Cultura

Serrat cerró su idilio de 50 años con Costa Rica 

Se despidió en un magnífico concierto el sábado 28 de mayo y antes había recibido las llaves de la ciudad de San José y el honoris causa de la Universidad de Costa Rica.  

El cantautor Joan Manuel Serrat cerró entre el viernes 27 y el sábado 28 de mayo un encuentro de medio siglo con Costa Rica, aquel que empezara con un concierto en la Universidad de Costa Rica (UCR) en 1972 en el Centro de Recreación, donde cientos de jóvenes fueron a escuchar sus composiciones distintas y que con el paso del tiempo harían época y se quedarían en el corazón de muchos de ellos, a tal punto que luego pasaron esa pasión a sus hijos hasta el día de hoy.

Precisamente, la UCR le entregó el doctorado honoris causa en una ceremonia efectuada en el Aula Magna de la Universidad, con la presencia del rector Gustavo Gutiérrez Espeleta, quien resaltó las virtudes del homenajeado.

“Me enorgullece que una casa de estudios como esta me haya premiado con un doctorado. Gracias al cual puedo dirigirme a ustedes, mujeres y hombres, que desde la educación, la escuela y la universidad trabajan en la conquista de un mundo más justo, donde los sueños se acerquen más a la realidad”.

La casa de enseñanza otorgó el honoris causa para resaltar el compromiso de Serrat a lo largo de toda su trayectoria y en respuesta a una iniciativa de la Escuela de Artes Musicales, la cual fue aprobada por el Consejo Universitario.

El certificado rezaba que la “Universidad de Costa Rica le confiere el título de doctor honoris causa a Joan Manuel Serrat, cantante, compositor y poeta, por su meritorio aporte a la música y la literatura, así como por contribuir con su cantar profundo e incansable al desarrollo cultural y social de los pueblos hispanoamericanos”.

Los actos protocolarios del compositor incluyeron, también, el recibimiento de las llaves de la ciudad de San José, otorgadas por la Municipalidad capitalina, en un acto realizado en el Parque Morazán, en el que Serrat reseñó su encuentro con José Figueres Ferrer en 1972 y de cómo aquel hombre bajo de estatura lo había impresionado con su saber y su pasión.

Compromiso

En el discurso brindado al recibir el honoris causa, Serrat no solo agradeció el gesto de la UCR, sino que además resaltó la importante labor que significa la educación para procurar un mundo más justo y más humano.

“Me enorgullece que una casa de estudios como esta me haya premiado con un doctorado. Gracias al cual puedo dirigirme a ustedes, mujeres y hombres, que desde la educación, la escuela y la universidad trabajan en la conquista de un mundo más  justo, donde los sueños se acerquen más a la realidad”, dijo.

Con voz pausada y segura, el creador de canciones como “Tío Alberto” y “De vez en cuando la vida” aprovechó su discurso para resaltar a aquellos artistas cuya vida gira en torno al arte de cantar y de escribir canciones.

En el concierto de despedida se vio a un Serrat dueño absoluto del escenario. (Foto: Interamericana de Producciones)

“Estoy seguro de que quienes tan generosamente han considerado oportuno concederme esta distinción, lo han hecho con la intención de reconocer los méritos de una persona, pero al hacerlo he pensando en ustedes, que también están reconociendo a un colectivo de mujeres y hombres que han construido su vida a partir del oficio de cantar y de escribir canciones, y para quienes el valor y la fuerza de la palabra es fundamental en su quehacer, con todos ellos, quiero compartir este reconocimiento”, comentó el cantautor.

Mientras los asistentes al Aula Magna le escuchaban con total atención, el poeta fue deslizando sus palabras en un escenario distinto al que lo convocó por primera vez a esa casa de estudios, pero quizá con la presencia de algunos que lo escucharon y vieron en aquel verano del 72.

Y es que la música es una cadena que se va extendiendo a lo largo del tiempo y entre unos y otros se reparten la cosecha de transmitir vivencias e historias. “De otros aprendí el oficio de cantar y hacer canciones. De otros que antes lo aprendieron de otros y me hace feliz que tal vez con mi trabajo he podido ayudar al aprendizaje de los que siguen”, indicó Serrat.

En un discurso marcado por la profundidad, pero a la vez por la sencillez en las formas, Serrat fue llevando de lo particular a lo general a su auditorio, que al final caería rendido ante sus palabras, colocadas con el mismo cuidado y la hondura aplicado a sus canciones.

Porque el ejercicio de escribir canciones conlleva privilegios, pero también responsabilidades, de ahí la necesidad de estar atento a todo lo que gira alrededor para intentar captar esas realidades y luego llevarlas al plano artístico.

“Me siento un hombre privilegiado que trabaja en lo que le gusta y al que además le pagan por hacerlo. Me siento una persona querida y respetada, que canta por el gusto de cantar, y además siempre me dan mesa en los restaurantes, con canciones me expreso y me comunico con los demás. Escribo mirando a mi alrededor, pero también volviendo la mirada a mis interiores, escucho las voces de la calle, pero también oigo los ecos. Escribo dejando volar mis pensamientos, pero también clavando los codos en la mesa”.

