Cultura

Un país sin tradición de novela negra

Costa Rica carece de un personaje icónico como Philip Marlowe o Pepe Carvahlo, que hurgue en la podredumbre de una sociedad que se cae a pedazos.

La entrega por capítulos de las escuchas del comisario José Manuel Villarejo, que ponen en vilo a la clase política española cada vez que retumban en la web sus audios, son propias de una depurada serie de Netflix, y su protagonista es tan literario, que más parece un personaje sacado de una refinada novela negra, como las del laureado Lorenzo Silva, de la realidad pura y dura.

Con En clave de luna, el escritor costarricense Óscar Núñez ahondó en el caso del psicópata.

Desde la segunda mitad del siglo XX, la novela negra florece en ambientes en los que la corrupción campea a sus anchas. Por eso llama la atención que en Costa Rica, donde ya hay un amplio mosaico de oscuros casos, con miles de millones colones de por medio, este género literario apenas se asome en el panorama nacional y solo sea objeto de  aisladas manifestaciones.

Manuel Vázquez Montalbán con su inolvidable y muy imitado Pepe Carvahlo fue uno de los grandes impulsores de la novela negra. (Foto: Internet)

Los casos abundan, como el del Banco Anglo, el de Caja-Fischel, el cementazo, la corrupción en el Poder Judicial, la trocha, la corrupción con las pensiones de lujo y los artilugios y justificaciones para llegar a ellas; en fin, el despilfarro con visos de corrupción en todo el engranaje de las instituciones públicas. La corrupción con minúscula y con mayúscula en Costa Rica es un tema en busca de autor en el país, en el que la novela negra como instrumento de denuncia social todavía no despega, como sí lo hizo incluso en naciones en las que el control de los fondos públicos parecía más depurado como es el caso de los países nórdicos.

A donde el periodismo no llega, porque sus límites le impiden ir más allá, la ficción se abre paso; por eso es que la novela negra, con esa capacidad para retratar los submundos de una sociedad, ha adquirido mucho valor con el paso de los años.

Las exitosas novelas de Stieg Larsson ​Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire presentaron un retrato hasta entonces desconocido de la sociedad sueca.

El escritor nacional Mario Zaldívar con El amanuense solitario incursionó por segunda vez en el género negro, del que dice no hay tradición en el país.

“¡Qué sería de la pobre Suecia sin Lisbeth Salander, esa hacker querida y entrañable! El país al que nos habíamos acostumbrado a situar, entre todos los que pueblan el planeta, como el que ha llegado a estar más cerca del ideal democrático de progreso, justicia e igualdad de oportunidades, aparece en Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire, como una sucursal del infierno, donde los jueces prevarican, los psiquiatras torturan, los policías y espías delinquen, los políticos mienten, los empresarios estafan, y tanto las instituciones y el establishment en general parecen presa de una pandemia de corrupción de proporciones priístas o fujimoristas”, apuntó en su momento el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa sobre la visión que transmitían las novelas de Larsson.

FALTA TRADICIÓN

En un país que se presenta al mundo como una de las democracias más consolidadas, donde las instituciones cumplen con su rol social y político, donde se hace autoelogio del poder civil y todo parece estar bajo el prisma de la ley y el orden,  también hay historias oscuras, bajos mundos, muertes, asesinatos, sobornos, y no está exento de actores relacionados con la corrupción. Quizá no tan espectaculares como el comisario Villarejo, que es tan poderoso como personaje que cualquier novelista diría que se cuenta solo, pero sí hay casos que pueden estremecer a la sociedad si se les dotara de una narrativa para entenderlos y comprenderlos mejor.

En ese sentido, entonces, ¿por qué no prolifera la novela negra en Costa Rica? El escritor Mario Zaldívar, quien es autor de las novelas negras Herido de sombras y El amanuense solitario, explica que la falta de tradición del género en el país atenta contra su desarrollo.

Aunque destaca que han existido algunos esfuerzos por impulsar este género, que en las naciones nórdicas, en España e incluso en América Latina –México y Argentina—han tenido una gran recepción, reconoce que falta crear un entorno para que las propuestas no se vean como novelas aisladas.

