Cultura Entrevista a Fernando Carballo, premio Magón 2021

La llama azul en el corazón de Fernando Carballo

El artista visual y premio Magón 2021 Fernando Carballo expone en el Museo Calderón Guardia su proyecto más reciente titulado Peregrinos. Las obras se muestran al público hasta el 12 de agosto.

Una llama arde en el cuerpo de Fernando Carballo, artista visual y Premio Nacional de Cultura Magón 2021. Por eso, su paleta de colores es la que es, la que expresa esa ardiente intensidad en las 30 obras en madera, tintas (industrial y óleo) y con la técnica llamada dripping, reunida en su más reciente serie pictórica titulada Peregrinos.

Serie Peregrinos. No. 3, 120×90 cms. Dripping y óleo sobre madera prensada y curada. 2022.

Azules cobalto y marino, rojos, amarillos y anaranjados armonizan en sus tablas de madera prensada y curada, que, en gran formato de 120 x 90 centímetros, hablan sobre esos y esas peregrinas que caminan, sobre todo, hacia ellas mismas.

Carballo acaba de cumplir 81 años y hace 81 años el Club Sport Cartaginés (CSC) no campeonizaba.  Así, hace casi un siglo ocurrieron dos acontecimientos celebratorios: el nacimiento del pintor cartago y que el CSC se colocara la corona (casi maldita hasta el 6 de julio de 2022).

“Escribí un texto que lo guardé —no quise incluirlo en la exposición— en que reflexiono sobre ser peregrinos siempre hacia alguna parte, incluso hacia nosotros mismos. Es un camino en que algunos somos más conscientes que otros de lo que estamos haciendo y que algunos recorren sin tener conciencia. Yo creo que soy consciente de mi camino. Ese peregrino soy yo”.

El artista visual festejó su cumpleaños en julio también y con pasión jarocha siguió por televisión el partido en el estadio Fello Meza en Alajuela: “Ya no lloro, ni me revuelco ni nada, como hacía cuando era chiquillo, pero, ahora sí, la alegría me llegó de tal manera que me dio la medianoche”.

Generalmente, Carballo se acuesta a las seis o siete de la noche, pero ese miércoles dichoso esperó para ver llegar al equipo campeón a Cartago, “aunque parece que llegaron a las cuatro de la mañana”, se lamenta.

Había dicho que saldría desnudo envuelto en la bandera del equipo cuando Cartago fuera campeón, “pero esa noche hacía mucho frío y no encontré ninguna bandera. La gente que conocía la historia me vaciló y me preguntó “siempre salís”; les contesté que no porque de verdad no la encontré, pero tampoco hubiera salido, me muero, hacía mucho frío”.

Durante el partido lo acompañó su hija. “A mis hijos les da un poco de miedo que se me pare la máquina porque tengo problemas cardíacos: he tenido dos infartos y me declararon lo que llaman “corazón alegre”; no puedo tener ni una gran tristeza, ni una gran emoción, ni una gran alegría. Pero pegaba gritos”.

Ese corazón inmensamente alegre y azulado, como llama que arde, es Fernando Carballo, el peregrino.

 ¿Cómo es su rutina durante el día, cuándo prefiere dedicarse a pintar? Me dijo que se acuesta a las 6 o 7 de la noche; ¿a qué hora se levanta?

—Me levanto entre 4:30 y 5 de la mañana, me baño, me hago mi café y me preparo como si fuera a trabajar a San José. Me perfumo bien para quedarme aquí todo el día. Mentalmente no dejo de trabajar. Siempre estoy dándole vueltas a cómo trabajar una tela. Tengo preparadas las botellitas con que chorreo (drip) los dibujos para darles textura, unas botellitas con pintura más floja y otra más concentrada. Como a las 9:30 de la mañana desayuno una taza de avena con arándanos, banano y leche de almendras. Como a las dos o tres horas me como algo calientito como café con tortilla de queso y luego almuerzo —yo me hago alguna cosa sencilla— como a mediodía y de ahí hasta el día siguiente.

Serie Peregrinos. No. 1, 120×90 cms. Dripping y óleo sobre madera prensada y curada. 2022.

Entonces, ¿en qué momento se dedica a pintar, a lo largo de todo el día?

