Cultura Pinturas de Carlos Tapia se exponen en el Museo de los Niños

Tapialand, el safari de un salvaje psicodélico

La exposición de acrílicos se revela como una conjunción de voluntades y apoyos al cambio, un nuevo rumbo en la carrera de un artista audaz

Después de visitar Tapialand (la exposición de pinturas que Carlos Tapia inauguró la semana pasada en la Galería Nacional) uno queda con la firme sospecha que el autor se consiguió una cita con el barman de Mick Jager y se fueron juntos de safari por Costa Rica.

El resultado de semejante tour de force son quince pinturas absolutamente extravagantes, originales y maravillosas. Un recorrido minucioso sobre algunos de los paisajes más tradicionales del país, pero enfocados desde una óptica completamente inusual.

Los cerros Crestones -del Parque Nacional Chirripó-, los volcanes Poás y Turrialba, el río Pacuare, una playa en Puerto Viejo, el Valle del Orosi y un potrero en Guanacaste -entre otras postales del país sin ingredientes artificiales- son retratadas y reinventadas mediante unos trazos vigorosos, austeros y a la vez intoxicados de color.

La impresión que permanece en las retinas al salir de ver la muestra Tapialand es la de haber visitado el universo de un artista que ha logrado recargar su vitalidad original; la de estar en una galaxia conocida pero nueva; la de asistir a una renovación en la manera de abordar el paisaje en la pintura costarricense.

Carlos Tapia transcurre el medio siglo de vida inaugurando una nueva etapa en su pintura. Un capítulo en el que se arriesga y cambia –radicalmente- su gran tema (la estética felina y citadina), pero también un capítulo en el que se mantiene firmemente aferrado a las raíces de su estilo.

Los cuadros de gatos, ventanas, edificios y ciudades eran una marca registrada que lo identificó durante catorce años y muchos lienzos. Un estilo que ya tenía un público establecido, que le dio un nombre y lo llevó a mostrar sus cuadros en exposiciones en Costa Rica, Suiza, España, Estados Unidos, Venezuela y Guatemala.

Río Pacuare

No reniega

No voy a decir que nunca más voy a pintar gatos, porque si quiero ser un pintor realmente libre no voy a empezar a ponerme límites, pero realmente quiero ver hasta dónde me lleva esto. Este es un camino que quiero explorar, quiero ver a dónde me lleva; es bonito, es emocionante”, confiesa un día después de la inauguración de Tapialand, cuando ya el corre-corre y los nervios se van reponiendo, cuando ya la respiración y el ritmo cardíaco recuperaron su ciclo habitual tras pasar la prueba del público que recibió la presentación de la obra nueva con apertura y entusiasmo.

Este cambio –apunta Tapia– se venía incubando desde hacía tiempo, pero tomó forma y dirección este año, al regresar de un viaje por Suiza, Italia y Polonia.

El viaje a Suiza fue muy importante para mí, estuve rodeado de paisajes fabulosos, pensando completamente en otra cosa. Ni siquiera fui a ver museos. Pero resulta que cuando no pensás, estás pensando igual. Y regresé completamente enfocado, luego de haber estado en un paisaje distinto al trópico durante el invierno. Esto estaba en mi cabeza, se ordenó durante ese viaje y cuando puse la primera pata de regreso ya tenía todo claro, clarísimo”.

Y esa claridad de intenciones que señala Tapia, se reflejó totalmente en la serie de pinturas. Los cuadros de Tapialand reflejan imágenes muy definidas, con trazos fuertes y planos cargados de colores insólitos.

Naturaleza pura

Una característica que atraviesa y conecta todos los cuadros de esta nueva serie es que el ojo, la composición, las líneas y el color se enfocan en el paisaje, en la naturaleza, en la luz y en nada más.

No hay personas en las montañas de Tapialand, ni casas, ni artefactos. Nada que evoque la presencia del ser humano. No hay referencias a la modernidad, solo la geografía, los caminos, la vegetación, el agua.

Incendio Forestal

Solo naturaleza y cielos. Unos cielos que merecen este punto y aparte. Unos cielos que explotan y se retuercen. Unos cielos que consumieron grandes cantidades de pintura, de pigmentos, de pinceladas, de energía.

Es que descubrí el cielo. Yo no me fijaba en el cielo, no me fijaba en las nubes, no me fijaba en las montañas, todo eso lo descubrí. Eso se ve con claridad en el cuadro sobre el Arenal. Cuando lo hice pensé: ¿pintar un volcán dormido? Y dije no, es el cielo el que va a explotar”.

El Tapia de los gatos es un pintor de puertas adentro, que mira desde la sala de un apartamento, que escudriña a través de pequeñas ventanas (Tapia vive desde hace 20 años en el centro de San José, en una vivienda cuyas ventanas no miran a la calle).

En contraposición, el pintor de Tapialand tiene una mirada externa, observa el mundo a campo traviesa, casi como los pintores de caballete o plein air (al aire libre), su encuadre y composición son completamente diferentes.

Y no es que Tapia haya decidido dejar su guarida perenne en el bar Area-City, ni vencido sus fobias de animal urbano y se haya convertido en un explorador, pero la perspectiva de su mirada cambió.

“Quería pintar paisajes, sin referencias a la ciudad, sin casas de adobe –a las que además no les tenemos ningún respeto en este país que las ha convertido en agencias de bancos o en parqueos-. Quería pintar paisajes, que están ahí, que prevalecen y que, por más que hemos tratado de destruirlos no hemos podido. Me asombro de que eso aún este ahí, porque hemos tratado de arrasarlo con mucho ahínco. Pero ahí están todavía el bosque y los ríos”.

Agujas de luz

Esta nueva serie de cuadros de Carlos Tapia viene, además, con otras novedades respecto de su obra anterior: el uso del pincel cambia, deja de funcionar como una espátula para volverse por momentos una aguja de puntos luminosos, y las imágenes multiplican los planos y adquieren profundidad.

La composición delata un trabajo de estudio en donde el autor pensó antes de actuar y buscó “resolver” los planos del paisaje de una manera deliberadamente racional.

Estos cambios en la técnica se hacen más evidentes en obras como “Río Pacuare”, “Tierra Blanca” o “Incendio forestal”, en ellas Tapia introduce la luz y el color sobre las imágenes a la manera de Seurat (Paris 1859-1891).

En “Río Pacuare” el cauce se ilumina con destellos naranjas, verdes, blancos, fucsias, que en conjunto se transforman en un arcoíris pop y los farallones de la ribera son masas celestes y turquesas que aportan volumen y profundidad al enfoque de la obra.

El punto culminante de este recurso lo logra –definitivamente– en “Incendio forestal” una obra cuyo poder hipnótico quedó en evidencia durante la inauguración de la muestra con el desfile de numerosos admiradores que pasaron, regresaron y buscaron fotografiarse delante de ese cuadro.

Planteado sobre fondo negro y púrpura, la imagen retrata un camino de árboles en llamas. Allí el puntillismo detalla cada rama y cada hoja encendida, transformando la tragedia del bosque en llamas en un magneto de color y perspectiva.

En “Incendio Forestal”, la imagen al construirla no mostraba lo que yo quería decir, yo quería dar la impresión de que ese era el último momento de esos árboles, el momento en que todas las hojas agarran fuego, es el último momento en que esos árboles están vivos”.

Los cambios de tema y estilo contaron con el apoyo de la galería y la galerista que han dado soporte a este artista desde hace una década. Un apoyo valioso porque -se sabe- las imprudencias y los cambios son poco agradables para las clientelas y los negocios.

Doña Marta (Antillón) y yo lo habíamos conversado con hartos whiskys, ya que el protocolo de discusión artística así lo estipula (se ríe), ella es mi galerista y mi amiga. Es una mujer que escucha mucho, que sabe mucho y tiene una experiencia en paisajismo impresionante, ella ha llevado artistas a subastas en Sotheby´s (casa de subasta en artes fundada en 1744 en el Reino Unido). Ella es una mujer muy interesante, ella es muy tradicional y conservadora pero ella entiende muy bien al artista, porque ella es una artista, su Galería Valanti es la más antigua de Centroamérica y ha sobrevivido casi 50 años”.

La exposición de acrílicos Tapialand se revela así como una conjunción de voluntades y apoyos al cambio, a un nuevo rumbo en la carrera de un artista audaz que parece haber encontrado en este giro una poderosa fuente de energía.

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