Mundo Crónica

Berlín, el Aleph de Borges

No hay quizás acontecimiento que lamente más que haberme perdido que la apertura del muro de Berlín.

No hay quizás acontecimiento que lamente más que haberme perdido que la apertura del muro de Berlín. Es una obsesión que me persigue. Ahora camino por Berlín y es la curiosidad la que me persigue: ¿dónde estaba?, ¿por dónde pasaba? Hay que dar cada paso con cuidado. Uno a uno, con la mirada atenta. ¿Sería aquí? ¿Ya me pasé? Estoy al otro lado.

Voy caminando por Berlín tratando de descifrarlo. No ha desaparecido del todo. Una discreta línea –a veces dos hileras de piedras serpenteando en el suelo; otras veces aún más discreta, un simple cambio de color en la calzada, o una placa ¿de hierro?– nos recuerda que ahí estuvo: Berliner Mauer 1961-1989.

Cruzamos el muro, una y otra vez, como si no existiese. Pero aquí estaba, en el centro del mundo, el ombligo. Todas las tensiones confluían aquí. Seguramente era aquí el Aleph de Borges: el lugar donde se podía ver “millones de actos deleitables o atroces”. Ninguno lo asombró, sino el hecho de que se superpusieran todos, ocuparan el mismo espacio, sin superposición y sin transparencia.

¡Claro! ¡Es aquí el Aleph! ¡Mis ojos habían visto ese objeto secreto que nadie había mirado.

Un ejército de grúas completa la conquista del este, en una frenética expansión de la construcción inmobiliaria en el antiguo Berlín oriental.

Estoy de este lado. Nada me separa del otro, salvo mi imaginación. ¿Cómo se vivía en una ciudad dividida? Me intrigaba el funcionamiento del metro, porque en la red subterránea no había rastros del muro. Circulando por debajo, era como si el metro se burlara de su existencia. Pero no era así. Las estaciones del este estaban bloqueadas, me explican. Nadie podía ingresar, ni el metro se detenía ahí. Viajaba del este al oeste, sin que ningún pasajero pudiera salir del oeste. Me sentí aliviado con la explicación.

En el este se viajaba en tranvía, en la superficie. Aun hoy están. Es un viaje encantador, parte de la formidable red de transporte de la ciudad. Pero los tranvías solo circulan por el que era Berlín oriental. No tiene sentido extender hoy los rieles hacia el otro lado.

¿Cómo imaginarse la Potsdamer Platz dividida? La gente circulando a uno y otro lado, tan cerca y tan distantes. ¡El mundo dividido por ese muro!

Berlín es un imán. Aquí confluyen, desde hace mucho tiempo, todos los conflictos, que hoy se expresan de muchas maneras.

La división

Siempre caminé curioso por la ciudad. Pese a los más de 25 años transcurridos desde que se unificó, tenían que quedar rastros de la división. Los hay. En el nombre de las calles: la imponente Karl Marx Alle; la Franz Mehring Platz; o el majestuoso Treptower park, el memorial soviético de la guerra. Está en un lugar discreto. El parque, a orilla del Spee, está dividido por una avenida. El paseo a la orilla del río bulle el domingo de sol. Treptower está al otro lado de la calle.

Discreto. Se entra por una alameda arbolada, pasando por un austero portal de piedra. Al final de la alameda, mirando hacia la izquierda, se despliega el monumento. Homenaje a un ejército que ya no existe, con la hoz y el martillo en la pared de dos enormes muros de mármol frente a los que descansan dos soldados soviéticos.

Lo visité al día siguiente de la conmemoración del día de la victoria, en mayo. Victoria de los aliados, caída de Berlín.

¿Cómo lo viven los berlineses? Ese día el monumento estaba lleno de flores. Pero volví otro día, por casualidad: lucía mucho más desolado.

¿Qué representa para los alemanes, para los berlineses, el recuerdo de la derrota y la ocupación? En esta ciudad, la historia no está en los libros, está en las calles.

¿Qué lecciones habrán aprendido? ¿Qué efecto tendrá en la cabeza de las personas? Me parece muy ingenuo pensar que ninguno, aunque puede ser difícil saber cuál será. Probablemente muchos y diversos.

Algo parecido sugiere una visita a Potsdam, capital del estado de Brandemburgo, colindante con Berlín, emblemático lugar de la posguerra y de la guerra fría.

Fue aquí, en el Palacio de Cecilienhof, donde se celebró, del 17 de julio al 2 de agosto de 1945, la conferencia en la que los aliados definieron las fronteras de la Alemania derrotada. Aquí se sentaron Stalin, Truman y Churchill, aunque este último no volvería; derrotado en las elecciones, fue sustituido por Clement Attlee en la mesa de negociaciones.

Hay un puente que une Potsdam con Berlín. Por ahí también pasaba el muro.

