Como era de esperar de un intelectual de su talla, Bernard-Henri Lévy presenta una mirada crítica y discursiva de lo que ha sucedido hasta ahora alrededor del coronavirus, con lo cual su enfoque se desplaza de la mirada médica a la cultural y desarrolla una serie de consideraciones dignas de atender en los tiempos de incertidumbre que se viven en la actualidad.
El pasado 22 de julio, la editorial La esfera de los libros publicó Este virus que nos vuelve locos, un ensayo que busca adentrarse en los discursos que giran alrededor del virus, con lo cual se deja entrever que parelela a la pandemia biológica se desarrolla otra de dimensiones colosales y que requiere tanta atención como la primera, a riesgo de que si se descuida las consecuencias también podrían ser catastróficas.
Un adelanto del libro, publicado en El Cultural permite hacerse una idea de las principales coordenadas por las que discurre el texto, y facilita a la vez una serie de lecturas que se desprenden de lo que sucede en Costa Rica.
Lévy, reconocido ensayista, polemista y periodista, realiza un ajuste del objeto de estudio y pasa del enfoque médico y técnico, que le corresponde a los expertos abordarlo, para centrarse en el ámbito discursivo.
Al aludir al discurso, de inmediato se instala en la interpretación que hasta ahora ha hecho la humanidad de la pandemia, y de entrada acepta que él también se ha “quedado boquiabierto” con la respuesta dada a la emergencia mundial.
El primer escollo que libra el pensador francés es con la idea de los gestores políticos, quienes han generado la sensación de que la humanidad nunca antes había padecido ninguna pandemia.
Se parte de la percepción de que solo el presente existe, sin que haya que mirar al pasado por si se tiene que recordar alguna calamidad con tintes bíblicos.
Lévy asegura, entonces, que se desconoce desde el discurso la existencia de la gripe de Hong Kong, la gripe asiática y la gripe española, y que todo gira alrededor de la emergencia de hoy.
El ensayista, autor de numerosos libros, entre ellos El siglo de Sastre (Sine Qua Non, 2001), no niega en ningún momento la complejidad de la pandemia, ni las muertes, entre las que se encuentran allegados suyos, sino que se adentra en el “virus del virus”, que a su juicio puede resultar más mortífero que el COVID-19.
“Lo más sobrecogedor ha sido la extraña manera que hemos tenido de reaccionar esta vez. La epidemia no solo es la del coronavirus, sino la del miedo que se ha cernido sobre el mundo. Hemos visto temperamentos de acero que, de un día para otro, se han quedado paralizados.Hemos oído a los intelectuales, que habían vivido otras guerras, recuperar la retórica del enemigo invisible, de los combatientes de primera y segunda línea, de la guerra sanitaria total. Hemos visto París vaciarse, igual que en el Diario sobre la Ocupación de Ernst Jünger”, afirma.
Desde su punto de vista, el virus del miedo también se ha venido incubando de manera silenciosa y es capaz de producir una pandemia paralela de dimensiones colosales, dadas las depresiones, la desesperación, la neurosis, la incertidumbre y el constante goteo de cómo la enfermedad se esparce sin precedentes por el mundo entero.
DISCURSO ÚNICO
El bombardeo mediático es tal, que con la aparición del virus la realidad parece haber sido arrasada y todos los problemas ceden su lugar en una sustitución insoslayable.
Así, por ejemplo, del resto de las enfermedades en el ámbito local y nacional se sabe poco o nada. Ya, en medio de ese silencio, los padecimientos cardiovasculares parecen haberse apaciguado, pese a que continúan siendo la causa principal de muerte en el mundo. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2015, que son los datos más recientes, fallecieron 17,5 millones de personas.
De igual manera, las guerras locales y entre países, la obesidad, el trabajo infantil, el desempleo y otra serie de desafíos en el orbe han sido relegados a un segundo y tercer plano, porque en el espectro lo que predomina es la pandemia.
Lévy no busca en su desenmascaramiento del virus ocultar la emergencia, sino más reflexionar por los cauces discursivos que se han abierto en torno a él y procura, en la más clásica tradición del ensayo, responder a ciertas interrogantes, entre las que subyace la pregunta: ¿qué ha pasado?
A lo que responde:“Una pérdida colectiva del control, agravada por las cadenas de medios de comunicación y las redes sociales, que, con su habitual matraca, día tras día, con las cifras de recuperados, de enfermos graves y de muertos, nos han situado en un universo paralelo donde no existía nada más en ningún rincón del mundo, ninguna noticia que no fuera esa y que, literalmente, nos han hecho enloquecer. ¿Acaso no es ese el funcionamiento de la tortura china? ¿No ha sido demostrado que el sonido de la gota de agua, repetido de manera indefinida, se convierte en un amenazante dragón? ¿Cómo reaccionaríamos si la Dirección General de Tráfico se atreviera a colocar a cada kilómetro un altavoz gigante que anunciara, en bucle, los accidentes mortales en carretera de la jornada?”.
Uno de los primeros efectos de ese discurso único en Costa Rica, por ejemplo, se dio cuando la polémica desatada en torno a la Unidad Presidencial de Procesamiento de Datos (UPAD) pasó de un primer plano en el discurso de los medios, a un asunto marginal y se esfumó de la agenda política como por arte de magia.
Las contradicciones en relación con la posibilidad de que hubiese ocurrido una violación a la privacidad de los datos de los costarricenses cedió casi de inmediato, mientras el discurso central del coronavirus se esparcía por todos los rincones de la patria.
De ahí que para el ensayista francés, el punto clave es crear conciencia de la forma en que la humanidad ha enfrentado este reto, para que se empiecen a dilucidar las consecuencias de este laberinto en que ha convertido el virus al planeta tierra.
“Ya es hora de hablar de los efectos que ha tenido la pandemia en nuestra sociedad y en nuestro espíritu. Es cierto que, como le gustaba decir, no sin un deje de ironía, a aquel médico alemán de finales del siglo xix, padre de la anatomía patológica, Rudolf Virchow, ‘una epidemia es un fenómeno social que conlleva algunos aspectos médicos’. Ya ha llegado el momento de tomar las riendas de la mente e intentar describir algunos de los aspectos no médicos de esta historia. Algunos son hermosos. Hemos vivido momentos de auténtico civismo y solidaridad. Y nunca celebraremos lo suficiente que la sociedad, por fin, se haya dado cuenta no solo de la existencia, sino de la eminente dignidad de un pueblo de humillados (personal sanitario, cajeros y cajeras, agricultores, transportistas, barrenderos, libreros…) que, esta vez, han salido de las sombras”.
DISCURSO DEL LINCHAMIENTO
En el país, cuando empezaron a surgir los primeros afectados por el virus, eran vistos en sus comunidades como “raros ejemplares” de la raza humana de los que había que huir a toda costa.
En redes sociales como Facebook se dieron “linchamientos digitales” de personas que habían dado positivo y todo emanaba de ese “virus del virus” que se fue gestando en silencio y que tiene su mayor manifestación en el miedo al contagio, en el miedo al acercamiento, de forma tal que al confundirse términos como “distanciamiento social” con “distanciamiento físico”, las personas afectadas era como si llevaran en la frente esa cruz de ceniza con que los hijos de Aureliano eran señalados en Cien años de soledad.
De esta forma, una vez más, la literatura se anticipaba a la realidad y ahora en esta Suiza centroamericana que también comenzó a sobrellevar la enfermedad, empezaba a darse paso al temor colectivo de un virus cuyos alcances, al principio, eran totalmente desconocidos, de tal manera que podía estar en la ropa, en el periódico, en los zapatos y casi se llegó a decir que se podía transmitir con una mirada.
Así fue como el discurso alrededor del coronavirus fue creando a ese virus que para Lévy puede llegar a alcanzar dimensiones iguales o peores que la pandemia biológica en cuestión, dado que en la discursiva no hay, hasta ahora, cómo contabilizar a las víctimas.
Por la vía discursiva del miedo se emplean en distintos países medidas que están o transgreden la delgada línea roja entre lo deseado y lo permitido por los postulados institucionales.
Algo similar a la ola de medidas impulsadas tras el 11-S de 2001 en Estados Unidos, después del cual se sacrificaron libertades individuales para apresar terroristas. Y todo, de nuevo, primero giró en torno al discurso, en este caso al discurso de seguridad.
Por eso eLévy se vuelca sobre los efectos que traerá el virus engendrado por el coronavirus: “Se han dicho palabras, se han adoptado costumbres, han vuelto reflejos que me han horrorizado.Los principios que yo defendía y que son lo mejor de las sociedades occidentales se han visto atacados tanto por el virus como por el virus del virus mientras moría la gente. Y como las ideas también morían, ya que viven de la misma materia que los seres humanos —y como es posible que haya rebrotes—, esas ideas se han quedado varadas en la orilla, igual que medusas muertas, han desaparecido sin dejar rastro, porque estaban, como nosotros, hechas casi al completo de agua. En este texto, trataré de defender esos ideales”.
DISCURSO MANIPULADO
En el caso costarricense, se ha dado una mezcla de discursos que van desde la oscuridad a la transformación del asunto médico en uno mediático y político.
Así el conteo de casos y las medidas anunciadas por el gobierno del Presidente Carlos Alvarado pasaron a un segundo plano en el interés de la población.
De esta manera, el fondo, que es lo capital en todo lo relacionado con el COVID-19, empezó a ser sustituido por la forma.
Los tecnicismos y la escasa capacidad comunicativa de los ‘voceros’ gubernamentales empezaron a jugar un rol protagónico, en contra de lo que demandaba la realidad y la emergencia.
Uno de los primeros que puso el grito al cielo sobre ese proceder fue Pablo Salazar Carvajal, escritor y profesor de Derecho en la Universidad de Costa Rica (UCR), quien en el artículo En palabras del ministro cuestionó las formas comunicativas para conectar con los ciudadanos.
Salazar aseguró a UNIVERSIDAD que era necesario correr el riesgo de criticar al médico Daniel Salas, en momentos en que era el funcionario mejor valorado durante la gestión de las medidas contra la pandemia, al tiempo que reiteraba sus apreciaciones, las que no estuvieron exentas de polémica.
“Llegó el señor ministro y nos habló de «burbuja social». No explicó mayor cosa acerca de qué sería aquello; pero —como con la manoseada expresión del reguero de pólvora—, la locución se esparció por cuanto canal cibernético, televisivo, radial o escrito haya. Se habló, y habla, muchísimo de esa esfera, pero no quedaba claro de qué se trata. Y tan oscuros eran los alcances que el Ministerio de Salud tuvo que definir «Burbuja Social» como «el grupo de personas que conviven regularmente en el mismo hogar». Fue un avance, sí… Solo que pequeño. Porque, ¿qué es «hogar»? Y resulta que ‘hogar’, en contexto, es el grupo de convivientes. Así, por sesuda exégesis, podemos entender que cuando el Dr. Salas dice «Burbuja social» en verdad está diciendo ‘convivientes’. Lo malo es que decirlo así llevaría a que todo el mundo entienda y, entonces, el discurso pierde prestigio”, apuntaba en su artículo.
Y la forma en que ese mensaje ha sido transmitido se instala en un discurso ambiguo, precisamente porque ese era el objetivo de quien comunicaba, sostiene Salazar:
“Oímos «necesidad de que la sociedad avance»; «reglas de oro»; «abrazar a los seres queridos»; «mantener la unión»; «espíritu de sacar adelante a Costa Rica»; «llamar a la cordura»; «año peculiar»; «cosa muy fuerte» … Ahora, ¿por qué son estos dichos «manipulación»? Porque son conceptos indeterminados. El emisor (el ministro, la autoridad) sabe que el receptor no recibe una información medianamente uniforme; la ciudadanía tiene que «llenar», que «completar» el significado…”.
Es así como se alimenta el discurso de la incertidumbre y el discurso del miedo, en medio de una pandemia en la que conforme aumentan los casos, se ajustan las medidas restrictivas y se marcha hacia el vacío del presente y del futuro.
DISCURSO DE LA ENAJENACIÓN
Un mundo en cuarentena y en confinamiento. Estos han sido dos de los términos reiterados para referirse a la situación que conlleva a la pandemia.
Confinamiento significa según la Real Academia Española de la Lengua (RAE) “Acción y efecto de confinar” en su primera acepción y a su vez confinar se relaciona con “desterrar a alguien señalándole una residencia obligatoria”. La segunda acepción remite a “recluir a algo a alguien dentro de límites”.
Así que se está en presencia de una humanidad recluida y desterrada, y por lo tanto a merced de los discursos que se elaboren en torno a la pandemia, que retransmitida a diario y a toda hora, se transforma en una pandemia mediática, cuyos efectos se empiezan a observar y ya advierten los expertos.
El especialista Ricardo Trujillo, académico de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), detallaba en UNAM Global que “en una multitud la emocionalidad es contagiada y las personas se mueven por criterios de imágenes y no por la racionalidad. El miedo a la enfermedad puede ser peor que la enfermedad misma”.
Lo anterior confirma que las luces por las que apuesta Lévy deben atenderse tanto como las que propician los especialistas en salud, porque esta otra pandemia llamada miedo convoca a la incertidumbre, la negación, el delirio, la neurosis, la psicosis y todo ello mezclado con el aislamiento preventivo, que es a lo que acerca una cuarentena con rasgos infinitos, crean un alto clima de vulnerabilidad para la raza humana.
Faltan palabras
La exministra de Salud, Giselle Amador, comenta de forma puntual elementos clave que han faltado en el discurso desde el punto de vista técnico y que generan un vacío discursivo a la hora que el mensaje llega a la población más vulnerable.
De nuevo se observa cómo tan vital es la gestión en sí de la emergencia como las formas y los canales, es decir, los discursos, que se utilizan para llegar a las poblaciones afectadas.
“Creo que el discurso del miedo está implícito en la pandemia. Lo que pienso es que no hay verdadera toma de los determinantes de la salud y, por lo tanto, una orientación a la población más vulnerable”.
“Ello porque no se toma en cuenta la población local y a los más vulnerables, que son los que están enfermando y muriendo”.
“Desde lo intersectorial y lo local se deben tomar en cuenta elementos de la salud para enfrentar la pandemia: la etnicidad, la educación comunitaria y el nivel educativo, entre otros”.
“Todas las municipalidades deben tener albergues, para aislar a las personas contagiadas que no tienen una casa decente porque no la pueden pagar y disponer ( no solo de la policía) sino de educadores comunitarios y por medio de los diferentes actores públicos y de la sociedad civil, para lograr una actuación coordinada al enfrentar la pandemia”.