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Las varias caras de las ciudades desiertas

Mientras en Estados Unidos, a 75 días de las elecciones, la llegada de Harris es valorada como la derrota de la izquierda en el partido Demócrata, en Bielorrusia se genera un nuevo foco de tensiones en la frontera con Rusia.

Más de mil muertes diarias. Con cerca de 50 mil casos nuevos, o más,  todos los días. Estados Unidos y Brasil siguen sumando vidas a ese trágico balance, que pasa cuentas distintas a sus dos presidentes. 

Donald Trump, a poco más de dos meses de las elecciones del 3 de noviembre, ve amenazada su aspiración a un segundo mandato. 

El presidente, que en algún momento dijo que su país lo habría hecho muy bien si lograba limitar entre 100 mil y 200 mil los muertos como consecuencia de esta pandemia, ve esa cifra acercarse peligrosamente al punto superior. 

Cuando faltan aún más de 75 días para las elecciones, al ritmo actual el número de muertos estaría cerca de 250 mil en la fecha de las elecciones. 

Y con la economía –que era el otro pilar de su campaña– en bancarrota, con una deuda pública superior a los $25 millones de millones, un desempleo de 11%, y en recesión luego de una caída de la economía del 5% en el primer trimestre de este año y de 9,5%, en el segundo, con respecto a los mismos períodos del año pasado. Las perspectivas para el tercero, que deberán ser conocidas un mes antes de las elecciones, no son mucho mejores. 

Su probable rival, el demócrata Joe Biden, que aparece ahora como favorito en las encuestas, anunció la semana pasada su compañera de fórmula en la vicepresidencia: la senadora Kamala Harris. A hawk on foreign policy (un halcón en política exterior), dijo la periodista Sarah Lazare hace unos meses, cuando Harris disputaba la candidatura demócrata a Joe Biden.

¿Una cara amable?

Al colega brasileño de Trump, Jair Bolsonaro, le ha ido mejor que la semana pasada. Por lo menos, según los datos de la reconocida encuestadora brasileña Datafolha. La opinión negativa cayó diez puntos y el presidente logró, con un 37% de “óptimo” y “bueno”, superar los 34% de “malo” y “pésimo”. La mejor evaluación desde el inicio de su mandato, hace 18 meses, dice Datafolha. En todo caso, en el margen de error de la encuesta, que era de 2%.

Un resultado que, para algunos analistas, está lejos de justificar lanzar campanas al vuelo. 

“El modesto movimiento a favor de Bolsonaro tiene su origen en la ayuda de emergencia mensual de 600 reales” (unos $110) otorgada a las familias más pobres, enfrentadas a la emergencia del COVID-19, recordó el periodista Paulo Moreira Leite. Una ayuda que debe terminar en septiembre.

La ayuda de emergencia otorgada por el gobierno cuesta 50 mil millones de reales al mes. Unos $9,2 mil millones. Si no se prorroga a partir de septiembre, o si se reduce su valor o el número de beneficiados, “entonces caeremos en la dura realidad de una profunda recesión, en la que la gente no encontrará su principal fuente de ingresos: el trabajo”, dijo el periodista Fernando Brito.

Leite recordó que Bolsonaro “sigue siendo uno de los peores presidentes” desde el fin de la dictadura militar en Brasil, solo ligeramente mejor que un antecesor suyo, Fernando Collor, destituido el diciembre de 1992 por el congreso.

La pandemia devastó al mundo y cambió nuestras vidas, recordó el presidente del prestigioso Instituto Vox Populi, en Brasil, Marcos Coimbra.

Coimbra argumenta que los cambios afectaron inclusive los sondeos de opinión. Hay países en que se pueden hacer por teléfono o Internet. Pero hay otros en que no. En su opinión, en Brasil, con grandes sectores de la población más pobre sin teléfono o acceso a Internet, no se puede, sin afectar seriamente el resultado.

El domingo, 9 de agosto, día del padre en Brasil, el expresidente Lula da Silva divulgó una carta pública al país.

“Cien mil vidas”, recordó entonces. Era la cifra de muertos por el COVID-19 en Brasil aquella semana. “En 144 días, el coronavirus se llevó de forma precoz 100 mil padres, madres, hijos, hermanos y abuelos. Médicos, enfermeros, choferes de ambulancia, hombres y mujeres que dedicaban su vida a salvar la de sus compañeros, dijo Lula. “Una enfermedad que paralizó el mundo pero que, en Brasil, fue despreciada por quien más debería cuidar del pueblo”.

Época oscura y pestilente

Esta pandemia será recordada como un momento clave de la historia, como el asesinato del archiduque Ferdinand, en 1914, precursor de la I Guerra Mundial; la quiebra de la bolsa, en 1929; o el ascenso al poder de Hitler, en 1933, dijo el antropólogo Wade Davis, escritor y profesor en la Universidad de British Columbia.

“El desmoronamiento de los Estados Unidos”, se titula su artículo, publicado el pasado 6 de agosto en la revista Rolling Stone. “El COVID hizo pedazos la ilusión del excepcionalismo norteamericano”, afirmó. El mismo que el expresidente Barack Obama destacaba en uno de sus últimos discursos como presidente. O el que, en general, los líderes políticos norteamericano predican.

“En el punto alto de la crisis, con más de dos mil norteamericanos muriendo cada día, los norteamericanos se descubren miembros de un Estado fallido, dirigido por un disfuncional e incompetente gobierno, ampliamente responsable por la tasa de fallecimiento que agrega una trágica coda a la reivindicación norteamericana de supremacía en el mundo”, se lamenta Davis.

Todo imperio está condenado a morir, advierte. Una nación virtualmente desmilitarizada en vísperas de la II Guerra Mundial tiene hoy tropas desplegadas en 150 países. Desde los años 70, el país no ha pasado ni un solo día en paz. Desde 2001 gastó $6 mil millones de millones (six trillion) en operaciones militares y guerras. Luego la violencia vino a casa. En el día D, el 6 de junio de 1944, cuando las tropas aliadas desembarcaron en Francia, murieron 4.414 personas. El año pasado esa cantidad de personas murió entre enero y abril en Estados Unidos debido a hechos de violencia doméstica armada, señala Davis.

“Más que ningún otro país, los Estados Unidos en la posguerra ha idolatrado el individuo a costa de la comunidad y la familia”. 

La élite, el 1%, es dueña de $30 mil millones de millones en activos, mientras que la mitad más pobre del país tiene más deudas que activos. Los tres norteamericanos más ricos tienen más dinero que los 160 millones más pobres.

“El culto norteamericano por lo individual no niega solo la idea de comunidad sino la idea misma de sociedad. Nadie debe nada a nadie. Todos deben estar listos para pelear por todo: educación, vivienda, comida, atención médica”. Todo lo que una democracia próspera y exitosa estima como derecho fundamental, los Estados Unidos desprecia como “indulgencias socialistas”, se lamenta Davis.

Otra cara

El artículo explica muchas cosas, pero los datos, como siempre, dejan abiertas las opciones para las más diversas interpretaciones.

Ocurre algo así cuando recorremos páginas y páginas con los análisis sobre las posiciones políticas de Kamala Harris, la candidata elegida por Biden para acompañarlo en la papeleta presidencial en las elecciones de noviembre.

Una selección “segura e histórica”, dijo el británico The Guardian en editorial, el pasado 12 de agosto. El editorial agrega una conclusión curiosa: Ambos, Biden y Harris son “centristas, apoyados por ricos donantes mientras se comprometen los valores progresistas”.

Las encuestas sugieren –dice The Guardian– que Trump va camino a perder la Casa Blanca y su partido corre el riesgo de perder el senado.

Para el expresidente Barack Obama, Biden “dio en el clavo” con la elección de Harris, mientras que su exSecretaria de Estado y excandidata presidencial, Hillary Clinton, afirmaba estar “muy emocionada al dar la bienvenida a Kamala Harris en esta histórica candidatura demócrata”.

No obstante, es fácil encontrar otros criterios. Ya mencionamos el de Sarah Lazare, para quien Harris es una conservadora agresiva en materia de política exterior. En cuanto al militarismo, está totalmente alineada –y a veces a la derecha– con los halcones, con el establishment guerrero demócrata, afirma.

Para el analista canadiense Branki Marcetic, el nombramiento de Harris consolida la derrota de la izquierda del partido Demócrata. En su opinión, el gran aporte de Harris a la campaña de Biden será su popularidad entre los donantes, pues no solo recibió grandes sumas de las empresas tecnológicas durante su precampaña, “sino también de Wall St., de las farmacéuticas y aseguradoras y de varios billonarios”.

Colum Lynch, senior staff de la revista Foreign Policy, recordó que durante su campaña Harris reivindicó la necesidad de confrontar a China sobre su historial en derechos humanos y sus fraudulentas prácticas comerciales (hoy los dirigentes chinos, confrontados a esas acusaciones, solo contestan: –¡Yo no puedo respirar!). 

Harris también apoyó políticas de intervención en Venezuela y de respaldo a Israel, copatrocinando un proyecto de ley en 2018 que rechazaba una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condenando los asentamientos judíos ilegales en Cisjordania.

 Las tuercas que se van a apretar

El resultado de las elecciones en Estados Unidos es observado con atención por grupos opositores en Venezuela y Nicaragua. 

En una entrevista en el programa Cuestión de Poder, del canal colombiano NTN24, el 13 de agosto, Juan Guaidó, esa extraña figura política cuya función depende del reconocimiento de la Casa Blanca, reiteró su esperanza de que la “comunidad internacional se mantenga firme” en apoyo a su causa. Las sanciones al gobierno de Nicolás Maduro “han sido efectivas”. Hay que mejorarlas, pero han sido útiles, afirmó.

Consultado sobre las perspectivas de un eventual cambio político en la Casa Blanca en las elecciones de noviembre próximo afirmó que el “apoyo a nuestra causa ha sido bipartidista”, y agregó que, en el caso de Venezuela, ha intervenido también el poder judicial norteamericano, que ha puesto un precio de $15 millones por la captura de Maduro.

Pero las declaraciones de Guaidó tuvieron repercusiones entre sectores de la oposición venezolana. “El presidente dejó entrever que el apoyo a Venezuela –y a su oposición– en Estados Unidos es bipartidista, básicamente, pase lo que pase el 3 de noviembre, Estados Unidos seguirá apoyando a Venezuela”, dijo el “periodista en formación” Emmanuel Rondón en una página de prensa conservadora.

“Falso”, agregó. “Al presidente se le olvida lo desastroso que fue para los venezolanos la política exterior de la administración Obama, de la cual Biden formó parte activa”, dijo Rondón.

En Venezuela, también habrá elecciones el 6 de diciembre, un mes después de las de los Estados Unidos. La Casa Blanca y la oposición venezolana han rechazado la validez de esas elecciones. Posición que ha sido acompañada por la Unión Europea y por países latinoamericanos alineados con Washington, pero que la Conferencia Episcopal de Venezuela ha criticado, asegurando que es un error de oposición no participar en los comicios.

Que las tuercas “se van a apretar”, afirmó también el dirigente opositor nicaragüense, Félix Maradiaga, de la “Unidad Nacional Azul y Blanca” (UNAB), luego de una reunión virtual de grupos opositores nicaragüenses –de la que participaron también la Alianza Cívica y el Movimiento Campesino– con el Secretario de Estado Adjunto de los Estados Unidos para el hemisferio, Michael Kozak, el pasado 11 de agosto. Kozak “es uno de los diplomáticos de Washington más beligerantes contra la dictadura orteguista”, mencionó en opinión el periodista nicaragüense, Álvaro Navarro.

