Lo acaba de decir Arturo Pérez Reverte: “Vivimos en un mundo de etiquetas fáciles, donde 140 caracteres son más importantes que un libro, donde no se habla de un argumento, sino de lo que un tuit dice sobre ese argumento”.
Es la era de las redes sociales. La era de la superficialidad. La era en que el “montón de imbéciles”, al buen decir de Umberto Eco, para quien dichas redes otorgan el “derecho de hablar a legiones de idiotas”.
En un contexto como el descrito, quisimos saber qué pensaba sobre ese y otros temas el filósofo Arnoldo Mora Rodríguez (Palmares, 1937), quien vive en Curridabat rodeado de libros, teorías e ideas, y pasa escribiendo y distribuyendo información entre amigos y conocidos en los que ha detectado algún interés por la cultura y el pensamiento.
A pesar de que acepta que muchas veces son el terreno de nadie y que se prestan para la barbarie, el caos, y lo chabacano, el exministro de Cultura (90-94), considera que las redes sociales democratizan la información.
No obstante, al tiempo que destaca la revolución que han representado, este miembro de la Academia Costarricense de la Lengua, deja caer la loza contra las redes sociales, y asegura que para manejarse con inteligencia y responsabilidad entre ellas, es necesario el ejercicio del criterio, para separar el grano de la paja.
Admirador de Hegel, Kant, Heidegger, Martí y Leopoldo Zea, entre otros, Mora es el filósofo vivo más importante de Costa Rica, y así lo atestiguan sus numerosos libros, entre los que se encuentran La identidad nacional en la filosofía costarricense (1997);
Perspectivas filosóficas del Hombre (1990); Historia del pensamiento costarricense (1992); Los orígenes del pensamiento socialista en Costa Rica (1988); Las fuentes del cristianismo social en Costa Rica (1989), Perspectivas filosóficas del Hombre (1990), Historia del pensamiento costarricense (1992); La identidad nacional en la filosofía costarricense (1997); La identidad de nuestra América (2001); La filosofía latinoamericana (2006) y El arielismo: de Rodó a García Monge (2008).
Como profesor desarrolló una amplia carrera en las aulas de la Universidad de Costa Rica (UCR), la Universidad Nacional (UNA) y en la Universidad Estatal a Distancia (UNED).
Militante de izquierda, que estuvo comprometido con la liberación de la dictadura de Somoza en Nicaragua, presidente de la solidaridad con el pueblo y los combatientes de El Salvador.
En su condición de excura y pensador, Mora ofrece una mirada profunda sobre los acontecimientos políticos y filosóficos que aquejan al mundo en la actualidad.
De la política costarricense, del Papa Francisco, la Iglesia Católica, la palabra, Donald Trump, Fidel Castro, y del equilibrio de poder en el ámbito internacional y del camino que ha de seguir la filosofía en el caos informativo de hoy, habla en esta entrevista.
En este mundo globalizado y de redes sociales, ¿dónde ubicamos a la filosofía?
-La filosofía es la última instancia de la legitimación de un determinado sistema. Por eso yo siempre he insistido, en Costa Rica, que la madurez intelectual de una comunidad se da cuando llega a la filosofía, porque las ciencias son ciencias de lo particular, pero cuando usted llega a ver las cosas de conjunto, está filosofando, tenga o no tenga título, haya o no estudiado a Platón o a Kant. Si uno en anotomía, por ejemplo, ve solo el cuerpo como vísceras individuales, eso no es ver el todo. Ver la ciencia de conjunto, el arte de conjunto, la política de conjunto es hacer filosofía.
¿Con Internet y las redes sociales, más que tener esa visión de conjunto, no le parece que el ser humano se está embruteciendo?
-Es cierto, el problema que tenemos ahora, es el problema que tiene el hambriento cuando le ofrecen un banquete: se muere de indigestión, porque se vuelve un desaforado comiendo.
Estamos saturados de información. Google es la biblioteca más grande jamás soñada por la humanidad.
¿Ni siquiera por Jorge Luis Borges?
-Ni siquiera por Borges. Estamos indigestos de información, es cuando se requieren valores, esa fue mi tesis doctoral, criterios. Cómo sabemos discernir, entre todo este montón de cosas, cuáles valen y cuáles no.
Hay que tener una formación para evaluar y digerir la información. Sin formación, no hay información. No hay criterio. Todo se vale.
Ahora tenemos una gran noticia y al lado el último chisme de una vedette. Sin ninguna jerarquía.
¿Qué función le asigna a los medios de comunicación?
-El papel está en la educación, no solo en informar, sino en formar en valores. Si usted tiene criterio no lo engañan. Con las redes, el periodismo ha sido la profesión que más se ha democratizado. Cualquier hijo de vecino hoy es periodista. Ya ser periodista no es una profesión. Basta con que tenga un sitio web, y lo que digo puede darle la vuelta al mundo, y muy pronto no habrá que conocer otros idiomas, el mismo aparato traduce a seis o siete idiomas un determinado texto.
En medio de esa democratización de la que habla, falta, entonces, jerarquizar esa información.
-Cierto. El criterio es fundamental. Cuando se derrumbó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) dije en un artículo en el Semanario UNIVERSIDAD que ya no existían ideologías, sino que ahora prevalecería la ética.
En la Guerra Fría, que no era fría, sino guerra, se era bueno o malo, pero ahora lo que hay es política y en política, como decía Platón, no hay verdades, sino opiniones.
Y en política, la acción bruta es sustituida por la palabra, por el discurso, en vez de matarnos, discutimos.
Prevalece la palabra sobre la fuerza.
-Ahora la pregunta es cómo llegar a un criterio de verdad. Y por primera vez la política plantea el suicidio colectivo de la especie. La mente más lúcida del siglo pasado, Jean Paul
Sartre, dijo que después de Hiroshima y Nagasaki ya no se puede ir a la guerra.
Henry Kissinger se lo acaba de decir a Donald Trump: no satanice a Vladimir Putin, discuta con él, porque Putin tiene un arsenal nuclear.
Un segundo elemento se dio a partir del 68 con el Club de Roma, del que salió un manifiesto en el que se puntualizaba cómo el problema ecológico estaba afectando al mundo y cómo se estaban destruyendo las especies y las atmósferas.
La política era, entonces, la búsqueda del poder, la lucha por el poder, ahora ya no puede ser eso más: ahora tiene que ser la búsqueda de la paz y la sobrevivencia de la especie.
Cuando se derrumbó la URRS, Rónald Reagan se atribuyó el mérito de su caída y eso no era cierto. La URSS se cayó por sus propias contradicciones internas.
Ya Hegel lo había dicho: con los grandes procesos históricos se acabó el libre albedrío. Estamos determinados. Por eso ahora, la única manera de buscar la paz es superando el capitalismo.
Dentro de ese contexto, háblenos del arielismo, tema que ha tratado profundamente, y cómo se enlaza con la palabra.
-Leyó mi libro. A mí me parece, como le decía, y yo parto de Heidegger, que es el gran filósofo del XX, que toda revolución comienza por una revolución del lenguaje. A veces no se puede entender cómo una pequeña cultura de cuatro a cinco millones, como la griega, revolucionó a la humanidad, pero se comprende porque existió Homero.
En el arielismo somos dueños del lenguaje y así del pensamiento.
Como decían los lingüistas, uno no piensa con palabras, piensa palabras. La palabra es el pensamiento, cuando uno se apropia de las palabras, uno se libera, ese es el primer momento de la liberación del ser humano.
Es el dominio del lenguaje, porque el lenguaje construye realidades.
Las palabras decretan una realidad, cuando la asamblea legislativa aprueba una ley, cambia la conducta, el mundo es otro por medio de una ley o un decreto, que son a su vez un montón de palabras. Ahí es cuando veo la enorme importancia de la Academia Española de la Lengua, que edita un diccionario con fuerza de ley.
Si alguien me acusa de que lo difamé y me lleva a los tribunales y el juez se va al diccionario y esa palabra no es difamatoria, como lo dijo la Academia, me absuelven.
