Si el escritor y periodista Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) viviera y escribiera en Costa Rica ya lo habrían metido a la cárcel, dado que tanto en sus artículos en el XL Semanal como en sus incendiarios tuits practica el extraño ejercicio de llamar a las cosas por su nombre.
En una sociedad conservadora como la costarricense, esa licencia “revertiana” no tendría cabida y, por lo tanto, esa larga trayectoria como articulista, después de haber pasado 21 años como corresponsal de guerra de la Televisión Española (TVE), en lugares como El Líbano, El Salvador, Nicaragua, Irak y Sarajevo, habría cesado con sus primeras incursiones.
El Premio Mariano de Cavia, que en este 2020 cumplió 100 años de haber sido instaurado en España, celebra con la designación de Pérez-Reverte la pluma de un articulista puntilloso, sin temores, frontal, arriesgado y con un envidiable manejo del idioma, lo que no lo exime de mandar al exilio a los cobardes y pusilánimes que, a su juicio, tanto daño hacen desde la política y la imbecilidad.
El nombre del galardón más prestigioso del periodismo español alude a Mariano Francisco de Cavia y Lac, periodista de finales del siglo XIX y principios del XX, por quien el escritor Torcuato Luca de Tena profesaba gran admiración. Por esa razón llamó así al premio que destaca cada año al mejor artículo publicado en la prensa de ese país.
Aunque es el diario ABC el que entrega el reconocimiento, en la votación se incluye a los editores y los directores de los distintos medios españoles.
El texto premiado fue “La posada de Dickens”, publicado el 28 de julio de 2019, en el que Pérez-Reverte hace un recorrido por escritores y ciudades y enfatiza cómo conocer un lugar a través de la mirada de valiosos autores cambia la comprensión de un determinado sitio, ya sea Madrid, Londres o París.
“Alguna vez he comentado en esta página lo importante que es viajar a los lugares no para conocerlos, sino para confirmarlos. Llegar a ellos con lecturas previas que permitan amueblarlos con lo que fueron o con lo que otros imaginaron o vivieron allí. Así logra contextualizarlos en su literatura, su tradición y su historia.
No es lo mismo caminar con libros que sin libros en la memoria. No es igual pasar junto al café Procope sin saber quiénes fueron Diderot o el barón Holbach, desayunar en Sanborn’s ignorando a Zapata y a Pancho Villa o deambular por Palermo sin la melancólica sombra del príncipe Salina. A cuento de eso, nada más adecuado para estos superficiales tiempos de selfi y a otra cosa, mariposa, que lo que en Clase de latín escribió Zbigniew Herbert: ‘Tal vez algún día lleguéis a Roma con el séquito de un procónsul. De modo que deberéis conocer los principales edificios de la Ciudad Eterna. No quiero que deambuléis por la capital de los césares como si fuerais unos bárbaros sin cultura”.
Tras jugarse la vida muchas veces como corresponsal de guerra, testimonio que dejó en el Pintor de batallas y en Territorio comanche, Pérez-Reverte, lector empedernido desde muy joven, saltó al mundo de la literatura con éxito y se ha convertido en el escritor español más leído en los últimos 30 años.
El húsar (1986), El maestro de esgrima (1988), y la Tabla de Flandes (1990) fueron sus primeras novelas, cuando aún era reportero de guerra.
Al conocer su designación como ganador, Pérez-Reverte escribió en Twitter, red social desde la que ejerce una especie de guerra de guerrillas: “Supongo que apenas quedaban ya nombres sin premiar de mi generación, y me ha tocado a mí. Es un honor, pero que en su momento lo tuviera Chaves Nogales multiplica ese honor, sobre todo por elegir ese artículo”.
Entre los ganadores del Mariano de Cavia se encuentra, efectivamente, Manuel Chaves Nogales, un legendario periodista que durante la Guerra Civil española fue amenazado de muerte tanto por el bando republicano como por el nacional. También figuran en la lista de elegidos Julián Marías, Gabriel Miró, Fernando Lázaro Carreter, Rafael Sánchez Ferlosio, Rafael Alberti, Salvador de Maradiaga, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela y Francisco Umbral, con quien Pérez-Reverte tuvo sus encontronazos literarios.
Para Pérez-Reverte, quien ingresó a la Real Academia Española (RAE) en el 2003, “la mirada solo se educa de dos maneras, con vida y con lecturas. No hay otra forma. Como reportero, cuando fui a Beirut y la vi arder, estaba viendo Troya. En la guerra de Chipre, ver a los griegos despedirse de sus mujeres me trajo a la cabeza a Héctor. Cuando estoy en los Balcanes pienso en Tintín y en Syldavia. No es un gozo estético. Es una interpretación y una intensa apropiación de los lugares en los que estás. Y en el artículo está todo eso”. Así lo dijo a la ABC.
Y es que en “La posada de Dickens” Pérez-Reverte reivindica la lectura como un valor esencial para aprehender el mundo e incluso disfrutar lo que está a alrededor.
