Cultura Entrevista Óscar Núñez

La realidad puede cambiar de un momento a otro por factores inimaginables

Óscar Núñez Olivas vuelve al género de novela negra con Crimen en calle Paraíso, que le edita Uruk en una bella edición de 290 páginas, donde un viaje vertiginoso de pasiones e intriga y crimen entre Costa Rica, Guatemala y Veracruz, México, envuelve al lector en una trama de sicarios, migrantes, trata de personas y corrupción privada.

Sus novelas son distintas entre sí: la primera fue El teatro circular, en 1997, la dolorida Centroamérica en la década de 1980, presa de la noria de la corrupción y la violencia; el curioso caso de una batalla fratricida en un pueblo de Honduras en Los Gallos de San Esteban (2000), ambas con soporte periodístico, pero además en otros escenarios del istmo, sin circunscribirse a Costa Rica; con En clave de luna (2004), entra en el género de la novela negra, algo más policiaco que periodístico, vinculado con el asesino en serie costarricense llamado “el psicópata”; la novela estupenda y claramente histórica La guerra prometida (2014), donde aborda el contrapunto de dos personajes intensos, el presidente costarricense Juan Rafael Mora Porras y el invasor estadounidense William Walker, durante la guerra de 1856-1857; y una menos conocida de literatura juvenil, En busca del tesoro (2016), donde las aventuras sobre el mito de tesoro enterrado en la Isla del Coco se mezclan con una reflexión ecológica.

“Va ser difícil recuperar un periodismo que realmente le dé un buen servicio a la sociedad”.

Ahora, vuelve al género de la novela negra en esta Crimen en calle Paraíso, que se presentó en la reciente Feria del Libro. En esta convergen algunos aspectos que estaban en las anteriores, como la mujer investigadora, los escenarios en la región mesoamericana ahora a partir de temas muy actuales como son las migraciones y la trata de personas. Esta vez no tienen ningún asidero en hechos específicos provenientes del periodismo, trama y personajes son totalmente ficticios, aunque, desgraciadamente, algunos de los acontecimientos tienen una palpitante actualidad.

Sus novelas son distintas entre sí, por un lado, novela histórica o muy influida por su experiencia como periodista y ahora esta es su segunda novela de género negro.

Construyo la novela a partir de lo que quiero contar. Si son distintas es porque responden a intereses diferentes.

¿Eso significa que hay una búsqueda literaria hacia un estilo, una forma en la que se sienta más conforme?

ーConstruyo la novela a partir de lo que quiero contar. Si son distintas es porque responden a intereses diferentes.

¿Se siente cercano a alguna corriente literaria?

ーMe identifico, me siento cercano a algunos autores, a los que admiro; por ejemplo, Vargas Llosa, con quien no tengo ninguna conexión ideológica. Es curioso, por la obra narrativa de él es muy distinta a lo que él mismo piensa y expresa políticamente. Lituma en los Andes es una novela de un gran contenido social, Conversación en La Catedral es una obra ácida en contra de los hábitos y las maldades de la burguesía peruana.

Vargas Llosa es muy periodista. Hizo mucho trabajo en radio. Quizás esa experiencia como periodista es fundamental en los contenidos de su obra.

ーSí, claro. De hecho tiene una novela comiquísima que se llama La tía julia y el escribidor, que tiene que ver con eso periodo en la radio.

Él cambió políticamente en un determinado momento, no sé por qué factores, pero era un hombre de izquierda. Pero bueno…

Creo que como escritor aprendí mucho de él. Es que yo empecé a leer fuerte en la época del boom latinoamericano, con Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa.

Me parece que la pasión de algunos escritores latinoamericanos por Faulkner está muy bien justificada, porque es un escritor maravilloso. Es un escritor sorprendente, la capacidad que tienen para construir personajes, manejar situaciones, estructuras de sus novelas donde varias situaciones separadas que empiezan a darse de repente todo se ensambla de una manera increíble; todo eso es técnica. Si lo hubiera leído antes seguramente me hubiera influido mucho.

Otros que me interesan mucho son los autores de novela histórica ingleses, Follet, o franceses como Jean Christophe Rufin con El abisinio o Rojo Brasil.

Me gusta la novela histórica y la novela negra. Me encantó, de William Wilkie Collins, La piedra lunar.

Una obra que me encantó fue El hombre que amaba los perros de Leonardo Padura.

“Siento que aquí hay escritores que nada tienen que envidiarle a los españoles, los argentinos, los chilenos”.

La novela de boom latinoamericano se convirtió en un pesado referente para las siguientes generaciones de escritores del continente. ¿Los sesgos del realismo mágico son parte ineludible de la cultura latinoamericana o un recurso que debería ya superarse, dejarse atrás?

ーPienso que sí, el realismo mágico es parte de un cierto temperamento latinoamericano, pero no solo en América Latina. Por ejemplo, Mo Yan, el premio Nobel chino, tiene una novela que se llama La vida y la muerte me están desgastando, que es puro realismo mágico. Igual Gunter Grass con El tambor de hojalata, es algo que existe en la cultura universal. Claro que García Márquez tenía un manejo del lenguaje y de las imágenes que era muy atractivo. Pero, por otro lado, cómo librarse del pensamiento mágico que están en la sociedad, en la vida. Cuando escribí Los gallos de San Esteban, hablando con la gente, investigando, descubrí que en esa zona de Olancho había un personaje famoso que era un asaltante de caminos que se llamaba Canuto, que era un dolor de cabeza para las autoridades que nunca pudieron capturarlo; entonces, la gente desarrolló la leyenda de que tenía poderes sobrenaturales y podía transformarse en un animal, y lo creían firmemente. Yo pensé mucho si lo metía en la novela, porque algo así está en la novela de Carpentier El reino de este mundo, pero me dije, es que esta gente lo cree así. Eso es una realidad en ese pueblo y decidí que no quería privarme de poner algo que está ahí.

Tampoco es que ande buscando ese tipo de elementos, creo que ya yo tengo un estilo.

En su primera novela El teatro circular, se retrata un poco de aquel mundo convulso centroamericano en la década de 1980, que ciertamente era agitada por la última batalla de la Guerra Fría, los albores del gran narcotráfico, la instauración del modelo económico neoliberal, San José era un hervidero de conspiraciones de todo tipo. ¿Cree que falta más narrativa nacional sobre todo aquello?

ーHa habido algunas, aunque no recuerdo alguna anterior a El teatro circular, otros como Juan Ramón Rojas con Desertor o Los últimos días o Miguel Martí con El vuelo del quetzal, se dedican a ese tema. Lo que pasa es que muchas veces una novela hay que circunscribirla a ciertos hechos, hay que ser selectivo porque si no se enreda mucho. Entonces, una novela del periodo de la guerra centroamericana no la hay aún.

Muchas veces me he preguntado si valdrá la pena intentar una nueva novela sobre ese periodo, porque independientemente de El teatro circular, yo tengo muchas vivencias de ese periodo, lo lleva uno como en la sangre, y esas historias y anécdotas, que son abundantes, pienso si valdrá la pena o si la gente estará cansada de eso.

En realidad, creo que solo se trata de encontrar el enfoque, porque no hay temas agotados. Siempre estamos sobre los mismos temas, lo que cambia es el enfoque, la forma en que contamos las historias. Creo que de eso se trata el oficio de contar.

Decía al inicio que usted parte algo que quiere, que le interesa contar y eso es lo que le dará luego la forma en que lo contará. Crimen en calle Paraíso es una novela que tiene varios temas, además de actuales, que se quieren dar a conocer, denunciar, si cabe el término, aunque es la más eminentemente de ficción de las que ha escrito.

ーSí. El asidero son los hechos objetivos que conocemos, las cifras, los testimonios, lo que sabemos de esa verdad. Yo empecé a trabajar esa novela mentalmente, a construir los personajes y la historia, muy en relación con esos datos que tenía. Pensé mucho en quién haría la investigación y pensé mucho en que fuera una periodista. A mí me gustan los personajes femeninos, me gusta trabajarlos, es todo un reto, además las mujeres son increíbles, hacen las cosas con una gran pasión. Luego decidí que fuera una detective, más compleja. El empresario quería que fuera una persona con recursos para que permitiera soportar las aventuras que viven y que además fuera alguien complejo, con sentimientos de culpa, contradictorio.

¿Se siente identificado con el personaje del periodista?

ーEs un héroe del periodismo. Hace del periodismo que sabe que es peligroso, pero no puede hacer otra cosa porque eso es lo que siente como compromiso. Ese es el tipo de periodista que matan en Centroamérica, los que hacen esas denuncias.

No sé si decir que todo es ficticio, porque no lo es, lo que pasa es que no tiene que ver con cosas específicas.

¿Eso resultó más complicado o no?

ーYo lo sentí más fácil. Cuando escribí El teatro circular, muchos personajes estaban ligados a personas reales y uno se siente comprometido a respetar algunas cosas como el temperamento, la historia personal de ellos, entonces no tiene uno que respetar cómo podrían reaccionar o pensar sobre algunas cosas. Por otro lado, ficcionar es algo muy divertido. No quiere decir que no sea un proceso riguroso, porque uno inventa personajes pero tiene que hacerlos creíbles, coherentes consigo mismos, tiene que evolucionar con la historia, porque un personaje que no evoluciona no es interesante.

Con En busca del tesoro fue donde inicia esa forma de ficcionar completamente, con hechos y personajes basados en la realidad pero que no existieron.

ーSí, es cierto, ese fue el primer libro totalmente ficticio. Todos los personajes inventados, algunos tienen algún asidero en personas reales pero muy limitado a detalles. Cuando la escribí mi hijo estaba adolescente y algunas cosas de él y sus amigos y compañeros, algunas preguntas, inquietudes que tenían me sirvieron para construir los personajes, pero son totalmente ficticios.

¿Crimen en Calle Paraíso le tomó varios años?

ーSí, pero creo que eso tiene que ver con dos cosas, con el tiempo de maduración de la novela pero también con el tiempo de que uno disponga para trabajar. Yo me pensioné hace cinco años y entonces pensé que esta novela la iba a tomar con todas las ganas y la iba a sacar muy rápido, pero fue ilusorio, pasaron muchas cosas, se vino lo de la pandemia y eso afectó muchas cosas. Pero es que además pasa que cuando uno se pensiona cuesta mucho centrarse. Uno siente que tiene todo el tiempo y empieza a desordenarse.

Pero ya la novela ya venía, pese a que el tema es de mucha actualidad.

ーSí, ya la venía trabajando desde antes. Luego la dejé un tiempo largo. Volví sobre ella y finalmente la logré terminar.

No quisiera terminar sin hacer referencia a algo que es esencial en su trabajo literario y en su vida profesional, que es el periodismo. ¿Cómo ve el periodismo en la actualidad, en estos tiempos de posverdad y redes sociales?

ーEs un momento confuso para el periodismo. Ya no se sabe qué es y que no. Por ejemplo aquí, en Costa Rica, perdí la cuenta hace mucho de la cantidad de medios digitales que hay. Algunas personas son muy serias, no puedo decir que no, pero creo que hay otros que son poco serios que, por solo llamarse periódicos generan credibilidad de parte de mucha gente que no sabe que está siendo engañada. Va ser difícil recuperar un periodismo que realmente le dé un buen servicio a la sociedad, porque además esas corrientes nuevas son muy competitivas y terminan arrastrando a todos a lo mismo: hay que vender, abrirse paso a como sea en medio de la multitud de cosas publicadas en Internet. Pensé, cuando empecé a ver la facilidad con que se podía acceder a Internet y a expresar pensamiento por esa vía, creí que eso iba a ser como el gran momento de la verdad de la  libertad de pensamiento, pero rápidamente se da cuenta uno de que es una plaga. No veo cómo se podría resolver eso.

¿Y qué piensa que ocurre desde el mismo periodista? porque el periodismo es más una ética que una técnica. Y muchas veces esa ética se vuelve elástica para ajustarse a esa competencia.

ーHay muchos problemas relativos a eso. El nivel, la calidad de los medios tradicionales o grandes medios, aunque ya no son tan grandes, ha caído mucho. No se trata solo del nivel profesional del periodista, sino de la cultura general, gente que no sabe hablar, que no sabe expresarse, que no entiende los problemas, que no sabe escribir en muchos casos. Además muchos buscan un estrellato en la televisión o en redes sociales. No se puede hacer buen periodismo con ese tipo de motivaciones.

¿Es pesimista?

ーSí, soy pesimista. No le veo mejora. Pero lo que sí he entendido en la vida es que la realidad puede cambiar de un momento a otro por factores inimaginables. La vida en la actualidad cambia a una velocidad vertiginosa. Los procesos que antes duraban cientos de años para consolidarse en nuestro mundo actual pueden darse en décadas. En el curso de una vida pueden verse desarrollos verdaderamente alucinantes, como nos ha tocado ver a nosotros en el orden de la tecnología de las comunicaciones. Entonces, podría ser que pasen cosas en el orden político, en el orden de la comunicación, que nos permitan ver cambios, pero por ahora no veo nada.

Entonces, ¿es más optimista en cuanto a la literatura?

ーPor supuesto. Me parece que en nuestro país, por ejemplo, la literatura está creciendo. Siento que aquí hay escritores que nada tienen que envidiarle a los españoles, los argentinos, los chilenos. Muy buenos escritores han surgido en los últimos años. La literatura costarricense ha crecido mucho. La literatura nos puede sacar un poco de la mediocridad.

¿Y hay buenos lectores?

ーBueno, creo que hay un mercado muy limitado por culpas compartidas en el mundo de la industria editorial que no ha podido crear o impulsar una cultura de lectura, en lo cual también está el sistema educativo.

Pero es algo curioso, porque cuando he ido a colegios de secundaria a dar charlas quedé impactado por el interés que tenían los estudiantes por la literatura. Pero era un interés insatisfecho, porque el colegio no les satisfacía esa inquietud.

Fui a charlas de asistencia voluntaria y se llenaban y hacían preguntas muy interesantes que hacían ver que estaban hambrientos de literatura. Muchos querían escribir.

¿Qué piensa del impacto de la tecnología en ese sentido?

ーCreo que sí tiene un efecto negativo porque es un muy fuerte distractor y los aparta de la lectura. Pero es que hay que usar ese recurso para promover que lean. Hay que ser ingenioso.

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