—Trabajo todo el día. Me regalaron hace como medio año una caja de 80 lápices Prisma Color, que son los lápices con los que empecé a trabajar cuando estaba chiquito. Pues me entró el deseo de trabajar con esos lápices y ya terminé un dibujo, y voy a trabajar unos cinco o seis más sobre mujeres, en memoria de mis hermanas. Cuando estaba chiquito me

me chineaban, me atendían en la casa. Eran muy buena onda conmigo, porque nosotros somos 17 hermanos y yo era el número 12. Mi casa era un mundo aparte, porque las mujeres eran muy especiales conmigo. Me enseñaron a cantar, a bailar, me enseñaban poemas e interpretábamos personajes que se inventaban ellas. La pasaba mejor con ellas que con mis hermanillos que nada más jugaban fútbol y peleaban.

¿Qué música le gusta escuchar, don Fernando?

—A veces no pongo nada de música y, cuando pongo, me gusta la música clásica y me gusta mucho Radio Sinfonola, una emisora que hay aquí en Cartago, porque me trae recuerdos de los fines de semana cuando una pandilla que teníamos de cinco o seis amiguillos nos íbamos a bailar a los salones de baile de Cartago: el Oasis, El Balneario y el FC. Bailábamos a Julio Jaramillo, Daniel Santos, Beny Moré, todos los boleristas y esa música bonita. Nos echábamos una cervecilla prensada con un poquito de guaro y mucha conversada y bailada. Yo tenía 18, 19 o 20 años. De vez en cuando, para apaciguarme, escucho música clásica y me encanta Mozart, Beethoven, Chopin, los españoles como Manuel de Fallas, y me pongo a pegar brincos con la Danza del fuego, como si fuera una llama.

Serie Peregrinos. No. 18, 120×90 cms. Dripping sobre madera prensada y curada. 2022.

Hay algo en la serie de Pereqrinos que me hace reflexionar sobre uso del color en sus cuadros… y ahora que menciona que usted era como una llama bailando, me hizo pensar en que sus colores son los que contiene el fuego: rojo, azul, anaranjado, amarillo.

—Yo me dejo llevar, a mí no me gusta premeditar mucho las cosas, por eso me gusta jugar con el chorrito. Vieras cómo dejé la cochera donde trabajé: pringué de negro por todo lado, hasta las sillas que sostienen las maderas a la altura que necesito para pintar. Le hago caso a lo primario, a lo primero que nace, aunque hice bocetos que en realidad no los usé.

¿Pero hay colores que siente que dominan su expresividad?

—Es esa gama exactamente que está en Peregrinos: el azul cobalto, el azul marino, los rosas, los naranjas, los rojos, los amarillos, y que combinados entre sí —armoniosos no contrastados, sino armonizando— uno a la par del otro da toda la vibración del color ese que usted dice que es el fuego. El fuego tiene ese azul intenso. Con unos óleos que me trajeron de Estados Unidos marca Rembrandt me doy gusto. Agarro medio tubo y con unas motitas de gaza voy aplicando el color. Es un trabajo que se hace rápidamente, pero mentalmente tiene horas y horas de trabajo. Antes de lanzarme a la tabla lo pienso cinco o seis horas.

Don Fernando, ¿es como una improvisación de danza enfrentarse a ese lienzo para pintar lo que usted imagina? ¿Cómo realiza la técnica del dripping?

—Yo lleno de pintura esas botellas de plástico suavecitas que las usan para poner ketchup y mostaza en las soditas del mercado. Tienen un pico con un huequito. Preparo por aparte el negro con pintura para pintar paredes y le voy dando con el aguarrás cierta textura. Cuando está llena la botellita, la cierro bien y la muevo, y empiezo a dibujar en el aire con chorros por todos lados. A veces lo preparo más seco o más líquido para lograr ciertos efectos. La tabla de madera está encima de unas sillas que luego para pintar las pongo sobre los respaldares.

¿Hace pruebas o los cuadros quedan tal cual usted los imaginó?

—Quedan tal cual y a veces hago una segunda sesión, casi siempre para ponerle algunas cosas pequeñas. En realidad queda realizado en la primera intervención que puede durar unos cinco o diez minutos, lo más. Me voy y regreso y le dejo caer unas gotitas por acá o por allá, y ahí queda hasta que esté completamente seco. Luego lo pongo vertical y hasta dos o tres días después coloco el color, porque si la pintura negra no ha secado lo suficiente, suelta tinta y me ensucia el color. Pongo la madera sobre la parte de arriba de la silla en el respaldar, le aplico una capa entera de aguarrás y con las motitas de gaza voy poniendo poco a poco el moteado, a veces más delgadito, a veces más líquido también y lo dejo un rato. Después lo vuelvo a tomar y le vuelvo a dar otra capa para darle ciertas, texturas y ciertas intensidades.

¿Cuánto tarda más o menos en ese proceso?

—Esta vez hice primero todos los cuadros en blanco y negro. El primer cuadro podría tener un mes cuando empecé a ponerles color.

¿Para hacer los 30 cuadros de la exposición cuánto tardó?

—Tres meses. A veces pasaba uno o dos días en que no había gente que me ayudara a poner las tablas de 120 x 90 centímetros en los respaldares de las sillas; yo no puedo cogerlas porque son muy pesadas.

¿Qué tipo de madera es?

—Es una madera de media pulgada de grueso procesada y prensada de muy buena calidad, preparada para que no la ataquen los animalitos; sin embargo, nosotros la curamos de nuevo, le pasamos un líquido por los dos lados, y una vez que estaba curada y cortada, le pasamos dos capas de pintura blanca mate. Entonces me echo encima de la madera. Yo las trabajé sin el marco, se lo pusieron después.

¿Las figuras de los cuadros las dibuja directamente sobre la tabla como en el action painting, o las dibuja antes con lápiz?

Exacto, es action painting. Tengo muchas ganas de volver a trabajar en un formato más pequeño, porque el chorrito me pidió espacio, me pidió que no fuera manejado como para hacer una carita, por ejemplo. Yo empecé a hacer estos chorreados hace como 30 años. Los hacía sobre una mesa corriente para que parecieran lo más posible a un dibujo hecho con tinta china. Poco a poco lo fui desligando de la imagen y a veces salen esos trabajos que son casi una abstracción: ese chorrito jugando con el espacio. Quiero hacer una presentación en un formato más chiquito sobre cartón o cartulina. Ya hay varios hechos. Son unas caras grandes donde el chorrito habla por sí mismo, o sea, ya no está buscando una cara, ni un gesto, sino un espacio para una línea, como si fuera una montaña o el mar.

¿En Peregrinos trabaja con la mancha?

—No, solo con el chorro y el color.

¿Considera usted que es expresionista?

 —Es mucho expresionismo, porque los rostros hay que hacerlos muy ligero, muy rápido, no se puede quedar uno mucho rato en detalles. Hay algunos que no tienen boca, están en silencio. Hay una serie que se expuso hace dos años en el Museo de los Niños, en donde hay unas caras que no tienen boca porque va haciéndose un poco abstracto el lenguaje del chorrito. Así va cobrando su propia presencia, la pide y yo le doy campo. Yo no me sujeto a nada. Sigo mi propia escuela con mi propio estilo, sin pretender hacer nada nuevo sino simplemente no voy a sujetarme a nada, voy a jugar siempre con mis lápices de color, con mis óleos con plumillas y ahora con mi chorrito. Se vale porque uno tiene todo eso acumulado en alguna parte del cuerpo, en el corazón. Todos tenemos derecho de jugar y por eso es un juego esto.

¿Por qué trabajó el tema de los peregrinos?

—Hace ocho años, a raíz de la publicación de un libro del poeta Edmundo Retana que se llamaba La figura de Dios o La imagen de Dios en la poesía de Jorge Debravo, él me invitó a exponer mi obra en la presentación. Al final el proyecto no se concretó pero terminé exponiendo mi propuesta en el Museo de los Niños: 24 cuadros en plywood con la técnica del dripping. Yo admiro a Jorge Debravo, me gusta mucho su poesía y tengo una imagen de Dios en que Dios somos todos, porque así me lo enseñó una de las “niñas” que me dio catecismo en la escuela. Ella nos dijo que Dios está en todas partes y yo siempre pensé que si estaba en todas partes, también estaba en mí.

¿Y la noción de peregrino?

—Escribí un texto que lo guardé —no quise incluirlo en la exposición— en que reflexiono sobre que somos peregrinos siempre hacia alguna parte, incluso hacia nosotros mismos. Es un camino en que algunos somos más conscientes que otros de lo que estamos haciendo y que algunos recorren sin tener conciencia. Yo creo que soy consciente de mi camino. Ese peregrino soy yo.

Peregrino es una palabra muy linda, muy sonora.

—Es muy sonora. Alguien me dijo que era muy livianita, que tenía aire.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido