Cultura

Los enamoramientos de Javier Marías 

Una mirada al escritor en su rol de editor, traductor y columnista, quien era considerado como uno de los autores españoles más leídos y mejor valorados por un sector de la crítica literaria.

La muerte de Javier Marías, el domingo 11 de septiembre, invita a una revisión del autor más allá de su faceta como escritor, porque también cultivó el arte de la edición, la traducción y del ser articulista.

Fue el fundador y patrocinador de Reino de Redonda, la editorial en la que se dedicó a traducir y a publicar autores que en su momento no estaban en la primera línea. Ese ejercicio editorial lo realizó apartado de los focos, con el convencimiento de que la literatura no solo debía depender de las grandes editoriales.

La imagen de Javier Marías con su inseparable cigarrillo era ya un clásico en el mundo literario (Fuente: Zenda Libros).

Ya el nombre de la editorial da una pista del humor y la ironía con que Marías jugaba sus cartas, porque le había sido concedido ser el rey de la Isla de Redonda, esa creación en la que había participado como heredero de la corona que dejase Mattew Philips Sheil (M.P. Sheil), y que antes de llegar a sus manos le perteneció al escritor John Gawsworth, que en 1947 se convirtió en Juan I dentro de ese juego de ficciones.

La Isla de Redonda, en efecto, existe y es una isla deshabitada, la cual se ubica en Antigua y Barbuda. De ahí se creó el ficticio Reino de Redonda del que Marías era Su Majestad, como le llamaba Umberto Eco, quien, a la vez, era duque designado por el narrador español.

Desde el Reino de Redonda, Marías ejerció una labor silenciosa y extraordinaria al dar a conocer y promover escritores, entre ellos a J.M. Coetzee, quien más tarde ganaría el Premio Nobel de Literatura en 2003.

A raíz de la muerte de Marías, una parte de la intelectualidad española y amigos escritores han lamentado que la Academia Sueca no le otorgara el máximo galardón de las letras universales. Uno de ellos fue su entrañable amigo Arturo Pérez Reverte, con quien trabajó en la Real Academia Española. En palabras del autor del Club Dumas, el hecho de que el Nobel no le fuera concedido a Marías lo que hizo fue generarle desprestigio a este premio, porque aquél tenía suficientes méritos para recibirlo.

Sobre Reino de Redonda, su editorial, Marías dijo en su momento: “Seguramente la editorial más pequeña y pausada del Reino de España, ya que publica tan sólo dos títulos al año o a lo sumo tres. Además, no tiene sede más que nominal, ni plantilla, ni equipo, ni colaboradores externos, ni encargado de prensa ni nada por el estilo. La formamos dos personas, una en Madrid, que soy yo, y otra en Barcelona, Carme López Mercader, que es la encargada de las ediciones, es decir, de que los libros existan. Mi agente literaria Mercedes Casanovas me echa una generosa mano en la contratación de derechos (cuando los hay)”.

Y siempre en esa línea de ironía —que no parecía tener, pero de la que hacía gala según han contado sus amigos más cercanos, entre ellos el mexicano Juan Villoro—, Marías agregaba sobre Reino de Redonda:

“Y, sin duda, ha de ser la única editorial que no hace cuentas: sé que es deficitaria, porque sus volúmenes están cuidados, llevan muy buen papel y encuadernación y a los ocasionales traductores les pago el máximo y, si lo desean, la mitad por adelantado, pues no en balde fui yo traductor en su día y habría deseado ese trato para mí. Aun así ponemos a los libros precios razonables y aun así no se venden mucho. La única forma de no deprimirse en exceso y arrojar la toalla consiste en ignorar a cuánto ascienden las pérdidas anuales y generales (siempre he odiado saber cuánto gano y cuánto gasto). Me basta con comprobar que el Reino no se arruina por ello y sigo adelante, hasta que me canse, me aburra, o la excesiva indiferencia de los suplementos literarios me obligue a echar el cierre”.

Entre las obras publicadas por la editorial se encuentran Juego de espera, la única novela del cineasta Michael Powell; El hombre que nunca existió de Ewen Montago y Operación desengaño de Duff Cooper. También aparecen en su catálogo Historia de una demencia colectiva de Friedrich Reck; Ritual de Arthur Machen; Los Papas de John Julius Norwich; Un reguero de pólvora de Rebecca West; De vuelta del mar de Robert Louis Stevenson; El coronel Chabert de Honoré de Balzac, Notas para una ficción suprema de Steven Wallace y León en el jardín de William Faulkner

En relación con esa labor utópica editorial, Marías remataba así la valoración de su editorial: Ese es el único criterio: recuperar maravillosos libros olvidados y ofrecer algunos nuevos que en mi opinión deberían ser conocidos en mi lengua o en mi país. Y, por supuesto, cuidarlos todos por igual. Cada volumen lleva un prólogo, firmado casi siempre por algún autor indiscutible: Fernando Savater, Eduardo Mendoza, Antony Beevor, Arturo Pérez-Reverte, Francisco Rico, Juan Villoro, Manuel Rodríguez Rivero, entre otros. Y, habiendo sido yo también traductor, no hace falta decir que le damos la mayor importancia a esta tarea. Lo que sale del Reino de Redonda, así pues, es muy lento y muy modesto, pero se puede tener la certeza de que está en buenas condiciones. Y eso ya es mucho, creo yo, en los descuidados tiempos que corren”.

La Zona Fantasma

Un Marías auténtico. Hoy distante. Mañana cercano. A veces cascarrabias. Siempre libre. Siempre combativo. Textos muy cuidados. Un ejercicio de articulista que entroncaba con la gran tradición española en este campo que permite evocar a destacados escritores como el propio Mariano José de Larra y a un irreverente Francisco Umbral.

Todos los domingos en El país semanal, Marías escribía “La Zona Fantasma”, una columna de aproximadamente 4.500 caracteres en la que diseccionaba realidades, desde las más encumbradas hasta la criticable costumbre de los madrileños de sacar a pasear a sus perros sin tomar en cuenta qué hacer con sus gracias biológicas, lo que a su vez le generó, no pocas veces, problemas con lectores indignados que le reclamaban en plena calle sus posiciones.

En otras oportunidades, Marías se entroncaba en ácidas críticas con abordajes hechos en El País que, pese a ser la cabecera en que publicaba, no le restaba un ápice de cuestionamiento.

Detrás de la editorial, de su función de traductor y de articulista, siempre estaba el hombre que mantenía un combate incesante con la palabra.

De sus novelas como Corazón tan blanco, Tu rostro mañana, Los dominios del lobo —su primera obra publicada— El hombre sentimental, se han dicho elogios desmesurados y críticas extremas, pero en ellas siempre hay hallazgos, es decir, pasajes memorables que responden a esa búsqueda de dominar el lenguaje para poder contar historias.

A  “La Zona Fantasma” Marías le dedicó 19 años en los que publicó 939 columnas con una amplia variedad de temas. La última, publicada de manera póstuma y titulada “El más verdadero amor al arte”, comenzaba así y está dedicada a los traductores, labor que él conocía muy bien:Si hay una actividad que echo de menos, esa es la traducción. La abandoné hace ya décadas, con pequeñas excepciones (un poema, un cuento, las citas de autores ingleses y franceses que aparecen en mis novelas), y nada me impediría regresar a ella, salvo mis propios libros y lo mal pagada que sigue estando esa labor esencial, sin duda una de las más importantes del mundo, no sólo para la literatura; también para las noticias que llegan, los descuidados subtítulos de películas y series, el bastardo doblaje de hoy, los avances médicos, las investigaciones científicas, las conversaciones entre los gobernantes… Pero la que yo añoro es la literaria, a la que dediqué casi todos mis esfuerzos”.

Como una de sus novelas, Los enamoramientos, los de Marías eran muchos en el ámbito literario y toda esa corte se movía en el Reino de Redonda, donde fue rey hasta que el 11 de septiembre una afección pulmonar le arrebató la vida a sus 70 años.

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