Bailar con la rabia de ser abusada sexualmente; eso hace en escena la actriz Marian Li mediante el unipersonal La danza de la ira (Cosquillitas), que se presenta en el Teatro Espressivo el fin de semana del viernes 13, sábado 14 y domingo 15 de setiembre.
En Costa Rica, la cifra de denuncias por abuso sexual contra personas menores de edad asciendió a 5 mil o 6 mil en el 2023, y el 80 % de los presuntos violadores quedan libres.
Los datos son del Observatorio y la Secretaría de Género del Poder Judicial, respectivamente, según afirmó Li en entrevista con este Semanario.
Ella toma esta información desoladora para convertirla de una estadística, en apariencia fría y racional, en una historia —incluso con matices humorísticos— sobre la vida de Odette, una mujer bailarina que es abusada sexualmente por un hombre cercano a la familia.

La obra La Danza de la ira es un unipersonal en el que Li interpreta en escena a más de 15 personajes, entre otros: la protagonista violentada que pasa por varias etapas de su desarrollo hasta la adultez; la madre, indiferente, que niega el abuso; el papá presente, pero ausente a la vez; la profesora francesa de ballet; algunos niños y niñas practicantes de danza; y el abusador, Gilberto Martínez.
Por la actuación en este montaje fue reconocida con el Premio Nacional Ricardo Fernández Guardia en Actuación 2023, otorgado por el Ministerio de Cultura y Juventud (MCJ).
En casi hora y media, la actriz despliega las situaciones y los personajes para escenificar, para contar, para iluminar zonas oscuras, puntos ciegos, monstruos violentos que la sociedad, y en particular la costarricense, tapa, silencia, normaliza y niega.
El abuso sexual, la violación, en una gran medida, ocurre en el seno de las familias y sus allegados, y es un tabú. No se habla abiertamente y eso no permite, en muchos casos, reconocerlo o articularlo cuando ocurre.
Como consecuencia hay vergüenza, sentimientos de culpa, confusión, incapacidad de verbalizar y de comunicar, y una gama de emociones y sensaciones que limitan un sentido de bienestar en las personas victimizadas.
Y, precisamente, La Danza de la ira procura ser un canal de comunicación, de comprensión, en términos artísticos, sobre la necesidad de poner sobre la mesa el tema y experiencias que marcan la vida de los niños y las niñas abusados.
Li explicó que el texto fue adaptado de un original francés con el mismo título (Les Chatouilles ou la Danse de la Colère) escrito por Andréa Bescond y puesta en escena por Eric Métayer en el 2014.

La actriz tradujo no solo al español el texto, sino que lo adaptó contextualmente con giros idiomáticos costarricenses de distintos sectores socioeconómicos.
Radicada en París durante cinco años y con formación dancística y escénica realizada en Los Ángeles, Nueva York y París, laboró en proyectos junto a personalidades del cine como Luc Besson, Kevin Costner y Scarlett Johansson.
Asimismo, en la capital francesa realizó el montaje de Baby Boom en el Paraíso de la dramaturga nacional Ana Istarú, que presentó en el Teatro Ricochet, giró en Centroamérica y, finalmente, mostró en Teatro Espressivo.
Al regresar a Costa Rica, luego del proyecto de Baby Boom, Li quiso escenificar La danza de la ira (Cosquilitas).
A continuación, un extracto de la conversación con Li sobre la puesta en escena y la temática, que es recomendada para mayores de 12 años.
¿Cómo extrapolaste la obra al contexto costarricense?
—Toda traducción es siempre una adaptación porque es imposible traducir literalmente, sobre todo una obra de teatro, es decir: había que ‘aticarla’. Todos los personajes son ticos, entonces fueron creación mía. Tuve que adaptar el humor de los personajes al contexto tico, y hay situaciones que son cien por ciento ticas. Sin embargo, la historia es la misma: se trata del abuso sexual de una bailarina.
¿Hiciste algún tipo de investigación en relación con la situación del abuso sexual contra las personas menores de edad en Costa Rica?
—Sí, totalmente. Siendo un tema tan fuerte yo necesitaba saber el contexto en Costa Rica. En Francia el tema no es tan tabú en la actualidad; aunque, en el 2014, cuando se hizo la obra, sí lo era. En ese momento ocurría como ocurre ahora en nuestro país. La obra nació en una época en que no se hablaba del tema y, en aquel entonces, inició un movimiento que luego se hizo enorme.
Tuve que investigar, claramente, y debo decir que al inicio fue muy difícil encontrar estadísticas sobre las violaciones de niños en Costa Rica y, sobre todo, la proporción de condenas con respecto a la cantidad de denuncias anuales. La única persona que puedo decir que me ayudó verbalmente fue la directora de la Secretaría de Género del Poder Judicial, con la cual estuve conversando dos años después de que yo inicié las investigaciones; es decir, durante dos años no tuve ese dato.
Cuando por fin logré que funcionarios de la Secretaría de Género llegaran a ver la obra y pude conversar con la directora, ella me contó que hubo 5000 o 6000 casos de denuncias por abusos sexuales en menores en el 2023 en Costa Rica. Además —no es tan simplista, pero lo tengo que simplificar—, que en promedio un 80% de los presuntos violadores quedan libres, porque los casos se engavetan sin pruebas. Ya con esos datos pude darle más veracidad a la obra, porque yo quería que fuera realmente fiel.
También entré en contacto con la Fundación Ser y Crecer, que brinda apoyo psicológico a personas de escasos recursos sobrevivientes del abuso sexual infantil. De ellos obtuve el dato de que en el 80 o 90 % de los casos, la persona violadora es muy cercana al niño o la niña, ya sea su papá o abuelo, y que a la madre le cuesta creerle a su hija o hijo.
¿Cambiaste algo de la obra original, en términos dramatúrgicos o con respecto a los personajes?
—La obra está tal cual porque esa fue la voluntad de los autores. El deseo de ellos era que la obra se respetara en su puesta en escena original. De hecho, ellos hubieran querido que ni siquiera cortara el par de escenas que corté porque eran inadaptables. Algunos personajes desaparecieron, sobre todo personajes cómicos de niños de la escuela de ballet, que al final de cuentas tal vez no aportaban, no eran suficientemente consistentes como para sostener la dramaturgia. Respeté la voluntad de los autores porque, sin esa condición, no me hubieran dado los derechos de la obra. Entonces respeté la estructura y la historia, con el concepto de una única silla en el escenario y una única actriz interpretando todos los personajes; los desplazamientos son básicamente los mismos

La interpretación de estos varios personajes, me imagino, son un reto, ¿cómo los abordaste con sus detallitos, posiciones corporales, gestualidades?
—No quisiera decir una mala palabra, pero ha sido una… porque efectivamente son más de 15 personajes, incluyendo el hecho de que Odette tiene varias edades diferentes, cada una con su propia particularidad. Sí tuve que hacer un estudio muy importante a nivel de creación de personajes para que tuvieran ese detallito y que los identificara muy rápidamente el espectador, porque el cambio que yo tengo que hacer de un personaje otro tiene que ser muy rápido: si tardo mucho se vuelve muy tedioso y tiene que fluir para que la obra no pierda ritmo, que es galopante, muy ágil, muy rápido. Eso permite que el espectador no se aburra en ningún momento; mantenerlo en vilo desde el inicio hasta el final.
Hago esos cambios de personajes súper rápidos casi de manera imperceptible y eso me demandó un gran trabajo de corporal. Para ello, básicamente me lo aprendí como una coreografía, apoyándome en que estudié ballet desde los siete años. Nunca llegué a ser profesional, pero el ballet ha sido parte de mi vida toda mi vida. La herramienta que más me ayudó fue que no me los aprendí como actriz, sino como bailarina; entonces, mi cuerpo se iba acostumbrando a los movimientos y a los cambios rápidos de personaje. Por ejemplo, el personaje de la mamá tiene la característica de ser mujer de clase alta un poco pedante, desagradable, además. Tuve que hacer esa investigación y estudié mujeres de esa clase social y sus dichos, su manera de colocar la voz, su manera de hablar. ¿Qué es lo que hace que uno reconozca inmediatamente la clase social de alguien? Ese es un trabajo que yo nunca había hecho antes. Llegué al punto de observar y analizar en detalle esas mini diferencias que son casi inconscientes, los distintos acentos.
Con el personaje de Gilberto Martínez, el violador, me costó mucho; de hecho me sigue costando, al día de hoy, y creo que no lo he logrado al 100%, porque es hombre y, además, es violador. Entonces, ¿cómo interpretar a un violador que no sea un cliché, sino que sea más bien una persona muy bien integrada a la sociedad, con poder adquisitivo e incluso poder de influencia social y que abusa de niños? Es un personaje muy muy complejo, tanto así que la voz no la he logrado todavía.
¿Cómo reacciona el público? ¿Las personas se acercan a vos, te cuentan sus historias luego de la función?
—Se destapa el silencio y cada vez que termino funciones viene alguien a contarme algo. Incluso hay gente que ni siquiera me puede hablar, solo viene y me abraza y llora y claro, yo entiendo y les doy palabras de aliento. Yo también fui abusada por una persona muy cercana a mi familia, una persona de confianza, de esas con quien dejás a tus hijos para que los cuide. Él era parte de la familia, almorzaba con nosotros, dormía en la casa con nosotros, era la persona de confianza de toda la vida. Él me vio crecer y me toqueteó cuando yo tenía 12 años. Por eso es que esta obra es potente, porque permite que la gente, las mismas víctimas, digan: “hey, pero a mí me pasó eso y lo tenía reprimido”. Hay gente que sale destrozada y nosotros no los dejamos salir así; o sea, siempre, al terminar la función, hay un stand de la Fundación Ser y Crecer que provee apoyo psicológico. Yo creo que, realmente, en el mundo hay un problema con la sexualidad al ser un tema del que no se habla. Como hay tanto tabú, tanto dogma por medio de la religión —que no ayuda tampoco—, no hay verdadera educación. Sobre todo hay problemas con los hombres, porque las cifras demuestran que, en la gran mayoría de los casos de denuncia, el 95% de los agresores son hombres y el 5% mujeres.
¿Estos temas no se quieren enfrentar, poner sobre la mesa, reconocerlos y apoyar a las personas abusadas con herramientas para sobrevivir la violencia sexual?
—La danza de la ira es una obra que abre los ojos sobre estos temas que al tico tal vez le cuestan. Creo que la fuerza de esta obra es precisamente que el mensaje pase mucho más fácilmente porque recurre al humor, recurre a estos personajes tan carismáticos, recurre también a la música, a esa mezcla de danza con teatro para que sea también entretenido.
Quería preguntarte sobre el humor: ¿podría ser delicado recurrir a este en un tema de esas magnitudes?
—Yo no tengo ningún crédito en ese sentido, porque lo que hice fue adaptar la obra que ya estaba escrita y el humor ya venía en la obra. Sin embargo, sí creo que era absolutamente necesario hacerlo así: fue una gran apuesta de los autores y muy acertada, porque eso es lo que provocó su éxito.
Creo, además, que la vida no es seria y, aunque fuiste violada de niña, te reíste en algún momento de tu vida. Entonces, con más razón, una obra de teatro tiene que combinar el momento de ligereza con momentos graves. La vida está hecha de altibajos y eso es lo que la obra logra también describir. La danza de la ira es una historia de una sanación en que el personaje principal cambia, evoluciona desde el inicio hasta el final de la obra. Odette sale completamente transformada. La obra deja una nota de esperanza no solo a las personas que han vivido abuso, sino a cualquier persona que se pueda identificar con el personaje principal o con la mamá que no evoluciona. En una obra de teatro te montás en un ascensor emocional, te reís, llorás con los personajes, te indignas, sentís ese nudo en la panza, te identificás con el personaje de Odette cuando está declarando en el juicio. Esa es la magia del teatro y eso es lo que hace que la gente, al salir del espectáculo por primera vez en su vida, diga: “hey, a mí también me pasó”.
La historia de Odette
Las entradas de La danza de la ira tienen un valor de ₡10.000 (I.V.A. y cargos por servicio incluidos) y se pueden adquirir a través del 6360-9158, en la boletería del Teatro Espressivo (Centro Comercial Momentum Pinares) y en el sitio web www.espressivo.cr. Las organizaciones interesadas en concertar alguna función pueden escribir a [email protected]