Cultura Película costarricense del director Neto Villalobos

Por Chepe, sobre ruedas

En Cascos indomables, una buena película, entretenida y algo pretenciosa, hacemos un recorrido motorizado entre las gentes y a través de las calles de la capital costarricense.

Un hombre, la mitad de su cara marcada por una mancha rojiza, recorre San José en motocicleta; en su presente abundan los problemas, pero él prefiere imaginarse cabalgando por esas mismas calles sobre un potro brioso y de crin manchada, como su rostro. Una mujer y un hombre, ella montada sobre él y él sobre una moto, hacen el amor en lo alto de una colina; los rodean decenas de perros, de todos los tamaños y colores. La misma pareja conversa en medio de un aguacero; el cuidado plano general muestra cómo el paraguas apenas los cubre de la lluvia, pero ella está más preocupada por retirar las vendas que cubren la cabeza del muchacho, quien recién salió del hospital tras un accidente de tránsito.

Manchas debe hacer frente al desempleo, como lo hacen también sus compañeros mensajeros, Chito (Harvey Monestel), Tetas
(Janko Navarro), Chatarra (Charly Mora) y Gordo (William Quirós).

Estas son algunas de las imágenes de Cascos indomables, la nueva película de Ernesto “Neto” Villalobos, que se quedan grabadas en la pupila del espectador. No son pocas, ni son poca cosa. Su presencia, no siempre favorable con el ritmo narrativo, es congruente con la que parece es la apuesta global del relato, siempre a la caza de oportunidades para el goce visual y sonoro.

Este nuevo largometraje costarricense es el segundo de Villalobos, después de Por las plumas (2013), también una comedia de vocación costumbrista. Se estrena este jueves 20 de setiembre en las principales salas de cine, tras su estreno mundial en el marco del prestigioso Festival de cine de Toronto.

Los Maes de las motos

Decía el japonés Juzo Itami que su magnífica Tampopo (1985), una comedia que retrataba el Japón que le era contemporáneo a partir de la cocina y el sexo, era un ramen western, parodiando así el spaghetti western de cineastas como Sergio Leone en los años 60. Evidentemente, Cascos indomables podría ser el título de un western. Y un poco en serio, un poco en broma, podríamos decir que en efecto tiene algo de western: es una narración que privilegia lo sensorial, en torno a masculinidades celosas de su libertad. Cambiemos, por supuesto, los caballos por motocicletas, el llano por las calles de una capital del trópico, y el tono lírico o aventurero por el cómico. Un patacón western, si pensamos en el almuerzo preferido por Manchas (interpretado por Arturo Pardo), el protagonista.

Mensajero motorizado, Manchas debe afrontar la incertidumbre del desempleo al mismo tiempo que su novia, Clara (la actriz Daniela Mora), acepta un trabajo en isla Caballo y le sugiere sustituir la motocicleta por una lancha. Lo acompañan en su aventura –en la que la mensajería es sustituida por un nuevo trabajo como agentes de cobro– otros motorizados que el guion dibuja con precisión con apenas un par de trazos: Chatarra, Chito, Gordo, Gato y Tetas; tan pintorescos ellos como melancólico es Manchas

La película destaca en lo formal como pocas en el cine nacional. A los planos mencionados en el primer párrafo del texto hemos de sumar las numerosas secuencias en las que la cámara se desplaza acompañando a los personajes motorizados. En estos pasajes, que brindan información sobre los personajes o fungen como bisagras entre unidades dramáticas, la cuidada interacción entre la imagen y la música demuestra la experiencia de Villalobos en la realización de videos musicales (como el de la canción “Siente”, del grupo Cocofunka).

La puesta en escena es generosa, y acaso hedonista. Generosa, en el sentido de que la cámara de Nicolás Wong, la banda sonora de Pablo Rojas y Adrián Poveda, colmada de canciones rock en español, o los diálogos dispuestos por el guion, responsabilidad del mismo director, resultan, antes que nada, oportunidades para el deleite del público. Hedonista, en la medida en que este deleite parece haber sido, primero, del director o el fotógrafo, o de los mismos actores.

Por su esteticismo, Cascos indomables recuerda el cinéma du look francés de los años 80: las motocicletas, el San José limpio y luminoso, la música, los personajes buenazos que no aspiran a otra cosa que “llevar la fiesta en paz” y el desenlace optimista, entre otros elementos, sugieren que la narración tiene por prioridad lucir “genial” (cool). Es por ello que el guion resulta un tanto irregular: las partes, esas cuidadas secuencias, no siempre se coordinan con el conjunto. Algunos pasajes, dedicados a subrayar el carácter cómico del filme (por ejemplo, cuando dos jóvenes intentan dar una dirección “a la tica”), parecen rodeos que buscan retrasar la llegada del relato a su destino; no pocas situaciones que se pretenden graciosas se quedan en la nota costumbrista.

Neocostumbrismos

Ernesto Villalobos estudió sociología. Puede que esto explique su interés por caracterizar las clases populares, primero en Por las plumas y ahora en Cascos indomables. En este nuevo largometraje procura representar el gremio de los mensajeros motorizados a través de sus palabras, rutinas (como el intercambio de almuerzos), trucos (cuando Gato finge un coma diabético para evadir la seguridad de un condominio y entregar un paquete) y rituales (la quema de un sofá con ocasión de la pérdida del empleo). No se trata, sin embargo, de un relato de crítica social: no abandona el tono amable, ni siquiera cuando presente problemas como el desempleo, el trabajo informal, el alcoholismo o la violencia.

También como Por las plumas, se distingue por sus pretensiones costumbristas, que se expresan por el uso del lenguaje coloquial, las palabrotas y los apodos (solo son llamados por sus nombres Clara y el misterioso Don Otto, quien contrata a Manchas como cobrador), así como por la informalidad y el ingenio de los personajes. Es un relato neocostumbrista, una suerte de puesta al día de los cuentos de Magón, ahora con las poblaciones urbanas como protagonistas.

La representación de “lo costarricense” (el individuo, pero también el paisaje), una obsesión de la ficción cinematográfica nacional desde su primer largometraje, El retorno (1930), de Albert Francis Bertoni, es centralísimo en Cascos indomables. A través de las situaciones en las que participan Manchas y sus “compas”, la narración procura registrar al “tico” como antes lo hicieron, con un tono paródico, películas tan importantes para la filmografía costarricense como Eulalia (1988), de Óscar Castillo, y Maikol Yordan de viaje perdido (2014), de Miguel Gómez. En cuanto al espacio urbano, la exploración que el director Villalobos y el fotógrafo Wong hacen del mismo encuentra un precedente en Tr3s Marías (2010), de Francisco Pako González, una obra de tono más sombrío.

Cascos indomables es una película entretenida, incluso valiosa para nuestra cinematografía: obsequia imágenes y secuencias bastante logradas, personajes agradables, situaciones que nos sacan una sonrisa, al menos. También es pretenciosa, principalmente en los muchos pasajes en los que su ambición por capturar San José y sus gentes se queda en las superficies del pavimento, las fachadas y los costarriqueñismos urbanos. Un filme con sus altos y sus bajos, como tantos otros, de acá y de allá.


Cascos indomables

Realización y guion: Ernesto Villalobos

Fotografía: Nicolás Wong

Edición: Andrea Chignoli y Ernesto Villalobos

Música: Pablo Rojas y Adrián Poveda.

Con Arturo Pardo, Daniela Mora, Janko Navarro, Harvey Monestel, William Quirós, Charly Mora y Gabriel Rojas Costa Rica, 2018


 

 

 

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