Ángulos que captan la elocuencia vegetal y que pasan de paisajes y panoramas macro a lo micro de los detalles de las hojas a un nivel íntimo, todo ello retratado con la intensidad de la fotografía en blanco y negro.
Ese es el viaje que propone Eduardo Libby en la exposición “Elementos, escena y vida”, inaugurada en el Museo Calderón Guardia el pasado 26 de febrero y que estará abierta al público hasta el 21 de marzo.
Árboles, espejos de agua, la correntada de un río, neblina, detalles de texturas de las hojas. Son todos elementos que el fotógrafo explora siempre con buena atención en las formas y en el contraste final de la fotografía.
“Si uno empieza a ver la naturaleza y la va comprendiendo más -manifestó Libby-, se da cuenta de que hay muchas capas y componentes, se puede pensar en los elementos básicos como las rocas, el agua, no quiero irme a los cuatro elementos clásicos de los griegos, no se trata de eso, pero de componentes como el juego con las nubes, qué papel tienen en el paisaje, cómo se relacionan con un bosque, cómo se relaciona el agua de los ríos con todo lo que hay alrededor”.
Comentó además que esos mismos elementos de alguna manera van dando forma al paisaje costarricense y de ahí deriva que el título de la muestra incluya el concepto de “escena”, pues todas las fotografías de la muestra buscan responder cómo es que la vida puede poblar esa escena.
“Por eso es que al final hay detalles de la vida”, dijo, porque también en los que definió como microambientes se encuentra gran diversidad de formas de vida, “por consiguiente hay que explotar eso y demostrar que está ahí, que en cualquier rincón al que uno vaya en Costa Rica va a encontrar diferentes formas de habitándolo”.
Mirada particular
Libby detalló que el proceso fotográfico en su caso es variado, ya que algunas fotos “ocurren rápido”, como decir “esto es y vamos a buscar otra cosa”; pero otros casos requieren de espera, horas o días, según los caprichos de luces y sombras. “Es tremendamente variable”, acotó.
Relató que una vez que hace las fotos en el campo, las revisa rápidamente, desecha lo que técnicamente no está bien y posteriormente quedan guardadas “meses o años, luego me devuelvo y las empiezo a buscar” en un proceso que “ya he ido cultivando, tampoco es algo sin pensar”.
Es entonces en ese momento en que les dedica más tiempo, pero aseveró que “si uno dura mucho en la postproducción, es porque la foto no era muy buena para empezar. Tiene que estar un 90% ahí para decidir darle el 10% que le da el toque final”.
Ésta colección en particular constituye un trabajo de unos cuatro años, que implicó realizar giras para buscar el tipo de paisaje y elementos que le interesaba. Luego las dejó reposar y hace un año planteó la propuesta de la exhibición. Desde entonces añadió unas cuatro o cinco fotos más, según confesó, porque “nunca se sabe, siempre queda algo de última hora que hacía falta”.
Uno de los componente más vehementes de la muestra es una ceiba, ese árbol enorme que en este caso “dejé que llenara todo el espacio, porque las nubes detrás combinan muy bien con los puños de hojas del árbol”.
Según recordó, para los mayas este árbol comunica “el inframundo con el mundo de arriba, “no puedo mirar una ceiba sin pensar en eso”.