azar. Hagámoslo.

Isabel de Sebastián es una cantante y autora que vive parte del año en su país, España, y el resto en Estados Unidos.

La pandemia la encontró en Brooklyn. Desde mi ventana —dice, en artículo publicado el pasado 1 de abril— “el sonido de las sirenas es constante. Las ambulancias parecen volar por las calles desiertas. Imagino a los trabajadores de la salud que están yendo a buscar a los que comienzan a sufrir la falta de aire, y cruzo los dedos por mi amiga Julie, a quien está empezando a sucederle. Pienso en los que se están jugando la vida dentro de tres metros cuadrados, usando máscaras descartables que tendrán que reutilizar”.

La ira de Dios

Lo que pasa es que desde esa ventana se puede mirar el mundo, como nos cuentan otros. Con variaciones, lo podemos ver desde casi cualquier ventana. Las imágenes apocalípticas son una pesadilla en Ecuador. Ese mismo día, 1 de abril, en Guayaquil había “450 cuerpos por recoger, entre casas y calles”, informan desde la ciudad ecuatoriana.

Ya cité un párrafo del texto de Cristián Avecillas, encontrado en Facebook, del que no puedo dar más antecedentes que este: el de haberlo encontrado ahí. Pero con todos los antecedentes en la mano, con tantas fuentes repitiendo lo mismo, no creo que se arriesga mucho dándole credibilidad. Por lo tanto, quisiera extenderme un poco más de lo que ya he reproducido en el artículo sobre el trabajo de los periodistas en las circunstancias actuales.

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“Ningún país, ni siquiera Estados Unidos, puede superar la crisis con un esfuerzo exclusivamente nacional”, Henry Kissinger.

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“La calamidad en Guayaquil es innombrable: el cielo cubierto de aves carroñeras, los barrios llenos de insepultos, las farmacias desabastecidas, los precios desorbitados”, nos dice Avecillas.

Eso es lo que se puede ver en la ciudad. Después describe lo que pasa dentro de los hogares. Ahí es cuando nos cuenta la historia de su amigo Juan, poeta, ciego y líder, con su madre muerta “en el cuarto de atrás”.

Otra historia es la de Zoila. “Zoila, sola en casa, diabética, sencilla, todos los días se levanta de sus lágrimas para buscar a su padre, Armengol López”. Llega hasta las puertas del hospital Abel Gilbert y pregunta, llora, grita, reclama, ruega: no le dicen nada.

“Hace un mes, el 3 de marzo, llevó a su padre para hacer una tomografía, fue atendido por la doctora Jaramillo, y sufrió un derrame. Entonces se desató la crisis y él se quedó allí adentro y se supone que está allí adentro porque adentro se quedó; se supone, en el tercer piso, se supone, porque allí lo dejó Zoila cuando se fue a casa para dormir algo, hace un mes… Cuando volvió al día siguiente ya no le permitieron entrar y desde entonces ya no sabe nada, no le dicen si está vivo o si está muerto”.

—¡Oh sí! —dice Avecillo— la ira de Dios sobre los hogares destruidos en una ciudad desbordada.

Una pandemia que cambiará el mundo

La frase es de un hombre a punto de cumplir 97 años y que tiene mucho que ver con el orden político y las relaciones internacionales que prevalecen en el mundo de hoy. Se trata del exasesor de Seguridad Nacional y exsecretario de Estado norteamericano Henry Kissinger. Fue derrotado en Vietnam, pero tuvo un papel central en la construcción de las relaciones de Estados Unidos y China. En América Latina patrocinó el golpe militar en Chile, en 1973, y apoyó otras dictaduras en ese entonces. Entre ellas la argentina. Todas ellas responsables de crímenes inenarrables, de torturas, asesinatos y desapariciones.

Fue su forma de construir su mundo. Su larga vida le ha permitido ver hoy como ese mundo se acaba, sin que pueda ya manejar los hilos con los que entonces contribuyó a forjarlo.

