Cultura

La literatura le hace un pase gol al fútbol

Con motivo del Mundial de Rusia 2018 se analizan las relaciones entre fútbol y literatura en el contexto hispanoamericano.

“El fútbol es el opio del pueblo”.  La frase estuvo afincada en el universo intelectual con tanta fuerza como aquella que dice “un nuevo fantasma recorre el mundo” del Manifiesto Comunista de Carlos Marx y Federico Engels, y marcó por muchas décadas una distancia entre la literatura y el juego que eclipsaba a las masas.

Durante esos años, que a un escritor lo asociaran con el fútbol era un desprestigio. Esa no era materia para la literatura; y menos para la alta literatura. Ese asunto era para los pseudoescritores y para los pobres periodistas que día a día agonizaban en las horas de cierre.

A pesar de la épica, la estrategia, la técnica, la marginalidad y su incidencia social, el fútbol fue visto por la intelectualidad como un salvaje retorno a los tiempos del circo romano y no podía haber nada rescatable para la inteligencia y para la reflexión. El fútbol era visto solo como 22 tipos corriendo detrás de un balón. Vaya barbaridad parecía gritarse desde la cima del saber.

Mario Benedetti con “Puntero izquierdo”, por su trascendencia como escritor, marcó un punto de inflexión en la forma en que 40 años después se abordaría el fútbol como materia literaria.

En medio de ese mar de desprestigio, un señor llamado Mario Benedetti, en

1959 -año del triunfo de la Revolución cubana-  escribió un cuento sencillo: “Puntero izquierdo”. Era la historia de un “pibe” que en un partido crucial era tentado a dejarse ganar, a no meter goles, por lo que al final del partido recibiría una recompensa. Sucedió así el milagro de que un escritor serio y comprometido con el pueblo asociara su pluma con el deporte de los bárbaros.

Tras el relato, Benedetti no fue proscrito. Se siguió leyendo con admiración su poesía, sus magníficos ensayos sobre literatura, sus novelas, sus obras de teatro, sus artículos. El Aguafiestas de Pasos de los Toros había derribado las fronteras. La semilla ya estaba plantada.

El temor, no obstante, el estigma y a la descalificación seguían latentes en el mundillo literario, en el que siempre prevalecen las mentes iluminadas, la gran literatura, la gran filosofía. Vaya, ¿cómo un escritor serio va a escribir de fútbol?, parecían ser los ecos que recorrían la América martiana.

Benedetti, que era un escritor coherente y leal con sus principios, sabía que la buena literatura se hace con cualquier material humano y que no es el tema, el gran tema, el que determina el valor de una pieza literaria. Claro está, que no era el primero que escribía de fútbol, pero su referencia resultó fundamental.

Horacio Quiroga y Roberto Fontanarrosa, para citar solo a dos escritores de gran valía, en distintos tiempos, se habían lanzado a la faena de abordar un asunto tabú.

Benedetti sabía, también, que algunos colegas suyos ya habían hecho su aporte en el campo, como el propio Rafael Alberti con aquella “Oda a Platko”, publicada el 27 de mayo de 1928 en La Voz de Cantabria. Ritmo, metáfora, musicalidad, heroísmo: la voz del poeta se va imponiendo conforme avanza el poema y es innegable la riqueza y la composición del texto.

A Alberti lo había impresionado una salida en la que el portero húngaro del Barcelona, Ferenc Platko, se jugó literalmente la vida al arrebatarle el balón al delantero de la Real Sociedad de San Sebastián, en el primer juego de la final de Copa de ese año. Pero a cambio resultó ensangrentado, perdió el sentido por varios minutos y tuvo que recibir una sutura de seis puntadas, pese a lo cual continuó en el partido y más tarde terminó en el hospital, donde el propio Alberti lo visitó en compañía de Carlos Gardel, con quien había visto el juego.

La situación, cuando Benedetti se lanzó con “Puntero izquierdo” era de una marginalidad casi absoluta a uno y otro lado del Atlántico; aunque de vez en cuando aparecía un texto que trataba el fútbol desde una visión literaria.

Jorge Valdano, en el 95 y 98, con sus antologías Cuentos de Fútbol I y II, encendió de nuevo el interés literario por este deporte.

UN GÉNERO LITERARIO

En la actualidad ya puede hablarse de que en Hispanoamérica existe un género literario dedicado al fútbol como protagonista. Con ello, se confirma que esta vez la corriente había ido en sentido inverso: de América Latina a España.

Al lado de la literatura policíaca, realista, de no ficción y fantástica, entre otras, puede hoy hablarse de la literatura del fútbol como género, la cual se ha ido consolidando poco a poco, sobre todo, en la crónica, el cuento y en menor medida en la novela.

Desde países como Argentina, Uruguay, Brasil y México se ha impulsado esta corriente que ha dado cuentos extraordinarios y ensayos de un gran valor, y que le dan otra dimensión al citado deporte.

La ola de narraciones en torno al fútbol después de esos tímidos antecedentes en la primera mitad del siglo XX se da, en especial, a partir de los años noventa y fue precisamente Eduardo Galeano, con su ya clásico Fútbol a sombra y sombra, quien en 1995 dio un golpe en la mesa para dar a entender que la Historia, sí, con mayúscula, la aspiración de las gentes, la épica de los pueblos, la memoria oral e incluso la sociología, podían entenderse a partir de crónicas, retratos, cuentos, microcuentos y todo ese sinfín de subgéneros que fue capaz de inventarse y agrupar en su libro.

El resultado fue un boom. Ya no parecía un pecado capital andar con un libro sobre fútbol debajo del brazo, que otrora fue opio de los pueblos y consuelo de tontos. Ya la estupidez universal a la que se remitía a todo aquel que hablaba o leía de fútbol dio paso a un respiro.

No era tan cierto, quizá, aquello que había dicho Jorge Luis Borges, según El Gráfico: “el fútbol es popular porque la estupidez es popular”.  La anécdota que se recoge en relación con el Mundial del 78 es obligación contarla. Dice El Gráfico: “Como muestra de repudio al Mundial organizó, el día del debut de Argentina contra Hungría y a la misma hora del comienzo del partido, una conferencia sobre la inmortalidad, una de sus obsesiones. La cancha se llenó, pero su biblioteca también”.

El propio Borges, no obstante, había sucumbido a la tentación de escribir sobre fútbol, aunque fuera desde su voraz ironía. Así fue como junto con Bioy Casares escribió Esse est percipi (Ser es ser percibido) incluido en el volumen Crónicas de Bustos Doquecq, en el que relata la historia de cómo desaparece el Monumental estadio de River y cómo, también, se retrata la corrupción que ya para entonces, 1967, se empezaba a percibir en el deporte rey.

El cuento, aparte de tener un vocabulario muy ligado a ese bajo mundo del fútbol, lo cual es parte de su riqueza, anticipa lo que hoy está carcomiendo a los dos tipos de fútbol que hay en el mundo: el profesional y el aficionado. El primero convertido en un lucrativo negocio que mueve multitudes y millones de dólares a granel, y el segundo apegado a esa nostalgia de que cuenta la camiseta, la lealtad, el amor a los orígenes y la pertenencia a una tribu.

“-¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en los ídolos? ¿Dónde ha vivido, don Domecq?”, le dice en un momento de la narración Tulio Savastano al ingenuo Honorio Bustos Domecq.

Sí, el mismísimo Borges, había dejado un relato divertido e irónico sobre esa estupidez universal llamada fútbol.

De modo que, gracias al estilo exquisito de gran cronista de que hacía gala Eduardo Galeano, el libro se convirtió pronto en referencia.

El autor de Las venas abiertas de América Latina hace un extenso y puntual recorrido por figuras como el árbitro, el portero, el hincha, el fanático, el gol, el director técnico, el lenguaje de la guerra, la guerra danzada, el lenguaje de los doctores del fútbol y las reglas del juego.

Y como si Galeano por momentos estuviera acicateado por el viejo Borges, al libro no le falta esa punzante ironía rioplatense y que recoge con asombrosa exactitud lo mundano de ese deporte llamado fútbol.

Jorge Luis Borges, que desdeñaba al fútbol, porque decía no tener sentido, escribió un cuento junto con Bioy Casares, el cual apareció en el libro Crónicas de Bustos Domenecq.

“Antes del partido, los cronistas formulan sus preguntas desconcertantes:

– ¿Dispuestos a ganar?

Y obtienen respuestas asombrosas:

Haremos todo lo posible para obtener la victoria”, recuerda en el fragmento de Los especialistas.

Fútbol a sol y sombra, además, no fue ajeno al tema político, porque en cada reseña sobre el comienzo de un campeonato Mundial: 1930, 1934, 1938, 1958, 1962, 1966, 1970, etc., Galeano invocaba hechos que marcaron aquellos años mezclando historia con política.

No podían faltar los dardos a La hora final de Castro (1993), del escritor y periodista Andrés Openhaimer.

Al referirse al Mundial 1978, disputado en Argentina, Galeano escribía: “En Alemania moría el popular escarabajo de la Volkswagen, en Inglaterra nacía el primer bebé probeta, en Italia se legalizaba el aborto. (…) Las brigadas rojas asesinaban a Aldo Moro, los Estados Unidos se comprometían a devolver a Panamá el canal usurpado a principios de siglo. Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas”.

El libro del creador de la trilogía “Memoria del fuego” alentó el surgimiento de nuevos textos, o que algunos que andaban sueltos fueran agrupados en antologías y comenzó, entonces, a articularse todo un movimiento.

UN NOMBRE PROPIO

El exfutbolista y exentrenador Jorge Valdano, quien fuera campeón del mundo con Argentina en 1986, en cuya final anotó un gol, sirvió de puente y como autor de las antologías Cuentos de fútbol I y II alentó ese movimiento, para que entre fútbol y músculo hubiera un entendimiento.

En un momento en el que el balompié entraba en una de sus mayores encrucijadas, al llevarse el espectáculo al límite, era preciso poner de por medio una pausa y para ello el mejor recurso era la literatura.

De esta manera, Valdano reunió a autores como Juan Villoro, Osvaldo Soriano, Alfredo Bryce Echenique, Miguel Delibres, Julio Ramón Ribeyro, Fernán Gómez, Francisco Umbral, Ana María Moix, Vicente Verdú, Patxo Unzueta, Joaquín Leguina, Mario Benedetti y Roberto Fontanarrosa en sus dos tomos.

Hay nombres que no se pueden dejar fuera como Manuel Vázquez Montalbán, Javier Marías y Eduardo Sacheri, que en La pregunta de tus ojos tiene un pasaje memorable cuando Pablo Sandoval, con la ayuda de un hincha de Rosario, desentraña las misteriosas cartas halladas en el domicilio de la abuela del posible asesino. Sacheri, además, ha escrito numerosos cuentos de fútbol.

“Los intelectuales se desmarcaron del fútbol por considerarlo una expresión popular menor, por deducir que era, como la religión, ‘el opio del pueblo’, por desconfianza hacia la masa y, finalmente, por esnobismo. Por su parte, el mundo del fútbol presumía de hombría en el peor sentido, esto es desde la exhibición de la brutalidad”, dijo Valdano.

El camino para ese encuentro entre palabra y fútbol no siempre fue un lecho de rosas, como lo confesó el propio Valdano, quien cuando le preguntaron si llevaba libros a las concentraciones como jugador, precisó: “Yo llevaba libros y, en ocasiones, lo hacía a escondidas porque tuve al menos dos entrenadores que pensaban que la lectura era dañina para la concentración”.

Aunque está claro que ni Valdano ni Galeano fueron los primeros en aventurarse a unir fútbol y literatura, sí resultaron determinantes para que se desatara el entusiasmo en torno a la posibilidad de hacerlo.

Roberto Fontanarrosa escribió el que para muchos es el mejor cuento de fútbol de los últimos 50 años: El 19 de diciembre de 1971.

A LA ESPERA

Pese a que el fútbol está dotado de una gran épica, ni la novela ni el cine todavía han articulado grandes historias sobre él. El cuento ha sido clave en el desarrollo apuntado anteriormente, así como el ensayo, cultivado con profundidad en Brasil. La bibliografía producida en la nación del jogo bonito es un subgénero en sí mismo.

La falta de una gran novela sorprende en un deporte cuya mayor riqueza no está precisamente en lo que sucede en la cancha, sino en lo que ocurre fuera de ella. Una jugada de hace 30 años puede despertar hoy acaloradas tertulias de si fue penal, de si estaba en fuera de juego, de si fue hand (mano), como se decía entonces para remarcar la influencia de dónde había venido el fútbol.

Los discursos que se articulan en torno al fútbol, más esa épica, con sus múltiples historias de protagonistas que antes pasaron por la marginalidad más espantosa como Pelé, Maradona y Garrincha, por ejemplo, no han dado todavía la gran novela del fútbol.

Si bien es cierto que Fiebre en las gradas, del inglés Nick Hornby, sobre la historia de amor del autor con El Arsenal es un texto emblemático, no podría afirmarse que es una novela, sino más bien una mezcla de crónica con relato personal y ensayo.

En medio de ese torrente de historias que surgen de la cancha y de su entorno, quizá ya se esté cocinando en algún lugar del mundo esa gran novela que reclama el deporte más popular del orbe, capaz de movilizar multitudes y de confesiones tan inesperadas que solo un fanático del balón podría hacer, como la historia que contaba el Negro Fontanarrosa: “todo iba bien hasta que ella me citó a las siete de la noche, la misma hora en que jugaba Rosario Central”.


Oda a Platko

Rafael Alberti

Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
Camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiente en la yerba de otro país.
¡Tú, llave, Platko, tu llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda al cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por ti, sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias.
No nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana,
mando el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin plumas,
escalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por ti, Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.
Nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡Oh, Platko, Platko, Platko
tú, tan lejos de Hungría!
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.

*Publicado por primera vez el 27 de mayo de 1928 en el periódico La Voz de Cantabria.


 

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