Cultura

La segunda consagración de Vargas Llosa  

Su incorporación a la Academia Francesa de la Lengua representa un gran reconocimiento y una rareza, dado que el autor nunca escribió en esa lengua, aunque fue en París donde descubrió a la América Latina convulsa, mágica y contradictoria de la que provenía y que reflejaría en sus libros.

El ingreso a la Academia Francesa de la Lengua, el 9 de febrero de 2023, supone para Mario Vargas Llosa su segunda consagración como escritor, después de que en 2010 recibiera el Premio Nobel de Literatura, pero por la trascendencia que le ha otorgado al acontecimiento, para el autor peruano tiene una mayor relevancia, dado que lo conecta de forma directa con su mentor literario Gustave Flaubert.

En su discurso dejó claro que sin Flaubert y Madame Bovary él no hubiera llegado a ser el escritor en que terminó  por convertirse, que lo sitúa como uno de los más destacados del boom latinoamericano, que puso a finales de los sesentas la literatura de esta parte del mundo en el centro en Europa.

El Nobel de Literatura siempre ha reconocido la influencia determinante que para él significó Gustave Flaubert. (Foto: Alfaguara)

Más allá de sus transformaciones políticas que, con el paso del tiempo, se fueron moviendo de la izquierda a la derecha sin andamiajes, Vargas Llosa hizo de la novela uno de sus principales instrumentos para contar una manera de ver el mundo, en el que los personajes, esos seres hechos de trazos de tinta y papel, muchas veces se le volvieron tan determinantes como las personas con las que ha tratado a lo largo de su vida.

La Academia Francesa de la Lengua, en un homenaje y una valoración de un escritor sin precedentes, lo incorpora al grupo de los elegidos como académico de número, a pesar de que el narrador nunca escribió en francés.

El escritor, nacido en Arequipa el 28 de marzo de 1936, ya desde sus tiempos en Perú tenía fascinación por la cultura francesa. Y fue en 1959 cuando se trasladó a vivir a París, donde descubriría a Flaubert y Madame Bovary, que, como ha confesado en varias oportunidades, marcaron su derrotero.

“En el verano de 1959 llegué a París con poco dinero y la promesa de una beca. Una de las primeras cosas que hice fue comprar, en una librería del barrio latino, un ejemplar de Madame Bovary en la edición de clásicos Garnier”, cuenta en La orgía perpetua, Flaubert y Madame Bovary, edición de Alfaguara de 2012.

Este acercamiento se constituiría en un encuentro crucial en la vida del autor de La ciudad y los perros: “Comencé a leerlo esa misma tarde, en un cuartito del Hotel Wetter, en las intermediaciones del museo Cluny. Ahí empieza de verdad mi historia. Desde las primeras líneas el poder de persuasión del libro operó sobre mí de manera fulminante, como un hechizo poderosísimo”.

Desde esa tarde del verano de 1959, al jueves 9 de febrero, pasaron 64 años y la huella de Flaubert sobre el escritor Vargas Llosa sería imborrable, porque incluso en París descubrió, como también le sucedió a otros escritores latinoamericanos, el valor y la singularidad del subcontinente al que pertenecía.

“Hacía años que ninguna novela vampirizaba tan rápidamente mi atención, abolía así el contorno físico y me sumergía tan hondo en su materia. A medida que avanzaba la tarde, caía la noche, apuntaba el alba, era más efectivo el trasvasamiento mágico, la sustitución del mundo real por el ficticio. Había entrado la mañana —Emma y León acababan de encontrarse en un palco de la ópera de Rouen— cuando, aturdido, dejé el libro y me dispuse a dormir…”.

Madame Bovary y Flaubert fueron el hallazgo perfecto que conectaría para siempre a Vargas Llosa con la literatura francesa, que por muchos años ejerció una gran influencia sobre la cultura occidental.

Vargas Llosa con el atuendo con el que recibió su incorporación a la Academia Francesa de la Lengua (Foto: Morgana Vargas Llosa)

Ahí, surgió, por ejemplo, The Paris review, revista fundada en 1953 por Georges Plipton, Harold L. Humes y Peter Matthiessen, la cual tendría una enorme repercusión en el ámbito literario anglosajón, pero también en el de habla hispana.

Las entrevistas a escritores, en los que se metían literalmente a la cocina del creador, y contaban con destrezas cómo era ese universo detrás de los textos, se hicieron legendarias, sobre todo en los primeros 20 años.

En 2020, la editorial Acantilado publicó en dos tomos, que suman 2819 páginas, 100 de las mejores entrevistas realizadas en el período 1953-2012.

Ese ambiente cultural y con gran presencia de latinoamericanos que encontró Vargas Llosa en París terminaría por afinar la mirada del narrador, que saltaría a los primeros planos, gracias a su gran poder de persuasión en sus novelas, que respondían a la construcción de historias al mejor estilo clásico de la novela.

París y el Boom latinoamericano

Como bien ha precisado Vargas Llosa, él llegó a París en 1959 y tres años después su primera novela La ciudad y los perros no solo sería premiada, sino que lo pondría en el centro de los nuevos escritores que por entonces empujaban un movimiento que sería denominado el Boom latinoamericano.

Fue José Donoso con su libro Historia personal del boom, el que le dio ese registro que acompañaría por muchos años a creadores como Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y el propio Vargas Llosa. A la lista se agregaron y quitaron nombres, y a veces aparecían figuras como Juan Carlos Onetti y Mario Benedetti.

De modo tal, que la presencia de varios de los escritores latinoamericanos en París, como se apuntó líneas arriba, les dio una perspectiva que desde sus países no lograban tener.

Sobre la estadía de Vargas Llosa en la capital de Francia, Donoso puntualizó en Historia personal del boom: “Mario Vargas Llosa encarna el segundo momento del boom: el gran estallido se produjo cuando, en 1962, siendo todavía un muchacho de veinticuatro años, recibió el Premio Biblioteca Breve de la editorial barcelonesa Seix Barral, con lo que repentinamente y con gran tralalá su nombre —y de paso el de la Editorial Seix Barral— se hizo popular en todo el mundo de habla castellana: La ciudad y los perros hizo hablar a todo un continente. Vargas Llosa, como García Márquez, como Cortázar, como a veces Fuentes, ha vivido en forma cosmopolita, al comienzo en Francia, donde escribió La ciudad y los perros mientras trabajaba para la Radio-Televisión Francesa”.

Esos años, aunque parezcan dorados, fueron de descubrimientos para el autor de Pantaleón y las visitadoras, y lo obligaron a demostrar su valía como escritor en circunstancias exigentes desde el punto de vista económico: “Pese al estruendoso éxito de La ciudad y los perros, tuvo que continuar trabajando noche a noche en la Radio-Televisión Francesa, en París. Y más tarde, cuando con su mujer y sus dos hijos pequeños se trasladó a Londres para enseñar en la Universidad de esa capital, vivió en circunstancias tan estrechas, tan míseras, que su casa consistía en dos cuartos amoblados —él se encerraba en uno mientras su mujer trataba de mantener a los niños en relativo silencio para que en el cuarto contiguo Vargas Llosa pudiera concluir Conversación en La Catedral—, donde todo el tiempo que les dejaban libre el trabajo y el cuidado de los niños lo pasaban cazando las ratas que infestaban el piso, y cuando no estaban cazándolas, hablando de ellas: cuántas viste ayer, me parece que hay una debajo de la mesa, yo maté tres, se comieron el pan, etc.”.

Los años de Vargas Llosa en París fueron aquellos en los que en América Latina hubo un predominio de dictadores que marcaron una triste y lamentable época para las democracias de esta parte del mundo.

Eso hizo que muchos intelectuales y escritores tuvieran que buscar asilo en el exterior y París, por lo que entonces representaba, culturalmente, uno de los destinos predilectos.

Así lo reflexionaba en Historia personal del boom, Donoso: “Es evidente que no puede hablarse de una mera coincidencia si viven o han vivido tanto tiempo fuera de sus países Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Severo Sarduy, Salvador Garmendia, Jorge Edwards, Roa Bastos, Augusto Monterroso, Carpentier, Carlos Fuentes, Mario Benedetti… Las razones para el exilio pueden ser muchas y muy variadas, desde razones políticas de fácil formulación hasta las más ambiguas, que serían las que impulsan a huir de los fantasmas que en los propios países aprietan y ahogan. En todo caso, no se puede negar que el exilio, el cosmopolitismo, la internacionalización, todas cosas más o menos ligadas, han configurado una parte muy considerable de la narrativa hispanoamericana de la década de los años sesenta”.

La Ciudad y los Perros la escribió Vargas Llosa en su estancia en París y la novela recibió de inmediato la aceptación general de los lectores y los críticos literarios. (Foto: Internet)

El poder de la novela

En su discurso de aceptación, Vargas Llosa contextualiza lo que en los años sesentas representaba París para los intelectuales latinoamericanos, al tiempo que reivindica a la novela por su poder de narración como un producto fruto de la democracia, donde se supone que hay posibilidades reales de expresión.

“Cuando era niño, la cultura francesa era soberana en toda América Latina y en Perú. “Soberano” significa que los artistas e intelectuales la consideraban la más original y coherente, y los frívolos también la adoraban como la consagración de sus sueños, ese viaje a París que, desde un punto de vista artístico, literario y sensual era la capital del mundo. Y ninguna otra ciudad podría haber competido por su corona”.

Así comenzó el jueves 9 de febrero Vargas Llosa su disertación ante sus nuevos pares de la Academia Francesa de la Lengua, que, por tradición, considera a sus integrantes “inmortales”.

Para recalcar lo que significó para él y la perspectiva que adquirió de América Latina desde la capital gala, Vargas Llosa dijo en su discurso: “Llegué aquí en 1959 y descubrí que los franceses estaban fascinados por la Revolución Cubana, que había convertido las propiedades de Batista en escuelas antes de convertirse en una tiranía. Los franceses habían descubierto la literatura latinoamericana antes que yo, y leí a Borges, Cortázar, Uslar Pietri, Onetti, Octavio Paz y, más tarde, Gabriel García Márquez”.

Las siguientes líneas de su discurso no dejan ninguna duda de lo que representó ver a la patria grande, como llamaba Simón Bolívar a América Latina, desde la distancia, para tener una visión más amplia de las realidades de los distintos países.

“Así que gracias a Francia descubrí la otra cara de América Latina, los problemas comunes a todos estos países, el horrible legado de los golpes militares y el subdesarrollo, la guerra de guerrillas y los sueños compartidos de liberación. Y es en Francia, ¡vaya paradoja!, que empecé a sentirme escritor peruano y latinoamericano”.

Hay que recordar que en su juventud, Vargas Llosa simpatizaba con las ideas socialistas, e incluso durante un año perteneció al partido comunista en su país, pero luego del Caso Padilla, en Cuba, es cuando comienza a tomar distancia, para luego trasladarse a la otra orilla y militar en la derecha.

Y en su discurso, reconoció, también, los días difíciles, porque París no siempre fue una fiesta. Y lo aquí narrado por Vargas Llosa también lo experimentaron otros grandes escritores, que tuvieron al principio que sobrevivir, como le ocurrió a García Márquez y a Cortázar o al propio Nicolás Guillén, con muy poco.

“Viví varios años en París, debo decir, al principio recogiendo periódicos e incluso siendo fuerte durante unos días en Les Halles, y finalmente trabajando en la escuela Berlitz, así como en la Agence France-Presse, Place de la Bourse; después, gracias a Jean Descola, ese gran historiador hispánico, el autor de Conquistadores, me uní a la radio y televisión francesa como periodista”.

Y en su ingreso a la Academia Francesa de la Lengua, no podía faltar la evocación de Flaubert, que marcó sus designios como escritor.

“Así fue que en París me convertí en escritor. Pero lo más importante, quizás, es haber descubierto en Francia a Gustave Flaubert, que ha sido y será siempre mi maestro, desde que me compré un ejemplar de Madame Bovary la tarde de mi llegada en una librería ya desaparecida del Barrio Latino llamada La Joie de Lire”.

El agradecimiento debía ser directo y sin que dejara la más mínima duda de la dimensión en que entró una vez que tuvo contacto con Flaubert.

“Sin Flaubert, nunca me habría convertido en el escritor que soy, ni habría escrito lo que he escrito. He leído y releído a Flaubert muchas veces, con infinita gratitud, y puedo decir que es gracias a él que me reciben hoy aquí, por lo que obviamente estoy muy agradecido”.

El autor de La tía Julia y el escribidor, que últimamente aparecía en las revistas del corazón, debido a su relación con Isabel Presley, diva de la revista Hola, vivió en París el 9 de febrero pasado su segunda consagración después del Nobel de Literatura, y más allá de las posturas ideológicas que ha asumido en su dilatada trayectoria, para los lectores de la gran novela latinoamericana ocupa un lugar de privilegio, tras haber firmado, al menos, tres obras maestras como Conversación en La Catedral, La guerra del fin del mundo y La fiesta del Chivo.

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