Cultura

Ningún arma pudo acallar la voz del poeta 

A 50 años de la muerte de Pablo Neruda, en marzo la jueza Paola Plaza determinará si los estudios científicos comprobaron que el poeta murió asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet. 

Aunque los indicios científicos apuntan a que Pablo Neruda murió por envenenamiento el 23 de septiembre de 1973, a poco de que se cumpla el medio siglo de su fallecimiento, la voz del poeta que le dio cabida a los obreros y que vio en América ese canto general que estremeció la hondura de estas tierras, sigue vigente y es un grito permanente contra las injusticias sociales que a diario se suceden en esta América Latina agobiada por el neoliberalismo creciente y siempre en pugna contra los que se resisten en una lucha sin cuartel.

El 15 de febrero pasado, Rodolfo Reyes, abogado y sobrino del poeta, daba a conocer que de los estudios científicos desarrollados por un grupo de investigadores procedentes de Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Chile, El Salvador, México y Alemania, se desprende que en el cuerpo de Neruda encontraron una bacteria que pudo ser la causante de la muerte del poeta.

Neruda publicó Canto General en 1950 y escribió el libro desde la clandestinidad. (Foto: Internet)

Se trata de la Clostridium botulinum, la bacteria que nunca debió estar en el esqueleto de Pablo Neruda. “Y, para nosotros, como para cualquiera que no sea médico, significa el asesinato”, dijo Reyes a la prensa.

La primera sospecha del asesinato de Neruda saltó a la palestra en 2011, cuando el Partido Comunista de Chile, del que Neruda fue integrante y en su oportunidad candidato Presidencial, presentó una querella contra el Estado de Chile basado en las declaraciones del exchofer del poeta, Manuel Araya, que tras la muerte del escritor fue torturado.

A raíz de la denuncia, el cadáver de Neruda fue exhumado en 2013, sin que en esa oportunidad se encontraran anomalías que llevaran a la sospecha de que Neruda hubiese muerto por circunstancias ajenas a las naturales.

El golpe de Estado contra Salvador Allende se produjo el 11 de septiembre de 1973, y tan solo 12 días después moría Neruda, presuntamente por el cáncer de próstata que lo aquejaba.

Un segundo momento en este largo recorrido que ha tenido que seguir la causa del presunto asesinato se dio, como bien lo cuenta el periodista Winston Manrique Sabogal, en la web WMagazín, cuando el historiador Mario Amorós volvió a sostener la tesis del envenenamiento en la biografía: Neruda, el príncipe de los poetas, de 2015.

En el reportaje de Manrique Sabogal se apunta: “En uno de los documentos de la biografía, que el Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior de Chile envió al magistrado Mario Carroza Espinosa, entonces instructor de la investigación, el gobierno de Chile reconoce, por primera vez, que es muy posible que el Nobel hubiera sido asesinado. Ese texto señala que Pablo Neruda no murió “a consecuencia del cáncer de próstata que sufría”, y que “resulta claramente posible y altamente probable la intervención de terceros”. Para entonces, ya estaba abierta la investigación científica que apuntaba al descubrimiento de un germen extraño en el cadáver.

Reyes, quien es uno de los que ha insistido en la tesis del envenenamiento, no ha cejado un instante desde que la causa se reabrió a partir de 2015, en tratar de demostrar que a su tío lo asesinaron, y que no murió de muerte natural como el régimen de Pinochet le hizo creer al mundo.

En el momento en que Neruda se enfermó, ya tenía previsto zarpar rumbo a México, desde donde pensaba organizar la resistencia.

Se debe de recordar que durante la dictadura de Pinochet, que se mantuvo en el poder entre septiembre de 1973 y marzo de 1990, es decir, por 17 años, los militares asesinaron, desaparecieron y torturaron a miles de chilenos que se oponían al régimen.

Borrar de la lucha a Neruda no solo dejaba por fuera a un insigne camarada que había recorrido el país y que lo conocía como la palma de su mano, sino que era un hombre de acción y compromiso, y que en el exilio se convertiría en una piedra en el zapato.

Por eso, su repentina muerte, aunque nadie niega que estuviese enfermo, despertó muchos años después dudas y sospechas, las que se encendieron por completo tras las declaraciones de Araya de que su jefe había muerto por asesinado.

De ahí que los esfuerzos por buscar una respuesta a las interrogantes desatadas desde 2011 no hayan cesado en los últimos 12 años, en los que el más firme ha sido Reyes, quien quiere dejar claro que la suerte que corrió Neruda estuvo íntimamente ligada a la forma siniestra de operar por parte de la dictadura, incluso unos días después de haber derrocado a Allende.

Para Reyes, las conclusiones a que llegan los estudios sobre la muerte de Neruda, son más que contundentes y se entrelazan con las teorías sostenidas por el historiador Amorós.

En este extracto de la biografía, citado por Manrique Sabogal, se puntualiza: “al poeta se le inyectó un calmante, que le produjo el paro cardíaco que sería la causa de su muerte. (…) Lo que sí se sabe es que el estado de salud de D. Pablo Neruda empeoró rápidamente desde esa inyección, y que su muerte se habría producido tan solo 6 horas y 30 minutos después de la misma”.

Neruda junto al presidente Salvador Allende en 1973 en el salón de Isla Negra. Atrás, Volodia Taiteilboim, quien fuera su secretario durante muchos años. (Foto del libro Neruda, la biografía)

Una voz inexpugnable

Neruda fue más que un poeta que le cantó al amor. Fue el que le dio voz a la América martiana en el Canto General, que se convirtió en su libro cumbre, el cual había sido escrito en la clandestinidad.

El Neruda con una conciencia política totalmente desarrollada, gracias a las experiencias vividas con su acercamiento al pueblo chileno, convierte su palabra en denuncia y compromiso.

En Confieso que he vivido, hay un pasaje maravilloso que retrata de cuerpo entero la conciencia social y la visión del poeta que habitó en Isla negra, donde precisamente comenzó a escribir su Canto General.

Para entender al Neruda hombre y al poeta, hay que hurgar en sus memorias, donde confiesa, en la página 226 de la edición de Plaza & Janés: “Mi poesía y mi vida han transcurrido como un río americano, como un torrente de aguas de Chile, nacidas en la profundidad secreta de las montañas australes, dirigiendo sin cesar hacia una salida marina el movimiento de sus corrientes.

“Mi poesía no rechazó nada de lo que pudo traer en su caudal; aceptó la pasión, desarrolló el misterio, y se abrió paso entre los corazones del pueblo”.

Precisamente, el pueblo, ese pueblo al que supo mirar a los ojos, y no al pueblo abstracto de los teóricos y de los académicos, marcó su visión, su patria y su compromiso.

“Me tocó padecer y luchar, amar y cantar; me tocaron en el reparto del mundo, el triunfo y la derrota, probé el gusto del pan y de la sangre. ¿Qué más quiere un poeta? Y todas las alternativas, desde el llanto hasta los besos, desde la soledad hasta el pueblo, perviven en mi poesía, actúan en ella, porque he vivido para mi poesía, y mi poesía ha sustentado mis luchas. Y si muchos premios he alcanzado, premios fugaces como mariposas de polen fugitivo, he alcanzado el premio mayor, un premio que muchos desdeñan pero que es en realidad para muchos inalcanzable”.

Y ese premio tiene un nombre inconfundible, se llama pueblo. El pueblo llano, hecho de obreros, de hombres que conviven con la dura realidad del sustento, con la amenaza constante de la falta de pan en sus mesas. De ahí que la transformación del poeta errabundo en un ser de conciencia, de conciencia marxista, tuvo que pasar por un largo proceso de maduración.

“He llegado a través de una dura lección de estética y de búsqueda, a través de los laberintos de la palabra escrita, a ser poeta de mi pueblo. Mi premio es ese momento grave de mi vida cuando en el fondo del carbón de Lota, a pleno sol en la calichera abrasada, desde el socavón del pique ha subido un hombre como si ascendiera desde el infierno, con la cara transformada por el trabajo terrible, con los ojos enrojecidos por el polvo, y alargándome la mano endurecida, esa mano que lleva el mapa de la pampa en sus durezas y en sus arrugas, me ha dicho, con ojos brillantes: ‘te conocía desde hace mucho tiempo, hermano’”.

Esa confesión lo estremece y lo reafirma en su lucha política al lado de los más desposeídos de su patria.

“Ese es el laurel de mi poesía, ese agujero en la pampa terrible, de donde sale un obrero a quien el viento y la noche y las estrellas de Chile le han dicho muchas veces: ‘no estás solo; hay un poeta que piensa en tus dolores’”.

El 10 de diciembre de 1971, Neruda recibió el Premio Nobel de Literatura en una ceremonia en Estocolmo. (Foto: La Tercera)

Larga lucha

Al ser el poeta que supo interpretar la pampa, el salitre, el desierto así como la soledad y el abandono de su pueblo, había que liquidarlo, y la premisa de Reyes es que a su tío lo asesinaron para despejar pronto el camino.

Por eso, se ha mantenido sin miramientos en la lucha por esclarecer la muerte trágica de Neruda ese 23 de septiembre de 1973.

Y por paradójico que pueda parecer el dato, en un molar de Neruda puede estar la clave, porque allí los investigadores encontraron arraigada la bacteria Clostridium botulinum, que en términos de una muerte natural no tendría por qué aparecer.

Reyes fue muy explícito al indicar cómo encontraron restos de la bacteria inyectada en la tarde del 23 de septiembre, la que a la postre le cegaría la vida al autor de Residencia en la tierra, que desde su trinchera de la palabra y la política se aprestaba a dar una última batalla, ahora contra el régimen dictatorial de un Pinochet que sería implacable con sus enemigos, y una marioneta de los estadounidenses, ya que desde la CIA veían con complicidad y silencio los muchos crímenes perpetrados por los militares en un país que aspiraba, antes del golpe, al socialismo.

Al adentrarse en los informes de los científicos que llevan el caso, Reyes habla con la frialdad del forense sobre los restos de Neruda, del que espera reciba la justicia tardía por la que él, como abogado en la causa, y familiar del poeta, ha esperado ya una década para que se aclaren de una vez por todas los hechos.

El laboratorio de Canadá tenía el molar completo y una osamenta del cráneo. En cambio, el de Dinamarca tenía un fémur, que es más poroso, y un incisivo, que tenían menos cantidad de Clostridium botulinum. Pero es la misma cepa de los dos laboratorios, que indistintamente trabajaron. No cabe duda de que eso fue endógeno e inyectado. Y se lo pusieron a Neruda estando vivo y corrió por el torrente sanguíneo”, así se lo contó a la prensa el 15 de febrero.

El poeta telúrico que había escrito 20 poemas  de amor y una canción desesperada y España en el corazón había convertido su palabra en adarga y un medio para llegar al fin a concertar una visión del hombre más humana, en el que la libertad y el pan serían dos conquistas para un pueblo ansioso de ascender a la cima de sus montañas para mirar mejor el horizonte.

El poeta, que había sido capaz de decir en el Canto General:

“Yo estoy aquí para contar la historia.

Desde la paz del búfalo

hasta las azotadas arenas

de la tierra final, en las espumas

acumuladas de la luz antártica,

y por las madrigueras despeñadas

de la sombría paz venezolana,

te busqué, padre mío,

joven guerrero de tinieblas y cobre

oh tú, planta nupcial, cabellera indomable,

madre caimán, metálica paloma”. (Amor, América, 1400)

Este poeta, a la vuelta de los años, iba a ser exterminado con un arma biológica, sostiene Reyes, y era como si la dictadura intuyera que no había otra manera de silenciarlo.

Solo que con el paso de los años, si bien aquella siniestra estrategia del cobarde dictador dio resultados en aquel presente trágico, el tiempo haría que la voz estentórea del poeta cruzara los andes, bajara por las cordilleras, se mezclara con los ríos y apareciera nítida en la pampa y en las cumbres de Machu Picchu, y de esa forma cumplía su destino de ser la voz del pueblo americano, de Bolívar, de Martí, del Che, y de todos aquellos que soñaron con una patria grande, que una arma biológica como la que presuntamente acabó con su vida, nunca es capaz de acallar.

Y por eso hoy, a 50 años de su muerte, y a falta de que en marzo de 2023 la ministra de la Corte de Apelaciones de Chile, Paola Plaza, anuncie si fue o no asesinado, el Neruda colosal resuena en la conciencia del pueblo latinoamericano, que intuyó que en la sangre del poeta corría la savia intocable de sus versos y su palabra, y que ningún arma sería capaz de acallar.

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