Cultura

Un documental por amor a García Márquez

Para conocer a fondo cómo surgió La gran parranda, película sobre el Nobel colombiano, les presentamos una entrevista con Eszter Vörös, su directora, quien debió atravesar las fronteras del realismo mágico para armar su producción, ya disponible en Netflix, y que ha cautivado con el maravilloso mundo garciamarqueano.

Cuando parecía que ya no había nada nuevo que contar sobre Gabriel García Márquez, la periodista y videógrafa Eszter Vörös (Hungría, 6 de julio, 1974) sorprende con un documental que se sumerge en las entrañas del paisaje, la música, en especial el vallenato, y las muchas connotaciones que definen las ficciones del Premio Nobel de Literatura de 1982.

Con La gran parranda, Vörös demuestra que para contar la historia que perseguía era necesario mucho esfuerzo, perseverancia y coincidencias mágicas, como una colaboración económica en el momento menos pensado y la participación de János Másik, quien compuso la banda sonora y aportó su amplia experiencia.

La música vallenata se erige como un hilo conductor en el documental sobre Gabo intitulado La gran parranda. (Foto: Eszter Vörös).

El proyecto tardó seis años y medio y Vörös hizo de directora, productora, directora de fotografía y editora, todo con el afán de aprehender y narrar ese mundo que la sedujo, primero en las novelas y después en esa realidad con olor a Caribe, llena de gentes de corazón abierto y siempre dispuestas a reseñar hasta el más mínimo detalle que los puso en contacto con Gabo, ese escritor de la imaginación desbordada, el realismo mágico y las hipérboles a flor de piel.

Estrenada en Netflix el 28 de octubre de 2022, La gran parranda es un valioso acercamiento a la vida de García Márquez por medio de la música y de aquellos que lo conocieron o lo llevan en su imaginario, en sitios como Aracataca, Barranquilla, Cartagena de Indias, el poblado de Sevilla y Bogotá, todos lugares colombianos que todavía tienen mucho que revelar sobre el autor de Cien Años de Soledad.

En el filme aparecen personajes entrañables como Joaquín Armenta, Jaime García Márquez, Rodrigo Rodríguez, Miguel Torres, Ariel Castillo, Rafael Darío Jiménez, Heriberto Fiorillo, Alfredo Martelo, Jorge Leal y Leonor Castañeda; todos conectados por la magia eterna del realismo mágico que se respira a diario en el mundo ideado por el autor de El amor en los tiempos del cólera.

Para profundizar en cómo realizó el documental, UNIVERSIDAD conversó con Vörös, quien se graduó de economista para cumplir con el requisito de tener un diploma, porque su vida ha transcurrido entre el periodismo, la música –toca el bandoneón– y ahora en su nueva etapa de cineasta.

Periodista, músico y videógrafa, la húngara Eszter Vörös cumplió su sueño, que comparte con todos los espectadores, de contar una parte del mundo que gira alrededor del autor de Cien años de Soledad. (Foto: Attila Kleb).

¿De qué manera nace en usted el gusto por la cultura hispana: el español como idioma, el vallenato, la salsa, etc.?

–Creo que fue la música la que me acercó por primera vez a la cultura latinoamericana. A través del jazz. Soy una gran aficionada al jazz desde que era adolescente y siempre me ha encantado Tito Puente (al que he visto en vivo), Poncho Sanchez, Irakere o las grabaciones de Stan Getz en Bossa Nova con Astrud Gilberto.

Luego, en la misma época, escuché la música de Astor Piazzolla y vi la película Tango, de Carlos Saura, y me enamoré del tango argentino. Así fue que aprendí a bailar tango. También fue por esta época que Buena Vista Social Club, de Wim Wenders, era un gran éxito y, por supuesto, me dejó boquiabierta. En cuanto pude, me fui a Cuba solo con una grabadora de minidisc para grabar música popular en la calle.

Fue en ese momento que pisé tierra latinoamericana por primera vez. Desde entonces, cada vez que me es posible, vuelvo. Y fue allí que me enamoré de los bailes caribeños que al día de hoy sigo practicando y amando. Todo esto fue en el cambio de milenio. Por esa época también comencé a leer a Gabriel García Márquez.

Después de Cuba visité Panamá, Brasil, Uruguay, Argentina y Colombia. Siempre sola, con una mochila. Desde entonces, he vuelto muchas veces a estos dos últimos países “por trabajo”. Mientras tanto, me hice música de tango, toco el bandoneón. El español se me pegó durante los viajes y con las letras de los tangos, pero con el tiempo tuve que aprenderlo bien. Una maestra argentina-húngara me ayudó y me está ayudando nuevamente.

 Dijo en una entrevista que la Macondo de la ficción no se parece tanto a la que encontró en Aracataca. ¿Cuáles fueron esas diferencias que percibió?

–Tampoco sé si existe en la realidad aquella ciudad ficticia que uno imagina mientras lee. Probablemente todos imaginan a Macondo de manera diferente. Gabo tampoco la modeló solo en Aracataca. La diferencia también depende de las expectativas con las que uno vaya allí. Si quiere encontrar aquello que busca, o ve lo que percibe ahí mismo. Si lees las novelas de Gabo y te pones sus “gafas”, esas con las que el escritor describió Macondo, entonces creo que Aracataca puede convertirse en Macondo. A ese Macondo que podemos leer en Gabo. Y si dejamos que esta pequeña ciudad caribeña nos sensibilice y vemos lo que tiene para ofrecernos, entonces podemos ver nuestro propio “Macondo”. Ambas son lindas experiencias. Esto significó la diferencia para mí.

 ¿Cómo y cuándo descubrió a García Márquez?

–Mi tía me regaló El amor en los tiempos del cólera para mi cumpleaños cuando era adolescente. Pero no lo leí hasta años después, cuando vi la fascinación de mi hermana por las novelas de García Márquez. Luego vinieron Cien años de soledad con otras novelas, y mi favorita, su autobiografía.

 A parte de Cien años de soledad, ¿cuál de los otros libros la motivaron a viajar al Caribe por el que anduvo García Márquez?

–Realmente me encantó Vivir para contarla desde el principio. La he leído varias veces, como he leído otras de sus novelas, y siempre descubrí algo nuevo. Recuerdo cuánto me atrajo la forma de vida de los intelectuales del Caribe. Sobre todo la de los periodistas de Barranquilla. Yo sé que a Gabo no le fue fácil porque era muy pobre. Pero fue un período decisivo de su vida.

Hace unos 15-20 años que empecé a leer García Márquez. Así es como los deseos se hacen realidad: desde entonces estuve muchas veces en Barranquilla y me moví en el ambiente artístico y periodístico.

 ¿La música y el vallenato, en particular, fue ese hilo conductor que anduvo buscando mientras filmaba en distintos pueblos colombianos?

–La música siempre fue parte del documental, pero se convirtió conscientemente en el hilo conductor solo más tarde. Cuando pasé dos semanas en el Caribe colombiano con la beca de Fundación Gabo en 2013, los organizadores constantemente nos llevaban a fiestas, porque era pre-carnaval, que ya era una locura. Escuché mucha cumbia, salsa, champete y vallenato en ese momento, pero no los podía identificar del todo. Estuve rodeada de música y baile. Fue una de las cosas que me hizo enamorarme absolutamente de la región y me hizo volver.

Después del primer rodaje en 2014, ya tenía un material serio, pero sentía que no estaba completo, que le faltaba algo. Volví 3 años después y durante ese tiempo dejé descansar el material (me dediqué a otras tareas), pero por otro lado pude procesar la mayor parte. Y luego leí una frase en la que Gabo relata que el vallenato, y no la literatura, fue la que tuvo la mayor influencia en sus obras en Colombia. Fue entonces cuando me di cuenta de que podía acercarme a él de una forma auténtica a través de la música.

No soy experta en literatura, ni experta en sus obras, pero hay algo que fue importante para él y lo es para mí, la música. Para ese entonces yo ya tenía al personaje de músico de vallenato, a Rodrigo Rodríguez, y así pude continuar con ese hilo y expresar mi interés en la conexión entre el vallenato y Gabo de aquí en adelante.

 El documental tiene su huella en todo momento;sin embargo, su aparición en él es solo a través de la voz y los relatos intercalados, ¿cómo llegó a esta acertada decisión?

–Durante la realización de la película, muchas cosas sucedieron de forma intuitiva o dejé que los acontecimientos dieran forma a los planos y que el material de edición se mostrara por sí mismo. Esto último me lo aconsejó el compositor de la película, János Másik (también compañero de mi vida) que durante el último año y medio de postproducción –fue cuando nos conocimos– me ayudó con la edición. Siempre decía: “deja que la película se muestre sola”.

Así fue que muchas cosas no sucedieron debido a una decisión concreta. Pero así fueron tomando forma. Hay varias razones por las que Gabo no aparece en la película. Por supuesto, no pude conocerlo. Tampoco podría haber pagado los materiales de archivo, ya que hice toda la película con mi propio dinero. Solo aparece en una imagen al final, por lo que estoy muy agradecida a uno de los protagonistas de la película, Miguel Torres, quien me brindó todas las imágenes que tomó de Gabo en las parrandas que organizaba para que las usara. Además, dado que mi objetivo era que las personas que vivían allí hablaran sobre él, seguí este camino durante toda la filmación, así fue como fue surgiendo la película.

¿Cuando decidió hacer el documental tomó en cuenta el riesgo de que en América Latina se tiene la idea, que es solo eso, de que ya sabemos todo sobre García Márquez?

–No. Nunca tuve miedo de eso. Por un lado, porque Gabo es amado en todo el mundo y pensé que si mi documental no interesaba en América Latina, lo podría lograr en otro lado. Fue entonces cuando me di cuenta de que los colombianos se asombraban cuando les preguntaba por la relación entre el vallenato y Gabo. En ese momento pensé que estaba en el camino correcto. De todos modos, creo que las buenas historias son atemporales. Para que puedan contar a todos algo nuevo. Desde que la película está en Netflix, he estado recibiendo mensajes de varios países latinoamericanos agradeciéndome por hacer el documental. No hay mejor reconocimiento.

Joaquín Armenta, quien fuera compañero de niñez y juventud de García Márquez, evoca al Nobel en el documental con pasajes extraordinarios. (Foto: Eszter Vörös).

Tras la edición y finalización de la película, desde su punto de vista, ¿cuáles fueron los principales hallazgos que encontró en relación con el Nobel?

–Realicé la película durante seis años y medio, por lo que la posproducción se interrumpió a menudo y mientras tanto surgían nuevos rodajes. Para mí, un hallazgo era la relación entre el vallenato y Gabo. Ni siquiera entendí cómo en 2013 y 2014 esto no lo vi. Existe la posibilidad de que me lo dijeran, pero parece que no estaba lista para darme cuenta. Probablemente buscaba otra cosa.

También me sorprendió que la personalidad de un escritor pueda estar tan involucrada en la vida cotidiana de un país, en las almas de la gente. Todos tienen una historia sobre él, incluso aquellos que no lo conocieron. Historias buenas y malas.

Una vez, en una pintoresca playa al pie de Sierra Nevada, tuve una interesante conversación con un joven colombiano. Me contó que cuando era niño y estaban leyendo Cien años de soledad durante muchos meses, él le preguntó a la maestra:

“¿Por qué el autor recibió el Premio Nobel por este libro?”, lo decía, agregó el joven, “porque mis abuelos cuentan las mismas historias todo el tiempo en casa”. Esto me dice mucho sobre la oralidad que existe en la región del Caribe hasta el día de hoy y también sobre la genialidad con la que García Márquez la plasmó.

Pero también me di cuenta de cuánto está presente en las almas de otras partes del mundo. No solo en Latinoamérica. Aquí, en Hungría, hay una generación para la que García Márquez, por ejemplo, significa su juventud, porque lo leyeron cuando eran jóvenes. De esta manera, mi película también les devuelve a esos tiempos.

 ¿Cómo explicar que una economista, periodista y músico se lanzara a la aventura de hacer un documental sobre un personaje tan complejo como Gabo?

–Apenas trabajé como economista, porque nunca me gustó mucho, ni siquiera en la universidad. Pronto quedó claro que esto no era para mí, pero quería terminar la carrera para obtener un diploma. Después de eso, me hice periodista, primero musical y científica, luego videoperiodista y, mientras tanto, música, bandoneonista.

Al principio puede sonar extraño, pero cuando miro mi vida desde aquí, es un proceso natural de alguna manera. Soy curiosa, me gusta viajar, me interesa mucho Latinoamérica (me siento como en casa cada vez que voy), me encantaba García Márquez, quise ir a Macondo, pero no me atreví a ir sola, a diferencia de mis otros viajes.

Llegué con la fundación periodística de Gabo y cuando llegué sentí que me atraía más que el objetivo concreto por el que estuve allí durante la beca. Como periodista, me interesaba la vida de allí y quería compartir mis experiencias con aquellos que no pueden llegar al Caribe colombiano. Me gustan las buenas historias y me gusta contar historias. Una película podría basarse en todo esto. Como ocurrió en la realidad.

¿Cómo llegó la conexión con Netflix?

–Esto también es una linda historia, ya que tuve muchas historias de milagros durante la realización de La Gran Parranda. Como estaba completamente sola con mi proyecto, sin productor ni distribuidor, ni siquiera soñaba con Netflix. Sabía que requería mucho dinero, conexiones y una profesión que no tenía. Decidí vender la película en el sitio web del documental, como un producto online. Pensé que para esto sería útil que personas conocidas que lo vieran y les hubiese gustado me enviaran una reseña que pudiera usar. Eso fue lo que le pedí al hijo de Gabo, a Rodrigo García Barcha. A él le envié el documental para que la familia la viera antes de que se estrenara al público tres años antes. Durante esos tres años no pude vender la película, ni siquiera sabía cómo hacerlo, mientras tanto ganó algunos premios en Hungría y en el extranjero. Rodrigo volvió a ver el documental y me preguntó si quería que me pusiera en contacto con el jefe de Netflix en América Latina, porque pensó que el canal estaría interesado, porque es una película hermosa. Sí, lo quería. Y estaban interesados. El resto es historia para mí, y un milagro.

Finalmente, la historia de Jorge Leal, que aparece en el documental, parece sacada del realismo mágico. Antes del viaje de 2019, ¿ya la había completado?

–Sí, conocí a Jorge por primera vez en 2017 y luego filmé con él la historia que está en el documental. Medio año después, le escribí a su hermano y le pregunté cómo estaban. Fue por él que me enteré del giro en la vida de Jorge que hizo de su historia una verdadera historia sacada del realismo mágico.

En 2019 solo volví para lidiar con el papeleo. Hemos estado en contacto desde entonces. Como con otras personas de la película. Por ejemplo, Joaquín Armenta, el amigo de la infancia de Gabo, fue como mi abuelo colombiano. Realmente lo quiero. Es una persona culta que cuenta maravillosamente sus historias. Cada vez que iba siempre había una historia nueva para mí. Me pregunto cuál será la próxima.

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