Agudo, no deja de ver los peligros. Miembro muy joven de los servicios de inteligencia militares norteamericanos fue, al final de la guerra, enviado a administrar ciudades alemanas, siendo él alemán de nacimiento y su lengua materna particularmente útil en esas circunstancias.

Eso le permite también ver las diferencias. Entonces, durante la II Guerra Mundial, la resistencia estadounidense “fue fortalecida por un propósito nacional final. Ahora, en un país dividido, hace falta un gobierno eficiente y con visión de futuro para superar obstáculos sin precedentes en magnitud y alcance mundial”.

Ningún país —reconoce—, ni siquiera Estados Unidos, “puede superar la crisis con un esfuerzo exclusivamente nacional”. Y enumera los tres grandes desafíos que Estados Unidos deberá enfrentar. El primero es “reforzar la resistencia global a las enfermedades infecciosas”. El segundo es “esforzarse por sanar las heridas de la economía mundial”. Y el tercero, “salvaguardar los principios del orden internacional liberal”.

La historia reciente parece mostrar, en todo caso, que ninguno de los tres podrá ser enfrentado con éxito. El coronavirus es ejemplo de lo primero. El fracaso de los esfuerzos por restaurar los daños de la crisis financiera del 2008 es ejemplo de lo segundo. Por su parte, los principios del orden internacional liberal nunca estuvieron más amenazados. No solo por los gobiernos, que en Europa del este algunos llaman ”iliberales”, sino, principalmente, por la tragedia que esos regímenes, que él mismo ayudó a instalar en América Latina, significó para la región, hoy la más desigual del mundo.

Kissinger no deja de ver las consecuencias de ese fracaso, si ocurriera: “podría prender fuego el mundo”.

Trabajadores de la salud atienden pacientes con coronavirus en el Maimonides Medical Center en el vecindario de Brooklyn en Nueva York. (Foto: agencia AFP).

El mundo incendiado

Se habla poco de las consecuencias de la pandemia en América Central. Un estudio realizado por dos consultores internacionales, Roger Murillo Sandoval y Adelmo Sandino Mayorga, resume la perspectiva de casos posibles de COVID-19 en los países de la región, señalando que Guatemala podría ser el más afectado, seguido de Honduras, El Salvador, Panamá, Nicaragua y por último Costa Rica.

Las enormes migraciones desde el “triángulo del norte” —Honduras, El Salvador y Guatemala— a Estados Unidos se iniciaron en el 2018. En noviembre de ese año, cerca de diez mil inmigrantes llegaron a la ciudad fronteriza mexicana de Tijuana y desde entonces se ha producido un caótico reasentamiento de miles más, que partieron, sobretodo, de Honduras y que no han podido ingresar a Estados Unidos.

Las caravanas de migrantes son síntoma del agotamiento del modelo de desarrollo en Centroamérica, señalaron estudiosos de la región. En enero del 2019, luego de las tres décadas de rebelión y programas de pacificación, el sociólogo norteamericano William Robinson escribía que América Central está de nuevo a un paso de la implosión.

Robinson nos recuerda que 19% del Producto Interno Bruto de El Salvador corresponde a remesas, hechas sobre todo de Estados Unidos, cifra que es de 18% en Honduras y de 10% en Guatemala y Nicaragua. Habrá que ver cómo se van a comportar esas remesas luego de la pandemia y sus efectos en Estados Unidos.

En El Salvador cerca de dos millones de personas viven en pobreza. En Honduras y Guatemala, alrededor de la mitad de la población vive en pobreza, no cubren lo básico. O sea, “hay unos 13,5 millones de pobres en esta pequeña región donde el coronavirus aún no hace lo que puede hacer”, escribía a mediados de marzo el periodista Oscar Martínez, del diario salvadoreño El Faro.

Nicaragua y Costa Rica son dos ejemplos contrastantes de cómo han decidido enfrentar la pandemia en la región.

