Cultura

La “universidad necesaria” del padre Núñez

La Universidad Nacional (UNA) celebra en este 2023 medio siglo de su fundación, acaecida el 15 de febrero de 1973 cuando se promulgó la ley 5182, así como la apertura de sus primeros cursos el 14 de marzo de ese mismo año

Aunque el surgimiento de la Universidad Nacional (UNA) responde al trabajo extraordinario de un amplio grupo de políticos e intelectuales, ninguno como el padre Benjamín Núñez se metió tan de lleno en darle forma y sentido a aquella magnífica oportunidad para abrirle posibilidades a un sector de los estudiantes costarricenses que entonces no encontraban opciones de acceder a una educación superior humanista y de calidad, dadas las dificultades para ingresar a la Universidad de Costa Rica (UCR).

La UNA recogió la herencia de la Escuela Normal y de la Escuela Normal Superior. (Foto UNA).

Por eso el padre Núñez, como se le conoció siempre en el ámbito político, religioso y académico, recorrió varios países de América Latina, así como Estados Unidos y algunos de Europa, con el afán de reclutar futuros profesores para la nueva casa de enseñanza, que tendría su sede en Heredia y que nacía de manera formal un 15 febrero de 1973, cuando fue ratificada en la Asamblea Legislativa la Ley 5182.

Movido por las influencias del antropólogo y político brasileño Darcy Ribeiro, Núñez adaptó para Costa Rica la expresión “universidad necesaria”, la cual debía responder a las necesidades y los desafíos del país al tener como baluartes una visión humanista y el compromiso con el desarrollo.

Así fue como nació a la vida pública costarricense la Universidad Nacional, que

heredó la tradición que había recorrido la Escuela Normal, creada en 1914, y la Escuela Normal Superior, que data de 1968. Por eso, incluso en un momento de la gestación del nuevo proyecto universitario, el propio Ministro de Educación del gobierno de José Figueres Ferrer (1970-1974), Uladislao “Lalo” Gámez Solano, contempló la posibilidad de que fuese una universidad pedagógica.

Lo que tenía en mente Núñez, como líder máximo de la nueva universidad, y quienes le acompañaron en la Comisión ad hoc, entre ellos Francisco, Francisco Antonio Pacheco, Óscar Arias Sánchez, Rose Mary Karpinsky, Roberto Murillo, José Manuel Salazar y Miguel Ángel Campos, entre otros, era una “universidad necesaria” que respondiera desde una visión integral a los principales desafíos de la nación, tanto actuales como futuros.

En su legendario opúsculo del 15 de septiembre de 1974, Núñez profundizó en los anhelos de la UNA, que surgía en un contexto de expansión demográfica y en el que por el momento se imponían las ideas socialdemócratas del Partido Liberación Nacional (PLN), en el poder, postulados que esa agrupación más adelante abandonaría por una visión neoliberal.

Rose Mari Ruiz Bravo se convirtió en la primera mujer rectora de la UNA, cargo que ejerció en dos períodos, entre 1989-1992 y 1992-1995. (Foto Youtube)

En ese texto, que consta de 90 páginas, en la número 29, Núñez, argumentaba: “Ahora bien, sostiene esta propuesta que la Universidad Necesaria está llamada a reconstruir la “unidad cultural” de la sociedad en que funciona, en el doble sentido antes mencionado, pues ella debe contribuir a reformular la “unidad cultural” como conjunto de valores y también introducir la concordancia entre las realidades sociales objetivas y los valores humanos abstractos. Precisamente, la Universidad recurrirá a la investigación científica como instrumento para establecer el grado en que exista esa falta de concordancia y para señalar los medios de restablecerla”.

Aunque desde el comienzo de la UNA, que inauguró su primer curso en marzo de 1973, se ligaba directamente con el desarrollo y el plan nacional que, a efectos, impulsara el gobierno de turno, en ningún momento sus gestores pretendían que se plegara a intereses partidarios, por el contrario, apostaban porque sus órganos constitutivos como la Asamblea General y el Consejo Universitario garantizasen la autonomía de la nueva institución.

Había, por lo tanto, una visión de la universidad que no estuviera solo atada al presente, sino que debía desde sus inicios establecer vínculos con el porvenir. “En esta tarea hemos tenido la preocupación, no tanto de concebir y construir simplemente una Universidad más, sino de darle a Costa Rica una Universidad necesaria que, contrayendo un compromiso efectivo con su realidad nacional, pueda servirle para cumplir un destino histórico con prosperidad, justicia y libertad”, aseguraba Núñez ya en su condición de rector, puesto que desempeñó entre 1973 y 1976.

“Desde nuestros primeros encuentros éste ha sido el espíritu que nos ha animado. Procedimos con agilidad, establecimos unidades académicas y abrimos sus correspondientes carreras, siguiendo las líneas generales establecidas en la tradición universitaria, a la que agregamos algunas modalidades nuevas que significaban, a nuestro juicio, un progreso académico. Esas realizaciones deben ser preservadas y robustecidas”.

Al analizar el recorrido de la Universidad Nacional en una serie de tres artículos publicados en diferentes plataformas, el catedrático de la UNA y sociólogo, Rogelio Cedeño, concluía que, entre los diferentes rectores que ha tenido la universidad a lo largo de medio siglo, el que mejor interpretó su rol fue precisamente Núñez, cuya gestión no estuvo ausente de controversias, como la expulsión del profesor Alberto Salom, quien luego tuvo que ser restituito al ganar su apelación, para luego muchos años después –2015-2020– convertirse en uno de los rectores de la institución.

“Benjamín Núñez fue el primer rector de la UNA y, paradoja de paradojas, con el paso del tiempo, en honor a la verdad, considero que fue el más académico y visionario de todos los que estuvieron al frente de la institución: tenía un proyecto universitario innovador y era un sociólogo brillante, además de un estratega político singular, que supo moverse en las turbulentas aguas de la política y la vida académica universitaria de hace medio siglo, pero, sobre todo, corría con colores propios y en un terreno que era el suyo, en toda la extensión de ese término. Al final fueron, o fuimos otros actores de ese proceso universitario, los que no estuvieron o estuvimos a la altura de las circunstancias”.

Conexiones desde mucho antes

Para Rodrigo Carreras, exdiplomático, las raíces de la Universidad Nacional hay que ir a buscarlas mucho antes, en los años en que se forjó y una de esas estaciones fueron los sucesos que desencadenaron la guerra de 1948.

Carreras cuenta que, aunque en el momento en que se abrió la UNA se encontraba estudiando en la Universidad de Berkeley, le dio mucho seguimiento al proceso que estuvo detrás y que uno de los elementos fue la responsabilidad y el liderazgo con que Núñez asumió aquella tarea.

“Él viajó mucho. Se entusiasmó mucho. La vida del padre Núñez, podríamos decir, estaba diseñada para hacer una universidad. Veía aquello como una gran misión. Fue entonces cuando anduvo por el mundo. Estuvo en universidades de Estados Unidos, América Latina y Europa como parte del aprendizaje que debía tener un rector y de paso se trajo muy buenos profesores. Como sociólogo brillante que era, lo integraba todo”.

Recordó que fue así y por las circunstancias que se dieron entonces, como el golpe de Estado que diera Augusto Pinochet el 11 de septiembre en Chile, que de ese país y de otros de América Latina llegaron una gran cantidad de profesores que contribuyeron al crecimiento de la Universidad Nacional.

Carreras citó, por ejemplo, el caso del uruguayo Hugo Fernández, quien estuvo en la UNA y que años después retornaría a su patria y se convertiría en ministro de Trabajo. “Fueron muchos los que vinieron a hacer el esfuerzo y sentaron las bases de la nueva universidad. Hubo muchas tendencias de pensamiento, muchas fuerzas políticas involucradas, así como el gran sueño de construir una Costa Rica mejor”.

Para Carreras, no obstante, hay que retroceder incluso más en el tiempo y ahondar en la función que en el 48 desempeñó el padre Núñez, no solo como capellán del Ejército de Liberación Nacional, sino también como hombre de confianza de Pepe Figueres. Y así lo constató lo ocurrido en Ochomogo.

“Lo que se dio en el pacto de Ochomogo fue algo extraordinario. Ese encuentro entre don Pepe, Manuel Mora, Carlos Fallas y el padre Núñez fue de una trascendencia sin igual. El que eso permitiera que se resolviera la guerra evitó miles de muertos, porque de lo contrario, el conflicto hubiera avanzado hacia San José. Se habla, cifras más cifras menos, de 3.500 muertes en una Costa Rica con 750.000 habitantes en poco más de 40 días de guerra, lo que significa que no era un número menor y, al evitarse que los enfrentamientos avanzaran, hizo que el pacto de Ochomogo fuera determinante”.

Como ese pacto resultó de tanta relevancia y que, a juicio de Carreras, se pueden establecer vasos comunicantes con lo que luego vendría tras la Revolución del 48, es que él espera que haya una gran celebración en abril, cuando se cumplan 75 años del pacto de Ochomogo.

En la capacidad de negociación que se dio en esa coyuntura grave como la de Ochomogo, ya se vislumbraban las capacidades de negociación que delineaba el país y que más tarde le permitieron apostar por una nueva universidad, que fuera alternativa para miles de costarricenses, explicó.

Consideró, también, que el padre Núñez durante su gestión en calidad de rector dejó su sello inconfundible en la UNA, como también lo haría en otras tareas encomendadas, entre ellas la creación del Sindicato Rerum Novarum, por el que lo tildaron muchas veces de comunista.

En su criterio, la universidad que emergió en el 73 y que veía en la investigación, en la docencia y en la extensión ese compromiso con el desarrollo del país, vino a hacer un gran aporte desde el punto de vista académico y humanista.

Carreras, además de su labor diplomática en varios puntos del mundo, también se desempeñaría en la UNA en el área de extensión. “El padre Núñez volcó todas sus experiencias en la fundación de la Universidad Nacional. Se decía que su rectoría fue dictatorial, porque, por ejemplo, echó a Alberto Salom y al yerno de Joaquín Gutiérrez, que luego fueron restituidos, y fue cuando entonces él prefirió pensionarse, pero eran formas de hacer las cosas, era una manera de ser”.

El entonces Ministro de Educación Pública, Uladislao “Lalo” Gámez fue otro de los entusiastas impulsores de la UNA. (Foto elespiritudel48.org).

Un vacío

Vladimir de la Cruz considera que la UNA llegó a llenar un vacío que por entonces ya se empezaba a percibir en el ambiente universitario y es que la Universidad de Costa Rica ya no estaba en capacidad de atender la demanda estudiantil que se planteaba en ese momento. De esa forma y en el espíritu de la “universidad necesaria” que, si bien partía de la premisa de Ribeiro, en el país la idea sería contextualizada y adaptada a las circunstancias locales.

Con su característica memoria, que es capaz de ahondar en detalles, como si estuviera leyendo los datos en un ordenador, De la Cruz hizo un repaso por las facultades, escuelas e institutos y valoró uno a uno los aportes de estos entes en el desarrollo de la UNA a lo largo de los primeros 50 años.

“La UNA ejerció una función complementaria al desarrollo nacional. Tuvo la visión de no pretender duplicar carreras con la UCR. Se afianzó en el área de Ciencias Sociales. Se creó, por ejemplo, el Instituto de Estudios del Trabajo, que fue una verdadera revolución, porque incluso estuvo abierto a capacitar a líderes sindicales que por alguna razón no habían podido terminar la secundaria, pero que después fueron muy importantes en la vida nacional”.

Según el historiador, la UNA con su Escuela de Economía le dio otra visión a la que entonces prevalecía en la UCR al enfocar su énfasis a la economía pública, mientras que en otros ámbitos se creaba la Escuela de Relaciones Internacionales y el campo de la promoción social también se hacían significativos avances, como el impulso de cooperativas rurales, de las que mencionó a Coopesilencio.

Para De la Cruz no es un dato menor el que la UNA se preocupara por darle a las secretarias la posibilidad de elevar a rango profesional su labor con la creación de la Escuela de Secretaría, pues en el país lo que existía para la época era una formación en institutos. En ese sentido, el paso era relevante, destacó.

El Instituto de Estudios Sociales en Población (Idespo); la Escuela de Sociología, con sus nuevos enfoques; la Escuela de Ciencias de la Religión; la Escuela de Veterinaria, con grandes aportes, así como la Facultad de Ciencias y el Mar, son algunos de los aportes que ha efectuado la UNA a través de este primer medio siglo de existencia en la valoración hecha por De la Cruz.

La UNA surgió en el marco de una gran efervescencia que se vivía en la UCR por las luchas sociales y después de que en Costa Rica se hubiese celebrado el tercer congreso universitario, por lo que en ese clima cabía esa visión de la ‘universidad necesaria’ del padre Núñez.

“El reto más importante que hoy enfrenta la UNA es mantener el nivel de todos estos años y en la medida de lo posible superarlo. No la veo abriendo nuevas carreras. Sí creo que puede mejorar la matrícula y fortalecer su presencia regional”.

Con una población estudiantil, según cifras oficiales de la propia universidad, de 20.000 educandos y una visión humanista que todavía guarda parte del anhelo del padre Núñez y sus “socios” fundadores, la UNA tiene el desafío de proyectarse a la comunidad nacional guiada por esa luz de la “universidad necesaria”, en momentos en que la patria se pierde en los túneles de los negocios fáciles, el creciente narcotráfico y el abandono de una cultura política que en décadas previas fue un sello distintivo en Centroamérica y América Latina.

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