Y es que escribir es, también, un acto de disciplina y en su disertación Serrat dejó pequeños destellos de cómo es su taller de escritura, algo que siempre ha producido fascinación, el saber la forma en que los poetas, novelistas y compositores convierten las palabras sueltas en historias que acompañan a la humanidad desde tiempos remotos:

“Escribir es mucho más que el fruto de momentos inspirados, es el resultado del esfuerzo, de la porfía por amasar palabras, por tejer y deshacer mimbres, y si las musas, siempre escurridizas y engañosas, acudieran a darme una mano, serán bienvenidas y les agradezco, pero sin confiar absolutamente nada en su voluble lealtad”.

En este desafío de poner por escrito los acontecimientos, el cantautor confesó que se conjuran demonios y fantasmas, que revolotean alrededor:

“Dice el refrán que quien canta su mal espanta, y es verdad. Cantando, conjuras los demonios y conviertes sueños en realidades. Cantando, compartes lo que amas y te enfrentas a lo que incomoda. Las canciones viven en la memoria de la gente, viajan y nos transportan a tiempos y lugares donde un día tal vez fuimos felices. Algunas son personales e intransferibles, otras aglutinan sentimientos comunes y llegan a convertirse en himnos. Todo momento tiene una banda sonora y todos tenemos nuestra canción. Esa canción que se hilvana en la entretela del alma y que uno acaba amando como se ama así mismo”.

La patria del artista

Serrat, que con motivo de las dos Cataluñas siempre optó porque su tierra permaneciera como parte de España, con lo cual se alejaba de las posiciones que buscaban una separación para construir un nuevo país, hizo un giro en su discurso, y si bien no efectuó ninguna alusión concreta a la situación política que hace algunos años atravesó por momentos delicados, sí quiso dejar claro cuál era su idea de patria:

“Entre las muchas cosas que he de agradecerle a la vida, es este oficio que me ha llevado a caminar el mundo, sin que las penurias económicas o políticas me empujaran a hacerlo. Y es, en ese ir y venir, donde he conocido gentes de todo tipo y condición, en lugares distintos, diferentes a aquellos lugares en los que crecí, con otras costumbres, con otras maneras, todo ello lejos de llevarme a consolidar y concretar una idea de patria, sublimada y distante, me fue consolidando en el descubrimiento”.

Joan Manuel Serrat recibió el doctorado honoris causa el viernes 27 de mayo en el Aula Magna de la Universidad de Costa Rica y en su discurso pidió mayor esperanza para los jóvenes. (Foto: Kattia Alvarado).

Y apostar por la visión de cada cual y respetarla, es clave para entender al otro en esta ecuación humana que lleva a la sociedad: “La patria para unos es el territorio, para otros es el idioma, para otros la niñez, y algunos algo con lo que llenarse la boca, y otros con lo que llenarse la bolsa. Yo he reconocido mi patria por los caminos”.

Y esa mirada no solo la marcó su caminar, como decía Machado, sino que en el caso de  Serrat estaba la figura de su madre Ángeles Teresa, quien despertaba esa sensibilidad: “Lo aprendí de mi madre, que decía que su patria estaba donde sus hijos comían. Probablemente eso deben pensar las miles de madres que a lo largo y ancho del planeta caminan con sus hijos a cuestas, huyendo del dolor y de la guerra, dejando atrás la tierra que los vio nacer y buscando un lugar donde sus hijos coman, crezcan y aprendan a convivir en paz, en una nueva patria, temporal o definitiva”.

Hoy esa patria grande, que es Europa, no solo enfrenta una guerra, la de Rusia contra Ucrania, sino que es una Europa que se ha olvidado en mucho de aquello que la hizo distinta, por su solidaridad y por su capacidad de abstraerse del presente para mirar con anchura hacia el futuro, para darle a esos hijos un nuevo horizonte, no tan demoledor como a veces sucede.

“Viéndolos atascados en los barrizales, aguardando reemprender el camino, atorados en el descansillo, pongamos de una Europa mezquina y desalmada, en la orilla de un Mediterráneo que otrora fue cuna del pensamiento y puente de culturas. Viéndolos así, me pregunto si alguien sabe decirme, dónde queda la patria de esta gente: ¿queda atrás o queda por delante?”, comentó Serrat.

Y acto seguido el poeta-cantautor reconoce que todos somos fruto del tiempo histórico, que nadie se sale de sus cauces, aunque sus luchas sean distintas y diversas a lo largo y ancho de un mundo que se llena de angustias y extravíos:

“Miren, soy, como todos ustedes, fruto del tiempo y del mundo, del tiempo y del mundo que me ha tocado vivir. Un tiempo de confusión y angustia, de soledad, de falta de referentes, en donde se ha perdido la confianza en el sistema, en sus representantes y en sus instituciones, en donde los jóvenes se sienten engañados y los mayores traicionados, y donde más que nunca nos necesitamos los unos a los otros, porque todos somos importantes, porque todos tenemos que sentirnos importantes”.

