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Centroamérica está a reventar de pacientes con COVID-19

En la región los hospitales están bajo presión, amenazados de colapso; con los médicos agotados, con horarios extenuantes de trabajo, cuando no enfermos o muertos por coronavirus.

Por ahora, “estamos a reventar”. La historia la cuenta Marcos González, corresponsal de la BBC para México y América Central. Las imágenes circulaban en redes sociales: pasillos atiborrados, enfermos conectados a tanques de oxígeno esperando a que se desocupe una cama, pacientes aguardando en carpas afuera de los hospitales, bajo sol y lluvia…

“Estamos a reventar. Esto no es una curva de casos. Es una avalancha”, resume a la BBC el doctor Hugo Fiallos, intensivista del hospital del Instituto Hondureño de Seguro Social (IHSS). Sus seis plazas en la UCI están permanentemente ocupadas.

Trabajadores de la salud del hospital Arnulfo Arias hacían un piquete en las afueras de la institución en demanda de equipos de protección para batallar contra el nuevo coronavirus. (Foto: agencia AFP).

En el Hospital del Sur, en Choluteca, los pacientes, enfermos, esperan al aire libre o en carpas improvisadas, en colchones sobre el suelo, bajo intensas lluvias y rodeados de lodo.

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“Se nos están muriendo pacientes en sus casas, en las carpas, en las emergencias, esperando ser atendidos”.

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“No damos abasto”, dice la médica Ligia Ramos, en el Hospital de Especialidades del IHSS. Los médicos no ocultan su desolación. “Se nos están muriendo pacientes en sus casas, en las carpas, en las emergencias, esperando ser atendidos”. Las cifras de enfermos se triplicaron en el último mes: de 9.178 positivos y 320 muertes el 15 de junio se pasó, un mes después, a más de 33 mil casos y de 900 defunciones, según datos oficiales.

También en Panamá los hospitales están amenazados por el colapso. La mitad de la población del país amaneció en cuarentena absoluta el pasado fin de semana, luego de los peores resultados de contagios y muertes. Los 200 casos diarios de hace un par de meses son ahora más de 1.500, hasta transformarlo en el país con más casos por número de habitantes en América Central: casi 12 mil. Solo superado por Chile, en América Latina.

En Centroamérica, en casos por millón de habitantes, Honduras le sigue a Panamá, con 3.114. Costa Rica tiene 1.956; Guatemala, 1.886; El Salvador, 1.727 y Nicaragua, 475.

Panamá también es el país con más muertes por habitantes en Centroamérica, con 240 por cada millón y un total de 1.038 muertos. Le siguen Honduras, con 835 muertos y 84 por millón de habitantes y Guatemala, con el mayor número de muertos: 1.500, pero que representan 80 por millón de habitantes. Los demás países –El Salvador, Nicaragua y Costa Rica– tienen 48, 15 y 9 muertos por millón de habitantes. Una cifra que, en el caso de Nicaragua, podría ser muy superior de acuerdo con la contabilidad de un “Observatorio Ciudadano” que estima en 2.260 las muertes por COVID-19 hasta la semana pasada, sin que se pueda comprobar ni las cifras oficiales, ni las del Observatorio.

Todos están presionados por una segunda ola que amenaza la disponibilidad de camas y de atención en cuidados intensivos.

Costa Rica, un país que durante los tres primeros meses de la pandemia –marzo, abril y mayo– se desempeñó bien, entre los mejores de América Latina, tiene hoy más casos nuevos diarios –alrededor de 500– que los registrados en cada uno de esos tres meses, cuando no superaban los 400 por mes.

Las autoridades advierten la necesidad de redoblar los controles sanitarios, mientras crece el número de hospitalizados e internados en cuidados intensivos. Todos miran la elevada curva de casos nuevos; la más modesta, de recuperados; y el ritmo de crecimiento de las hospitalizaciones.

Aunque las condiciones no son iguales en todos los países, en toda Centroamérica los hospitales están bajo presión, amenazados por el colapso; con los médicos agotados, con horarios extenuantes de trabajo, cuando no enfermos o muertos como consecuencia del contagio de este nuevo coronavirus.

Caída libre

Los efectos de una caída más pronunciada de la economía mundial que la prevista anteriormente afectará de diversas maneras a América Latina, incluyendo los términos de intercambio, el turismo y, sobre todo en Centroamérica, las remesas de los inmigrantes desde los Estados Unidos, o desde Costa Rica, en el caso de los nicaragüenses.

En Centroamérica las remesas son uno de los principales flujos de recursos externos para el Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua. Para los dos primeros representan alrededor de 20% del PIB, mientras que para los dos últimos oscilan alrededor del 10%.

En abril del 2020 las previsiones eran de que los tres primeros perderían este año $4.821 millones y $5.084 millones en 2021.

El aumento sostenido de las remesas no se repetirá este año. En la última década, solo en 2009, luego de la crisis financiera del año anterior, las remesas a los países centroamericanos cayeron, pero levemente. No hay antecedentes para el escenario que se vislumbra ahora.

El año pasado Guatemala recibió $10.508 millones en remesas, 13% más de lo reportado en 2018. Honduras recibió $5.524 millones de dólares, cifra también superior en un 13% a la de 2018. El Salvador vivió una situación similar, con remesas por $5.650 millones de dólares en 2019, 5% mayor que las del 2018. En Nicaragua, la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides) estimó que este año las remesas caerán entre 5,1% (en el escenario más optimista), y 18% en el peor de los casos. Lo que significará que los hogares dejen de recibir entre $84 y $297 millones, en una economía que el año pasado, en medio de una crisis política, ya había tenido un crecimiento negativo.

Un estudio de la Secretaría de Integración Económica Centroamericana (Sieca) con datos de marzo pasado estimaba que, como consecuencia de la pandemia, la economía centroamericana mostraría un crecimiento negativo de 2,9% en 2020. Para 2021 se proyectaba una ligera recuperación, con un Producto Interno Bruto (PIB) negativo de solo 0,1%.

Pero solo un mes después esas perspectivas habían empeorado y la caída del PIB era estimada ya en 6,9%. Del mismo modo, las expectativas para el año que viene eran también más pesimistas, con una recuperación menos vigorosa y una caída de 1,4%.

Según estimaciones de la Cepal divulgadas en julio, la economía de la región más afectada por el COVID-19 sería la del El Salvador, con una caída de 8,6%; seguida de Nicaragua, con un 8,3%; Panamá, con un 6,5%; Honduras, con 6,1%; Costa Rica, con 5,5% y Guatemala, con 4,1%.

El resultado es que el desempleo, la desigualdad y la pobreza crecerán en todos los países. Esta última variará desde el 20,5% en Costa Rica, hasta 59% en Honduras, siendo de aproximadamente 52% en Guatemala y Nicaragua y de 40% en El Salvador, según la Cepal.

Mucho más cruda

Tampoco el escenario internacional es el que esperábamos. La pobreza mundial es mucho más cruda de lo creído, escribía la semana pasada el periodista Gustavo Capdevila, de la agencia IPS, desde Ginebra.

Había salido un informe del entonces relator especial de Naciones Unidas sobre extrema pobreza, el australiano Philip Alston, que ponía en evidencia la metodología utilizada por el Banco Mundial para calcularla. Una metodología que hizo “reducir” la pobreza extrema entre 1990 y 2015, de 1.895 a 736 millones de personas y que, según Alston, permitió a gobiernos e instituciones multilaterales apreciar “progresos en la erradicación de la pobreza que en la realidad no existen”.

El COVID –agrega, citando datos de la Organización Internacional de Trabajo (OIT)– “sumirá a más de 70 millones de personas adicionales en la pobreza extrema y a otros centenares de millones más en el desempleo y en la pobreza”.

Las advertencias sobre el tema se multiplicaron esta semana, entre ellas las del informe sobre “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo 2020” (conocido como SOFI), divulgado en Santiago de Chile.

Ahí se señala que “en 2019, 47,7 millones de personas en América Latina y el Caribe sufrieron hambre; es decir, no pudieron consumir las calorías suficientes para llevar una vida activa y saludable”.

Y las previsiones son de que, con el COVID, “20 millones de personas más sufrirán hambre en una década, con lo que en 2030 afectará a 67 millones de latinoamericanos”.

“Las cifras de hambre en 2019 son escalofriantes, como también lo es el pronóstico para el año 2030”, señaló el pasado lunes 13 de julio el Representante Regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Julio Berdagué.

Pero las advertencias no se limitan a la situación de América Latina. El secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, señaló que la pandemia del coronavirus puede “atrasar años, incluso décadas” los avances en los objetivos de la Agenda 2030 de desarrollo sostenible.

La Comisión Europea, en sus previsiones económicas de la primavera del 2020, reiteró el pronóstico de una caída del 7,5% del Producto Interno Bruto de los 27 países que integran la Unión Europea y un crecimiento de poco más del 2% del desempleo, como promedio, pasando de 6,7% a 9%. Pero en países como España y Grecia podría alcanzar 20%, 12% en Italia y 10% en Portugal.