Consultado, en entrevista con el periodista Carlos Fernando Chamorro, si la oposición nicaragüense le rinde cuentas al gobierno de Estados Unidos, Maradiaga afirmó que están pidiendo “a los gobiernos amigos” más sanciones contra el gobierno de Daniel Ortega. 

Estados Unidos “tiene un peso fundamental en la presión internacional que le estamos haciendo a este régimen”. “No es un secreto para nadie que entre esos gobiernos amigos, el de los Estados Unidos es uno de los más comprometidos en presionar al régimen”, explicó Maradiaga. Y agregó: si pide sanciones a Estados Unidos, “es lógico que haya reciprocidad” por parte de la oposición nicaragüense. 

Consultado si, en su opinión, Trump podría ejercer más presión sobre Ortega antes de las elecciones, Madariaga afirmó que habían presentado un plan de presión internacional en el que se exigía más sanciones. 

La respuesta –afirmó– “fue obviamente positiva, pero en términos muy generales, sin definir cuáles van a ser las tuercas que se van a apretar”.

Los norteamericanos “no van a definir el liderazgo nicaragüense, pero están preocupados porque no se ha logrado la cohesión de la oposición, en un liderazgo unificado”, dijo el dirigente opositor.

Al otro lado del mundo

En febrero, Mike Pompeo visitó Minsk, donde ofreció a Aleksander Lukashenko suplir de petróleo a Bielorrusia para reemplazar su dependencia con Rusia. En la foto habla con un trabajador durante una visita a una planta de llantas de tractor el 17 de agosto. (Foto: agencia AFP)

Al otro lado del mundo, se libra una nueva batalla en el marco de la pandemia, pero también de nuevos escenarios políticos.

Se trata de las protestas en Bielorrusia, un país que probablemente no todos a este lado del mundo pueden identificar en el mapa, donde las manifestaciones han puesto en duda los resultados electorales del pasado 9 de agosto que le dieron al presidente Aleksander Lukashenko una amplia mayoría. Resultado que la oposición pone en duda.

Lukashenko aspira a su sexto mandato en un cargo que ejerce desde 1994. Una semana después de las elecciones seguían las manifestaciones en las calles de Minsk, la capital, y en otras ciudades, en un conflicto donde se mezclan los más diversos intereses.

País tradicionalmente cercano a Moscú, su ubicación puede desempeñar un papel estratégico en los esfuerzos de Occidente por acercarse a las fronteras rusas. 

El Secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, de visita en la vecina Polonia –en una gira que incluye, además, la República Checa, Eslovenia y Austria– anunció el sábado pasado el envío de más tropas a ese país. 

En febrero Pompeo ya había visitado Minsk, donde ofreció a Lukashenko suplir sus necesidades de petróleo, para reemplazar la dependencia que Bielorrusia tiene de Rusia en esta materia.

Esos movimientos hacia el este ya estuvieron presentes en el conflicto ucraniano, país hasta hoy con un enfrentamiento interno armado. 

Y aunque es posible encontrar artículos especializados que nos advierten de que Bielorusia no es Ucrania, como el de Amy Mackinnon en Foreign Policy, también es fácil encontrar otros argumentos como los planteados por Alex Foster en la canadiense Geopolitical Monitor. 

“Llegó la hora de que los ciudadanos de Bielorrusia elijan a su presidente y puede llegar pronto también la hora en la que tengan que elegir un lado en el juego geopolítico que se mueve sobre sus cabezas”, afirmó.

El desenlace de este conflicto, aún imprevisible, tendrá repercusiones a largo plazo y puede crear un nuevo foco de tensiones en la frontera de Rusia.

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