Eso ya lo había dicho Borges: las cosas no existen, lo que existen son las palabras y antes que él eso lo había afirmado el obispo Berkley (George, Irlanda, 1865-1753).
¿Cómo hacer para que el ser humano se enamore de las palabras?
-Con la cultura, no queda más. El mundo moderno nació con Martín Lutero, quien dijo que no había que hacerle caso a los obispos y a los Papas, sino que había que leer la Biblia. O sea, había que alfabetizar a la población. Los países de la reforma protestante lo primero que hicieron fue alfabetizar, porque Lutero decía: si no leen se van a los infiernos.
Fue lo que hicieron, Voltaire y compañía, tras la Revolución Francesa.
En Costa Rica los liberales apostaron por la alfabetización. Primero fue Julián Volio en 1867 y posteriormente Bernardo Soto y su ministro de educación don Mauro Fernández en 1886.
Costa Rica en 1886 tenía un 85 por ciento de analfabetos, y 40 años después un 60 por ciento del país ya estaba alfabetizado. Y esa alfabetización no fue un acto democrático.
En su condición de excura, ¿cómo analiza los movimientos que se están dando en la Iglesia católica con la llegada del Papa Francisco?
—No, yo no llegué nunca a ser cura, porque cura es el que está al frente de una parroquia. Yo fui sacerdote. Fui formado para ser un intelectual de la Iglesia. Después de mi doctorado formé, durante cinco años, a una generación de curas en el Seminario Menor, pero me pelee con la Iglesia porque tenía una mentalidad medieval.
Justamente, Francisco tiene una gran oposición dentro de la Iglesia.
-El Papa Francisco es un hombre más avanzado que el resto de la Iglesia. Va un millón de años adelante. Le pasó lo de Juan XXIII. ¿Cuál es el líder de la Iglesia más importante del siglo XX?: Juan XXIII, aunque solo estuvo cuatro años y medio como Papa.
El Papa sufrió la dictadura de Videla, que fue más cruenta que la del propio Pinochet, que se dice oficialmente que asesinó a tres mil personas, pero ya sabemos que esas cifras se triplican. En el caso argentino hablamos, entre asesinatos y desapariciones, de unas 32.000 personas, y en esa época Francisco era el provincial de la Compañía de Jesús, es decir, el jefe de los jesuitas en Argentina y por eso ya él sabe cómo lidiar con contextos difíciles.
Francisco conoce la Teología de la Liberación, que es la primera teología generada en América Latina.
Detengámonos un momento en América Latina, que ha hecho tres grandes aportes al pensamiento y la cultura: con el Realismo Mágico y lo Real Maravilloso nos apropiamos de la palabra y eso puso nuestra literatura en un primer plano en Europa; la Teología de la Liberación, la primera teología generada en nuestro continente, y cuando afirmamos con Enrique Dussel y Leopoldo Zea, entre otros, de que éramos capaces de generar nuestra propia filosofía.
El cristianismo es una teoría y la teología también. Con la Teología de la Liberación se parte de una praxis. El principio de la praxis de Marx. Con la tesis 11 de Feuerbach (Ludgiw Andreas) se pasa de interpretar al mundo a su transformación.
¿Ganará francisco esa batalla?
-Ya el Opus Dei se agachó, aunque ahí está. El se está imponiento, porque se ganó a la opinión pública. A los seis meses de su papado, ya The New York Times había dicho que era el personaje más carismático del mundo. A Roma llegan en promedio 120.000 personas al Vaticano desde que está como Papa: ya no lo pueden matar. Es una pozo de petróleo para Roma.
Él no duerme ni come en el Vaticano, para que no le pase lo que le sucedió a Juan Pablo I.
Es un líder al que escuchan en todas las religiones. Los musulmanes le creen lo que predica.
Dejando de lado un poco ese recorrido general que hemos hecho por el pensamiento, la cultura y la actualidad, en el ámbito personal, ¿valió la pena la lucha que dio como comunista?
