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América Latina en la hora de los hornos

En prácticamente toda América Latina crecen las protestas contra una política neoliberal que ha privatizado todo lo que ha podido, incluyendo la educación, la salud y las pensiones, además de los recursos naturales.

Un joven que quedó ciego por disparo a la cara hecho por Carabineros de Chile convocó a la marcha “más grande de la historia” de su país. Fue hace tan solo una semana. Es la hora de los hornos, como hace ya más de 50 años vislumbraron Pino Solanas y Octavio Getino las circunstancias de su época.

Estamos hablando de una película. Realizada en 1968, que entonces no se pudo pasar en Argentina. Era la hora de los hornos. Los años de las dictaduras, pero también de novedosas esperanzas. En setiembre de 1970 la Unidad Popular ganaba las elecciones en Chile y Salvador Allende asumía el gobierno en noviembre. Duraría poco menos de tres años, pues sería derrocado por el golpe militar de setiembre de 1973, promovido por una coalición conservadora, incluyendo la Democracia Cristiana, con el apoyo del gobierno de Richard Nixon y de su Secretario de Estado, Henry Kissinger. Era la hora de los hornos.

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El golpe de Estado contra el presidente Zelaya“inauguró una fase de golpes parlamentarios contra gobiernos del eje progresista latinoamericano”.

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Economía liberal

Durante cerca de tres lustros, las dictaduras militares impusieron su ley en el Cono Sur. Miles de muertos, desaparecidos, torturados hasta que, poco a poco, instaurado un modelo económico neoliberal que sobrevivió a esas dictaduras. Desarmada casi toda resistencia, cada país fue encontrando luego su ruta para salir de la dictadura.

“Hace unos treinta años la economía mundial, y especialmente la de los países desarrollados, atravesaba una fase de profundas turbulencias”, recordó el economista Albert Recio Andreu, profesor del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, en un artículo publicado en 2009 en la Revista de Economía Crítica.

De aquella situación, agregó, emergió un nuevo modelo de regulación de las economías capitalistas al que llamamos neoliberalismo y que, en el plano político, “se asoció al acceso al poder del binomio Reagan-Thatcher en 1980”.

Se trataba, en su opinión, de la restauración del viejo capitalismo liberal que había quedado arrumbado por la crisis de los treintas y la emergencia del keynesianismo.

Por un lado, se limitaba los derechos individuales y colectivos de los trabajadores, justificándolo por la necesidad de reducir el desempleo. Por otro, se liberalizaban los movimientos de capitales entre países y se facilitaba la creación de novedosos activos financieros. Se trataba de una inmensa variedad de “derivados”, instrumentos de una economía de casino cada vez más difícil de controlar. Una tercera área de liberalización se produjo en el plano de los intercambios de mercancías y servicios.

Por último, señala Albert Recio Andreu, se promovió una serie de reformas que fortalecieron el papel social del capital. Se trataba especialmente de reformas fiscales orientadas a reducir la carga de imposición directa de las rentas altas y a las empresas. Pero en bastantes países se trató también de la cesión al capital privado de la gestión de servicios públicos centrales para la comunidad.

Los hornos no se apagaron

Los resultados de esas políticas están a la vista. En los años 70 los intentos reformistas fueron aplastados con brutalidad. Vinieron los años de la caída del muro de Berlín, del fin del socialismo del este europeo, resumidos en el “no hay alternativa” de Reagan y Thatcher.

Parecía todo bien amarrado y no hacían falta los militares en las calles para que todo siguiera su camino. Volvieron gobiernos populares, intentaron –con mayor o menor éxito– hacer reformas, variar el modelo, hasta que los han ido derrocando, poco a poco, con recursos variados, como sugirió Luismi Uharte, del Grupo de investigación Parte Hartuz de la Universidad del País Vasco, en su Radiografía de los diez años del golpe Honduras.

El golpe de Estado contra el presidente Zelaya, en junio del 2009, “inauguró una fase de golpes parlamentarios contra gobiernos del eje progresista latinoamericano”, afirmó. Le sucedieron los golpes contra Fernando Lugo, en Paraguay (2012); contra Dilma Rousseff, en Brasil (2016), y los intentos fallidos contra Maduro, en Venezuela, que no han cesado desde entonces.

El régimen impuesto en Honduras desde hace una década es una combinación de autoritarismo político y ultra liberalismo económico. Lo liberal se radicaliza en el plano económico, mientras la judicialización se transforma, como en otros países de América Latina, en “instrumento privilegiado de la represión”, dice Uharte.

La judicialización de la política

El caso más escandaloso de la judicialización de la política fue el de Brasil, instrumento usado para la destitución de Dilma Rousseff y para impedir la candidatura de Lula en las elecciones pasadas. También lo hicieron en Argentina, donde el triunfo de Macri hace cuatro años había renovado los sueños neoliberales.

El británico The Economist escribió: solicitado para calificar su primer año de gobierno, Macri se otorgó un ocho, sobre diez. “Alguna falta de modestia está justificada”, estimó la revista. Apenas asumió el poder, Macri desmanteló las políticas populistas de su predecesora, Cristina Fernández de Kirchner; liberalizó los controles de divisas y endeudó el país en otros $15 mil millones, para pagar a los fondos buitres que no se acogieron a la renegociación del gobierno anterior.

Los resultados están a la vista. Macri, que pretendía promover una nueva era neoliberal, no duró más que un mandato.

Golpe en Bolivia

En Bolivia fue distinto. Una cuidadosa campaña se montó desde que Evo Morales perdió la consulta de febrero del 2016 sobre la posibilidad de modificar la Constitución y aspirar a un nuevo mandato. Luego la corte electoral le otorgó ese derecho, pero la decisión generó tensión en el país.

Luego, el resultado muy estrecho en las elecciones de octubre (ligeramente sobre el 10% exigido para triunfar en primera vuelta, pero no estrecho en cifras absolutas) sirvió de base para el movimiento que desconoció la elección, con el apoyo militar y las maniobras de la OEA: de su Secretario General y del jefe del equipo observador, el excanciller costarricense Manuel González.

Derrocado, Morales se tuvo que exiliar. Se fue a México. “El golpe de Bolivia todavía huele a litio”, diría el escritor, cineasta, Alejandro Pedregal, refiriéndose a las enormes reservas bolivianas de ese mineral estratégico.

Brasil

Brasil es un caso particularmente relevante, dada la dimensión del país. Con apoyo militar, la maniobra judicial para sacar al expresidente Lula de las elecciones del año pasado permitió el triunfo de un presidente cuyo ministro de Economía ha ofrecido “vender todo”, desde la petrolera nacional hasta el Banco Central.

Sin hablar de las características del propio presidente y de sus hijos, acusados de vínculos con las “milicias”, como llaman en Brasil a grupos paramilitares relacionados con el narcotráfico, responsables de crímenes atroces.

¿Hasta dónde llegarán los efectos destructivos de esas políticas?, se preguntó el economista Eduardo Crespo. En su opinión hay tres grandes procesos de descomposición en marcha en Brasil. El primero es un recorte generalizado sobre los gastos de salud y educación. El segundo es lo que llama de “extremismo ideológico”, que “revirtió décadas de tradiciones estatales brasileñas”. Es el caso –afirma– “de la política exterior multilateral y comprometida con la paz defendida por Itamaraty, sustituida por relaciones ‘carnales’ con Estados Unidos y sus principales aliados, como Israel”. Y lo más grave de todo –agrega– es que, “cumpliendo con promesas de campaña, el gobierno se apura para relajar las condiciones de venta y uso de armas en la población”.

Libre, aunque de forma provisional, Lula habló en el Congreso del Partido de los Trabajadores el 22 de noviembre. Nos dicen ahora para no polarizar el país, como si el país no estuviese polarizado desde hace siglos, entre los pocos que tienen todo y los muchos que no tienen nada, recordó el expresidente.

A los que piden autocrítica del PT, por los errores de sus gobiernos, les respondió: “La autocrítica que Brasil espera es la de los que apoyaron, en los últimos tres años, un proyecto neoliberal que no ha funcionado en ninguna parte del mundo”. Y agregó: “estén atentos los que se aprovechan de esta privatización predatoria, porque no va a durar para siempre”.

“Estoy convencido –agregó en una entrevista– de que los norteamericanos decidieron volver a transformar Latinoamérica en su patio trasero”. En la hora de los hornos.

Ecuador

El recorrido sigue. Ecuador ha utilizado los mismos recursos de judicializar la política para atacar al expresidente Rafael Correa, que ha debido refugiarse en Bélgica, y meter en prisión al vicepresidente Jorge Glas, aliado de Correa.

El presidente Lenin Moreno se deshizo de sus compromisos electorales y alineó el país en la política neoliberal hasta que un intento de aplicar renovadas políticas de austeridad provocó un alzamiento popular en octubre.

En marzo pasado Moreno firmó un acuerdo con el FMI por $4,2 mil millones. A cambio, se comprometía a recortar salarios del sector público y subsidios a los combustibles, duplicando el precio del diésel. Al día siguiente, miles de campesinos llenaban las calles en protesta.

Colombia

También en Colombia el gobierno conservador de Iván Duque enfrenta alzamientos en los que “el toque de queda y la militarización han sido ignorados en masa, los cacerolazos y hasta las fiestas callejeras hechas en abierto desafío a una autoridad que nadie ya ve como legítima”, en opinión del periodista José Antonio Gutiérrez D.

Protesta contra el gobierno de Duque, con la bandera de Colombia encima de la estatua de Bolívar en Bogotá, el pasado 27 de noviembre. Colombia y Brasil encabezan la lista de países con mayor desigualdad. (Foto: AFP)

Asesinado por la ESMAD, la policía antimotines colombiana, el estudiante bogotano Dilan Cruz se convirtió en un caso emblemático de las protestas, que no han cesado. “El reciente paro cívico, que ha visto a cientos de miles, si no a millones de personas tomarse las calles y desafiar la represión y el toque de queda en todo el territorio colombiano, representa, sin lugar a dudas, una de las movilizaciones más importantes de las últimas décadas”, afirmó Gutiérrez.

“Aunque sea acertado entender los sucesos de Colombia desde la perspectiva de las revueltas antineoliberales que han sacudido a Ecuador, Haití y a Chile, lo cierto es que estas protestas son también fruto de un proceso de acumulación doméstico de una década”.

“La violencia en las protestas en Colombia no me sorprende”, dijo a la BBC el economista británico James Robinson, profesor de la Universidad de Chicago, considerado uno de los expertos en Colombia más reconocidos del mundo. “No creo que Colombia logre llegar a un consenso sobre cuál es su problema de fondo”. Al fin y al cabo, este es un país donde el ejército mató a cinco mil personas solo para que les dieran aumentos de sueldos en el escándalo de los ‘falsos positivos”. Se trató de asesinatos de civiles que el ejército reportaba como bajas guerrilleras durante el gobierno de Álvaro Uribe.

México

Caso distinto en México, donde el péndulo se inclinó al otro lado. Después de décadas de gobiernos conservadores, repartidos entre el PRI y el PAN, con la violencia desbocada, consecuencia del crimen organizado y de la falta de alternativas para enormes sectores de la población, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador no es más que otra expresión de ese agudizamiento de la lucha política que se extiende por toda América Latina.

Mientras Brasil gira hacia la derecha luego de tres gobiernos del PT, México y Argentina, en los extremos geográficos de América Latina, podrían aliarse para oponerse a políticas neoliberales que han llevado a extremos la tensión en el hemisferio. Con el nuevo gobierno argentino, que asume sus funciones el próximo 10 de diciembre, podrían, entre otras cosas, encabezar la batalla por rescatar la OEA de manos de un personaje que la ha transformado en instrumento de los intereses más conservadores en la región.

Pero la rebelión contra López Obrador ya está en marcha. ¡A las calles el 1 de diciembre!, llamaron el PAN, el PRI y el PRD. Gobierno que apenas empieza. Pero es la hora de los hornos.

Uruguay

Finalmente, el más reciente resultado de los conflictos políticos regionales se ha dirimido en las urnas en Uruguay. Triunfante en la primera vuelta con un holgado más de diez por ciento de diferencia sobre su más cercano rival, el Frente Amplio no pudo sumar los 50% de los votos necesarios para triunfar en primera vuelta. En la segunda perdió por poco más del 1,2%, unos 37 mil votos, ante una coalición conservadora variopinta. Y aunque para el expresidente Julio Sanguinetti (cuyo partido apenas pudo superar al recientemente creado Cabildo Abierto en estas elecciones) estimó que el triunfo, aunque sea por un voto, le da todos los derechos al ganador, lo cierto es que habrá que ver hasta dónde se podrá imponer en Uruguay una política neoliberal y privatizadora. Por ahora, se da por descontado el alineamiento con los Estados Unidos en los conflictos regionales, en particular en el cerco a Venezuela. Pero no solo en eso, como ya anunció el presidente electo.

Rebelión contra el neoliberalismo

“Bienvenidos a la rebelión contra el neoliberalismo”, dijo el periodista y escritor Ben Ehrenreich, en artículo publicado en The Nation el pasado 25 de noviembre, al comentar las protestas que se esparcen por el mundo.

“Algo –alguien– está golpeando la puerta. Hace frío afuera y se está haciendo más frío, pero la gente aquí adentro está cómoda en el sofá, con la TV prendida y una cobija en los regazos. Pero tocan de nuevo: en la puerta de enfrente ahora, luego en la puerta de al lado, y en la de atrás. Quizás sea el viento”, dijo.

Todos los países –y subrayó la palabra todos– que han vivido revueltas populares recientemente han sido gobernados de acuerdo con un único modelo económico, en que el crecimiento beneficia a unos pocos privilegiados, pero significa miseria para los más; y el capital llena las cuentas de los ricos en Estados Unidos y en Europa.

¡Tocan en la puerta del lado! ¡Y en la de atrás!

Quizás no sea el viento, sino la hora de los hornos.

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