Cultura

Setiembre para tomar once, con Myriam Bustos Arratia

En setiembre de 1973, el mundo cultural chileno cayó bajo las sombras de la oscuridad. Los militares quemaban libros perseguían a profesores, educadores, artistas, estudiantes. Muchas de las mentes más brillantes y mayores talentos tuvieron que huir para salvar sus vidas o escapar de los campos de concentración y las cárceles. De aquella diáspora forzada llegaron a Costa Rica figuras que marcaron este mundo intelectual. Una de ellas es la escritora Myriam Bustos Arratia, quien a sus 88 años nos recibe en su casa para conversar sobre su vida y “tomar once”.

Myriam Bustos ama la lengua, la literatura, por eso es puntillosa, exigente. Como veterana lectora reclama un libro bien presentado, para que sea el lector quien lo culmine con su lectura. Audaz es el adjetivo que varias veces la crítica literaria ha utilizado para referirse a la obra de Myriam Bustos. Esto porque sus narraciones son, cuando menos, inquietantes; su estilo es eminentemente narrativo, prefiere crear atmósferas a partir de acciones, palabras de los personajes y estructura narrativa que mediante recursos metafóricos.

Por eso, hablar con ella a veces parece estarla leyendo y viceversa.

Habla sin ambages, sin poses, con expresiones puntuales y directas como su mirada y un poco ese dejo de escepticismo, casi de sospecha, en las comisuras.

No sé si se ha dado cuenta que ya la gente no lee, dice con más desgano que preocupación.

Hablar de literatura costarricense de la segunda mitad del siglo XX y las primeras décadas de este, convoca, de manera ineludible el nombre de Myriam Bustos Arratia.

En las letras nacionales ella aparece numerosas veces con una producción de ficción abundante, que incluye narrativa en cuento, novela y microficciones, y en ensayo una de las más valiosas compilaciones y valoraciones de la obra nacional publicada entre 1974 y 2006. Esta compilación en 4 volúmenes, a saber, novela, cuento, poesía y no ficción, se recoge y puede leerse el paso del siglo XX al XXI, lo cual significa un cambio muy importante en la literatura costarricense.

“Chile es para mí un país desconocido y ni siquiera tengo familia. No hay nada para volver.”

Nuestros escritores y nuestros libros es una colección de cuatro volúmenes imprescindible para conocer la literatura costarricense.

—Cuando vine a vivir a Costa Rica quise hacer ese ejercicio de leer y comentar autores costarricenses; durante años publiqué artículos sobre autores costarricenses solamente. Luego decidí que quería agradecerle a este país todo lo que me había dado cuando nos acogió a Raúl, mi marido, y a mí. Compilé todos esos artículos y otros y publiqué cuatro volúmenes de literatura costarricenses de 1974 a 2006. Yo misma financié la edición.

Y es una colección muy valiosa y creo que única que estudia ese periodo, además dividido en géneros: Novela, cuento, poesía y no ficción.

—Sí, ese fue un trabajo muy extenso y duro. Espero que ese aporte sirva para los estudiosos y los escritores; esa fue mi forma de corresponderle a este país.

Raúl Torres Martínez, esposo de Myriam, contribuyó a una mejoría pedagógica en la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica

¿Cómo inicia en su vida su interés por la literatura?

—Cómo decirle, fue una cosa de locura. Empiezo diciéndole que mi padre fue médico psiquiatra, ese es un detalle que puede ser importante. Mi mamá adoraba a mi papá. Lamentablemente este hombre, a los tres años de casado con mi mamá, se suicidó. Dejó una hermosa carta a mi mamá; fue una carta que guardé durante muchos años y lamentablemente me la robaron de la billetera. En esa carta le decía que él tenía una depresión crónica, que se había puesto a estudiar medicina con la esperanza de ser capaz de curarse él mismo, y nunca le funcionó. Por lo cual él no quería que su familia sufriera el horror que significa convivir con un deprimido. Y se metió un balazo en la noche, en su consultorio del hospital Open-Door, que se llamaba así el hospital de locos donde trabajaba. La llamaron a medianoche para decirle lo que había pasado; mi madre no olvidó nunca esa relación y cometió el peor error de su vida.

