Cultura Crónica  

La Feria Internacional del Libro en su laberinto

A mitad del desarrollo de la Feria Internacional del Libro, el debate en torno a si la sede escogida fue acertada no cesa y en el aire se respira un clima de incertidumbre. 

La Feria Internacional del Libro, edición de 2022, se construyó su propio laberinto. La sede, por extraño que parezca, pasó a sustituir desde el punto de vista simbólico, a la actividad en sí, y de esta manera se constituyó en el centro mismo de la discusión.

Desplazada de la Antigua Aduana, su tradicional espacio, la Feria del Libro se trasladó al Centro de Convenciones, ubicado en Heredia, al lado de la autopista General Cañas, a diez minutos de La Sabana con un tránsito normal, o a un tiempo inclasificable si es una hora densa y si de por medio está la lluvia que aletarga el fluir del tráfico.

Beatriz Castro Fernández muestra una edición adaptada de El Principito, cuya venta irá íntegra a Territorio de Zaguates, la organización que se encarga de cuidar a perros abandonados. (Foto: Kattya Alvarado)

Para llegar a la Feria es imprescindible tener carro o utilizar el transporte público, en este caso, facilitado por TUASA, pero no hay más alternativas y, al haber solo un acceso, por la ya referida General Cañas, ello hace que la ecuación se estreche y se complique.

Aquella idea de llegar al centro de San José y luego subir a pie hasta Santa Teresita, donde se ubica la Antigua Aduana, o tomar una de las cinco o seis alternativas en cuanto a buses que lo acercaban a la feria, queda, en este caso, invalidada porque acceder al Centro de Convenciones es complejo.

El viejo proceder de los visitantes a la feria, que iban más de una vez, por el complejo acceso al Centro de Convenciones, es una opción descartable en esta oportunidad.

Se ha de precisar que al Centro de Convenciones si se viene de Heredia solo se puede llegar si se ingresa a la pista por el Castella y no se puede hacer, por ejemplo, por La Aurora. De igual manera, si un visitante proviene en su vehículo particular por Alajuela, debe subir hasta el Castella, pasar el puente e ingresar en sentido de regreso a la General Cañas. Y si el lector proviene de Cartago ha de cruzar toda la ciudad de este a oeste, con lo cual el amor a los libros tiene que ser, en realidad, una expresión conmovedora en quien lo haga, aunque este redactor pudo comprobar, el lunes 29 de agosto, que una familia viajó desde Cartago con su hijo, que estudia bibliotecología, a ver si encontraban algunos textos de su interés.

La Librería Internacional es el expositor con el más amplio espacio de la feria, prácticamente, instaló una sucursal más. Ofrece descuentos, entre otros, del 20 por ciento. (Foto: José Eduardo Mora)

En la caverna

Al hablar de La Caverna, de José Saramago, Pilar del Río, viuda del escritor y presidenta de la Fundación Saramago, recordaba estas palabras en relación con el narrador.

“Un día, en un congreso literario, celebrado en la Universidad de Alberta, Canadá, José Saramago visitó un centro comercial y se quedó asombrado. El mundo estaba dentro. Tenía playas y árboles. Selva tropical y pistas de hielo, calles, terrazas, parques para niños y obviamente, todas las tiendas y todas las marcas de Oriente y Occidente. Era un lugar limpio, seguro, amable, construido para que los consumidores fueran felices. Los consumidores”.

El realizar la Feria del Libro en la nueva sede del Centro de Convenciones tenía como desafío atraer lectores del sector oeste del Gran Área Metropolitana. (Foto: Kattya Alvarado)

Esa es la sensación cuando se entra a la Feria Internacional del Libro. Se llega a un lugar limpio, espacioso, con todas las ventajas que brindan la arquitectura y la ingeniería modernas, pero se está en un lugar de techos altos que parecen tener poca comunicación con los estantes de abajo, donde ordenadamente las editoriales tienen sus libros.

Después de dar varias vueltas por la feria, sin embargo, por contradictorio que parezca, entre espacio y oferta surge una gran contradicción: no hay tantas alternativas como lo indica el número oficialmente difundido por la Cámara Costarricense del Libro de 85 expositores.

En esta oportunidad, la mayoría de los escritores independientes no asistieron la primera semana, mientras que algunos, en el Salón del Cómic, lo harán del miércoles 31 de agosto en adelante, luego de alianzas entre ellos para minimizar los costos de contar con un espacio, cuyo valor aumentó dado que la feria requería una inversión que rozaba los ₡100 millones.

El Centro de Convenciones, en el que hay que pagar ₡4000, de parqueo, se presenta de entrada como un lugar lujoso, pero con poca conexión para una actividad cultural como es una feria del libro.

El Museo de los Niños cuenta con una sala para promover la lectura infantil. (Foto: Kattya Alvarado)

La arquitectura, como en la alusión que dio pie a la novela de Saramago, es fría y no se tiene la percepción de estar en una feria del libro, sino más bien en un mall en el que colocaron libros, que son dos acercamientos muy distintos, aunque ambos invoquen el mismo producto.

Además, alrededor del Centro de Convenciones no hay nada para socializar la experiencia, más allá de un café, siempre en la misma línea, de tan moderno y frío el espacio destinado, este no invita a sentarse a ojear los libros adquiridos.

La experiencia de la Vieja Aduana era distinta. Muchas opciones alrededor para ir a rematar la andadura por la feria, incluso con la posibilidad de rematar la jornada con una visita al Magaly, si fuera el caso.

En este sentido, el Centro de Convenciones, que se puede adaptar para una actividad como la Feria Internacional del Libro, no tiene ni la calidez ni el entorno que inviten a una experiencia más allá de la compra.

Quizá sea el destino evocado de nuevo por Saramago: que los lectores dejen esa condición para convertirse en consumidores.

“Más tarde en conversaciones con amigos, José Saramago comentó que las antiguas catedrales y las universidades habían dado paso al centro comercial y que esos templos del consumo son los que convocan y estimulan, y de alguna manera forman a los hombres y a las mujeres de este tiempo”, continúa diciendo Pilar del Río sobre la mirada de lo moderno del Premio Nobel de Literatura 1998.

El primer domingo

Los fines de semana, por la simple  lógica de que la población tiene más posibilidades de asistir a la feria, al ser el sábado y el domingo días de descanso laboral para una gran parte de la población, siempre han sido un termómetro para ver hacia dónde iba dicha actividad.

El primer domingo —28 de agosto— hubo un aceptable flujo de asistentes entre el mediodía y las tres de la tarde, hora a partir de la cual empezó a disminuir la presencia de asistentes, a tal punto que algunos puestos de libros cerraron a eso de las 6 p.m., es decir, dos horas antes de lo establecido.

Una prueba de que la afluencia esperada no fue consustancial con los planes de los organizadores fue el hecho de que el servicio de TUASA, que se tenía previsto de forma directa entre el Centro de Convenciones y San José, y viceversa, se suspendió de oficio ante la esperada afluencia de pasajeros.

Así lo confirmó Teresita Borge, conocida en el ámbito cultural como Teresita Cuentacuentos, quien, al finalizar su actividad y preguntar por el transporte público, le informaron de que no había, sino que debía cruzar el puente peatonal e ir a esperar el servicio regular de TUASA hacia San José.

En esa espera, contó Borge, ella y otras cinco mujeres que estaban en la parada fueron salvadas de un asalto, gracias a la pericia de un taxista que conoce la zona y las alertó y protegió.

Esta situación coyuntural, que pudo haber sucedido en cualquier otro sitio del país, deja entrever, sin embargo, cómo la ausencia de un entorno alrededor del Centro de Convenciones sí es un elemento a considerar para las personas que tienen que hacer uso de manera obligatoria del transporte público.

“Una vez finalizado el motivo de mi presencia en la feria, me di a la tarea de preguntar a qué hora salía el bus de TUASA (tal como se anunció), cuyo recorrido iniciaba, supuestamente, en el mismo Centro de Convenciones hacia San José. No tengo auto. Por motivos de salud, camino con bastón y busco seguridad. En fin, después de mucho ‘pregunte que pregunte’, logro averiguar que el servicio en cuestión, ya no se estaba brindando. La razón: la ausencia de usuarios”.

Y agregaba Borge: “No queda más remedio que cruzar el puente peatonal que conecta el Centro, con las paradas de buses que, desde la otra orilla, viajan hasta La Merced.

Aún no anochecía. Todavía estaba clarito y, en la parada, habíamos (sic) seis mujeres. Lo que sucedió fue increíble y nos dejó más que asustadas y nerviosas. Unos tipos a bordo de un carro gris, irrumpieron de repente. Un taxista, acostumbrado a ver este tipo de situaciones o al menos con el olfato necesario para anticiparlas, se detuvo y nos advirtió del terrible peligro. Nos iban a asaltar. Los tipos en el carro gris no tenían otro fin más que ese, asaltarnos, lo cual, según me contaron, es muy común en esa zona”.

Y así remataba su experiencia, Borge: “No estoy exagerando. No estoy tratando de causar pánico ni ningún tipo de reacción negativa. Pero sí, es mi deber contar lo sucedido. Hay que tomar precauciones, estar más que alerta, no confiarse, ser muy precavido.

Aunque, en esas circunstancias, lejos de todo y todos, es muy difícil tomar otro tipo de decisiones que no sean las obvias: entregar las pertenencias”.

La EUNED es una de las editoriales estatales que participa en la feria. La editorial de la Universidad de Costa Rica, por ejemplo, no tuvo presencia en esta ocasión. (Foto: Kattya Alvarado)

Giro de 180 grados

Después de dos años sin Feria del Libro, la Cámara Costarricense del Libro decidió dar un giro de 180 grados, sacar la actividad de la capital y llevársela a la periferia, con el fin de que los expositores disfrutaran de espacios más amplios, al tiempo que los visitantes pudieran moverse con más desenvoltura por los pasillos entre estante y estante, y, aunque alrededor de la feria se respira un aire de incertidumbre y falta de convencimiento de si fue la decisión acertada, al final, serán los asistentes lo que tendrán la última palabra.

Hay, eso sí, un sector de lectores que expresaron en redes sociales que preferían sacrificar su amor a los libros que tener que asistir a un lugar más parecido a un mall que a un espacio cultural.

El giro dado por la Cámara del libro, encabezada por Óscar Castillo, tendrá que ser analizado con frialdad por las partes involucradas y determinar si para el próximo año, como en su momento anunció, se volverá a realizar la feria en el Centro de Convenciones, o que retorne a la Antigua Aduana, donde parece que los libros tienen su rincón preferido, sin fantasmas y sin cavernas al estilo de José Saramago. Y sin que el visitante deba descifrar el entramado y el laberinto en que se ubicó la XXI edición de la Feria Internacional del Libro.

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