Cultura

Una ciudad literaria llamada San José

En una capital que cada vez pierde lugares emblemáticos, una conversación en Chelles permite su evocación literaria.

La publicación del libro La boca, el Monte y las novelas, del escritor Álvaro Rojas, en el que indaga sobre la visión literaria expresada por algunos autores sobre la capital costarricense, es el principal motivo de la conversación sostenida con el autor en Chelles, un lugar con más de un siglo de vigencia y que simboliza el presente y el pasado de esta ciudad que ha sido testigo de victorias militares, ha acogido a personajes extraviados y muchas veces, ella misma, se transforma en un elemento de ficción en historias narradas en esa literatura urbana que alimenta.

Los que han vivido el Chelles nocturno, con personajes que aparecen y desaparecen en esas frías horas, notarán la diferencia si se van a este sitio a almorzar al mediodía, hora en que transcurre la entrevista con Rojas, quien desde muy niño no solo entró en contacto con este San José siempre cambiante, sino también con el propio Chelles.

Sobre los hombros de San José recae la visión de los liberales, de los fundadores de la Segunda República y de los neoliberales de los años ochenta: todos han querido darle un cariz propio a la ciudad.

En el libro, que será presentado el jueves 26 de setiembre en el Instituto de México, a las 7 p.m., Rojas resalta y evoca la figura del flâneur, ese personaje que recorre las calles al tiempo que siente la necesidad de narrar lo que va viendo e intuyendo.

Con un café de por medio, como no podría ser de otra manera, al mediodía del jueves 20 de septiembre, se desarrolló la conversación que se comparte con los lectores.

En Chelles comienzan y terminan todas las historias, ¿por qué esa atracción por este lugar?

–Es uno de los pocos lugares con historia y trayectoria que quedan en San José. Es de alguna manera emblemático. En algún tiempo se dieron conversaciones y tertulias literarias. Es además una referencia familiar. Este libro lo empecé a pensar hace muchos años y un día me encontré una novela de mi tío Mario, que murió en el 85, y el personaje caminaba por San José y le reclamaba cosas a los edificios y mi tío venía mucho a Chelles. Es un punto de unión entre esa referencia familiar y un lugar emblemático. Es un lugar como La Vasconia, La Perla y la Soda Palace, estas últimas dos ya desaparecidas.

¿Hay conciencia de un lugar como Chelles?

–Mucha gente no sabe qué es Chelles. Depende mucho de las generaciones. Hoy ya no es un punto de referencia como antes; sin embargo, en la literatura costarricense sí aparece.

Trabaja tres novelas en el ensayo: Los peor (1995), de Fernando Contreras; Cruz de Olvido (1999), de Carlos Cortés, y Los Dorados (1999), de Sergio Muñoz. ¿Por qué eligió precisamente estos textos?

–En este libro, si bien es cierto que hago un recorrido por la historia de la literatura costarricense que trabaja la ciudad de San José, como Alfredo Oreamuno (conocido como Sinatra), o autores más reconocidos como Carmen Naranjo, Alfonso Chase y Gerardo César Hurtado; a mí me interesaban textos a partir de 1990, en los que los autores hablaran de San José, incluso como personaje.

Cruz de olvido habla de esa ciudad subterránea; Los peor tiene una visión crítica frente al presente de los años 90, y una nostalgia por una ciudad que a muchos nos contaron, que es la ciudad de los liberales, de esa pretensión de hacer una ciudad europea en miniatura. En el libro de Contreras esas dos visiones chocan, por el ruido, la suciedad, por la falta de cuidado en relación con el patrimonio arquitectónico.

Es una metáfora de Contreras proponer que esa ciudad de los liberales solo la puede percibir un ciego, y en Los Dorados, que es una novela más sencilla, lo que cuenta a la manera de casi de un documental, es la vida de los marginales, principalmente niños que viven en los barrios del sur y que vienen a San José a sobrevivir.

En las tres novelas tenemos una perspectiva de San José en los años 90. En mi libro se muestra que la literatura no surge en el vacío ni en el cielo, sino que surge en condiciones sociales e históricas determinadas. Hay un constante vínculo entre el relato ficcional y literario, y el mundo social donde surgen, que en este caso es la ciudad de San José.

En el libro hace una cita de Guillermo Barzuna que dice: “En Costa Rica la guerra ha sido contra el patrimonio”, lo cual parece ser muy cierto.

–Hemos idealizado un poco la ciudad de los liberales, porque no toda la ciudad era así, que se parecía a Europa. En ese sentido es que me parece romántico. Sin ninguna duda, esa ciudad que se evoca sí existió y es cierto que esa ciudad se destruyó. El profesor Barzuna decía que si uno camina por San José y levanta la mirada, verá en los segundos pisos muchas sorpresas en el diseño arquitectónico.

A San José entra al menos un millón de personas diariamente: la capital refleja al país en general, tanto en lo urbano como en lo rural. Es un microcosmos.

–Todos los caminos de Costa Rica llegan a San José. Este es el centro de encuentro de la gente de todo el país. Esto para un escritor es muy importante. Yo hablo del flâneur, a medio camino entre el caminante y el cronista. Y ese personaje solitario y melancólico, que parece un idiota, lo que hace es registrar esa realidad que observa.

Con esta riqueza que evocaba de la capital, ¿le faltan novelas y relatos a San José?

–Hay varios temas interesantes en el tema de la pregunta. De los 70 a la fecha casi toda la literatura costarricense es literatura urbana, y aunque en las guías de turismo se promocionen las playas y las montañas, los novelistas se fijan en San José. Lo que sí creo que pasa, es que hay como un vacío sobre la historia de esta ciudad. Hay vacíos en cuanto a los mitos de fundación. Y creo que eso es lo que no se ha trabajado. Se trabajan puntualmente momentos. Carmen Naranjo nos contó que se subió en el piso 7 de la Caja de Seguro Social y escribió Diario de una multitud. Sinatra recorre las cantinas de San José y nos lo cuenta. La memoria, la historia y una novela de grandes dimensiones temporales es un reto, porque la ciudad no nos cuenta mucho de sí misma.

¿Le vendría muy bien a la ciudad despertar a nuevos cronistas?

–Creo que sí, porque en el libro hablo de las novelas ya citadas y de la construcción literaria de San José, pero la ciudad es riquísima para el cronista de no ficción. Para un caminante que vea la ciudad a distintas horas, cuáles son las dinámicas y qué personajes surgen.

La gente ha empezado a regresar a vivir a San José tras una especie de lento éxodo en décadas pasadas.

–Lo que pasó es que la función residencial se perdió.

Hace unos años existía la idea de que san José era una ciudad fea: ¿responde esa visión a una construcción, simplemente?

–Los famosos malls hacen que la gente no quiera entrar a San José, pero San José tiene lugares muy interesantes para el observador de gustos literarios y para cualquier caminante.

El paseo de los damos, por el Ministerio de Cultura, las iglesias como las de la Soledad, Catedral, Merced, el Carmen son lugares donde se conserva alguna memoria.

Yo camino por la Avenida Central y se puede hacer. Hay librerías, pero Barzuna me decía que antes tenía más librerías.

Sergio Ramírez me dijo que él conoció a los escritores del boom en las tertulias de las librerías de San José.

La boca, el Monte y las novelas fue originalmente una tesis, ¿qué tan complicada le resultó hacer esa traslación a un libro para lectores no especializados?

–Con esta tesis me gradué en la Maestría en Literatura Latinoamericana en 2012. A la hora de pasar a un libro, al que va a tener acceso a gentes de distintas disciplinas, hay que trabajar mucho el lenguaje. Ahora, mi libro tampoco es para entretener. Es para pensar la ciudad de San José y la tradición literaria costarricense, y esa relación entre historia y literatura, y por el que se interesará la gente a la que le gusten estos temas.

Aquí y ahora: ¿qué Chelles ha vivido?

–El de los “arreglados” de adolescente. En la universidad, época la bohemia, una regla era venir después a Chelles, cuando los bares cerraban en San Pedro, y ahora vengo a almorzar o a tomarme un café. Los sábados me gusta caminar por la ciudad. 

Suscríbase al boletín

Ir al contenido