“Pienso en eso sentado en el último banco a la derecha de la galería exterior de la Posada de Dickens, la Dickens Inn del muelle de St. Katherine de Londres, mirando desde ese caserón del siglo XVIII los barcos amarrados en el puertecito de abajo. Tengo una cerveza en la mano, el sombrero a un lado, las suelas de los zapatos cómodamente apoyadas en la barandilla, y acabo de dar un largo paseo a lo largo del Támesis, entre el puente de Waterloo y el de la Torre, que puede verse a lo lejos entre los edificios modernos y los antiguos que sobrevivieron a los bombardeos alemanes”, dijo en el artículo premiado.
Como marino que es, en este artículo no podía faltar Josep Conrad, uno de sus escritores predilectos.
“Conrad es el único escritor del que tengo una fotografía en mi biblioteca de trabajo; el que no me abandona y envejece conmigo. El marino que me enseñó, desde muy pronto, que vivimos como soñamos, solos. El que escribió: ‘Recuerdo mi juventud y la sensación, que nunca volverá, de que podría durar para siempre, sobrevivir al mar, a la tierra y a todos los hombres’, y también: ‘Toda pasión se ha perdido ahora. El mundo es mediocre, débil, sin fuerza. Y la locura y la desesperación son una fuerza. Por eso la fuerza es un crimen a los ojos de los necios, los débiles y los tontos”.
CELEBRACIÓN DEL ESTILO
El oficio literario de Pérez-Reverte se percibe a leguas. En sus artículos del XL Semanal, a los que se puede acceder por Internet, se notan las muchas horas dedicadas a la escritura, labor en que está curtido, gracias a su disciplinada tarea como novelista.
Autor de la saga de El capitán Alatriste, El Club Dumas, La Piel del tambor, La carta esférica, El asedio, La tabla de Flandes, Historia de España, Hombres buenos, La reina del Sur, Los perros duros no bailan, El maestro de esgrima y la serie de Falcó, con títulos como Eva, Falcó y Sabotaje, ha sabido moverse entre el periodismo y la literatura con una gran facilidad.
Su estilo, tanto en sus novelas como en sus artículos, es inconfundible y esto es esencial en cualquier escritor. Es, en realidad, el gran valor de un escritor.
Patente de corso es el volumen que recoge sus primeros seis años de columnas ininterrumpidas, y a tal punto llegó el compromiso del escritor que recientemente admitió que cuando aún tenía que irse a la guerra dejaba entre 10 y 12 artículos escritos, dado que entonces no existían las facilidades tecnológicas de hoy, ni la guerra es sitio para estar enviando columnas con tanta regularidad.
Su soltura y la amplitud de límites que le permite la prensa española quedan retratadas en el siguiente pasaje, por el que le condenarían en la suiza centroamericana.
“En Suiza, además de vacas, relojes y banderas, también hay putas. Hablo en sentido literal. O sea: señoras que viven del comercio carnal en plan hola guapo. Son siete mil y la cama aparte. Allí el ejercicio de tan incómodo oficio goza de autorización oficial. Es decir, que yo me llamo Ingrid, o Mari Pepa y puedo vivir de mis encantos, siempre y cuando tenga la nacionalidad o un permiso de trabajo y pague mis impuestos. Los suizos son muy rigurosos y muy calvinistas, como de piñón fijo, pero en cuanto rueda un duro por el suelo se olvidan en el acto de la moral y se ponen dale que te pego a la calculadora. Allí paga impuestos hasta la vaca que ríe”, escribió en la columna El IVA de las lumis, incluida en el libro Patente de corso y en la que alertaba a los lectores de que dicha medida pronto iba a ser instaurada en España, donde el gobierno de entonces estaba desesperado por ponerle impuestos hasta el sol de cada día que recibían los ciudadanos en su porción desigual.
En el prólogo a dicho libro el autor expresaba: “Durante mucho tiempo anduve por donde la vida humana, con todo su golpe de sagrada, necesaria y trascendente, importaba literalmente un carajo (…) Una vez —el 5 de abril de 1977— estuve en una colina de un lugar llamado Tessenei, donde había, así, a ojo, doscientos o trescientos muertos en diversas posturas y estados; y hasta horas antes algunos de ellos habían sido amigos míos”.
La contienda, la muerte, la barbarie del hombre moderno templaron el espíritu de este escritor y marinero, de ahí que a la hora de juzgar la realidad no se andaba con medias tintas para dejar salir la furia de quien ha contemplado el horror humano.
“Hace unos meses vi arder una biblioteca. Ardió durante toda una noche y una mañana, con papeles y libros como pavesas, volando entre las paredes en llamas en todas direcciones, cayendo sobre la ciudad convertidos en cenizas. La ciudad se llama –todavía—Sarajevo”. Así contaba lo vivido en la guerra de los Balcanes y en el artículo “Asesino de libros”.
“Para nuestra vergüenza, los siglos de la Humanidad están oscurecidos –valga el dudoso retruécano—por las llamas de bibliotecas que arden: Alejandría, Constantinopla, Córdoba, Cluny, Heidelberg, Zaragoza, Estrasburgo. Uno conocía todo eso por las lecturas, por la historia.
“Muchas veces había imaginado a los soldados con las antorchas, las llamas iluminando los estantes, las piras de libros ardiendo. Pero jamás, hasta Sarajevo, pude imaginar qué impotencia, qué desolación puede sentir un ser humano ante el espectáculo de la destrucción de la memoria de su raza. Destrucción siempre absurda. Infame. Irracional”.
Valor para contar. Claridad para extraer de las amargas o las grandes experiencias lo vivido. Como columnista Pérez-Reverte hace uso de todas las herramientas literarias para que, aunque dicho texto esté ligado a la actualidad, tenga la calidad literaria para sobrevivir en el tiempo.
Para José Luis Martín Nogales, autor del prólogo de Cuando éramos honrados mercenarios, libro que recoge artículos entre 2005 y 2009, Pérez-Reverte se nutre de la rica tradición del artículo español, ese que vio a grandes exponentes en el ruedo de la prensa diaria o semanal.
“Estos artículos intentan describir, interpretar, entender la realidad. Son un ejercicio de comprensión. He comentado en otras ocasiones que Arturo Pérez-Reverte se inserta en la línea más fecunda del artículo literario español. La que tiene sus raíces en la visión lúcida y desesperada de Larra; la que se alimenta del costumbrismo romántico; la heredera de la intención testimonial de la novela realista del siglo XIX; la que continúa en el pesimismo histórico de los escritores del 98 durante las primeras décadas del siglo XX; la de aquellos que hicieron del realismo su forma de denuncia de la esclerótica sociedad de mediados del siglo pasado. La que bebe de la pluma áspera de Quevedo, del dolor de Machado, de la rabia de Valle-Inclán en los esperpentos”.
A los dos volúmenes citados hay que añadir Con ánimo de ofender y No me cogeréis vivo, con lo cual se refuerza la idea de que un buen artículo, como muchos años antes lo sostenía el poeta cubano José Martí, trasciende su propia época.
GLOSARIO CLAVE
Ese ejercicio de valentía, que aprendió cuando apenas era aspirante a periodista, de la mano del jefe de redacción de La Verdad de Cartagena, Pepe Monerri, no lo ha dejado nunca de lado; por el contrario, ha sido su guía siempre.
“Yo tenía 16 años, había decidido ser reportero, y cada tarde, al salir del colegio, frecuentaba la redacción en Cartagena del diario La Verdad. Estaba al frente Pepe Monerri, un clásico de las redacciones de entonces, escéptico, vivo, humano. Empezó a encargarme cosas menudas, y un día me encargó que entrevistase al alcalde de la ciudad. Y cuando, abrumado por la responsabilidad, respondí que entrevistar a un alcalde era demasiado para mí, y que tenía miedo de hacerlo mal, el veterano me miró con mucha fijeza, se echó atrás en la silla, encendió uno de los pitillos que antes fumaban los viejos periodistas y dijo algo que nunca he olvidado: ‘¿Miedo?… Mira, chaval. Cuando lleves un bloc y un bolígrafo en la mano, quien debe tenerte miedo es el alcalde a ti”.
En el discurso periodístico de Pérez-Reverte surgen términos fuertes y a veces reiterados para intentar contar esa compleja realidad a la que alude y lo hace con expresiones como cantamañanas, gentuza, valor, mercenarios, hijo de puta, honradez, cojones, pardiez, soplacirios, gilipollas, carajo, lealtad, malvado, imbécil y dignidad.
Como bien lo precisa Martín Nogales, el autor a lo largo de los años ha ido pasando de una esperanza a un escepticismo atroz, sabedor de que escribir es un ejercicio insuficiente, al que sin embargo guarda absoluta fidelidad.
SALTARSE LA BANALIDAD
La palestra semanal de Patente de corso la ha combinado en los últimos diez años con su participación en Twitter, donde tiene encendida una hoguera que no cesa.
El 3 de abril pasado Alfaguara publicó en formato ebook La cueva del cíclope, una recopilación de los tuits literarios de Pérez-Reverte a lo largo de diez años.
El 30 de marzo de 2010 el escritor debutaba en la citada red, a fe de no saber a qué mares oscuros o superficiales lo podría llevar esa corriente de la inmediatez llamada Twitter.
Una década más tarde, Pérez-Reverte ha logrado un extraño milagro: convertir una plataforma dada a la informalidad y a la banalidad en una torre desde la cual remueve conciencias y llama a la reflexión. Más de dos millones de seguidores son testigos cada semana de sus tuits.
“Hablar de libros en Twitter es como hacerlo con los amigos en la barra de un bar. Permite un tono informal, variado, preguntas y respuestas que crean un diálogo enriquecedor tanto para quien me sigue como para mí. Si conversar sobre libros siempre es un acto de felicidad”.
El Mariano de Cavia festeja su primer centenario con Pérez-Reverte como protagonista, un columnista que si escribiera en Costa Rica habría sido expulsado hace ya varios años de los medios nacionales, porque en la tierra del pura vida prima lo políticamente correcto y se castiga con destierro la irreverencia y la ingeniosidad.