Ideas&Debates

Trump o el retorno del Patriarca

Hace apenas ocho años publiqué un artículo académico titulado “La construcción social de significados en el fin de la era del Padre”

Hace apenas ocho años publiqué un artículo académico titulado “La construcción social de significados en el fin de la era del Padre”. Allí analizo el paso de la verdad como tautología; es decir, de la Verdad del Padre (el “Yo Soy El Que Soy” o “en el principio fue el Verbo”, bíblicos) a los discursos de verdad (Foucault) posibles en la post-modernidad.

A los fans de la era del Padre y de su Verdad (con mayúsculas, porque es la única verdad verdadera), sean creyentes o ateos, lo post-moderno les suscita el odio más gutural; por eso suelen oscilar entre la descalificación violenta de este acontecimiento epistémico –cosa que hacen, por supuesto, desde el trono de la Verdad del Padre– y su trivialización más o menos sutil.

Pero hoy, el fantasma del Patriarca ha regresado, como un hipo, en la forma de Trump. Y una observa cómo se envalentonan, de manera abierta o solapada, los antiguos policías de la Verdad, no solo en la América blanca de Trump, sino aquí, en casa. Alentados por su Verbo, los diputados y los grupos católicos y cristianos, pero también los machismos humillados por lo políticamente correcto, tanto en la derecha como en la izquierda, buscan frenar los avances logrados por las mujeres costarricenses y reinstaurar, en su lugar, a la familia; trivializan el derecho de sus propios hijos e hijas a la pensión alimentaria; a las feministas, que buscan la igualdad real de las mujeres, las agreden con el violento mote de ‘feminazis’; hay ‘padres de la Patria’ que tuitean su racismo sin preocuparse; e incluso la Madre, ese excesivo e imposible encargo que la modernidad ha puesto sobre los hombros de las mujeres, es denostada por la publicidad mediante misóginas referencias como la de ‘Rosa Necia Espinoza’.

Téngase presente que la vocación de retomar el control late peligrosamente hasta en los discursos de los ‘más progresistas’. Rezuma, por ejemplo, en las palabras del presidente Solís cuando, sin ninguna estima por la autonomía de las mujeres, un factor que ha llevado a la caída de la tasa de fecundidad, afirma, también en pleno siglo XXI, que una solución para la crisis de las pensiones es “tener más hijos”. “Mire, yo quisiera que todos nos pensionemos a los 30, y quebramos al régimen. (…) Otra es tener más hijos, pero yo ya agoté mi cuota, porque se nos está quedando el país sin mano de obra que pueda recambiar y asumir los costos que tiene un régimen de pensiones” (20/12/16, La Nación). Ni qué decir de los pequeños matones que ya insinúan su candidatura presidencial para las elecciones del 2018 en nuestro país…

Y, claro, hay en Trump y en otros políticos una nueva ‘envidia del pene’. Pero esta vez no se trata de la que arbitrariamente Freud asignó a Electra, sino de la suscitada por ese avance de los derechos logrado por las mujeres, las ‘minorías’ raciales y sexuales, la juventud e incluso por la infancia, a costa del antiguo principio de autoridad patriarcal. Solo la impotencia frente a los límites que impone el derecho de los ‘otros’ puede llevar a escudarse en la riqueza y la fama para ‘agarrarle el coño’ a las mujeres. Solo desde ese precario lugar se sexualiza a la hija y se convierte a la modelo inmigrante en sirvienta del hijo, aunque ahora sea nominalmente la ‘primera dama’ de la Casa Blanca (en una clara ilustración de las jerarquías, Trump maneja su auto con su hijo menor en el asiento de al lado, mientras Melania viaja en la parte trasera).

Desde la antigüedad hasta nuestros días, efectivamente, se ha producido un proceso complejo de desposesión del poder absoluto del Padre; esto es, de ese poder de vida y muerte sobre quienes integraban su linaje y constituían literalmente su patrimonio: sus esposas, sus descendientes, su servidumbre y sus animales. El patriarca no solo tenía el derecho de decidir el aborto de un embarazo, sino de abandonar, exponer e incluso matar a sus hijos e hijas y demás integrantes de su familia. Con el catolicismo, ese poder absoluto le fue arrebatado por la Iglesia, en lo que constituyó una nueva expropiación del derecho paterno, la cual será profundizada por el Estado liberal moderno.

Consecuentemente, Trump, el retornado, arremete contra los derechos y las libertades individuales que son exigidas por quienes antes estaban subordinados; después de todo, se trata de quienes tampoco habían sido invitados a aquella fiesta liberal de la modernidad, que solo buscaba la igualdad entre los hombres, pero que se colaron.

En el siglo XXI, Trump ofrece ‘hacer grande de nuevo’ ese debilitado principio de autoridad que requiere de la Verdad del Padre. Por eso tampoco es gratuito que en su mensaje inaugural, aliado con el creacionismo, le hablara al “bello” pueblo estadounidense “infundido de vida por el aliento del propio Creador todopoderoso”, y le ofreciera la promesa restaurativa de hacer de ‘América’ blanca la nación (léase, nuevamente, la ‘raza’) primera y predilecta. Por el mismo criterio, aquí no se salva tampoco la verdad científica. El cambio climático no existe si así lo afirma Trump, porque Verdad es solo su Palabra.

La proclividad de Trump hacia otros ‘hombres fuertes’ como Putin o como Rodrigo Duterte, se explica en la misma línea. En el presidente ruso envidia su propio absolutismo, pues le permite cogobernar con la Iglesia Ortodoxa para prohibir la homosexualidad y para volver a autorizar la violencia física contra las esposas; o para atropellar el sistema de derecho internacional, invadir a sus vecinos y devolver la diplomacia a los tiempos de la real politik.

Y simpatiza con el presidente de Filipinas, pues, usando ya con descaro el viejo poder absoluto de vida y muerte, Duterte encara el problema de las drogas en su país asesinando a los vendedores y continúa como si nada en el cargo. Suponemos que la reciente censura de CNN en español, en Venezuela, introducirá también a Maduro en el círculo de sus afines, pues la Casa Blanca no ha protestado contra lo ocurrido a la cadena de televisión estadounidense. Bien se sabe que esa cadena forma parte de la prensa que Trump detesta, pues su derecho tautológico es el de gobernar sin discrepancia.

No nos engañemos, amigas y amigos lectores. Como el Padre, Trump está en todas partes. Y solo se requiere un bulineador para envalentonar al resto de corazones poco ilustrados, pero molestos y desubicados que hay en el barrio. Preparémonos, entonces, para bajarles las ínfulas.

Con ese propósito, aquí les ofrecemos algunas herramientas reflexivas: Laura Chacón, desde el psicoanálisis; Constantino Urcuyo, desde la geopolítica; Alda Facio, desde el feminismo; Pamela Cunningham, desde el activismo anti-racista; y Álvaro Carvajal, desde la filosofía.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido