En tiempos de nimiedades, cuando lo intrascendente revolotea por las academias y todo es relativo, aparece Rob Riemen dispuesto a desfacer entuertos y explicar en un libro breve, pero contundente, por qué el mundo va al despeñadero, mientras en Davos aplauden los avances financieros de la burguesía.
Aunar claridad de pensamiento con una prosa literaria y que se salta la rigidez que oscurece mucho de lo que se escribe es otro de los grandes méritos de este intelectual holandés, quien desde el Instituto Nexus lleva años remando contra corriente, convencido de que en medio del caos del nihilismo no todo está perdido.
En Para combatir esta era logra una profundidad de pensamiento y una lucidez, complementada con una insólita valentía de no temer comprometerse, como aconsejaba el viejo José Saramago; la lectura se convierte, entonces, en un maravilloso viaje para comprender por qué se impone la política con minúscula, la de los advenedizos, de los que escriben discursos con palabras vacías y pobres, y para entender por qué Estados, como el costarricense, abandonan el fomento de la altura cultura para darle pase a la cultura del espectáculo.
Leer a Rob Riemen en el citado ensayo es un gusto y un alivio, porque alguien ahí afuera todavía es capaz de alzar la voz sin medir las consecuencias y los señalamientos, y, sobre todo, es comprobar que la cultura que hoy se desdeña es la que cimentó la sociedad occidental y que, por más que se le atropelle, en algún momento volverá a florecer como en los buenos tiempos griegos.
El libro, traducido al castellano en 2018, parte en realidad de un ensayo publicado en 2010 con el título “El eterno retorno del fascismo”, el cual no solo se convirtió en un éxito inmediato en Holanda, sino que fue combatido con ferocidad por las élites intelectuales de ese país.
Ahora los lectores en español, gracias a la excelente traducción de Romeo Tello, tienen la oportunidad de adentrarse en una propuesta lúcida de por qué no solo en Europa ha vuelto el fascismo, sino del por qué la decadencia que en su conjunto vive el mundo occidental, con un abandono del humanismo a favor de la cultura kitsch.
Riemen también es autor de Nobleza de espíritu, una defensa de los altos valores del humanismo que propiciaron el gran avance de las civilizaciones.
TODO EMPIEZA POR EL LENGUAJE
En la conferencia que el escritor portugués y Premio Nobel de Literatura 1998, José Saramago, brindó en junio de 2005 en la Universidad Nacional (UNA), en Heredia, destacó la importancia de abandonar esa zona de confortabilidad donde nada sucede y todo se mira como de lejos.
“Vivimos en un mundo en el que todos somos neutrales. Nadie se compromete con nada; por eso predomina el temor, la resignación y el individualismo”, dijo Saramago.
Para combatir este mal de nuestro tiempo, Riemen asegura en su texto que hay que volver a llamar a las cosas por su nombre: al fascismo, fascismo; no maquillarlo con denominaciones como “populismo”.
Esto entronca con aquel famoso ejemplo que dio Álex Grijelmo en la Seducción de las palabras, cuando aludía a la afirmación de los políticos que anunciaban que este año “hubo un crecimiento cero de la economía”. ¿Crecimiento cero? Pero, hombre, ¿qué lenguaje está usted hablando?, le hubiera preguntado al político de turno un joven y siempre desafiante Tom Wolfe.
En lo que respecta al fascismo y al humanismo –temas centrales de Para combatir esta era–, la primera trampa se canaliza por el lenguaje, porque se maquilla y se adorna de tal forma que lo gris se torna azul en las palabras de esos demagogos profesionales que copan los congresos y que tienen en sus manos la dirección de una sociedad occidental que se extravía al abandonar los grandes valores que hicieron de la cultura el cimiento de la sociedad.
Ante ello, Riemen, de 62 años, no tiembla al expresar que “la fuerza dominante de nuestra sociedad es la estupidez organizada”.
Esto explica las razones por las que los medios de comunicación se desviven para dar la noticia del gallopinto más grande del mundo, de la empanada más grande del mundo, de la tarta más grande del mundo, porque lo que interesa es la domesticación, el espectáculo, la intrascendencia, la locura del número ante la cualidad del pensamiento, del razonamiento, de la serenidad de espíritu, que le permite al hombre mirarse al espejo y comprender su dimensión social y humana, y que va más allá de la estadística.
Como Riemen no escribió su ensayo para desgastarse en elogios, cuando se refiere al ámbito intelectual y académico que prevalece en la mayoría de las universidades de Europa, lo hace como debe ser: llama a las cosas por su nombre, como hiciera Eliseo Diego en su famoso poema Voy a nombrar las cosas.
“La valentía es un rasgo raro en el mundo intelectual y académico”. Aquí está la postura de este pensador humanista que, luego de comprobar la decadencia del mundo académico, optó por salirse de él y hacer casa aparte en el Instituto Nexus, desde donde fomenta el pensamiento crítico y comprometido con la verdad, la belleza y la justicia.
Vivimos, insiste Riemen, en la creencia de que negar la realidad mediante el lenguaje los hechos van a cambiar: “Una variante del fenómeno de la negación es la idea de que cambiar las palabras también cambiará los hechos. Para los estadounidenses, la palabra ‘problema’ es un tabú. Cualquier situación que alguna vez pudo recibir esta etiqueta es ahora llamada ‘reto’. Los problemas no existen, al menos en los Estados Unidos de América. La palabra ‘fascismo’, en lo que respecta a la política contemporánea, es igualmente un tabú en Europa. Está la Extrema Derecha, el Conservadurismo Radical, el Populismo, el Populismo de Derechas, pero el Fascismo… no tenemos eso. No puede ser verdad, ya no tenemos nada así, vivimos en una democracia. Por favor, ¡deja de esparcir el pánico y de ofender a la gente!”.
Ante la oscuridad por no querer asumir la realidad con todos sus alcances, lo que prevalece es la negación, que en la demagogia política y barata también puede traducirse como manipulación.
“Cualquier forma política que trate de negar un problema o, peor aún, un peligro, es llamada política del avestruz. Sigue siendo cierto que aquel que no aprende de la historia está condenando a repetirla”.
SIN VERDAD, SIN BELLEZA
En la sociedad de masas, término que proyectó José Ortega y Gasset, ya los valores absolutos de verdad, belleza, justicia y libertad no existen; en su lugar, dan paso al nihilismo que con anticipación anunció Frederich Nietzsche y al que recurre Riemen para explicar por qué en la sociedad occidental se instaló ese relativismo en el que nada es, porque todo se transmuta una y otra vez en un incesante juego del eterno retorno pero invertido.
Ante ello es inevitable que haya un declive de los valores morales, porque ya nada importa, y hasta la biología humana se trastoca para que prevalezca el modernismo con más sombras que luces, aunque al individuo de a pie se le haga creer que vive en los mejores tiempos, en donde la tecnología sustituye al humanismo y al pensamiento, y en ese encadenamiento se inscribe el paradigma de lo novedoso, acicalado por lo relativo.
En este contexto, apunta el autor, “ya no hay valores absolutos, puesto todo lo que existe no es más que una proyección del individuo humano. La Verdad, el Bien y la Belleza no existen”. Para Sócrates, estos términos eran sinónimos porque cultivaban el espíritu humano para que las personas pensaran y decidieran por sí mismos, pero hoy son relevados por un nihilismo que todo lo tiñe de intrascendencia.
“Con la pérdida de los valores espirituales, no sólo desaparece la moral, sino también la cultura, en el sentido original de la palabra: cultura anima, el cultivo del alma. La idea de que el hombre es un ser que debe mejorarse a sí mismo, que debe elevarse por encima de sus instintos y necesidades físicas, es central en las tradiciones religiosas del judaísmo y el cristianismo. También es parte integral de las enseñanzas humanistas de Sócrates y Spinoza. Sólo hasta que logramos encarnar nuestras aspiraciones espirituales absolutas somos dignos de la vida”.
Lo anterior lleva a un compromiso ético en el hacer individual y colectivo, para así contrarrestar la falsa política, la cual da paso a retóricas partidistas de turno; esas que enarbolan banderas en nombre de la justicia, el bien, el progreso, y terminan rendidas a los intereses mezquinos y miopes de sus impulsores.
Ante ello hay que contraponer el humanismo, la cultura con mayúsculas, esa que procura cultivar al hombre por encima del frenesí de lo actual.
“Vivir en la verdad, hacer lo correcto, crear belleza: sólo en estos actos es el hombre quien debiera ser, sólo entonces será libre. Quien permanece esclavo de sus deseos, emociones, impulsos, temores, prejuicios y no sabe cómo usar su intelecto, no puede ser libre. Nietzsche invierte la fórmula, convencido como estaba de la inminente Umwertung aller Werte (transmutación de los valores): ya nada es absoluto salvo la libertad, la libertad de entregarnos sin freno a los deseos. De ahora en adelante, la humanidad se dejará gobernar por la voluntad de poder y todo será permitido”.
Dentro de este esquema, no es extraño que la sociedad europea y occidental haya optado por ir apartando el humanismo de la enseñanza. ¿Para qué sirve el humanismo? ¿Es un estorbo? Nuccio Ordine, profesor de la Universidad de Calabria, en su célebre ensayo “La utilidad de lo inútil”, hace una defensa de la necesidad de volver a leer a los clásicos, de escuchar las palabras de Sócrates, de Virgilio, de Publio Ovidio Nasón, para que el hombre siga apartándose de la bestia que una vez ocupó las cavernas.
A la política y a las élites gobernantes no les interesa, por eso, destaca Riemen, fomentan la cultura de masas y las masas electorales, porque –como su nombre lo indica– ahí van en tropel a las urnas, va el carnaval para trastocar por unas horas la realidad. Una vez que el pueblo jugó su triste papel, los diputados se van al congreso a crear leyes que le impidan al ciudadano manifestarse en las calles de su ciudad porque el derecho a huelga no puede estar permitido. Cuando eso pasa es que resuenan las palabra de Riemen: que los intelectuales destacan por su “cobardía”.
“El hombre masa ni piensa. Deambula sin dirección por la vida, redimido de todo esfuerzo espiritual, medida o verdad como principios rectores. Carente de toda guía espiritual se aferra al cuerpo de la masa, que lo ha conducido a través de la vida”.
Una manifestación de que esa masa no pensante se impone es querer convertir el arte en un producto asequible a todo el mundo. Para ello, el arte tiene que dejar de ser arte.
“Y en lo que se refiere al arte, debe ser accesible para todos, pero no sólo económicamente, también en términos de significado: debe ser entendible. El rencor más profundo se dirige hacia todo lo que sea difícil. Aquello que no puede ser entendido inmediatamente por todos es difícil; por lo tanto, elitista; por lo tanto, antidemocrático. Esto ha sido plenamente asumido por los medios masivos de comunicación. Ahí, incluso las citas de los filósofos y pensadores son tabú, incluso las palabras complicadas”.
A LA DERIVA
La sociedad actual va a la deriva, porque en un círculo vicioso todo se abandona al relativismo, a ese nihilismo que carcome las entrañas del cuerpo social. Una evidencia son los partidos políticos, que no están destinados ya al bien común, sino al bienestar individual de sus representantes.
“Los partidos políticos ya no tienen principios ni proyectos; la confianza en la política y en el gobierno ha disminuido a un nivel peligroso. Las elecciones han sido reducidas a un carnaval de banalidades vacías de contenido. Sin lugar a dudas nuestra sociedad padece una profunda crisis cultural. Ya no sabemos más cuáles son nuestros valores espirituales comunes, la educación ya no provee formación personal ni instrucción moral, y ya no tenemos idea alguna sobre cuáles podrían ser las respuestas a las preguntas fundamentales que constituyen la base de toda civilización: ¿Cuál es la forma correcta de vivir? ¿Cómo es una buena sociedad?”.
En medio de esta crisis de la civilización occidental que va a la deriva, lo material se interpone por encima de lo trascendental. La velocidad, lo superficial, el espectáculo, la cultura de lo kitsch prevalece, para honra y gloria del aquí y del ahora. Ya no interesa el pasado. El pasado no existe. El fascismo nunca existió. El futuro menos existe. Existe el presente dominado por la incertidumbre de qué es el ser humano en este marco social en el que predomina lo material.
“La identidad personal ya no es, tampoco, expresión de valores espirituales (¿quién soy?), sino de materialidad: ¿qué tengo y cómo me veo? Literalmente es posible comprar la identidad, adaptarla, cambiarla. La pulsión constante a comprar y poseer no es, entonces, una manifestación de codicia, sino el deseo de tener una identidad que podamos mostrar a tantas personas como sea posible, con la esperanza y la expectativa de que nos encuentren agradables”.
Leyendo a Riemen, su prosa ágil y profunda, sopesando su visión humanística, se pueden entender muchos fenómenos de la sociedad actual, de lo que pasa en Europa y en América Latina y de lo que sucede en Costa Rica, país que navega a la deriva como lo indican los reiterados estudios del Estado de la Nación, por ejemplo.
El viejo lema del ensayo clásico susurra a cada paso que este es un género conocido como la literatura de ideas y que, en vez de agotar el tema, lo amplía, lo provoca y nunca lo consume, porque el ensayo pretende enseñar a pensar a quien lo cultiva, y esto lo logra con creces el autor holandés.
“Donde reina lo kitsch, nada conserva valor intrínseco. Todo lo que hay –todo a lo que se le permite existir– está ahí porque es considerado útil o placentero. Lo kitsch es la tentación irresistible de lo placentero y lo hermoso, pero se trata de una belleza sin verdad. Es similar a un producto cosmético que es usado para seducir pero que también busca ocultar: el ocultamiento de un insondable vacío espiritual. Lo kitsch es la mentira que sugiere que una cosa tiene valor y es importante, cuando en realidad se trata de una huída constante de nuestra propia alma, que sabe que las apariencias son engañosas. De ahí el anhelo de un olvido total: intoxicación. Pero la intoxicación nunca dura para siempre. Una vez que pasa, la vida deja de ser placentera y nos horrorizamos al descubrir nuestro propio sinsentido. Es entonces cuando el resentimiento, el odio y el rencor despiertan en el hombre masa”.
Riemen tituló su ensayo Para combatir nuestra era porque, como humanista comprometido, llama al menos a la acción individual y aspira, también, a que como en los buenos tiempos las palabras tengan un significado y no solo sean palabras vacías como las evocadas por el fascismo o las democracias electorales, que son solo eso: un reflejo inexacto de la realidad.
Lo suyo, su tarea, es despertar los espíritus dormidos. Es, entonces, un ensayo brutal; un retratado demoledor de la realidad que, pese a la distancia geográfica en que fue escrito, parece que Riemen –en lo tocante a la banalidad, la cultura kitsch y la decadencia de los partidos políticos– estaba mirando desde su ventana hacia la Costa Rica bellamente denominada la Suiza centroamericana.
Para combatir nuestra era
Editorial Taurus
2018
98 páginas
Traducción de Romeo Tello
Se puede adquirir en formato Kindle o comprarlo por Internet con envío a Costa Rica.