Potsdam quedó en la zona soviética. Pintado de verde, el puente tiene dos tonos: uno más claro, otro más oscuro. Una diferencia ligera que probablemente no se observe si alguien no lo señala. Ahí, en medio del puente, las dos potencias –Estados Unidos y la Unión Soviética– intercambiaban sus espías. Aquí tenía también la URSS una importante instalación militar y de inteligencia, una enorme área vedada a los alemanes, que aún hoy lo recuerdan cuando nos cuentan su historia. Y naturalmente, los palacios, el Sans Souci y sus parques, o el Neues Palais.

El muro

El muro fue siempre una muestra brutal de la debilidad del socialismo en el este europeo, sostenido por las tropas soviéticas. Cuando este soporte se empezó a trizar, el muro se derrumbó.

Pero su derrumbe dejó al desnudo lo que había también a este lado. Sin el contraste, la tragedia de lo que ocurría acá ya no se pudo ocultar: es la que nos ha llevado al desquiciamiento actual por el que atraviesa Europa.

Son varias sus manifestaciones. Algunas propias de Alemania; otras, de carácter europeo.

En Alemania, resurgen síntomas inquietantes del pasado, una actitud xenófoba apenas contenida (por ahora); un temor a perder su identidad como nación (que alimenta la xenofobia), provocada por la migración, hoy descontrolada y estimulada por la pobreza extendida en África; y la situación misma de los trabajadores alemanes. Tres fenómenos estrechamente relacionados y de muy compleja solución.

Andrés Reggiani, argentino, sociólogo y profesor de la Universidad T. di Tella, en Buenos Aires, vive parte de su tiempo en Alemania. Su esposa, si no me equivoco, en la responsable de América Latina en la Fundación Friedrich Ebert. Reggiani ha acompañado de cerca el surgimiento de nuevos partidos llamados de extrema derecha en Europa.

“No nacen en países con problemas de migraciones solamente, tienen que ver con el tema de la representación política. Esa extrema derecha refleja una reacción antipolítica, a los partidos constituidos y a la europolítica”, me dijo una mañana en Berlín.

“La gente siente que ha perdido control de su vida, que las decisiones se toman en otra parte. El euro es el mejor ejemplo, pues impone a los países una política de austeridad”.

Reggiani nos recuerda que hace 30 años había una alternativa política: el comunismo. “Hoy esa alternativa ha desaparecido. Lo que quedó es un movimiento de protesta. Esta extrema derecha es una expresión del enojo”, afirmó.

“Alemania está obsesionada con la estabilidad política, sobre todo mirando a su pasado. Pero se teme que esta parte de la sociedad que expresa su enojo a través de partidos muy radicalizados haga difícil una convivencia democrática. Las declaraciones van cada vez más lejos, se va corriendo la raya”. El dilema es qué hacer. Si reaccionamos se les agranda, si no se reacciona podría enviarse una señal equivocada.

Lo cierto es que la AFD (Alternativa por Alemania), el nuevo partido de la derecha, fundado apenas en 2013, xenófobo, crece. Obtuvieron poco más de 12% de los votos en las elecciones de setiembre del año pasado y se transformaron en el tercer partido en el Bundestag, el parlamento alemán, mientras los socialdemócratas obtenían sus peores resultados en la historia moderna del partido, con 20% de los votos.

¿Cómo explicar eso en un país donde la economía crece?, se pregunta Reggiani.

Hay que salir de la macroeconomía para ir a la economía emocional, sugiere. Históricamente el voto fascista no era un voto de desempleados sino de quienes temía miedo a perder el trabajo. “¡Y de eso hay mucho!”, aseguró. Lo que se canalizó con el tema de la inmigración. “Eso es lo que le da a este descontento la posibilidad de manifestarse”.

Asegura que la AfD carece de programa, que la suya “es una actitud política reactiva”. Su tema es la inmigración y salir del euro, la moneda europea que cada día más encarna la crítica de los partidos llamados “antieuropeístas”.

Los mini jobs

En todo caso, Manfred Wannöffel, profesor de la Ruhr-Universität Bochum vinculado al más importante sindicato industrial alemán, el  industriegewerkschaft metall, estima que la AFD representa una posición neoliberal extrema.

“La AfD es radicalmente neoliberal, quieren acabar con todas las garantías.

Hay que tener mucho cuidado con su programa y lo que realmente piensan hacer”, aseguró.

Wannöffel se refiere a los mini jobs, el esquema de trabajo precario creado por el canciller socialdemócrata Gerhard Schröeder en 2005 con el pretexto de combatir el desempleo. “Provocaron un divorcio en la sociedad; la gente con trabajo precario ya no puede participar en la vida bonita de Berlín”. Una tendencia que la AfD, con su política, profundizó aún más, “provocando una mayor separación entre los alemanes, divorciando más a la sociedad, como los nazis”.

“Yo vengo de Bochen, en la cuenca de Rhur, donde la General Motors cerró su empresa en 2014. En los 80, en su auge, llegaron a tener 22 mil trabajadores.

Cuando cerraron tenía cuatro mil y todos quedaron cesantes. Esos cuatro mil ya no vuelven a conseguir trabajos regulares. Ganaban 26 euros la hora en el sector automotriz, con convenios colectivos. Hoy ganan el salario mínimo, de 8,90 euros. Esa es la frustración de la gente. El Estado ya no los protege como antes. La AfD atrae a esa gente con su ideología de ‘Alemania primero”.

Lo cierto es que tener trabajo en Europa, y en Alemania, en particular, ya no asegura salir de la pobreza.

“Hoy hay 15 millones de trabajadores bajo este sistema de mini jobs, que no están protegidos como lo estaban los empleos regulares. El concepto de posguerra era que con un trabajo regular podías participar en las actividades sociales, culturales, etc. Era lo que se llamaba un trabajo digno. Hoy algunos tienen dos o tres mini jobs: en Amazon, en Mac Donald o cuidando bebés. Con eso no pueden participar en la vida de la sociedad; siempre están trabajando”.

Casado con una mexicana, país donde vivió, Wannöffel afirma que su esposa no va sola a cierta regiones de la antigua Alemania del este. “Es peligroso es ciertas partes, no me siento bien”. Ahí son más fuertes los de la AfD.

Una Europa dividida

Berlín se lanza a la conquista del este. Su ejército son las grúas que construyen sin cesar en los terrenos hasta hace poco desocupados de la llamada “zona de la muerte” en el borde del muro. La especulación inmobiliaria crece, y los precios también.

En el Parlamento europeo en Estrasburgo y Bruselas ya hay un 20% de representación de los que Hasselbach llama “populistas de derechas” de todos los países.

La fragilidad de Europa es destacada en diversos tonos. Liz Alderman lo recordó en la edición internacional del New York Times la semana pasada. De nuevo, la expectativa giraba en torno a las posibilidades de Grecia de responder a las exigencias de los acreedores, en vísperas de la conclusión del proceso de “rescate” de su economía, en agosto próximo.

Si bien los líderes europeos destacan los aparentes éxitos económicos del país, nuevos problemas emergen en la región, dice la periodista: las negociaciones del Brexit, la guerra comercial con Estados Unidos o la elección de un Gobierno opuesto a las políticas de austeridad en Italia. Los especuladores ya buscan los eslabones más débiles para volver a atacar la moneda europea.

La crisis migratoria

La crisis migratoria remece a todos los Gobiernos en Europa. El grupo de Visegrado, integrado por Hungría, Polonia, República Checa y Eslovaquia, todos miembros de la Unión Europea, ha cerrado sus fronteras a la migración africana. Todo intento europeo de encontrar una fórmula común para enfrentar el problema ha fracasado.

La división en Europa es hoy más profunda que nunca, dice Christoph Hasselbach, de la alemana DW. Los países que conforman el grupo de Visegrado no están dispuestos a hacer concesión alguna en la cuestión de los refugiados, que es lo que Merkel siempre pedía”. Ahora la misma Merkel enfrenta el desafío de sus aliados bávaros, que también piden endurecer la política hacia los refugiados. El nuevo Gobierno de Italia se ha sumado a esta línea dura, agravando la crisis.

“La solución de la crisis migratoria tiene que estar en África, creando bases económicas allá. La política agraria de la UE quebró a los agricultores africanos”, afirma Wannöffel. Tiene sentido pero es, naturalmente, una solución de largo plazo.

Europa, que promovió el derrocamiento del líder libio Muammar Kadhafi en 2011 y la división del país en manos de múltiples facciones armadas, hoy trata de negociar con ellos el control de la salida de inmigrantes africanos. Las costas de Libia son su principal punto de partida hacia Europa. El Mediterráneo se ha transformado en una vasta tumba de esos inmigrantes.

El diplomático y académico singapurense Kishore Mahbubani ya había señalado el problema. La política agraria europea, lanzada en 1962, fue una locura, enriqueció a unos pocos agricultores europeos y empobreció a millones de africanos, especialmente en el norte de África. Europa ha perdido el sentido común estratégico, asegura Mahbubani. En vez de exportar empleos a África, desarrolló políticas de inevitablemente importarán africanos a Europa.

Estoy de regreso. Pero no puedo olvidar la escena un día en el metro. Cuatro jóvenes (de unos 18 años) conversaban alegres en el metro, en un idioma que después me enteré que era lituano. Entran entonces dos muchachos algo mayores, de poco más de 20. Entran haciéndose notar. Uno se cuelga de la barra del metro y hace flexiones. Siguen dos o tres estaciones más y se alistan para bajarse.

Entonces gritan algo. En alemán. No entiendo, pero los jóvenes lituanos se dan por aludidos. Cuando uno de ellos se baja estira el brazo a mi lado. Puedo ver tatuado en letras grandes: AFD.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido