El éxito y la larga trayectoria de Lorenzo Lencho Salazar obedece, sobre todo, a un elemento que, por lo general, la crítica pasa por alto: la autenticidad de un folclorista con auténtica alma de campesino.
Detrás del concepto se asoman las palabras de María Mayela Padilla, ingeniera, periodista y campesina que, de niña, se inspiraba en las piezas compuestas e interpretadas por Salazar, quien murió en la madrugada del miércoles 28 de agosto a sus 92 años.
El punto de partida de Padilla va más allá, incluso, de la figura señera de Salazar, dado que ella considera que sus compañeros de entonces, como Miguel Salguero, Emeterio Viales y Gílbert El Brujo Castro, entre otros, tuvieron aceptación en el público nacional gracias a que, en realidad, nunca interpretaron al campesino costarricense, sino que ellos eran campesinos con un verdadero interés por divulgar sus realidades, su visión de mundo y su lenguaje.

La base aludida por la folclorista, Premio Nacional de Patrimonio Inmaterial Emilia Prieto 2015, hay que resaltarla, porque es a partir de esa autenticidad de recoger la esencia del campesino costarricense que se explica la larga y fructífera trayectoria de un Salazar que, no en vano, nació en un pueblito de Naranjo, San Roque, y que tuvo que dejar los estudios porque a temprana edad se fue con su padre, Víctor Salazar, a trabajar en una finca que el progenitor había comprado en Ciudad Quesada.
Gracias a una habilidad innata para tocar diversos instrumentos como la guitarra, el órgano, la mandolina, el acordeón, la trompeta y el violín, y a las clases que recibió con el profesor Dacio Eloy Alfaro, Salazar se construyó una biografía con enormes aportes para el folclor nacional que le hicieron un espacio entre los grandes exponentes de Costa Rica.
Todo ese talento lo culminaba con los típicos atuendos que en sus discos y en sus presentaciones se hicieron infaltables: el sombrero, pese al cual se asomaba una “mata” de pelo que le daba un aire aún más campesino, el bigote característico y esa mirada de pícaro que le acompañó siempre.
A ello había que complementarlo con composiciones propias y luego rematarlo con la elección de piezas de aura popular en las que a veces figuraban autores, mientras que otras provenían del anonimato.
Con ese equipaje, se dispuso a conquistar el alma costarricense y desde un comienzo logró un recibimiento extraordinario, lo cual se alimentó con la presencia de sus discos, el primero de ellos intitulado Y diay Lencho, con el sello Indica.
En un mundo globalizado como el actual, la partida de un folclorista de su talla aumenta el vacío que de por sí ya se percibe en el ámbito costarricense, donde lo costumbrista, lo típico y lo folclórico, cada vez cede más espacio a lo foráneo, en un ejercicio de pérdida de identidad constante.
Un elemento que explica y sostiene el párrafo anterior, consiste en que si se hace una búsqueda bibliográfica de los estudios dedicados a la música folclórica, el investigador se topará con la gran sorpresa de que son escasos, lo que evidencia un desinterés académico por el asunto en cuestión.

Espejo e inspiración
Aunque en la última década de su vida Salazar se quejó de que él no veía quiénes podrían recoger la antorcha de mantener viva la llama de la canción folclórica y la recuperación de composiciones, tanto de autor como anónimas, en un lugar alejado del centro de San José, en la finca de Roberto Montero, en Tablazo de Acosta, crecía una niña a la que le maravillaban las canciones de ese señor que evocaban realidades que le eran cercanas, por las historias que le contaban en la casa de sus padres, y que ella recreaba gracias a la magia de la radio.
Padilla guarda esos recuerdos y esa fascinación por Salazar hasta el día de hoy: “Desde niña admiraba a Lencho, porque escuchaba sus canciones en la radio. Él fue el primero en grabar música típica humorística y tuvo la dicha de que en ese tiempo la radio era un medio de comunicación muy popular y de gran alcance en todo el país”.
Era tal el llamado de ese grupo de folcloristas, encabezados por Salazar, pero entre los que también aparecía Zoilo Peñaranda y la propia Carmen Granados, que Padilla decidió seguir los pasos de su maestro a la distancia, y así fue como comenzó a componer sus primeros versos.
“Me gustaba escribir versos y, escuchando a Lencho, intenté crear canciones similares, pero con mi propio estilo, mi propio lenguaje y mi experiencia desde el punto de vista de una mujer; es decir, siendo completamente original, es así como, inspirada en las canciones de Lencho, logré llegar a la radio con mi propia música”.
Aquel verso de Antonio Machado, que asegura que se hace camino al andar, se volvía realidad en aquella futura folclorista, que daba sus primeros pasos motivada por un artista de tierra adentro, que convertía sus raíces en el humus que le acompañaría toda la vida y que tenía claro que era desde esa identidad de campesino auténtico, y sin necesidad de imposturas, como podía conquistar el corazón de los costarricenses, recordándoles con sus actuaciones que la identidad de un país es de un alto valor y que antes de ver hacia afuera, era preciso hundir la mirada en los valles y montañas de su propio terruño.
Esa autenticidad es uno de los rasgos que Padilla resalta en el contexto de la ausencia del compositor de “La segua”: “Como compañeros de trabajo, durante muchos años en la televisión nacional, desarrollamos una verdadera amistad y, así como sucedía con Miguel Salguero y los demás integrantes del elenco, todos teníamos algo en común: éramos campesinos auténticos, que nos expresábamos cada uno con su propio estilo, sin imitar al campesino, sino más bien tratando de representarlo dignamente”.
El apunte anterior refuerza lo que representaba, por ejemplo, un programa como Doña Chinda, dirigido por Miguel Salguero y en el que también participó Salazar; sin embargo, es tal la estima que en este país se tiene por el rescate de las tradiciones y del folclor, que los capítulos fueron borrados en Canal 13.
Padilla compartió muchas veces escenario con Salazar y en la red mundial de Internet se pueden apreciar varios videos en que ambos despliegan su talento y aporte a la cultura popular.
La autora de Por los trillos de la finca, rememora la importancia que para Salazar tenía la difusión del folclor y el rescate, incluso, de composiciones anónimas.
“Lencho cantaba y tocaba instrumentos desde los seis años, según me contó, y empezó a inspirarse en componer música típica junto a sus contemporáneos como Los Talolingas, Los Ticos, etc., y también optó por grabar temas de otros compositores y ponerle música a letras que le gustaban. Para él, era muy importante expresar sus sentimientos como tico de corazón, resaltando nuestras tradiciones y costumbres en su música”.
Recuerda que Salazar tenía la gran preocupación de que, a pesar de los esfuerzos del grupo al que pertenecía de forma espontánea, no se veían en el horizonte nuevas figuras ni políticas que buscaran resguardar el valor del folclor y las tradiciones del país. Ese vacío que percibía, con el paso de los años, lejos de disminuir, se ha hecho más grande y, ahora que partió, el rescate de su obra y la de sus contemporáneos se vuelve más relevante que nunca.
“Amaba a Costa Rica, pero sobre todo al campesino costarricense, ya que él mismo fue campesino. Su gran preocupación era que nuestro folclor se fuera perdiendo y que Costa Rica se convirtiera en un país común y corriente, sin raíces, sin los valores heredados por nuestros antepasados”.
De ahí que el reto, considera la también folclorista nacional, es atender el amplio legado que deja el compositor, después de una carrera que sobrepasó las siete décadas.
“El legado que ha dejado Lorenzo Salazar es invaluable, ya que mucha música de la que él grabó la siguen bailando numerosos grupos de danza folclórica costarricense; además, su trabajo en la televisión nacional, junto a Miguel Salguero y su grupo, llegó a miles de costarricenses, inculcando el orgullo de ser campesinos y la importancia de conservar nuestra idiosincrasia”.
El desafío que, en aquel momento, asumieron Salazar y Salguero fue estratosférico, por la indefensión y desventaja en que se encontraban en relación con productos importados y enlatados; no obstante, la labor que queda es todavía mayor, en palabras de Padilla, quien considera que si hoy no existieran las redes sociales, el folclor y lo costumbrista estarían en el ostracismo.
“Proyectar su legado, así como el trabajo que desarrollamos muchos folcloristas, que seguimos realizando esfuerzos para rescatar nuestro folclor, es difícil, ya que no hay apoyo en los medios de comunicación colectiva, ni programas de Gobierno que impulsen esa difusión; por ejemplo, por medio del Ministerio de Educación Pública (MEP), que podría incluir en los programas educativos el aprendizaje de esa música. De momento, los únicos medios al alcance son las redes sociales y el desarrollo de festivales regionales que se llevan a cabo por iniciativas personales de gente que ama nuestro folclor”.
En ese sentido, si fuese necesario hurgar en cuál fue el mayor aporte que deja la extensa y variada carrera de Salazar a la cultura popular costarricense, sin pensarlo dos veces, Padilla apunta a la gran difusión que logró en los medios tradicionales.
“Es difícil valorar cuál ha sido su mayor aporte. Yo diría que la difusión que logró en los medios de comunicación masiva, al igual que Miguel Salguero y quienes trabajamos junto a ellos. Es llevar a esos medios de comunicación las costumbres, las tradiciones, el lenguaje y los sentimientos de la gente de campo; para que esas personas se sintieran representadas por individuos auténticos. Y la proyección en el ámbito nacional e internacional del sabor a Costa Rica”.

Música con humor
Para Mario Zaldívar, escritor nacional y estudioso de la cultura popular, Salazar tuvo la virtud de incluir el humor en sus composiciones, así como las ajenas que eligió para sus distintos repertorios.
El uso del humor, que es algo más profundo que el chiste fácil, en la canción responde a una tendencia que se dio en diferentes momentos en América Latina. En medio de un amplio panorama en el subcontinente americano, en Costa Rica apareció la que sería su figura principal en este campo artístico.
“En América Latina existe una historia muy rica en cuanto a la factura de música con humor…, cantar y hacer reír. En México, Tin Tan y Marcelo hacían canciones jocosas con diálogos incluidos; en Cuba, Tres Patines y el Señor Juez grabaron temas hilarantes que aún suenan en la radio; en Colombia, José María Peñaranda llevó el género al límite de la censura”. Esta es solo una evocación del amplio marco que en este apartado se fue gestando en la América martiana.
En otros países, además de los ya citados, se dio este fenómeno con un gran suceso de audiencias y con artistas que trascendieron su época. Zaldívar los evoca con el conocimiento que le dan cientos de horas dedicadas a la música popular.
“En Argentina, el genial Mario Clavell se apartó con frecuencia del romanticismo para incursionar en la parodia; en Puerto Rico, la inolvidable “Gorda de Oro”, Myrta Silva, hizo algunas joyas de humor con doble sentido y, en Costa Rica, Lencho Salazar mezcló en sus canciones el humor campesino y urbano con el folclor”.
Hay que detenerse un momento en la narrativa de este reportaje, porque el hecho de que Zaldívar, con la autoridad que le confiere su vasto conocimiento de la música popular latinoamericana, cite a Salazar entre ese grupo de figuras consagradas, es sinónimo de la grandeza que, a lo largo de su carrera, tuvo el compositor, profesor de música e intérprete nacional.
El humor, contrario a lo que se cree en un escenario trivial, exige encontrar hondas raíces, para bucear en ellas en busca de esos tesoros que se traducen en manifestaciones que deben tener la contundencia del dardo y la delicadeza de la rosa. Es un tenue equilibrio de fuerzas en el que se corre el riesgo, siempre, de pisar líneas prohibidas.
En palabras de Zaldívar, autor de libros sobre Ray Tico, Gilberto Hernández, Mario Chacón, Otto Vargas, Lubín Barahona y su orquesta, entre otros, el folclorista alcanzó grandes cuotas de acierto, con esa vertiente humorística hecha canción, lo cual representaba un enorme reto.
“Si hacer canciones de impacto colectivo es un arte, hacer reír al público es dar un salto a la genialidad. Lencho Salazar fue ese artista que equivale a toda una generación, el individuo que cruzó de acera para hacer una obra original, sin parangón en el país. Como dice el tango de Ferrer y Piazzolla: ‘quién repite esa raza, esa raza de uno, pero quién la repite con trabajos y todo’”.
Zaldívar tiene vivo el recuerdo de las presentaciones del artista en uno de sus negocios, y esa memoria sigue más vigente que nunca, lo cual es un modo de rendir tributo a ese creador que hacía acopio de todo lo que estaba a su alcance para ganarse con maestría el reconocimiento de su público.
“Quienes asistimos a sus presentaciones en El Rancho ‘e Lencho o en El Trapiche, vimos a un personaje que hizo música con picardía, que con las teclas del órgano hacía aullar a su perro ‘Capiate’, un noble animal que arrancaba aplausos allá en el negocio de La Uruca”.
En las letra de sus canciones como “La segua”, “El cadejos”, “La llorona”, “Oración de una solterona” y “Maicerita mía”, se puede apreciar el uso de un lenguaje que apela a la forma en que el campesino y las gentes fuera de la gran ciudad, concebían la vida, pero, aunque su labor de compositor fue muy importante, no fue la única que desarrolló.
A lo largo de su vida abarcó varias facetas: la del compositor, la del buscador de canciones que interpretó como suyas, siempre con el respeto y la autorización del autor —cuando existía, porque es sabido que recopiló muchas de índole anónima— y fue, además, profesor de música en el Castella, en la Escuela Normal de Heredia y en la Universidad Nacional. Por un tiempo, fue embajador cultural del país y fomentó el folclor y la danza por medio del Instituto Costarricense de Turismo. De modo que al lado del artista grande, también tuvo ilusión por dejar huella en campos aledaños, siempre con la guía y la aspiración de representar con su arte esa alma nacional de la que hablaba Carmen Granados.
Zaldívar lo retrata magistralmente en este párrafo: “El gran compositor Mario Chacón creó canciones típicas; Lencho Salazar siguió esa ruta, pero le agregó el humor de nuestros campos y la malicia de la ciudad. Su obra se resume en ese grito que lo retrata de cuerpo entero… ‘¡Adentro Lencho…!’, una frase que ya es parte de la identidad nacional”.