-Se dio una gran lucha contra Somoza, que no fue poca cosa. Desde Costa Rica aportamos armas y gente que participó directamente en el conflicto. La Internacional Socialista le había dicho al partido Liberación Nacional de que debía ayudar y en el caso de Rodrigo Carazo, él se volcó en pos de la liberación de Nicaragua por medio del ejército Sandinista.
Cuando Carazo murió, Óscar Arias dijo que había sido el último gran estadista del país y es cierto, solo que le tocó que enfrentar al Frente Monetario Internacional.
Nos solidarizamos con El Salvador, que había sido escogido por Reagan como blanco de la lucha geoestratégica en Centroamérica. El Salvador fue un test del poderío norteamericano en la región.
La lucha valió la pena y en el Frente Amplio de José Merino y luego de José María Villalta, al elegir a nueve diputados, se materializó parte del esfuerzo de muchos años y de mucha gente. Al Frente le ha faltado experiencia, de eso no hay duda, pero es un buen comienzo.
¿Cómo ve la situación en los partidos políticos para las próximas elecciones?
-José María Figueres está dando una lucha ideológica para tratar de rescatar al Partido Liberación Nacional, mientras que Antonio Álvarez Desanti representa a la oligarquía y por eso lo apoya La Nación.
La Nación es el boletín del partido político más estable de Costa Rica que es la oligarquía. Por eso La Nación todos los días le dice al Gobierno qué es lo que debe hacer.
En política hay que ponerle atención a todo y se han de tener enemigos, porque si no eres un perrito faldero. Yo prefiero que me digan hijodeputa a que me digan pobrecito; o sea, es tan bruto que ni inteligencia tiene para ser malo. La ofensa más grande, el bajonazo de piso más grande en cuanto a dignidad humana, es que te tengan lástima. Te pueden odiar, pero así por lo menos te toman en serio.
En el Partido Unidad Socialcristiano (PUSC) hay otra lucha en la que Rafael Ortiz representa al calderonismo histórico y Rodolfo Piza al lado más neoliberal de ese partido.
Pienso que los sindicatos, que no los van a tocar en campaña, pueden jugar un papel decisivo.
El Frente Amplio y el Partido Acción Ciudadana (PAC) deberían de formar un gran bloque con el sector social y hacer que se dividan los partidos tradicionales.
A Fidel Castro le preguntaron por qué la izquierda por lo general nunca ganaba y dijo que era porque se dejaba aislar, siempre terminaba aislada.
A propósito de Fidel Castro, tiene en su biblioteca una foto con Fidel y Silvio Rodríguez. ¿Qué opinión le merece Fidel?
-Es un hombre maravilloso. El más grande que he conocido en mi vida. No es un hombre. Es una época. Hay un antes y un después en América Latina y en el tercer mundo. Nelson Mandela dijo que Fidel fue el Simón Bolívar de la África negra. Fidel mandó 40.000 hombres desde La Habana y sin que la CIA se percatara. Se da cuenta de la magnitud de este hombre. Y las tropas cubanas participaron, entre otras, en la batalla de Cuito Cuanavale, decisiva para el triunfo en Angola. En África, Angola es hoy la segunda potencia de ese continente. Un hombre como Fidel, que supo enfrentarse en la crisis de los misiles de 1963, es de una altura extraordinaria.
Fidel cambió el mundo. ¿Qué va a pasar ahora? Raúl, aunque está bien, se va el próximo año.
Con las imágenes que vi de la muerte y el homenaje póstumo a Fidel por parte del pueblo cubano me di cuenta de que el pueblo cubano sigue siendo revolucionario, no La Habana necesariamente, porque las revoluciones en Cuba siempre se han hecho fuera de ella. Con su muerte se reafirmó la admiración que ese pueblo tiene por Fidel y por la revolución. El cambio, entonces, consistirá en que en Cuba se va a desarrollar una especie de capitalismo de Estado.
Para mí Fidel es único. Fidel fue el primer presidente elegido por los cubanos y en Costa Rica la gente no puede comprender esto.