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La perversa gramática de las redes sociales

La controversia desatada en torno a la inauguración de los Juegos Olímpicos París 2024 ha de llevar a una reflexión más honda de lo ocurrido en las redes sociales, y un precepto evocado por Marshall McLuhan es hoy más válido que nunca, porque se sigue confundiendo el medio con el mensaje, con las graves consecuencias que ello acarrea.

Marshall McLuhan sigue arrojando luz sobre el presente, aunque murió un miércoles 31 de diciembre de 1980 y muchos enterradores lo dieron por desaparecido para siempre del ámbito del pensamiento y la reflexión.

Sin embargo, aquella frase de su más célebre libro, Comprender los medios de comunicación, “de que el medio es el mensaje” mantiene una vigencia más que oportuna para entender y darle dimensión a lo que ocurre con la perversa gramática de las redes sociales, que la semana pasada explosionaron con los Juegos Olímpicos de París 2024, al desatarse una polémica en torno a un pasaje de la inauguración, en el que se quiso confundir El festín de los dioses, una obra de 1635 de Jan Harmensz van Bijlert, con La última cena de Leonardo Da Vinci.

Más allá de la discusión que surgió por el cruce de opiniones entre quienes defendían la potestad de los organizadores de parodiar cualquier pintura que hubiesen elegido, lo que resulta evidente es que si el análisis se detiene y se focaliza en el contenido, se pierde la perspectiva y el contexto, porque lo que ha de comprenderse en toda su dimensión es lo que ya en 1964 anunciaba McLuhan: “El medio es el mensaje”.

Es decir, que más allá de la discusión puntual, en lo que ha de hurgar el analista es en el cariz de la polémica, que en todo momento rozó la superficialidad, al tener a las redes sociales como intermediarias de una sombrilla mayor y que es la denomina la Wide World Web.

Aquí estriba la ruta a seguir si se quiere profundizar en una disputa que aborde los elementos esenciales y que no se quede solo en un juego de espejos rotos, y para adentrarse en estos laberintos, la guía que en la actualidad proporciona McLuhan es de especial relevancia.

Partir de la idea de que no hay medios buenos o malos, sino que depende del uso que se les dé es uno de los principales errores que suelen cometerse, como en su momento advirtió el pensador canadiense, que publicó Comprender los medios de comunicación cuando tenía 52 años y lo convirtió en una especie de profeta, con sus luces y sombras, pero profeta al fin.

Así lo refiere McLuhan cuando cita al general David Sarnoff, que al recibir una distinción de la Universidad de Notre Dame dijo: “Somos demasiado propensos a convertir los instrumentos tecnológicos en chivos expiatorios de los pecados de quienes los esgriman. Los productos de la ciencia moderna no son en sí buenos o malos; es la manera en que se emplean lo que determina su valor”.

Para McLuhan, esa declaración significa que Sarnoff y todos los que le siguieron y le siguen hoy en día estaban extraviados de principio a fin, porque era como ver solo un árbol, cuando enfrente se podía observar el bosque entero.

“No me estoy poniendo perverso. Simplemente, no hay nada en la declaración de Sarnoff que pueda resistirse a un examen, porque pasa por alto la naturaleza del medio, de todos los medios”.

He ahí la clave para McLuhan, el saber que no basta con analizar el contenido. El contenido es un elemento que si se descontextualiza hace que quien persiga entender un determinado fenómeno se pierda en el camino.

Cuando la discusión se centra en que en los Juegos Olímpicos se faltó el respeto al cristianismo, por haber hecho una parodia de La última cena, no solo se desnaturaliza el debate por apuntar al cuadro incorrecto, sino que invisibiliza el ecosistema en que se realiza, el cual pervierte desde el principio las posiciones que se esgrimen.

Y eso es, precisamente, lo que persiguen los grupos de poder, que no se vaya a ningún lugar con el pseudoanálisis planteado en las distintas redes sociales, que buscan, siempre, que haya una explosión de criterios, la mayoría sin ningún sentido, pero que el fuego arda y que nuble la razón.

La razón que se había organizado de manera magistral con la aparición de la imprenta de tipos móviles de Johanes Gutenberg, en 1440, y que daría paso a una forma de pensamiento condicionada por el nuevo medio, que no escapa a los cuestionamientos de McLuhan, pero que daba al mundo occidental una manera más asertiva de asumirlo y de profundizarlo.

Con el advenimiento de las nuevas tecnologías y con la electricidad en el centro de la ecuación, las percepciones cambiaron, las secuencias dieron pasos a una visión integral y total y ello empezaba a nublar lo evidente, de acuerdo con McLuhan, es decir, que el medio era el mensaje.

“Antes de la velocidad eléctrica y del campo total, no era obvio que el medio fuera el mensaje. El mensaje, según parecía, era el ‘contenido’, y la gente preguntaba de qué trataba un cuadro”.

Entender la gramática del medio por el cual se está difundiendo el mensaje, en este caso de la polémica entre si era El festín de los dioses o La última cena, es mucho más trascendente que el contenido.

Un ejemplo extraído de la época de la imprenta le permite a McLuhan ahondar en su reflexión para fortalecer uno de los puntos medulares con que irrumpió en el ya lejano 1964, pese a lo cual su pensamiento sigue conservando una gran frescura y actualidad.

“Alexis de Tocqueville fue el primero en dominar la gramática de la imprenta y de la tipografía. Así pudo hacer una lectura del mensaje de los cambios que se avecinaban en Francia y América del Norte como si leyera en voz alta un texto que se le hubiese entregado”, sostiene, y más adelante, en su ya citado libro, asegura algo todavía más significativo.

“En una obra anterior sobre la Revolución Francesa, Tocqueville explica cómo fue la palabra impresa la que homogeneizó la nación francesa, gracias a la saturación cultural lograda durante el siglo XVIII. De norte a sur, los franceses eran un mismo tipo de gente. Los principios tipográficos de uniformidad, continuidad y linealidad habían recubierto y anegado las complejidades de la antigua, y oral, sociedad feudal. La revolución la hicieron hombres de letras y abogados”.

El surgimiento de esa tecnología que priorizaba ya los medios electrónicos a mediados de los años 60 no se comprendía en toda su dimensión. Las palabras de McLuhan no dejan lugar a dudas: “La tecnología eléctrica ya está dentro de nuestros muros y estamos embotados, sordos, ciegos y mudos ante su encuentro con la tecnología de Gutenberg, en la que se fundamenta el estilo de vida norteamericano”.

Si se cambiara “tecnología eléctrica” por redes sociales, con la sombra ancha de Internet detrás, las aseveraciones del escritor y ensayista canadiense recobrarían un valor incalculable para un acercamiento al fenómeno que se vive hoy con las redes como protagonistas y a la vez alimentadas por la Wide World Web.

“Nuestra respuesta convencional a todos los medios, de que lo que cuenta es cómo se utilizan, es la postura embotada del idiota tecnológico. Porque el ‘contenido’ de un medio es como el apetitoso trozo de carne que se lleva el ladrón para distraer al perro guardián de la mente. El efecto de un medio sólo se fortalece e intensifica porque se le da otro medio que le sirva de ‘contenido’”. ¿Cómo explicar mejor, que en este pasaje de McLuhan, de por qué el medio es el mensaje?

Las redes sociales ardieron con este pasaje de la inauguración, que los organizadores relacionaron con los mitos griegos y otros con El festín de los dioses de Jan Harmensz van Bijlert. (Foto: toma de la inauguración París 2024)
Relacionar el acto inaugural con La última cena de Leonardo Da Vinci dio paso a todo tipo de especulaciones. (Foto: Internet)

Un momento

Para entender el contexto de lo ocurrido, se debe retornar al viernes 26 de julio, fecha de la inauguración de los Juegos Olímpicos París 2024, en la que en una pequeñísima parte de la ceremonia se hizo una parodia del Festín de los dioses de Bijlert.

Tras la larga ceremonia, de casi cuatro horas, las redes sociales ardieron con mensajes de cristianos del mundo entero, ofendidos porque se había hecho una burla de La última cena. En este punto, justamente, está la primera trampa de todo lo sucedido, porque pocos se detuvieron a pensar e informarse qué es lo que había querido transmitir aquel segmento. De todas formas, el qué, en este y todos los casos en que estén las redes sociales de por medio, pasa a un segundo plano, porque lo importante era la pirotecnia de los grupos supuestamente ofendidos y afectados. La discusión, como habría dicho Ernest Hemingway, solo era la punta del iceberg, porque lo que subyacía en el fondo era lo relevante.

De inmediato, se empezaron a citar fuentes vaticanas, incluso aquellas que aludían a la postura del papa Francisco, que llamaba a rezar y a defender la fe católica y el cuadro de Da Vinci. Nada de eso sucedió en la realidad. La prueba es que el portal Infovaticana se quejaba, el 29 de julio, del silencio del pontífice.

“El Papa calla ante el espectáculo blasfemo en la inauguración de los Juegos Olímpicos”, titulaba una de sus informaciones y para que no quedase duda de la posición editorial, en el desarrollo de la información acusaban a Francisco de cómplice.

“El Papa, como recuerda nuestra Specola, no puede caminar, pero sí hablar, y no desaprovecha la ocasión de hacerle cuando puede. Y pudo, muy especialmente, en su alocución del Angellus. Pero no, no dijo una sola palabra. Poco antes su cuenta en X (antes Twitter) había expresado sus buenos deseos sobre estos Juegos. Nada más”, sostuvo el citado periódico digital.

Al tiempo que se ponía en marcha una falsa polémica, porque los elementos de partida estaban trastocados desde un inicio, se impulsaba una segunda palanca para que el caos informativo acaparara las redes sociales y de allí pasase a los medios de comunicación, poco dados a la reflexión y a la verificación, otrora viejos principios del periodismo de siempre.

Ya en este punto, la también falsa retórica de los políticos y sus soportes ideológicos, vieron una oportunidad inmejorable para posicionar sus puntos de vista y llevar agua a sus molinos.

Así, la eurodiputada francesa, de extrema derecha, Marion Maréchal, citada en TRT, decía en tiempo real en su red X: “A todos los cristianos del mundo que están viendo la ceremonia #Paris2024 y se sintieron insultados por esta parodia ‘drag queen’ de La última cena, sepan que no es Francia la que habla, sino una minoría de izquierda, lista para cualquier provocación”.

Como el anterior mensaje, aparecieron miles con tonos parecidos en las distintas redes y entonces comenzó un juego entre lo político y lo religioso, todo con un sustrato de liviandad extraordinario, que permitía pasar desde las quejas del arzobispo de Minnesota, Robert Barron, al más anónimo de los usuarios, pero ambos con posturas similares de que la ofensa al cristianismo era inaceptable y echaba por tierra la inauguración completa.

Barron apuntó: “Francia, en su afán de mostrar lo mejor de su lado cultural, consideró que lo correcto era burlarse de este momento central del cristianismo, cuando Jesús, en La última cena, entrega su cuerpo y su sangre en previsión de la cruz. Y por eso lo presenta como una burla frívola y grosera”.

La guerra en los Juegos, como puntualizó Marc Bassets, corresponsal de El País en Francia, que se esperaba fuera geopolítica, con los conflictos de Ucrania y Gaza de por medio, pasó a ser cultural a partir del ‘malentendido’ entre La última cena y el Festín de los dioses, o de una visión de la mitología griega, como posteriormente explicaron los organizadores.

En ese sentido, la ecuación de las redes sociales resultaba casi perfecta: porque había fuego por todo lado, sin que nadie, en realidad, atendiera a las razones de aquella situación.

Se confundía, como habría dicho McLuhan, el medio con el mensaje. Religiosos, profanos, políticos y observadores medianamente neutrales se centraban en el mensaje: en sí era una ofensa al cristianismo. Las fronteras de la realidad confundidas con la más pura ficción.

Olvido imperdonable

Creer que el medio se puede controlar, como pretendía Sarnoff, o centrarse en el contenido, con el afán de comprensión, representa, con base en la lectura que se desprende de Comprender los medios de comunicación, un error que se ha venido reiterando desde la aparición de la televisión y posteriormente desde que la Word Wide Web irrumpió en el espectro para desatar una revolución tan potente como la que produjo en 1440 la aparición de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg.

Las toneladas de información inexacta, falsa, así como las posturas ideológicas postizas y el caos al que llamaron quienes participaron de la polémica por una de las escenas de los Juegos Olímpicos París 2024, reafirman cómo la disputa impropia y los propios medios de comunicación alimentan realidades que no existen.

De ahí que, aunque hayan pasado seis décadas desde que McLuhan vaticinara que “el medio es el mensaje”, todo indica que dicha sentencia no se ha comprendido del todo.

Lewis H. Lapham, periodista, editor y escritor estadounidense, quien murió el 26 de julio de 2024, a los 89 años, decía en la introducción que redactó en 1994 para una nueva edición de Comprender los medios de comunicación, que McLuhan no siempre fue entendido y que muchos de sus aforismos incluso se pudieron haber tergiversado.

Insistía en que “el medio es el mensaje” se había pasado, muchas veces, de puntillas, pero que la hondura de la afirmación ameritaba un nuevo abordaje en aquellos días.

Hoy, a la luz del surgimiento de la Wide World Web y con ella de las redes sociales, conviene volver a los postulados de un McLuhan, que, como bien lo dice Lapham, gustaba de presentar sus ideas muchas veces de forma polisémica.

Lapham no considera que, en verdad, se profundizara en lo que este profesor de literatura inglesa pretendía comunicar.

“Cuando McLuhan estaba en el cenit de su fama, pocos de los que comentaban sus escritos comprendían del todo lo que quería decir. Intuían haber dado con algo importante, pero en su gran mayoría lo interpretaban como si intentara vender la teoría de las comunicaciones y aplicaron sus teorías para fines propios”.

Por eso, comentaba Lapham, la idea de que “el medio es el mensaje” es más potente de lo que parece a simple vista, y hay que adentrarse en los distintos universos que abarca para comprender en toda su dimensión a lo que refiere y aspira el autor, cuando escribió su famoso postulado.

Si se observa la banalidad de la discusión en torno a si se ofendía a los cristianos o se introducía un elemento religioso en el ámbito del deporte, todo sucede porque se enfatiza en el contenido y se pasa de largo el medio —en este caso redes sociales—, con lo cual se entabló un debate falseado desde sus inicios, y que llevó a una discusión estéril, más allá de que exhibiera la incultura de muchos grupos, que pretendían defender posiciones que ni siquiera conocían y confundían, a la vez, el agua con el aceite, lo negro con lo blanco, la luz con la oscuridad y prescindían de lo esencial: el escenario —el medio— en que todo aquello ocurría.

De forma tal, que “el medio es el mensaje”, implica y reclama una relectura de McLuhan y sus teorías, para comprender los medios de comunicación y la propia sociedad en que hoy ocurren los acontecimientos a la velocidad de la luz.

En definitiva, es imprescindible entender la perversa gramática de las redes sociales para comprender el subsuelo arenoso en que se desarrollan sus polémicas, como la que se dio en torno a la inauguración de los Juegos Olímpicos París 2024, y que llenó de insensatez y basura todo el espectro, e hizo que la mayoría sólo viera la punta del iceberg, sin reparar en que “el medio es el mensaje”, como lo profetizó y demostró Marshal McLuhan.

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