En este peregrinar de la raza humana, no todos los avances llevan a mejores condiciones, porque la tecnología si bien es un recurso fundamental hoy, también tiene sus limitaciones y no todo debe supeditarse a ella, reflexiona Serrat, porque lo humano, lo moral, lo ético deben dar el equilibrio:

“En los últimos años ha sido extraordinario el desarrollo tecnológico y científico que hemos experimentado, pero también ha sido muy grande la pérdida de los valores morales de nuestra sociedad. Se han producido daños terribles a la naturaleza, muchos de ellos irreparables, y es vergonzosa la corrupción que desde el poder se ha filtrado a toda la sociedad, más que una crisis económica, diría que estamos atravesando una crisis de modelo de vida y, sin embargo, sorprende el conformismo con que parte de la sociedad lo contempla, como si se tratara de una pesadilla de la que tarde o temprano despertaremos”.

La vida humana no solo debe estar guiada por el mercado, ese mercado que habla del dejar hacer y del dejar pasar, porque ese libre intercambio de mercancías se quedan millones de personas rezagadas en la pobreza y en el olvido de la existencia. Y no solo los más débiles, sino que aquí también entran los jóvenes, miles de jóvenes cansados de promesas huecas y sin sentido, en un mundo en el que mengua la esperanza:

“La patria para unos es el territorio, para otros es el idioma, para otros la niñez, y algunos algo con lo que llenarse la boca y otros con lo que llenarse la bolsa. Yo he reconocido mi patria por los caminos”.

“Espectadores y víctimas parecemos esperar que nos salven aquellos mismos que nos han llevado hasta aquí. Es necesario que recuperemos los valores democráticos y morales que han sido sustituidos por la vileza y la avidez del mercado, donde todo tiene un precio, donde todo se compra y donde todo se vende. Es un derecho y una obligación restaurar la memoria y reclamar un futuro para una juventud que necesita reconocerse y ser reconocida. Tal vez no sepamos cuál es el camino; tal vez no sepamos por dónde se llega antes, pero sí sabemos qué caminos son los que no debemos volver a tomar”.

Y la reflexión final del discurso de este viernes 27 de mayo, en el Aula Magna de la UCR, apeló, como no podía ser quizá de otra manera, al valor del arte, de esos músicos que ojalá nunca paren de tocar, porque la vida continúa y necesita no solo del desarrollo material, sino que requiere del concurso de la sensibilidad, del hilo humano frágil y determinante:

“Espero que ustedes, gente buena, instruida y tolerante, sabrán juzgar mis palabras por su intención, más que por la manera en que he sido capaz de expresarme. Mientras tanto, que los músicos no paren de hacer sonar sus instrumentos y que los poetas no dejen de alzar la voz, y que los gritos de la angustia no nos vuelvan sordos y que lo cotidiano no se convierta en normalidad, capaz de volver de piedra nuestros corazones”.

El rector de la Universidad de Costa Rica, Gustavo Gutiérrez Espeleta (izquierda), fue quien entregó el doctorado al cantautor. (Foto: Kattia Alvarado).

El vicio de cantar y la despedida

 En el escenario del Parque Viva, en La Guácima de Alajuela, Serrat le puso punto final a su encuentro e idilio con Costa Rica el sábado 28 de mayo, a partir de las 7:30 p.m., en un concierto en el que hubo esa comunión mágica con su público siempre fiel y capaz de corear de memoria sus múltiples composiciones.

Ni la lluvia copiosa de esa noche, ni el rugir de los aviones que se entremezclaban con sus letras impidieron que el hijo del Pueblo Seco de Barcelona se despidiera a lo grande, con una banda de músicos extraordinaria y con una acústica excelente que terminó por redondear una presentación en la que se le vio siempre aplomado, a gusto, disfrutando de estar ahí con un público que no escatimó esfuerzos y voluntad para aplaudirle por última vez en el territorio nacional.

Cada canción, como ya lo había dicho en su discurso al recibir el honoris causa en la Universidad de Costa Rica, convoca a un universo distinto y personal, porque a algunos los conmovió con “Lucía”, a otros con “Pueblo Blanco”, o las “Nanas de la Cebolla”, esa hermosa canción basada en el poema de Miguel Hernández.

Entre canciones, Serrat deslizó algunos comentarios y aseveraciones, como aquella de que los “personajes no envejecen” o “la realidad es mucho mejor cuando se imagina”.

Fresco, dueño del escenario, con una voz sin fisuras, Serrat fue, en la medida de lo posible, desgranando muchas de las canciones que los asistentes querían escuchar, aunque por su amplio repertorio de 50 años de carrera le era imposible abarcar un recorrido completo.

No podían faltar, eso sí, “Señora”, “Para la Libertad”, “Penélope” y “Pueblo Blanco”: en una noche de recuerdos y evocaciones, bajo el mismo cielo, como diría Pablo Neruda, y con un Serrat entregado y agradecido con un público cómplice que lo aplaudió con el corazón y el alma, y que disfrutó de principio a fin de su eterno vicio de cantar.

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