Con un robusto sistema público de salud, Costa Rica ha respondido oportunamente al coronavirus, con una política de cuarentena para  viajeros, personas infectadas y sus contactos, y un programa intenso de aislamiento físico en todo el país, que le ha dado hasta ahora excelentes resultados. El número de infectados crece lentamente, en alrededor de 20 al día, cifra pegada a la curva más optimista de las estimaciones de los expertos.

Nicaragua, por el contrario, ha promovido una política de mantener las actividades públicas casi con normalidad, aunque el 5 de abril el Ministerio de Salud informaba que solo había cinco casos activos de coronavirus confirmados en el país y una muerte, pese a las advertencia de científicos de que el mantener abiertas escuelas y universidades creaba “un alto riesgo de contagio”.

La ministra de Salud, Carolina Dávila, fue destituida la semana pasada, a solo ocho meses de haber asumido el cargo, y un hospital de campaña empezó a ser montado en terrenos del Estado Mayor del ejército, en Managua. Las autoridades afirman que fue solo un ensayo contra terremotos.

En todo caso, en Nicaragua lo que ha despertado mayores expectativas es la ausencia del presidente Daniel Ortega, a quien no se ve en público desde el 12 de marzo, lo que ha desatado especulaciones crecientes sobre su estado de salud.

Otros escenarios

Mientras el virus ya afectaba a cerca de 340 mil personas en Estados Unidos y batía récords de muertes diarias, con casi 900, la Casa Blanca desató una escalada contra Venezuela, que empezó con la oferta de ‎$15 millones por la cabeza del presidente Nicolás Maduro y otras autoridades, seguida de un una propuesta para el cambio de gobierno y el despliegue naval en las costas venezolanas, justificada como parte de la lucha contra el tráfico de drogas, del que acusan a Caracas.

Sin haber aportado prueba alguna de sus acusaciones, el despliegue no apunta al productor de la droga, que es Colombia, principal aliado de Estados Unidos en la región en sus planes para poner fin al gobierno venezolano. Una escalada apoyada por los gobiernos conservadores de la región que, si transformada en una agresión militar generaría renovadas tensiones en la región.

La crisis del coronavirus también se ensañó contra el gobierno de Brasil, donde las propuestas del presidente Jair Bolsonaro terminaron por agotar su capital político. La semana pasada el jefe de la Casa Civil, el general Walter Braga Netto, asumió las funciones de “presidente operativo”, con Bolsonaro aislado, sin base política, sin apoyo en el Congreso, enfrentado a todos los gobernadores de los estados (incluyendo una buena cantidad elegidos gracias a los votos bolsonaristas) y con los medios de prensa conservadores que lo llevaron al poder, desmarcándose del gobierno. Bolsonaro no puede hoy siquiera destituir a su ministro de Salud, que contradice sus instrucciones y reitera la necesidad de una cuarentena para enfrentar la pandemia que Bolsonaro rechaza.

En Medio Oriente, la pandemia también ha servido para que Israel avance en la expropiación de propiedades de palestinos, con colonos adueñándose de tierras en Cisjordania de manera ilegal, según legislación internacional, mientras Gaza está transformada en lo más parecido a un campo de concentración, sin condiciones para poder enfrentar las amenazas de la pandemia.

Desde que fuimos sometidos a aislamiento por el coronavirus los ataques de los colonos se han multiplicado por diez, con el apoyo de los soldados israelíes, afirmó Ghassam al-Najir, un activista de 30 años en Burin, pueblo ubicado cinco kilómetros al sur de Nablus, en Cisjordania, citado por la publicación basada en Londres, Middle East Eye.

El embajador chino en Palestina, Guo Wei, afirmó que su país está considerando enviar un convoy médico a esa región y que una ayuda para tratar de superar la crisis del coronavirus “está lista” y llegará a Palestina en los próximos días.

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