En Estados Unidos, Emily Benfer, directora del Grupo de Trabajo del Comité de Desalojo de la American Bar Association, advirtió, en entrevista al canal CNBC, que pronto los desalojos como consecuencia del COVID-19 podrían afectar a 28 millones de personas.

Diez millones de personas fueron desalojadas de sus casas desde la crisis del 2008 y “estamos esperando que de 20 a 28 millones más sean desalojadas de aquí a setiembre”.

No hemos visto nunca esa magnitud de desalojos en nuestra historia, afirmó Benfer, que empezarán a crecer en las próximas semanas y meses, “en la medida en que empiecen a agotarse el apoyo limitado y las medidas de intervención actualmente vigentes”.

¿Guerra?

Se ha incrementado la recolección de cadáveres en las calles y domicilios en Cochabamba y La Paz. Todos sospechosos del coronavirus. En un solo día la policía recogió 20 cuerpos en La Paz, sospechosos de ser COVID-19 positivos, mientras el Instituto de Investigación Forense (IDIF) de Cochabamba informaba que recogen por día entre 40 y 45 cadáveres.

Mientras los muertos se multiplican por la pandemia, surgen las advertencias contra los peligros de guerra en la región. El expresidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, manifestó su preocupación por la nueva Política Nacional de Defensa del gobierno del presidente Jair Bolsonaro.

“Es alarmante percibir como viejas teorías sobre rivalidades con vecinos están siendo resucitadas”, dijo Lula, en alusión a una eventual participación de Brasil en el intento por derrocar el Gobierno de Venezuela que promueve el gobierno norteamericano.

Lula criticó la participación de un general brasileño en una reunión con el jefe del Comando Sur de los Estados Unidos y la forma como fue tratado –como un “empleado”, afirma– por el mismo militar norteamericano, “responsable por posibles acciones armadas contra países latinoamericanos”.

La semana pasada fue el presidente argentino, Alberto Fernández quien reiteró que su país nunca ha desconocido la legitimidad del Gobierno de Venezuela”. A fines de junio, el exsecretario General de la OEA, el chileno José Miguel Insulza, ya había expresado su creencia de que “ya nadie en el mundo piensa que Juan Guaidó sea presidente de Venezuela”, aunque el asiento de Venezuela en la OEA sigue siendo ocupado por el delegado de Guaidó.

Fernández manifestó también su rechazo al Grupo de Lima, porque nació con la intención de dividir el continente: “No estamos de acuerdo con lo que hacen (…) No participamos de una reunión del grupo, que nació para terminar con la Unasur. Tampoco participé de una reunión del Prosur porque ha sido creado para dividir el continente”, destacó.

Choque de trenes

“Esto no es una curva de casos, es una avalancha”. Quince millones de casos en el mundo al final de la semana. Cuatro millones en Estados Unidos, más de dos millones en Brasil. Más de mil muertes diarias en cada país. Además de Brasil, Perú, México y Chile están entre los ocho países con más casos en el mundo. Con más de 17 mil casos por millón de habitantes, Chile supera ampliamente los 11.500 de los Estados Unidos.

“La pandemia del COVID-19 es como un choque de trenes en cámara lenta, que puede ser la chispa que encienda un caos mundial, como lo fueron las guerras del siglo pasado”.

Dos frases que se refieran a un mismo escenario. La primera es la avalancha a la que están sometidos los hospitales desbordados de Honduras. La segunda es la visión de Charlie Ang Hwa, un analista basado en Singapur, que escribe para el canal catarí, AlJazeera. Pese a las distancias, hablan del mismo mundo y de la pandemia que lo azota.

Amplio poder de fuego

Para Ang Hwa se trata de una guerra entre la humanidad y la naturaleza, de la extrema fragilidad del mundo urbano moderno que solo estaba a la espera de una chispa para dejar en evidencia los efectos de la sobrepoblación, de la pobreza extendida, de una débil capacidad para gobernarse, de una cooperación internacional debilitada y, sobre todo, de la sobreexplotación del ambiente.

Una debacle “que tiene amplio poder de fuego para desatar una serie de incontrolables reacciones en cadena”, caracterizada por una emergencia sanitaria global y por la devastación económica, afirmó.

Alimentada por años de bajos intereses, la deuda global mundial alcanzó la inimaginable cifra de $255 millones de millones el año pasado, de los cuales $70 millones de millones corresponden a la deuda pública.

Una deuda que es tres veces mayor que el Producto Bruto mundial, 40% más que al inicio de la crisis financiera del 2008.

¿Podrá la humanidad transformar sus estructuras fragilizadas, sus sistemas y comportamientos, a tiempo de evitar la próxima guerra mundial del siglo XXI?

Nadie sabe.

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