Recuerdo que cuando yo era chica, ella era una mujer muy bella y joven y tenía muchos admiradores. Pero entre ellos había un hombre viejo, que era comandante de Carabineros. Ella lo eligió porque pensó que si se casaba con uno de los pretendientes jóvenes que tenía le iba a exigir hijos y ella no quería, de manera que se casó con uno que no le pediría hijos. Él fue muy cariñoso con mi hermano y conmigo, para nosotros era como un abuelo. Pero ocurrió que él se pensionó, porque ya era muy mayor, entonces se quedó metido en la casa. Entonces le empezaron los ataques de celos y se ponía violento, destruía todo en la casa. Luego le pedía perdón y nuevamente volvía a hacerlo. Mi mamá le tenía miedo, porque se paseaba por la casa con un revólver mientras destrozaba todo. Ese matrimonio duró 20 años. A mí me daba miedo ir al colegio porque pensaba que, si me iba, al volver encontraría muerta a mi mamá.

“Sin la lectura no podría existir.”

Hasta que Eduardo, un primo, que en realidad era sobrino del viejo, pero que mi madre había adoptado porque sus padres murieron, y que se había ido a estudiar a la naval, ayudó a mi mamá a poder irse. Nos acompañó el día que nos fuimos para que él no pudiera hacer nada.

Esa fue mi vida hasta que entré a la universidad. Nos fuimos a vivir a una pensión cuando yo estaba en sexto año de humanidades. Pero entonces, durante ese año estuve enferma, no se sabía qué me pasaba, tenía fiebre todos los días. Pero nadie lograba dar con qué pasaba. Al final del año apareció el diagnóstico: Tuberculosis genital femenina. Tenía las trompas de Falopio contaminadas y la única forma de curarla era con reposo y antibióticos, que estaban recién aparecidos en Chile. Cada mes tenía que ir al tisiólogo. Hasta que una amiga le dijo a mi mamá que me llevara a un ginecólogo. Era un hombre mayor, que cuando supo que yo quería estudiar pedagogía de español, le dijo a mi mamá que yo ya no tenía tuberculosis, pero que la única manera de salir de eso era operarme y quitarme las trompas de falopio, por lo cual nunca podría tener hijos.

Aunque no ha vuelto a escribir, dedica sus días casi exclusivamente a la lectura.

Él mismo me hizo los trámites en el hospital donde trabajaba, no me cobró por la cirugía, pero me dijo que debería estar nuevamente en reposo por un año. Pero, como sabía que me gustaba la literatura, me pidió que le corrigiera un libro que estaba escribiendo: Tuberculosis Genital Femenina. Así que ese fue el primer libro que me tocó corregir, el inicio de una carrera muy larga que inició a mis 16 años.

Es que yo sabía desde muy joven que quería ser escritora, porque veía a mi mamá que escribía. (Olga Arratia fue una escritora reconocida en Chile).

Luego ingresé a la Universidad, me inscribí en Pedagógico a estudiar mi carrera de Filología. Ahí conocí a mi querido marido, Raúl, que se me murió hace unos años. (Raúl Torres Martínez, esposo de Myriam fue un importante innovador en la Escuela de Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica, donde impulsó los seminarios participativos y modalidades pedagógicas transformadoras.)

Él también tenía interés en la literatura; había iniciado Derecho, pero no le gustó; así que nos encontramos ahí y ya no nos separamos más.

¿Recuerda bien ese momento?

—Me acuerdo perfectamente. El Pedagógico de la Universidad era un lugar muy lindo que había sido el Colegio Inglés. Era una casa bonita, muy grande, con muy buenas instalaciones. En los recreos salíamos todos y nos quedábamos conversando cerca del aula. Yo veía a un fulano que conversaba con otro y con nadie más. En una oportunidad, que parece que me hubiera leído el pensamiento, dejó a su amigo y vino a conversar conmigo. Desde ese momento siempre se sentaba conmigo en las clases. En el primer recreo, el de las 10 de la mañana, él tomaba el desayuno y me invitaba. Nunca nos volvimos a separar. Él me gustó mucho siempre, me gustaba como persona, lo que pensaba, lo que hablaba. Pero debo decirle que nos portamos muy bien, pero que la carrera duraba cinco años y nosotros no nos casamos hasta terminar la carrera. Pero es que además mi marido era músico y tenía una orquesta con la que hacían giras e iban a tocar a todos lados. A mí me cayó muy bien que él ganaba su platica y me invitaba a “tomar once”.

¿Cuánto tiempo después tuvieron que salir de Chile?

—Yo para los números nunca he sido buena. Nos casamos inmediatamente al salir de Pedagógico, eso fueron 5 años. Luego nos casamos, pero hicimos juntos la tesis, que es un texto muy bueno, aunque nunca lo llegamos a publicar: Aplicación de las tipologías de Kretschmer y de Sheldon a diez personajes novelescos. Creo que este sería un buen libro para los estudiantes de literatura.

Vivimos unos 20 años antes del golpe. Entonces Raúl se vino y yo llegué un año después, en 1974.

Mi primer libro, Las otras personas y algunas más, lo publiqué con un préstamo que pedí en un banco. Luego me vi con todos los ejemplares y no sabía qué hacer con eso. Yo no era conocida. Para ese momento ya era profesora en la Universidad Técnica del Estado, entonces puse los libros en una canasta y me fui a la entrada de la universidad a venderlos y la gente lo compraba, así que pude pagar el préstamo. Luego tuvo un premio el Gabriela Mistral de la Sociedad de Escritores de Chile. Cuando vine a Costa Rica don Alberto Cañas me aconsejó para que lo publicara la Editorial Costa Rica, así que fue el primero que publiqué allá y aquí.

Los ruidos y Julia es un libro que me publicaron aquí y lo premiaron; es un libro que quiero mucho.

¿Y ahora ya no ha vuelto a escribir?

—Es que no siento energía para nada. Además, no tengo inspiración, no se me ocurre nada. Me han visto distintos médicos y no me aclaran qué me pasa.

¿Ha pensado volver a Chile?

—No he regresado, porque el Chile que yo viví ya no existe. Supe que ahora vivió la posibilidad de una nueva Constitución y eso puede ser algo muy bueno, pero no sé nada, no tengo noticias.

A veces me preguntan por qué no vuelvo a Chile y yo respondo ¿a qué? Es que toda mi familia ya se murió, que era chiquita: mi hermano, mi mamá, que murió aquí en Costa Rica, y yo; solo quedo yo. Chile es para mí un país desconocido y ni siquiera tengo familia. No hay nada para volver.

Ahora estoy encerrada y desesperada del encierro. Pero no tengo energía para nada.

Lo único que hago es trabajo intelectual, leer. La lectura es la esencia de mi vida, sin la lectura no podría existir.


Algunos libros de Myriam Bustos Arratia

Novela

Las otras personas y algunas más

Tábula Rasa

Traspié entre dos estrellas

Cuentos

Que Dios protege a los malos

Del Mapocho al Virilla

Tribilín prohibido y Otras Vedas

Los ruidos y Julia

Reiterándome

Una ponencia y otras soledades

Cuentos para Almas Diáfanas

El regreso de O.R.

Cuentos recurrentes

Inefable animal humano

Rechazo de la rosa

Microficciones

Cuentas, cuentos y descuentos

Recuentos

Esto no tiene nombre

Microficciones

Microvagancias

Ensayo

Nuestros escritores y nuestros libros 1974-2006  (4 tomos)

Pedagógicos

La puntuación al alcance de todos

El estudio, activo trabajo intelectual

Aprendiz de investigador


 

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