“No tenemos una tradición de novela negra como sí hicieron algunos autores con la costumbrista y la psicológica. Tampoco tenemos un gran escritor en esa línea como el caso de Manuel Vázquez Montalbán con Pepe Carvahlo o Leonardo Padura con Mario Conde”, expresó Zaldívar.

Para el autor, también reconocido por su trabajo con la música popular, la cumbre del género se da con El largo adiós de Raymond Chandler, quien incluso fue considerado en su momento como uno de los candidatos al Premio Nobel.

“No tenemos una corriente. Un referente. La editorial Uruk con Óscar Castillo hizo un esfuerzo, pero falta esa tradición”, recalcó Zaldívar.

El escritor Álvaro Rojas coincide con Zaldívar en que todavía no contamos con un gran personaje que sea icónico de la novela negra costarricense, como sí pasa con otros como el ya citado Mario Conde, o con el Dolores Morales de Sergio Ramírez.

Esfuerzos como los de Daniel Quirós con la premiada Verano Rojo, aunque son relevantes se quedan cortos porque les falta un entorno que favorezca el surgimiento de un público que siga la novela negra local.

Zaldívar también mencionó a Óscar Núñez con En clave de luna; a Warren Ulloa con Elegantes de grafito y a Guillermo Fernández con Ojos de muerto, quienes se han adentrado en los desafíos del género en busca de contar y representar una determinada realidad.

LAS FRONTERAS

 Hay que deslindar entre la novela policiaca y la novela negra. La primera tenía como objetivo primordial resolver un crimen, mientras que en la segunda lo que verdaderamente interesa es el entramado social que sale a relucir mediante la historia que se cuenta.

Con Los crímenes de la calle Morgue, Edgar Allan Poe sentó las bases en abril de 1841 en la revista Graham’s de Filadelfia, de lo que sería el género policial, un género cultivado con amplitud en Europa y Estados Unidos.

La novela negra guarda elementos de aquella en el sentido de que se sirve de un detective, de un policía, de un investigador, o de un agente para ir tirando de la trama y el juego de deducciones, al mejor estilo de Auguste Dupin, Hercule Poirot o Sherlock Holmes. También prevalece, pero lo rigurosamente importante es que tras la historia quede un fresco de cómo es esa sociedad en la que aparecen esos personajes de novela, tan literarios que para que sean verosímiles el escritor incluso tiene que aterrizarlos en un contexto más mundano.

La novela negra se ha vuelto tan relevante en la literatura actual, que ya dejó de considerársele una literatura de segundo grado para pasar a ocupar lugares de privilegio, con lo cual los cultores de este género le asestaron un golpe maestro al canon.

Ya en El largo adiós, de uno de los maestros del género, Raymond Chandler, se aprecia que lo social va tomando más relevancia por encima del enigma a resolver, porque lo que interesa en esa historia  es contar cómo son las cloacas de esa sociedad, de esa clase política que gobierna bajo el manto de la hipocresía y de cuánta corrupción se cuece en las altas esferas a la luz de componendas y truculencias.

De ahí que ahora que por Madrid se pasea simbólicamente el personaje del comisario Villarejo, dado que el de carne y hueso está en la cárcel, es la ocasión propicia para reflexionar sobre el valor de la novela negra en la sociedad en general y en la costarricense en particular.

“En la novela negra de América Latina, los detectives, ya sea que trabajen para el Estado o lo hagan por su cuenta, deben moverse en aguas infectadas; y como la línea entre el bien y el mal apenas se distingue, tampoco ellos pueden tener clara su propia rectitud de conducta, y no pocas veces terminan contaminándose. Las instituciones están minadas por el poder del crimen organizado, y la policía y las estructuras judiciales han sido tomadas por el narcotráfico. Y los que quieren comportarse como héroes, saben que lo hacen por su propia cuenta y riesgo”, asegura en el artículo “Historia negra, novela negra”, el Premio Cervantes 2017, Sergio Ramírez.

Los protagonistas de la novela negra cumplen a cabalidad con aquella vieja afirmación de Ernest Hemingway, cuando dijo que un buen escritor lo que debía tener era “un buen detector de mierda”.

“Desde que se presentan en el lugar de los hechos, saben que todo huele a podrido y que deberán marchar contra corriente, abriéndose paso entre una maraña de trampas. Un camino que conduce al desengaño, y de allí al cinismo, como el zurdo Mendieta, el héroe, o antihéroe, de las novelas de Elmer Mendoza, cuyo teatro de operaciones es nada menos que el estado de Sinaloa, donde los carteles del narcotráfico son los que definen las fronteras de la ética”, de acuerdo con Ramírez.

Fronteras físicas y éticas cuya delgada línea roja es muy difícil de establecer la mayoría de las veces. Con la novela negra se pasa de la anécdota a la disección profunda de una sociedad desde la profundidad simbólica de la narrativa.

Siguiendo a Ramírez, “entonces el género sirve, como en ninguna otra literatura, para retratar las sociedades en que vivimos, como una nueva manera de realismo literario, más eficaz que cualquier otro. O una especie de naturalismo del siglo veintiuno, lo negro, lo sucio, lo descarnado. Destapar el albañal”.

De esta manera, la novela negra se convierte en un instrumento para conocer y denunciar, pero sobre todo para profundizar, analizar y entender la realidad de los países.

“La novela negra se convierte en el espejo de la corrupción transnacional, como la alentada desde Brasil por Odebrecht, por ejemplo; el tráfico de drogas, un negocio también transnacional, la conversión a ojos vista de no pocos estados de derecho en estados fallidos, o en narcoestados. El pillaje descarado con los bienes públicos, el enriquecimiento ilícito, el dinero fácil, el fracaso de la ley y el arrinconamiento de la justicia al desván de los trastos inservibles. La impunidad”, detalla Ramírez.

Otro rasgo que diferencia a la novela negra de la policial se da en cuanto al desplazamiento de la trama: pues se pasa de un ámbito aristocrático y cerrado, en el caso de la policial, a un espacio urbano, más abierto y dado a transmitir con sus códigos y símbolos, una realidad social más cercana a lo que acontece en esas grandes urbes.

Y para contar se sirve de un lenguaje que retrate esos contornos, esos escenarios, esos submundos, esos ámbitos en los que el pillaje, el poder, la política y el exceso concurren porque sus protagonistas de la vida real piensan y sueñan que están por encima del bien y del mal.

De ahí que en el caso del comisario Villarejo parezca, en verdad, que salió de la imaginación de un reconocido autor de novela negra. Cumple a cabalidad con todos sus elementos e incluso va más allá, porque el escritor ni siquiera tiene que dotarlo de un lenguaje, porque ya lo tiene.

“Hay que esperar’, ‘hay que esperar’, pum pum pum, ¿sabes?, hasta que pegas la hostia”, confesaba Villarejo en uno de los tantos audios que ha comenzado a filtrar a la prensa después de que fuera detenido en noviembre de 2017. Desde el emérito rey Juan Carlos para abajo, hasta altos cargos de la política española, se estremecen cuando habla el temido detective privado.

NOVELA RESPETADA

Por esa capacidad para atrapar con profundidad la corrupción de las sociedades a las que retrata es que la novela negra ha venido ganando prestigio en los últimos 20 años en el mundo, aunque hay joyas escritas mucho antes.

Entre los autores claves no se pueden dejar de lado las historias de Dashiell Hammett, entre las que destaca el Alcón Maltés, llevada al cine con gran éxito.

James Ellroy es otro de los autores de culto del género, así como John Banville, quien se hizo famoso con el seudónimo Benjamín Black y sus novelas que despiertan seguidores en casi todo el mundo.

En el ámbito hispánico, el citado Lorenzo Silva goza de un selecto club de lectores, que encuentran en su saga de Javier Bevilacqua y Virginia Chamorro una forma de adentrarse en esos oscuros mundos de corrupción por los que se mueven a sus anchas dichos detectives. Su adentramiento en la trama social que busca reflejar la sociedad en la que está inmersa, y en la cual la mafia, el poder y las instituciones corruptas son las que marcan el entorno en el que se desenvuelven los personajes, hacen que la novela negra que sea algo más que una simple historia para entretener.

Por eso las filtraciones del comisario Villarejo, en España, recuerdan que la corrupción es un signo de nuestro tiempo y que la pacífica Costa Rica con su “cementazo”, su trocha, sus biombos, sus filtraciones y sus oscuros personajes es tierra fértil para la novela negra, capaz de devolver un fresco de esa sociedad que oculta y proyecta un mundo de perfección inverosímil e inalcanzable.

 

 

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