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Suecia reabre el gran debate entre la lectura digital e impresa 

El estancamiento y los pobres resultados en pruebas relacionadas con la lectoescritura pusieron al país nórdico en alerta y el eco de esa indagaciones y políticas llegan hasta Costa Rica, que también tiene serios problemas en la comprensión lectora.

Cuando parecía que el debate entre la lectura digital y la impresa estaba cerrado y que se imponía por abrumadora mayoría la primera, Suecia dio un giro de 180 grados y aparcó de manera momentánea el uso de las pantallas en sus escuelas, con el fin de profundizar si las razones últimas del descenso en la comprensión lectora de sus estudiantes pasa por el exceso y el mal uso de la tecnología.

La ministra de Educación sueca, Lotta Edholm, anunció el 15 de mayo de 2023 que se dejaba en suspenso el uso masivo de pantallas y ordenadores en el país, hasta tanto no se profundizara en los efectos que produce la digitalización en el pensamiento crítico.

Expertos consideran que la lectura del libro impreso es una práctica que favorece la concentración y la profundidad. (Foto: Pexels)

De entrada, se infiere que es una lucha sin cuartel entre la era Gutenberg y el advenimiento de la gran revolución que significó Internet hace 35 años; no obstante, el dilema llama a ir más allá de un enfrentamiento entre el viejo y el nuevo modelo de lectura y de enseñanza.

“Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos. Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo”, Nicholas Carr.

De las numerosas investigaciones que se han hecho en las últimas décadas, los estudiosos tienen valiosas pistas de cuáles son las ventajas y desventajas de uno y otro sistema, sin que todavía hayan llegado a resultados del todo contundentes.

En este panorama, sin embargo, la lectura a la antigua usanza, en la que el libro impreso desempeñaba una función crucial es una tendencia que todavía se mantiene.

El vuelco que ha dado Suecia, cuando las políticas cercanas indicaban una apuesta por la digitalización total de la enseñanza, mantiene en expectativa a diferentes Gobiernos de Europa y América, dado a que el giro de guion pocos lo esperaban.

En el Progress International Reading Literacy Study (PIRLS) de 2023, Suecia obtuvo un puntaje de 544, por encima, incluso, de la media europea, ubicada en 528 puntos, pero esto tampoco contuvo los ánimos de la ministra Edholm, quien, desde sus perspectiva, el mal sí pasa enteramente por el uso excesivo de las pantallas, a lo que habría que responder con el regreso de los tradicionales libros de texto impresos.

“El informe PIRLS es una señal de que tenemos una crisis de lectura en las escuelas suecas. En el futuro, el Gobierno quiere ver más libros de texto y menos tiempo de pantalla en la escuela”, recalcó la funcionaria del ejecutivo presidido por el conservador Ulf Kritersson.

El regreso de los libros de texto en Suecia ha sido recibido como una gran noticia en ciertos sectores educativos, porque no todo debe de ser digital, pero un abordaje más profundo del tema indica que en un mundo marcado por los ordenadores e Internet, se requieren políticas más sólidas que no solo se paren a reflexionar sobre el medio —impreso o digital— que propicia la lectora y la cadena cognitiva que de ella se deriva.

El concurso Mi cuento fantástico, impulsado por la Asociación Amigos del Aprendizaje (ADA), fomenta entre los niños costarricenses hábitos de lectura y escritura. (Foto: Archivo Semanario Universidad)

El medio no es neutral

Un informe especial publicado en 2020 por el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc), que opera auspiciado por la Unesco, reproduce una serie de artículos derivados de una amplia investigación realizada en Europa por medio de la iniciativa e-read.

El propósito fundamental de la indagación, en la que intervinieron más de 200 especialistas para dilucidar las ventajas y desventajas de la lectura en impreso o papel, era marcar un camino con el fin de alumbrar, eventualmente, decisiones políticas en este interesante y delicado campo de estudio.

Ya en el prólogo del dossier, el director de la Cerlalc, Andrés Ossa, advertía sobre la importancia del soporte en que se lee, que de ninguna manera es neutral y lo decía al referirse a las indagaciones realizadas por los ponentes.

“Los investigadores participantes de la iniciativa buscaron entender de qué modo las prestaciones de cada soporte afectan o condicionan las formas de cómo leemos y, más importante aún, los efectos derivados para la cognición, comprensión y recordación. El soporte, vienen a recordarnos, no es neutral, al tiempo que indican que ciertas prácticas propiciadas por lo digital, como la tendencia a leer en barrido y fragmentariamente, podrían estar socavando nuestra capacidad para hacer lecturas concentradas, profundas y de largo aliento”.

Y aunque la confrontación entre uno y otro medio son inevitables y es lo que está en el centro de la polémica, la neurocientífica estadounidense Maryanne Wolf, participante del citado estudio difundido por la Cerlalc, invoca que se debe ahondar más allá del medio en que se pueda leer.

“En este momento decisivo entre las culturas impresa y digital, la sociedad necesita confrontar lo que se está menoscabando en el circuito de lectura experta, lo que nuestros niños y estudiantes mayores no están desarrollando y lo que podemos hacer al respecto”.

Se trata, según el estudio citado, de indagar más que en el soporte, en el por qué se lee.

Respecto de este particular, hay un texto que conforme pasan los años adquiere cada vez más valor y es el del crítico norteamericano Harold Bloom, el hombre que hizo de William Shakespeare su dios literario.

En Cómo leer y por qué, publicado en el año 2000 en inglés y en 2007 en español por la editorial Anagrama, Bloom desvela las principales razones para entregarse al acto de leer.

Ya en el prólogo, esboza una razón mayúscula para emprender la aventura de la lectura: “Importa, para que los individuos tengan la capacidad de juzgar y opinar por sí mismos, que lean por su cuenta. Lo que lean, o que lo hagan bien o mal, no puede depender totalmente de ellos, pero deben hacerlo por propio interés y en interés propio. (…) Entre otras cosas, la lectura sirve para prepararnos para el cambio, y, lamentablemente, el cambio definitivo es universal”.

Y luego Bloom abre otro debate que aquí solo se citará, pero que merece un reportaje completo:

“Para mí, la lectura es una praxis personal, más que una empresa educativa. El modo en que leemos hoy, cuando estamos solos con nosotros mismos, guarda una continuidad considerable con el pasado, aunque se realice en una biblioteca universitaria. Mi lector ideal (y héroe de toda la vida) es Samuel Jhonson, que comprendió y expuso tanto los efectos como las limitaciones del hábito de leer”.

Y para Jhonson debía de existir ese sentido de cercanía para lanzarse a leer con asiduidad, como lo cuenta Bloom: “Este, al igual que todas las actividades de la mente, debían satisfacer la principal preocupación de Jhonson, que era la preocupación por ‘aquello que sentimos próximo a nosotros, aquello que podemos usar’”.

El cruce con lo que indica Bloom y lo que propone el enfoque de que la lectura debe ir más allá del mero soporte, tiene su punto de encuentro en que leer conlleva, en una madurez determinada, la posibilidad de la indagación, la reflexión y la profundización de la  propia personalidad.

“En definitiva, leemos —algo en lo que concuerdan Bacon, Johnson y Emerson— para fortalecer nuestra personalidad y averiguar cuáles son sus auténticos intereses. Este proceso de maduración y aprendizaje nos hace sentir placer, y es la causa de que los moralistas sociales, de Platón a nuestros actuales puritanos de campus, siempre hayan reprobado los valores estéticos. Sin duda, los placeres de la lectura son más egoístas que sociales”.

Leer en medios digitales, como un Kindle, por ejemplo, requiere de una aproximación distinta a la del libro tradicional, por eso, los estudiosos recomiendan que ha de haber un proceso de adaptación a este tipo de formatos. (Foto: Pexels)

La gran lucha invisible

Si los parámetros de lectura y comprensión han caído en una sociedad tan desarrollada como la sueca, que ahora pone el grito al cielo y busca mediante el retorno a la era Gutenberg un mejor aprovechamiento de la lectura, quedan en el aire los métodos por los cuales se está fomentando el hábito de leer que citaba Bloom.

Leer se tiene que constituir en una parte importante del aprendizaje, pero con el vuelco dado hace ya muchos años para priorizar la enseñanza pensando más en el mercado laboral que en la capacidad analítica de los educandos, una de las principales tareas pendientes es fomentar el hábito de la lectura.

Una mirada a lo que ocurre en este campo en Costa Rica deja un panorama un tanto desolador. Según la Encuesta Nacional de Cultura de 2016, solo un 43,2% de los costarricenses consultados dijo haber leído libros, mientras que a la televisión la observa el 92,4% de la población.

Y, si se miran dichos datos por zonas geográficas, la situación lejos de mejorar empeora.

Así, por ejemplo, de acuerdo con la encuesta, en la zona urbana se lee más que en la rural. Las cifras indican que en el sector urbano un 45,6% lee, mientras que ese porcentaje baja a un 36,4% en el área rural.

Hay aquí un desafío mayor, independientemente de si el soporte es el papel o el digital, porque los números indican que los porcentajes de lectura son bajos.

