Cultura

Santa Rosa, crisol de la identidad costarricense

Una investigación interdisciplinaria indaga en los componentes de un lugar emblemático de la identidad costarricense: el Parque Nacional Santa Rosa, en Guanacaste, para concluir en una descripción pormenorizada del lugar, sus actividades, sus gentes, su historia y mostrar así una parte esencial del ser costarricense.

Biología, historia, geología, crónica, antropología se amalgaman en un estudio profundo y minucioso que abarca, desde las bases geológicas de su tierra hasta los pasajes intensos de un combate que definió para siempre la historia del país, pasando por una riqueza natural que sigue sorprendiendo por su exuberancia y comportamiento caprichoso como lo hizo cuatro siglos atrás a exploradores y navegantes que pasaron por ahí para registrar y describir esa naturaleza imponente.

Así es Santa Rosa, parque de biodiversidad y escenario de la libertad, obra realizada por un grupo de cinco científicos encabezados por el biólogo Luko Hilje Quirós, quien además es autor de varios libros acerca de los acontecimientos políticos e históricos de la Campaña Nacional.

Dos imágenes de un mismo sitio en época seca y en la lluviosa muestran los cambios profundos en el paisaje.

El libro cuenta con cinco capítulos o secciones cada una constituida por un ensayo profusamente documentado e ilustrado acerca de Santa Rosa desde distintas disciplinas del conocimiento.

Así, a la manera de introducción, recupera un bello artículo de Sergio Salas Durán, publicado en 1972 y que celebra la creación del Parque Nacional Santa Rosa y la variada flora (especialmente arborícola) y fauna de esa región del bosque tropical seco. Al final del artículo, un glosario de más de cien nombres científicos de las especies mencionadas en el texto da una idea de la valiosa biodiversidad de la zona.

En el segundo ensayo, Luko Hilje repasa las formas en que viajeros, cronistas y expedicionarios tuvieron acerca de esa zona de Guanacaste donde se alberga Santa Rosa.

“El trabajo en la hacienda ganadera no era sencillo para nadie. Los trabajadores permanecían durante un mes completo en Santa Rosa, tras lo cual disponían de tres días libres, ya fuera para visitar a su familia o salir a divertirse un rato a Liberia.”

Inicia con las crónicas de Gonzalo Fernández de Oviedo, quien llegó a tierra costarricense en 1531, acompañando al conquistador Pedrarias Dávila. Fernández de Oviedo recoge en sus crónicas su pase a Nicoya que incluye un mapa, bastante fiel para la época, que Hilje rescata y reproduce en el libro. Además, con un esfuerzo minucioso interpreta y actualiza las descripciones y referencia que hace el cronista español, de manera que no solo ilustra, sino que educa acerca de la rica biodiversidad de la zona ya descrita por los conquistadores y permite al viajero contemporáneo una mirada más comprensiva de esa riqueza.

Más adelante, otros importantes expedicionarios pondrán su interés en esa diversidad biológica y botánica, entomólogos y biólogos como John Lloyd Stephens o Anders Sandoe Oersted, visitarán la hacienda dando cuenta de su entorno natural.

De los relatos de estos viajeros, Hilje orienta con sus nombres y características científicas lo cual conforma un enorme catálogo que recuerda el minucioso panorama de especies marinas que presenta Julio Verne en su maravillosa novela Veinte mil leguas de viaje submarino.

Desde luego, esta rica y documentada exposición recoge también los trabajos de costarricenses como Otón Jiménez Luthmer y Alberto Manuel Brenes Mora.

Imagen de la batalla de Santa Rosa.

La tierra de origen

El siguiente capítulo lo escribe el biólogo Branko Hilje, quien hace un instructivo enfoque geológico al inicio del texto que permite un reconocimiento del gran valor histórico en relación con el resto de la región.

Dice el autor: “En efecto, según la teoría tectónica de placas o deriva continental, hace unos 135 millones de años —en el llamado periodo Cretácico—, el continente americano no era una sola unidad, sino que había dos gigantescas masas separadas, de las cuales la norteña llegada hasta el centro de Nicaragua y la sureña se extendía desde el sur de Panamá hasta Argentina. Entre ambas masas había una gran brecha oceánica, con un archipiélago de islas de diverso tamaño.”

Luego, mediante eventos tectónicos emergió lo que hoy llamamos la Península de Santa Elena y varios siglos después el resto del territorio de Costa Rica y Panamá, creando un puente entre las dos masas continentales que a su vez ha funcionado como un conector de especies.

Posteriormente vino el enfriamiento global en el Pleistoceno y gran actividad volcánica en la zona lo que terminó de configurar el suelo guanacasteco.

Otro aspecto importante en la conformación de sus ecosistemas es el clima que está muy influenciado por la Cordillera Volcánica de Guanacaste, explica el autor, y depende de los alisios y también de los del oeste.

La biodiversidad

Esa característica de época seca y lluviosa claramente diferenciadas marca también la vida de sus ecosistemas.

La biodiversidad es uno de los grandes valores de la región.

Clima, geología, interacción de especies, contribuyen a una rica biodiversidad que ha sido atracción para cientos de científicos que se han interesado en estudiarlas.

El Parque Nacional Santa Rosa, inaugurado en 1971, gracias a figuras como Mario Boza Loría y Álvaro Ugalde Víquez, dio paso a que hoy se cuente además con el Área de Conservación Guanacaste, fundada en 1986 y que salvaguarda alrededor de 335.000 especies de organismos terrestres, lo cual representa el 2,6% de toda la biodiversidad mundial.

La historia de ricas haciendas

El capítulo siguiente de este libro, escrito por la historiadora Brunilda Hilje y William Solórzano Vargas, recoge una historia de las haciendas en Guanacaste, con lo que ofrece un contexto histórico y antropológico de Santa Rosa. “Valga esta oportunidad para entrar a conocer esa otra historia, de la tierra y de los hombres, que paso a paso le dieron su actual fisonomía.”, explican.

Así, la primera referencia a esta hacienda data de 1721, según la investigación, y su propietario es el sargento Pedro Ledesma. A lo largo de los siglos pasará por muchos dueños, pero en general coinciden en su uso para la explotación maderera y ganadera.

En 1849 la hacienda es comprada por el cartaginés Ramón Gómez, quien era su propietario cuando se desarrollan ahí los acontecimientos de la Campaña Nacional.

Como se puede comprender a partir de este capítulo, la actividad ganadera fue la predilecta durante siglos en esa zona de las planicies guanacastecas.

Dice el texto: “El trabajo en la hacienda ganadera no era sencillo para nadie. Los trabajadores permanecían durante un mes completo en Santa Rosa, tras lo cual disponían de tres días libres, ya fuera para visitar a su familia o salir a divertirse un rato a Liberia.”

“El Área de Conservación Guanacaste, fundada en 1986 y que salvaguarda alrededor de 335.000 especies de organismos terrestres, lo cual representa el 2,6% de toda la biodiversidad mundial.”

La vida de los sabaneros era dura y tenía múltiples funciones en la hacienda ganadera, en la cual además vivían en una especie de barracas.

El libro da cuenta de esa vida de los sabaneros, con lo que ofrece también un aspecto cultural y antropológico de Santa Rosa y de Guanacaste en general.

Entre 1863 y 1946, la hacienda fue propiedad de la familia Barrios de Nicaragua, que luego la vendió al costarricense Jaime Gutiérrez Braun, pero este la vendió apenas 2 años después para luego ser rematada en 1957, cuando sobre ella pesaban 4 hipotecas.

En 1966 es adquirida por Luis Somoza Debayle, hijo y hermano de los dictadores nicaragüenses. Entonces, ante una serie de llamados de sectores de la sociedad civil, se le solicitó al gobierno que la expropiara y se declarara Monumento Nacional y en 1971 fue declarada Parque Nacional.

La batalla decisiva

El labriego sagaz frente al mercenario atrincherado, el patriota frente al invasor, la brevedad del combate, la victoria rotunda, la legendaria casona de la hacienda, se conjugan en un intenso relato debidamente pormenorizado con que el historiador Raúl Francisco Arias Sánchez y Luko Hilje cierran este libro.

En el presente capítulo, dicen los autores, se aporta el marco histórico y el contexto geopolítico en que ocurrió la Campaña Nacional, para entender a cabalidad los pormenores de la batalla de Santa Rosa y su significado histórico para Costa Rica y los demás países centroamericanos.

Arias “ha profundizado en la estructura del ejército de entonces, así como en la dinámica táctico-estratégica planificada de las batallas, lo cual se ha complementado con el análisis forense in situ en los escenarios de guerra, para obtener una visión integral de los acontecimientos.”, explica el libro.

Luego de un análisis de la geopolítica de entonces, que incluye el proceso de expansión de Estados Unidos y el predominio de los esclavistas sureños en ese país, los autores señalan las condiciones de política interna tanto en Nicaragua como en Costa Rica, lo cual daría paso a la invasión de los filibusteros encabezados por William Walker, que se establecieron en Nicaragua con afanes de conquistar el istmo.

La batalla del 20 de marzo en la hacienda Santa Rosa constituye un hito para la historia costarricense y tiene implicaciones insospechadas.

Es la primera vez que Costa Rica debe defender su soberanía frente a los invasores de una potencia extranjera, a la vez que define un espíritu claramente antiesclavista y antiimperialista. Acude a luchar junto con sus hermanos centroamericanos para liberar a la región de un destino de sumisión. Un pueblo de vocación pacífica está dispuesto a luchar con valentía y audacia y dar sus vidas para defender sus valores. Los 14 meses siguientes el ejército de Costa Rica derrota a los invasores con lo que se definirá el futuro libre del istmo.

Un crisol de la identidad

El Parque Nacional Santa Rosa conjuga aspectos esenciales del ser costarricense, tanto por su biodiversidad como por su geografía, sus gentes y sus hechos históricos.

En este libro se intentó acercar a ese universo de significación para la identidad nacional.

Dice el historiador William Solórzano, uno de los autores: “La historia de la Hacienda Santa Rosa se extiende por más de 300 años y es una historia rica, variada, compleja, cargada de acontecimientos políticos, pero también de situaciones y acontecimientos sociales y culturales que marcaron de manera significativa, tanto lo que hoy es la identidad guanacasteca desde las comidas, tradiciones, folklor y un sinnúmero de situaciones, como también, lo que ahí sucedió, marcó realmente el desarrollo histórico de la sociedad costarricense”.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido