Artista visual enérgico, crítico y tenaz, padrino sonriente, mentor en el arte de entender y retratar el mundo, maestro de brocha en mano o de chistes a flor de piel, opinador, valiente. Irremplazable. Joaquín R. del Paso falleció el pasado 29 de octubre dejando un legado de color y movimiento en las artes visuales costarricenses.
“De México a Tibás, y de Tibás a Nueva York”, resumió su ruta de vida en una entrevista en el 2014. Joaquín nació en Teziutlán, México en 1961, pero desde muy niño vivió en Costa Rica.
Tras graduarse del Colegio Vocacional Monseñor Sanabria, estudió Cerámica en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Costa Rica. En 1988 obtuvo una beca Fullbright y obtuvo su posgrado en Diseño Industrial en el Pratt Institute de Nueva York, en 1991.
Aunque se identificaba más con la pintura, nunca se encasilló en un solo medio artístico. Experimentó con distintas expresiones como la cerámica, la pintura, el audiovisual y hasta la arquitectura.
Desde sus primeras obras, las exploraciones estéticas estuvieron cargadas de reflexiones y preguntas, porque para Joaquín, el “súper-moderno”, lo estético era tan relevante como la visión política que transmitía.
Tratados de libre comercio, hábitos de consumo, relaciones entre América Latina y Estados Unidos; el análisis de la identidad costarricense desde la mirada de “el otro” (el “nica” o el “gringo” principalmente) fueron temas recurrentes en sus piezas.
En 1995, se convirtió en el primer artista costarricense en exponer individualmente en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo y protagonizó muestras en solitario en espacios como el Container 96 de Copenhague, la Fundación Gate en Ámsterdam, el Museo de Bellas Artes de Taipéi, el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, el Centro Atlántico de Arte Moderno de Islas Canarias y el Museo de Historia Contemporánea de París.
Sus obras llegaron a bienales en La Habana (1994/1997), Cuenca (1998), Sao Paulo (1998), Tirana (2001), Lima (2002) y Venecia (2003).
En el 2014, el Museo de Arte y Diseño contemporáneo hospedó una muestra retrospectiva del trabajo del artista visual. Lienzos coloridos con flores, mapas y turistas, instalaciones audiovisuales, esculturas, intervenciones de espacios y objetos llenaron los rincones del museo durante la exhibición de “Supermoderno”.
Fue profesor en el Instituto Tecnológico, la Universidad Nacional, la Universidad del Diseño y en la desaparecida galería/instituto La Nueva Escuela; además de maestro, mentor y padrino de artistas y proyectos múltiples.
Su exposición, Fata Morgana, fue merecedora del Premio Nacional Aquileo J. Echeverría 2013 en la rama de Artes Plásticas, en la categoría de Artes Visuales, por la forma en que expuso su visión “crítica sobre el estado actual de la sociedad costarricense y latinoamericana, poniendo en entredicho y problematizando los conceptos de soberanía, identidad y globalización”, de acuerdo con el acta del jurado.
Ante su muerte, amigos, colegas y conocedores del arte recordaron el legado de la obra de Joaquín.
“Fue un artista provocador innato, dispuesto siempre a incomodar con alevosía, sin eufemismos, pero consecuente con sus preocupaciones e intereses. Temas recurrentes en su producción fueron la política y la sociedad de consumo, así como la mirada hacia el norte y desde el norte; crítico respecto a la construcción de las identidades en el contexto de la globalización, con una capacidad satírica latente para representar paraísos tropicales y destinos exóticos imaginados”, le describió Fiorella Resenterra, directora del Museo de Arte y Diseño Contemporáneo.
Resenterra comentó que la contribución del pintor a la plástica nacional “estará siempre marcada por una mirada sagaz” y por su interés en formas nuevos artistas al margen de la academia, que “dejó un gran legado de artistas jóvenes (y otros ya no tanto) con posiciones críticas y capaces de tener una visión más analítica de sus entornos sin miedos a la experimentación y a tener posturas auténticas”.
Marco Chía, artista costarricense, exalumno y amigo de Joaquín, comentó que “como su última exposición, era en efecto muy moderno y sus materiales eran muy eclécticos, lo que le da una enorme contemporaneidad y vigencia a su obra. Dentro de un costarriqueñismo muy simpático, Joaquín era definitivamente un supermoderno”.
Chía indicó que además de haber sido el artista más de punta del país, fue amigo generoso y padrino valiente de artistas y estudiantes, que impulsó y apoyó proyectos y carreras en las que creyó. “En estos días mucho se ha dicho de lo irremplazable que es Joaquín, particularmente por ser una de las personas más informadas que hubo y hay en el arte contemporáneo”.
“Su obra es tremendamente sesuda, incluso a veces muy codificada o compleja, tiene varios niveles, hay una parte que es difícil de tomar y otra que usa más el humor como llave y que es más fácil de intuir o entender, aunque no se tenga ninguna instrucción en arte”, concluyó Chía.