Si eso se traslada a los resultados que el país obtuvo en las pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA, por sus siglas en inglés) se empiezan a atar cabos. En 2019, Costa Rica obtuvo en lectura un puntaje de 426, que lo ubica en un nivel ligeramente por encima de lo básico.

Hay que recordar que en 2014, el país realizó un cambio significativo en las formas en que se enseña el castellano, con el fin, precisamente, de acortar las brechas y las deficiencias en campos como la escritura y la comprensión.

El nuevo programa para enseñar a leer y escribir pasaba de un modelo en el que se ponía énfasis en la gramática, a otro en el que lo primordial era la autonomía y la eficacia en el uso de la lengua.

El nuevo programa partía del convencimiento de que el lenguaje es la principal herramienta para el conocimiento y que ello valía no solo para la asignatura de español, sino también para el resto de las áreas y competencias en que tendrán que desenvolverse los futuros ciudadanos.

Los resultados, nueve años después, no son del todo alentadores, dado que en la operación de la mejora en la lectura por parte de los estudiantes no se contempló, del todo, el hecho de que los maestros y profesores requerían de una capacitación especial, porque no todos estaban en condición de comunicar de forma adecuada los alcances del nuevo modelo de enseñanza del español.

El reto sueco

El desafío sueco para determinar la importancia del texto impreso en relación con las prácticas digitales, que se han venido fomentando en el mundo y en particular en este país nórdico, tendrá un alcance global, porque, de los estudios y las conclusiones que se puedan obtener, hará que muchas naciones intenten adaptar dichas políticas a sus contextos.

En el reto sueco, se plantea la confrontación digital-impreso, pero en el fondo el asunto convoca a una investigación de mayor calado.

Para expertos como Miha Kovač, de la Universidad de Ljubljana, y Adriaan van der Weel, de la Universidad de Leiden, la alfabetización no está en declive, como se ha querido ver en primera instancia.

En su artículo La lectura en una era postextual, sostienen que hoy más que nunca el texto en general ha ganado presencia en las múltiples formas en que se puede utilizar en Internet, lo que sí ha bajado es el nivel de lectura de libros.

Y agregan que la lectura en plataformas es distinta y, sobre todo, apela a textos cortos, a diferencia de la habitual por medio de libros.

“Internet es un medio inherentemente rápido: a medida que se sigue utilizando para la lectura, provoca una tendencia en los usuarios a preferir la lectura de textos más cortos. Los textos más cortos son, por naturaleza, menos complejos y con un vocabulario limitado. La reducción en la exposición a textos extensos tiende a disminuir la habilidad de involucrarse con la complejidad en la argumentación; la sintaxis y la gramática, y la profundidad y amplitud del vocabulario”, sostienen ambos académicos.

Aquí hay un entronque con lo que desde 2010 argumentó Nicholas Carr en su libro Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, en el que sostenía que las virtudes de la lectura impresa estaban por encima de las digitales:

“Durante los últimos años he tenido la sensación incómoda de que alguien, o algo, ha estado revolviendo mi cerebro, rediseñando el circuito neuronal, reprogramando la memoria. Mi mente no se está yendo —al menos que yo sepa—, pero está cambiando. No pienso de la manera en que solía pensar. Lo siento con mayor fuerza cuando leo. Solía ser muy fácil que me sumergiera en un libro o un artículo largo. Mi mente quedaba atrapada en los recursos de la narrativa o los giros del argumento, y pasaba horas surcando vastas extensiones en prosa. Eso ocurre pocas veces hoy”, confesaba en el libro citado.

Y agregaba: “Ahora mi concentración empieza a disiparse después de una página o dos. Pierdo el sosiego y el hilo, empiezo a pensar qué otra cosa hacer. Me siento como si estuviese siempre arrastrando mi cerebro descentrado de vuelta al texto. La lectura profunda que solía venir naturalmente se ha convertido en un esfuerzo”.

Surge, entonces, el debate del principio y que los suecos pusieron de nuevo en la palestra al dar marcha atrás con una educación totalmente digitalizada: ¿el impreso o las pantallas?

Entre las argumentaciones, convendría tener dos principios que completan la ecuación: el primero que reza, con Marshall McLuhan, que el medio es el mensaje, y el segundo, que la lectura depende también de un hilo que jamás se puede olvidar: el hábito.

La encrucijada actual, incluso más allá de la caja de pandora que abrieron los suecos, es si la lectura, como se concibió desde que apareció Johannes Gutenberg en escena, en 1450, todavía existe hoy, es un animal herido o una especie en extinción.

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